Cada mañana, despierto adolorido, pero el sólo saber que te volveré a ver, me da las fuerzas necesarias para levantarme. Abro las cortinas que ensombrecen mi habitación para que, de alguna manera, dejen entrar un poco de luz; no sólo al recinto sino al alma obscura que me sigue muy de cerca.
Con movimientos parcos y tambaleantes, me desplazo al baño, con la mirada baja para no verte en el espejo; no me gusta verte así; tan temprano. En mi mente, sólo tengo fija tu imagen, lentamente recorro tu entorno, siento mis manos sobre ti; el revoloteo de mariposas en la boca de mi estomago es señal de anticipación. Siento que no puedo esperar unas cuantas horas para nuevamente tenerte.
Termino el ritual matutino y me encamino hacia el garaje, pasando de manera cautelosa por medio del desorden que aturde la sala, sin ver para los lados, con preocupación pero sin reaccionar, tal vez con la esperanza engañosa de que la indiferencia resuelva la situación sin necesidad de actuar; o tal vez prefiriendo que la algarabía de cosas sirva de recordatorio a los acontecimientos de la noche anterior; ya que recordar se me hace difícil. Sigo mi camino, más no sin dejar de pensar en ti, siempre presente.
Me subo al auto y cierro la puerta, súbitamente tu aroma inunda mis sentidos; sudo frío. Con mis temblorosas manos, le doy vuelta a la llave y enciendo el auto; salgo a la calle. La incandescencia del sol se hace aún más prominente, y auque los vidrios y lentes negros apaciguan la enceguecedora luz, mis sentidos maltratados tratan de ajustarse. Bajo las ventanas y dejo escapar tu aroma al viento, lo dejo ser libre por que sé que tu estarás siempre a mi lado; mi inseparable compañera. Mientras transcurre el tiempo, las escenas rutinarias suceden sin efecto alguno, simplemente ellas pasan casi desapercibidas por los ventanales laterales, como una película.
Al llegar a mi destino, aún intoxicado por ti, me adentro de inmediato en la oficina, con soltura y gracia para no despertar sospecha de nuestro encuentro, un encuentro que veo en mi mente cada vez que parpadeo. Las ansias de estar junto a ti, se hacen más insoportables cada vez que veo el reloj y me doy cuenta que el tiempo no transcurre si no estoy junto a ti. Continuo sudando frió y mis manos temblorosas hacen evidente mi deseo por ti; no quiero ni comer.
Muchas personas que se autodenominan “amigos” me dicen que te deje, que no te busque más; pero son una bola de celosos y envidiosos que no entienden cuanto te necesito. Me dicen que no es saludable para mi y que estoy poniendo todo en juego: mi trabajo, mi familia, mis amigos y hasta mi vida. Son todos unos farsantes que sólo quieren vernos separados, odian que los demás sean felices, ellos no entienden, ni entenderán nunca, lo importante que eres en mi vida. Y si hay que dejarlo todo, pues que así sea, tal vez de esa manera se den cuenta que eres lo más importante para mi; tal vez así me dejen en paz.
Miro el reloj por última vez, por fin las cinco de la tarde, no puedo creer mi regocijo. Me levanto y en una sola moción, recojo mi maletín, apago la luz y salgo disparado en dirección de la puerta. Como una bala en búsqueda de su victima, como el rayo que precede al trueno y la luz que deslumbra el sonido, llego a mi auto; con el corazón en la boca y las gotas de sudor bajando lentamente por mi temporal; abro la puerta y me subo al asiento. En una breve pausa, respiro hondo y me compongo: cinturón, espejos, neutro.
La película de esta mañana, ahora transcurre en reversa; paso por las mismas calles y residencias entremezcladas con los negocios. Sin embargo, las imágenes esta vez tienen otro sabor y otro sentido. Ahora todo es claro y perfecto, el sol es calido y las nubes pocas; estoy feliz, la espera ya no es más; mi corazón palpita de ansiedad, mi imaginación se desborda con anticipación. Sigo el camino curvilíneo, negociando los semáforos y motociclistas, la garganta seca y el pensamiento fijo en una sola cosa, tú.
Una vez arribado, con igual velocidad y agilidad, penetro el umbral y pauso por unos segundos; me pongo a buscarte con la mirada. Lentamente me adelanto dejando caer mis cosas en el suelo. El ruido estrepitoso al caer el maletín, no te perturba, pero te delata. Como animal depredador al asecho, volteo hacia ti y una sonrisa enorme invade mi rostro, me apresuro a tu encuentro, cuanto tiempo sin tenerte, que larga y agonizante espera…
Con las pupilas dilatadas, despierto en el suelo y aunque trato de levantarme, no lo consigo, todo parece un sueño; estoy desorientado y confundido; solo puedo tratar de imaginar lo acontecido. Escucho voces a mi alrededor, pero no concibo comprender si aún sueño o estoy despierto, todo se siente en cámara lenta, como si el tiempo no existiese; la calma envenena. De repente me percato que no hay dolor y me pregunto si ya es de mañana; vocifero algo pero el sonido no se propaga y pienso: no hay nadie que me escuche, así que tiene sentido no oír mi propia voz. Las voces vuelven, pero esta vez entiendo claramente lo que dicen, sin embargo no tienen sentido sus oraciones, el contexto es confuso, ¿De quién hablan? ¿A quién le hablan? ¿A mi? Creo que no comprenden que mi devoción por ti es indoblegable. Trato de levantarme nuevamente sólo para descubrir que estoy amarrado, trato con fuerza pero me es imposible.
La intoxicada calma persevera, y aún con los ojos abiertos, no logro definir quienes están a mi alrededor. Esta vez si escucho claramente cuando alguien dice, “Si, yo lo vi ayer en la oficina, de buen humor. Mejor dicho, de mejor humor”. ¡Ah! si es de mañana, pero ¿Por qué no hay dolor?, ¿Por qué no me puedo mover? ¿Dónde estás?
Parpadeo lentamente, o al menos eso creo. Todo se nubla, sólo veo lo que parece ser una sábana sobre mi rostro. Me da pánico saber que todo esto pasa sin tenerte a mi lado, ¿Dónde estas? Me pregunto, y en un arranque de miedo, o valentía, me levanto de golpe. Ahora si estoy libre y me puedo mover con facilidad. Para mi horror, veo cómo me dirijo con velocidad hacia arriba y a medida que me acerco al techo, cierro los ojos anticipando el golpe. Pero nada pasa, sigo confundido y aturdido, me aferro a tu imagen, a tu aroma y sabor inconfundibles. Volteo rápidamente y abro mis ojos, te veo a mi lado, mi mano aferrada a ti. ¿Qué hago allí? ¿Quién es ese que trata de apartarnos? ¿A dónde te llevan?
Una brisa solloza suavemente en mi rostro, todo es silencio y luz. Alguien forzosamente te arranca de mi mano, y con la misma moción, tu caes al suelo, vencida y fría, rompiéndote en mil pedazos. De repente, veo una silueta ponerse sobre mi, nuestras miradas fijas el uno en el otro y con voz sombría pero delicada, me dice que hay amores que matan. Pero ¿Qué sabe él del amor? si no te conoce como yo a ti. Si no sabe lo que tu haces por mi y no sabe a los lugares mágicos que me llevas.
Ya es de mañana, pero no tengo dolor, o al menos eso creía.
Con movimientos parcos y tambaleantes, me desplazo al baño, con la mirada baja para no verte en el espejo; no me gusta verte así; tan temprano. En mi mente, sólo tengo fija tu imagen, lentamente recorro tu entorno, siento mis manos sobre ti; el revoloteo de mariposas en la boca de mi estomago es señal de anticipación. Siento que no puedo esperar unas cuantas horas para nuevamente tenerte.
Termino el ritual matutino y me encamino hacia el garaje, pasando de manera cautelosa por medio del desorden que aturde la sala, sin ver para los lados, con preocupación pero sin reaccionar, tal vez con la esperanza engañosa de que la indiferencia resuelva la situación sin necesidad de actuar; o tal vez prefiriendo que la algarabía de cosas sirva de recordatorio a los acontecimientos de la noche anterior; ya que recordar se me hace difícil. Sigo mi camino, más no sin dejar de pensar en ti, siempre presente.
Me subo al auto y cierro la puerta, súbitamente tu aroma inunda mis sentidos; sudo frío. Con mis temblorosas manos, le doy vuelta a la llave y enciendo el auto; salgo a la calle. La incandescencia del sol se hace aún más prominente, y auque los vidrios y lentes negros apaciguan la enceguecedora luz, mis sentidos maltratados tratan de ajustarse. Bajo las ventanas y dejo escapar tu aroma al viento, lo dejo ser libre por que sé que tu estarás siempre a mi lado; mi inseparable compañera. Mientras transcurre el tiempo, las escenas rutinarias suceden sin efecto alguno, simplemente ellas pasan casi desapercibidas por los ventanales laterales, como una película.
Al llegar a mi destino, aún intoxicado por ti, me adentro de inmediato en la oficina, con soltura y gracia para no despertar sospecha de nuestro encuentro, un encuentro que veo en mi mente cada vez que parpadeo. Las ansias de estar junto a ti, se hacen más insoportables cada vez que veo el reloj y me doy cuenta que el tiempo no transcurre si no estoy junto a ti. Continuo sudando frió y mis manos temblorosas hacen evidente mi deseo por ti; no quiero ni comer.
Muchas personas que se autodenominan “amigos” me dicen que te deje, que no te busque más; pero son una bola de celosos y envidiosos que no entienden cuanto te necesito. Me dicen que no es saludable para mi y que estoy poniendo todo en juego: mi trabajo, mi familia, mis amigos y hasta mi vida. Son todos unos farsantes que sólo quieren vernos separados, odian que los demás sean felices, ellos no entienden, ni entenderán nunca, lo importante que eres en mi vida. Y si hay que dejarlo todo, pues que así sea, tal vez de esa manera se den cuenta que eres lo más importante para mi; tal vez así me dejen en paz.
Miro el reloj por última vez, por fin las cinco de la tarde, no puedo creer mi regocijo. Me levanto y en una sola moción, recojo mi maletín, apago la luz y salgo disparado en dirección de la puerta. Como una bala en búsqueda de su victima, como el rayo que precede al trueno y la luz que deslumbra el sonido, llego a mi auto; con el corazón en la boca y las gotas de sudor bajando lentamente por mi temporal; abro la puerta y me subo al asiento. En una breve pausa, respiro hondo y me compongo: cinturón, espejos, neutro.
La película de esta mañana, ahora transcurre en reversa; paso por las mismas calles y residencias entremezcladas con los negocios. Sin embargo, las imágenes esta vez tienen otro sabor y otro sentido. Ahora todo es claro y perfecto, el sol es calido y las nubes pocas; estoy feliz, la espera ya no es más; mi corazón palpita de ansiedad, mi imaginación se desborda con anticipación. Sigo el camino curvilíneo, negociando los semáforos y motociclistas, la garganta seca y el pensamiento fijo en una sola cosa, tú.
Una vez arribado, con igual velocidad y agilidad, penetro el umbral y pauso por unos segundos; me pongo a buscarte con la mirada. Lentamente me adelanto dejando caer mis cosas en el suelo. El ruido estrepitoso al caer el maletín, no te perturba, pero te delata. Como animal depredador al asecho, volteo hacia ti y una sonrisa enorme invade mi rostro, me apresuro a tu encuentro, cuanto tiempo sin tenerte, que larga y agonizante espera…
Con las pupilas dilatadas, despierto en el suelo y aunque trato de levantarme, no lo consigo, todo parece un sueño; estoy desorientado y confundido; solo puedo tratar de imaginar lo acontecido. Escucho voces a mi alrededor, pero no concibo comprender si aún sueño o estoy despierto, todo se siente en cámara lenta, como si el tiempo no existiese; la calma envenena. De repente me percato que no hay dolor y me pregunto si ya es de mañana; vocifero algo pero el sonido no se propaga y pienso: no hay nadie que me escuche, así que tiene sentido no oír mi propia voz. Las voces vuelven, pero esta vez entiendo claramente lo que dicen, sin embargo no tienen sentido sus oraciones, el contexto es confuso, ¿De quién hablan? ¿A quién le hablan? ¿A mi? Creo que no comprenden que mi devoción por ti es indoblegable. Trato de levantarme nuevamente sólo para descubrir que estoy amarrado, trato con fuerza pero me es imposible.
La intoxicada calma persevera, y aún con los ojos abiertos, no logro definir quienes están a mi alrededor. Esta vez si escucho claramente cuando alguien dice, “Si, yo lo vi ayer en la oficina, de buen humor. Mejor dicho, de mejor humor”. ¡Ah! si es de mañana, pero ¿Por qué no hay dolor?, ¿Por qué no me puedo mover? ¿Dónde estás?
Parpadeo lentamente, o al menos eso creo. Todo se nubla, sólo veo lo que parece ser una sábana sobre mi rostro. Me da pánico saber que todo esto pasa sin tenerte a mi lado, ¿Dónde estas? Me pregunto, y en un arranque de miedo, o valentía, me levanto de golpe. Ahora si estoy libre y me puedo mover con facilidad. Para mi horror, veo cómo me dirijo con velocidad hacia arriba y a medida que me acerco al techo, cierro los ojos anticipando el golpe. Pero nada pasa, sigo confundido y aturdido, me aferro a tu imagen, a tu aroma y sabor inconfundibles. Volteo rápidamente y abro mis ojos, te veo a mi lado, mi mano aferrada a ti. ¿Qué hago allí? ¿Quién es ese que trata de apartarnos? ¿A dónde te llevan?
Una brisa solloza suavemente en mi rostro, todo es silencio y luz. Alguien forzosamente te arranca de mi mano, y con la misma moción, tu caes al suelo, vencida y fría, rompiéndote en mil pedazos. De repente, veo una silueta ponerse sobre mi, nuestras miradas fijas el uno en el otro y con voz sombría pero delicada, me dice que hay amores que matan. Pero ¿Qué sabe él del amor? si no te conoce como yo a ti. Si no sabe lo que tu haces por mi y no sabe a los lugares mágicos que me llevas.
Ya es de mañana, pero no tengo dolor, o al menos eso creía.
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