En mayo de 2004 el escritor, periodista, guionista y editor colombiano —Premio Nobel en Literatura 1982, máximo exponente del boom latinoamericano en el pasado siglo y adalid del realismo mágico— Gabriel García Márquez, terminó esta narrativa corta después de una larga y asfixiante sequía, dando alivio a la ansiedad literaria sufrida por su vasta legión de seguidores y admiradores. La editorial colombiana Norma, S.A., sacó esta primera edición en octubre de 2004; yo la leí —cortesía de un agradecido y oportuno regalo de mi padre— en enero de 2005.
Escrita en forma de memoria, narra, en primera persona por supuesto, con frases diáfanas y perfectas, las últimas vivencias de un anciano solterón, caribe —sabio triste, como lo llamaba Rosa Cabarcas, dueña de un viejo burdel, de la costa colombiana— y jubilado de su condición de estar vivo, cuyo única virtud fue la perseverancia de envejecer en la monotonía de su larga vida: vivir en la misma casa colonial, llenándose del polvo del tiempo, inflar cables para un diario, escribir la nota dominical de su columna en el periódico local, leer, escuchar música clásica, visitar prostíbulos, y practicar la sodomía a su criada Damiana —de hecho, después de tantos años, ella aún era virgen— una vez al mes. Sólo que en esta memoria, al cumplir el viejo noventa años, decide regalarse una noche de amor loco con una adolescente —la casualidad le consiguió una niña de catorce años que bautizó con el nombre de Delgadina— virgen.
Imagino que Gabo se inspiró en una novela de otro escritor que también ganó el Nobel en Literatura, pero catorce años antes que él, el japonés Yasunari Kawabata, y su famosa The house of the sleeping beauties (La casa de las bellas dormidas) —Nemureru Bijo, en japonés, 1961—. De hecho, en el prefacio de Memoria de mis putas tristes, puede leerse unas líneas de la novela escrita por Kawabata: «No debía hacer nada de mal gusto, advirtió al anciano Eguchi la mujer de la posada. No debía poner el dedo en la boca de la mujer dormida ni intentar nada parecido.»
Esta corta, pero esperada, ficción no llegó sin su inevitable carga de controversia y polémica moral. Comenzando por el título, para muchos obsceno, de la obra. Gracias al don mágico de haber sido escrito por una eminencia de las letras universales y Premio Nobel de Literatura, como Gabriel García Márquez, quedó legalizado, institucionalizado, absuelto moral y literariamente, el uso, sin repercusiones, quejas, ni pudor anacrónico, de palabras como putas en los títulos de obras literarias de distribución y difusión masiva e internacional. Basta con ir a cualquier librería para darse cuenta de la reciente proliferación de títulos con obscenidades, a raíz del libro de García Márquez. “Si él usó la sugestiva palabra putas en su título, yo también puedo hacerlo”, parece ser la consigna vox populi de muchos editores actuales. Otro dato curioso, en relación a la publicación misma, fue la nube de rumores que se tejió a raíz de un supuesto robo, y sus consecuentes copias ilegales, del manuscrito de imprenta; listo para ser distribuido ilegalmente antes de su publicación oficial, lo que aparentemente obligó al autor a cambiar, a última hora, una parte del texto y el título, dejando fuera del mercado a la apócrifa copia.
Ficción es ficción, aún así, no faltaron los descontentos por parte de sectores más conservadores y religiosos que catalogaron a esta narrativa como un vehículo para “dar aliento y ver como algo común a la rampante pedofilia, la pederastia y la prostitución infantil”. A continuación transcribo parte de un artículo aparecido en octubre de 2009, en el diario mexicano INFORMADOR.COM.MX, de Jalisco —titulado García Márquez en el ojo del huracán—, en donde se hace referencia a esta novela: La adaptación al cine de la obra literaria de Gabriel García Márquez, Memorias de mis pu... tristes (2004), ha chocado de frente con la influyente periodista Lydia Cacho, quien ayer acusó al premio Nobel de Literatura colombiano de hacer “una apología a la trata de niñas”. Cabe recordar que Lydia Cacho es una reconocida activista en favor de las mujeres y contra las mafias de pederastia, fue reconocida el año pasado con el Premio Mundial de Libertad de Expresión de la UNESCO y el Premio Libertad de Expresión de la Casa de América en 2008. En un artículo de opinión que publicó en el diario de circulación internacional El Universal, Cacho se pregunta por qué “Gabo” aceptó llevar a la gran pantalla la novela “en un momento en que el mundo está luchando contra la creciente explotación sexual comercial de niñas y adolescentes”. En la novela, recuerda Cacho, “un viejo de 91 años que ha tenido 514 amantes le pide a una lenona que le consiga una niña virgen para su cumpleaños. Se la entregan en el prostíbulo, drogada para que resista la violación. El viejo le canta y se enamora”. La periodista sostiene que “ese argumento lo hemos escuchado de cientos de pedófilos que buscaban niñas vírgenes de entre 13 y 14 años para violarlas y que pagaron porque alguien las secuestrara, comprara y vendiera”. El gobierno de Puebla, donde se supone iban a filmarla, retiró su apoyo financiero a dicha producción a raíz de esta, y otras denuncias, y fue cancelada. Como ven, se requerirían libros enteros para hablar de tan delicado tema.
En la página cuarenta y tres de mi lectura me saltó una duda. Damiana le dejó al viejo una tarjeta de cumpleaños sobre la almohada: Le deseo que llegue a los sien ¿No sé si deliberadamente el autor deja en entredicho la ortografía de Damiana? O simplemente fue un error que se les escapó a los correctores de la editorial.
Como quiera que sea, esta obra de García Márquez está preñada de aforismos y oraciones poéticas donde, una vez más, Gabo nos regala —sólo queda el sabor en la boca de que debió haber sido más larga— una mini obra maestra. Ya lo dijo él mismo, en el Discurso del Banquete Nobel, el 10 de diciembre de 1982: «En cada línea que escribo trato siempre, con mayor o menor fortuna, de invocar los espíritus esquivos de la poesía, y trato de dejar en cada palabra el testimonio de mi devoción por sus virtudes de adivinación, y por su permanente victoria contra los sordos poderes de la muerte.»
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