Esta semana —el lunes 10 de enero, para ser más exactos— el extraordinario novelista español Antonio Muñoz Molina cumple cincuenta y cinco años. Sería absurdo examinar la literatura contemporánea y no mencionar a Muñoz Molina. Entre tantos escritores, él es uno de los autores, en idioma español, que más admiro y respeto, no sólo por su prolífica producción periodística y literaria, sino por el contenido de su obra. Una obra deliberada, madura, pensada, donde cada frese, cada línea, cada palabra, cada adjetivo, cuidadosamente moldea la esencia de su contenido transmitiendo, con envidiable eficacia, el despertar de los sentimientos, estimulando los sentidos del lector. En sus novelas se evidencia su inagotable talento cuando escribe largos párrafos —recordé a Saramago, cuando leí una novela suya por primera vez— sin dar respiro al siguiente, explayando verbos, adjetivos y comparaciones moldeando a su gusto la rica lengua española; muchas comas y pocos puntos.
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Antonio Muñoz Molina retratado por Jesús de Miguel |
Antonio Muñoz Molina nació en Úbeda, provincia de Jaén, en 1956. Estudió periodismo en Madrid y se licenció en Historia del Arte en la Universidad de Granada, ciudad en la que residía desde 1974. Posteriormente se trasladó a Madrid. Es autor del ensayo Córdoba de los omeyas (Planeta, 1991) y ha reunido sus artículos en los volúmenes El Robinson urbano (1984; Seix Barral, 1993 y 2003), Diario del Nautilus (1985), La huerta del Edén (1996), Pura alegría (1996) y La vida por delante (2002). Su labor como articulista ha sido reconocida con los premios González Ruano de Periodismo y Mariano de Cavia, ambos en 2003.
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Película basada en la novela de Muñoz Molina |
Su prolífica obra narrativa comprende, entre otros libros: Beatus Ille (Seix Barral, 1986 y 1999), que obtuvo el premio Ícaro —traducido al inglés como: A Manuscript of Ashes—; El invierno en Lisboa —Winter in Lisbon— (Seix Barral, 1987 y 1999), que recibió el Premio de la Crítica y el Premio Nacional (España) de Literatura, ambos en 1988; Beltenebros —Prince of Shadows— (Seix Barral, 1989 y 1999); El jinete polaco (1991, Seix Barral, 2002), que ganó el Premio Planeta en 1991 y una vez más el Premio Nacional de Literatura en 1992; Los misterios de Madrid (Seix Barral, 1992 y 1999); El dueño del secreto (1994); Nada de otro mundo (1994); Las apariencias, 1995; Ardor guerrero (1995); Plenilunio (1997); Carlota Fainberg (2000); Saferad (2001) —Margaret Sayers Peden ganó el PEN/Book-of-the-Month Club Translation Prize en 2004 por la traducción al inglés de la novela Sepharad—; En ausencia de Blanca —In her absence (2001); Ventanas de Manhattan (Seix Barral, 2004); El viento de la luna, 2006; Días de diario, 2007; y, La noche de los tiempos, 2009, su más reciente novela.
Desde 1996 ocupa el sillón u en la Real Academia Española. Está casado con la también escritora y periodista Elvira Lindo y vive entre Madrid y Nueva York, donde dirigió el instituto Cervantes desde el 2004 hasta mediados de 2006. En 2007 le fue otorgado el Doctor Honoris Causa por la Universidad de Jaén. Sus columnas han aparecido con regularidad en el diario español El País, entre otros.
De su nutrida sección autobiográfica Autorretrato, parte de su página web oficial —http://antoniomuñozmolina.es/—, tomé este párrafo que ejemplifica la pluralidad artística —ambos somos fanáticos de la música y de Las aventuras de Tintín— y la profunda sensibilidad humana de Antonio Muñoz Molina: «Creo que el escritor continúa el oficio inmemorial de los narradores de cuentos, que daban forma mediante relatos orales a la experiencia compartida del mundo. Contar y escuchar historias no es un capricho, ni una sofisticación intelectual: es un rasgo universal de la condición humana, que está en todas las sociedades y arranca en la primera edad de la vida. Quizás por eso no me atrae mucho la literatura que se vuelca sobre sí misma, que tiene al escritor y a la escritura como focos principales de atención. Cervantes y Galdós, Virginia Woolf y James Joyce, Borges y Onetti, Proust y Flaubert, entre tantos otros, me han enseñado lo mismo, de muy diversas maneras: a buscar la forma más eficaz de contar la realidad visible del mundo y la invisible de la conciencia humana. Pero también aprendo mucho de la música y de la pintura, y del cine, aunque lo frecuento menos que cuando era más joven».
Quiero terminar con una cita del propio Muñoz Molina: Leer es el único acto soberano que nos queda —Reading is the only sovereign act we have left—.