–Luis Fernández Zavala*–
There is no pornography without secrecy.
D.H. Lawrence
Recientemente,
visitando la ciudad de Crozon, situada en una enorme y silenciosa bahía al norte
de Francia, en la región Bretona, me encontré con la novedad de que más de uno de
mis anfitriones comentaba con vehemencia el éxito comercial global de Cincuenta sombras de Grey de la autora
inglesa E.L. James. “Es una novela erótica sobre sado-masoquismo, escrita por
una mujer para las mujeres”, me dijeron. “¡Es un éxito!”, corearon varios.
Viniendo los comentarios de franceses que deberían conocer el impacto cultural
y literario de las obras de ficción sexual de mujeres como Pauline Rèage (Histoire d’O, 1954), Jean de Berg (L’image, 1956), y Anaïs Nin (Little Birds, 1974), presté atención,
confesé mi ignorancia y pedí referencias.
Cuarenta
millones de ejemplares vendidos en el mundo. Es el libro de venta más rápida en
su versión económica impresa y el más vendido en su versión digital en Kindle (cerca del millón). Las ventas
han sobrepasado las expectativas de la editora Random House motivando la asignación
de un bono de cinco mil dólares a cada trabajador. Ha sido traducido a treinta
y un idiomas, incluido el castellano, croata, japonés y el finlandés. En las
redes sociales, como facebook, las
mujeres siguen los avatares amorosos de los personajes y expresan sus
preferencias sobre los posibles actores y actrices para la versión fílmica. Se
vende t-shirts con textos alusivos al
sado-masoquismo (“relájate y obedece”), se vende ropa interior alusiva al
libro. Desde septiembre de este año se puede adquirir el disco compacto con la
música clásica mencionada en el libro. Plomo (grey) es el color recomendado
para decorar no sólo el dormitorio, sino toda la casa. Incluso se sospecha que
el incremento de las ventas de sogas en algunas ciudades de los Estados Unidos
es debido a este libro. En pocas palabras, 50
sombras... se ha convertido, en muy poco tiempo y con la rapidez que el
mundo digital lo permite, en un fenómeno cultural y de mercado excepcional. “¡Felicitaciones
a la autora! ¡Bien hecho!”, les dije.
En los
días siguientes, puede ver el libro en el
escaparate de la única librería del pacífico pueblito de Crozon.
Posteriormente, siguiendo mi periplo francés, encontré el libro en las librerías
de ciudades más grandes y cosmopolitas como Tours, Nantes y París y hasta en
una obscura librería en la estación de tren de Quimper.
Si bien
no estaba en mi lista inmediata de lecturas, tanta algarabía me despertó la
curiosidad y bajé la novela a mi Kindle.
Después de todo –pensé– sería una buena lectura para mejorar las condiciones de
mi vuelo de nueve horas de regreso a los Estados Unidos y relajarme ante la
presencia amenazadora de la tormenta Sandy.
Durante
el vuelo, me enteré que Sandy no sería
problema. Ya había arrasado New York y
se alejaba de mi puerto de entrada, Washington D. C. Me quedaba entretenerme
con 50 sombras…, ya sin otra tensión
que arreglar mi largo cuerpo a la estrechez de mi silleta de vuelo por nueve
horas. Sin embargo, por más que me esforzaba por avanzar en la línea narrativa
de la obra de E.L. James y habiendo agotado 60% de ésta, el aburrimiento me
alargaba las horas de vuelo miserablemente. ¿Qué estaba pasando? ¿Acaso estaba
muy cansado para entenderla? ¿O quizá, mi genero de varón me impedía acceder al
erotismo prometido?.
No, me
dije. Lo que pasa es que este libro ni es erótico, ni es buena literatura.
Entonces, ¿cuál es la explicación de su
éxito comercial global, mayormente entre las mujeres?
E. L. James |
Otros
críticos (Jessica Reaves del Chicago
Tribune) van más al detalle y consideran que el tema en sí no descalifica
al libro, porque hay varios ejemplos de obras de ficción sexual con calidad
literaria escritas por mujeres. El problema es la calidad de lo escrito. En
este sentido, se critica la pobre presentación estereotipada de los personajes,
su relación poco creíble, el desarrollo de la acción obvia y predecible, diálogos
bobos, lo repetitivo en la descripción de la excitación sexual, ausencia de
imágenes, el uso de metáforas dignas de niños de primaria y por último, la
ausencia de drama y la tacañería en la construcción de frases dignas de
recordarse.
En las
secuencias de la relación entre los dos personajes principales (Anastasia y
Christian) todo es externo, bonito, aburridamente presentado de color rosa,
pero un poquito más picante para venderse en los supermercados.
El argumento
de la obra podría resumirse así: chica educada, virgen a los 21 años –en contra
de las estadísticas sobre la sexualidad juvenil en los Estados Unidos e
Inglaterra[1]– con
un ego disminuido, encuentra al príncipe azul (o grey, plomo[2]). Al
príncipe le gusta hacer sentir que él es príncipe: “No me toques”, “te vienes
cuando yo quiera”, “te vistes como yo quiera”, “tú eres mía, yo no soy tuyo”,
“me gusta controlar”. A la moderna Cenicienta le gusta y se sorprende de la
sexualidad de Christian, pero quiere “algo más”. El paradigma (o construcción
social) usado es que en una relación heterosexual, la mujer busca amor y
compromiso, mientras el hombre busca sexo (en el caso de Christian, sexo kinky).
La
doncella que a los 21 años todavía es virgen sexual y orgásmica, hace de
Anastasia una chica post-moderna especial. Se siente en desventaja con respecto
al resto de sus congéneres. Ella no se siente sexi como Kate, su compañera de
habitación. Para acceder al placer de mujer adulta que quiere dar placer, ser deseada
y recibir placer tiene que firmar un contrato. Aquí la autora malgasta su
tiempo –y del lector– con los detalles del contrato, que es el recurso para
hacer “legal” el acto de sumisión (¿réplica del compromiso matrimonial?),
admisible, respetable y seguro. El resto de la historia es darle relleno
moderno y decorativo a una relación entre estereotipos sacados de una revista
de SM para ser presentada a las girl
scouts.
Para
pintarla como una mujer joven de nuestros tiempos, no es casual que Anastasia escriba
correos electrónicos coquetos (el general Petraeus y su amante saben de este
poderoso instrumento de calentamiento a distancia; los sex-texting es una manía generalizada entre los jóvenes del siglo
XXI). Ella usa su MacBook (“cacharro
infernal”), su IPod, escucha música
de Britney Spears, pone especial atención a la marca del carro, a la alfombra
cara, a la calidad de la ropa de su príncipe (“me ha dejado uno de sus boxers
de algodón, de Ralph Lauren, nada menos.”) y a los vinos caros que el galán le
ofrece con displicencia seductora. Ella es la Cenicienta moderna.
Christian
Grey, el príncipe plomo, es la imagen del novio de la Barbie. Ken es el muñeco inalcanzable,
frío, distante y robótico creado por Mattel Inc. y que las mujercitas ahora
adultas, todavía sueñan en 50 sombras...
Esta imagen del novio ideal ha sido globalizada y se puede encontrar en todas
partes el mundo y se ha ido reciclando según el ambiente cultural desde su
introducción en 1961. Por ejemplo, en 2011 se lanzó una versión de Ken para
adultos coleccionistas. Los muñecos de Mattel tienen vida propia. Ken y Barbie
tienen desencuentros amorosos como cualquier otra pareja. Se separan, se
juntan, él no quiere casarse. En la versión de E.L. James, Ken-plomo le gusta
darle nalgadas a su amante y no quiere comprometerse más allá de su contrato de
gustitos sexuales.
La
autora recurre a la “diosa que llevo adentro”, como la voz de la conciencia y
lo formal de Anastasia que le hace llamados de atención ante su comportamiento
ambivalente. Esta diosa, un ícono presumiblemente usado para crear drama, no
logra alcanzar ese nivel. Es unilineal,
aparece y desaparece convenientemente. No le crea conflicto mas allá de “yo te
lo dije”, tal cual su madre se lo diría, o salta llena de alegría pueril cuando
Anastasia se apunta un gol efímero en sus coqueteos con Christian. Pero el
lector no sabe nunca que arquetipo de diosa está dentro de Anastasia:
¿Afrodita, Hermis, Athena...? ¿Una combinación de todas? Esta voz interior es más
bien la imagen del genio de la botella o el hada madrina en la versión de Walt
Disney.
El
éxito de 50 sombras... radica en usar
imágenes ya conocidas e interiorizadas por las mujeres actuales para hacerlas entrar
en el sado-masoquismo de salón. Ese que hace que los asuntos en la cama sean un
poquito más interesantes. La señora E.L James no quiere escandalizar a nadie,
sólo utilizar los íconos aceptados y pintarlos modernamente con un tenue barniz
bizarro, pero aceptable y presumiblemente de buen gusto. Después de todo, a qué
mujer no le gustaría un poquito de sal y pimienta durante el sexo que les
permita tener orgasmos más frecuentes.
Su obra
no pretende buscar el camino de la transgresión que sigue “O” (cuánto de mí voy
a negar, para arribar a un estado casi místico de entrega al otro) sino contar
un cuento de hadas con el cual se identifique la mujer promedio sobre la base
de fantasías pueblerinas retrogradas: ¿A qué chica no le gustaría tener un
novio millonario, educado, bonito, bien dotado, físicamente perfecto, bien
vestido, que le dé regalos caros? ¿Qué chica joven no le hubiera gustado tener
orgasmos en su primer acto sexual?[3] ¿Qué
chica de cualquier parte del mundo no sueña con tener una cita y ser
transportada en helicóptero (o unicornio)?
Anaïs Nin |
Anaïs
Nin podrá decir: “The little clitoris stiffens like a nipple. My head between
her two legs is caught in the most delicious vise of silky, salty flesh”.
E.L.
James dirá: “Cogiéndome por la parte superior de ambos muslos, me separa las
piernas. Gruño con fuerza al notar que su lengua me acaricia el clítoris.
Dios...”.
Si la
función de la ficción es reinventar la realidad –mentir, como lo llamaría Mario
Vargas Llosa–, la ficción de la señora James es poco creíble. En la ficción, la
verdad de los hechos se transforma pero siempre hay un referente que el lector
puede identificar en la vida real. Es puente por el cual transita la dicotomía
realidad/ficción y donde la literatura ejerce su hechizo. En 50 sombras... no hay ese referente
básico. La realidad sin ficción de la que se parte es ya una mentira a secas.
Esto debido a que sus personajes son modelos mediáticos y de escaparate,
arlequines ya mentirosos, antes de ser ficcionales. Siguiendo a MVLL sobre la
relación ficción-verdad: “toda buena novela dice la verdad y toda mala novela
miente”.
Para
llegar a ser una obra de ficción sexual,
la novela tendría que haber entrado en el otro lado de la sexualidad: aquel en
que parece lo prohibido, lo misterioso, lo transgresor, la búsqueda del placer
en circunstancias catalogadas anormales pero muy íntimas y sin mencionar
repetidamente que lo que está sintiendo la protagonista es “erótico”. Al no
estimular la imaginación intuitiva del lector cuando se presenta la descripción
de lo estrictamente sexual, no hay espacio para la asimilación imaginada de
texturas, insinuaciones, colores, la exacerbación de otros sentidos. Todo se
queda a nivel fotográfico y voyerista.
Las
relaciones de poder que sí se dan en la tranquilidad del dormitorio de las
parejas, aquí se dan desde la perspectiva de un modo de vida del protagonista.
Pero él no es transgresor, él sigue mandando en la cama tal y como manda a sus
empleados de exitoso imperio comercial. Ken-plomo, no puede dejar de jugar su
papel de niño rico. Al contrario de la Historia
de “O”, donde la presencia masculina es fuerte por las demandas y etérea en
su historia personal, casi fantasmal, 50
sombras... pone al centro al príncipe plomo y sus caprichos.
Hubiera
sido más interesante para el lector, que con todo el poder que le da el dinero,
Christian hubiese devenido en un cross
dresser y así crear un conflicto. Un drama de varios mundos encontrados
frente a los cuales la heroína tiene que definir su amor y atracción sexual.
Hay
otros alcances dignos de resaltar en esta trilogía. El primero es obvio: dada
la permisividad sexual de nuestros tiempos, quizá ahora se pueda intentar algo
más en la privacidad del dormitorio de las parejas al presentarse el
sado-masoquismo como juego sexual sin un carácter subterráneo. Por último,
desde Octubre de este año se puede adquirir la música exquisita que la autora
presenta en la novela. Sin embargo, como podemos notar, ambos logros, no son
literarios.
*Luis Fernandez Zavala, Ph.D. vive en Santa Fe, New Mexico. Acaba de
terminar su primer libro de historias cortas, El guerrero de la espuma y otras
tantas despedidas. luferza@gmail.com
[1]
En USA, según el Centre for Decease Control and Prevention,
76 % de las mujeres entre 17-18 tienen sexo; el porcentaje es mayor en el grupo
de 20 a 24 años (81 %). El grupo de edad de Anastasia. En Europa, Inglaterra
tiene el porcentaje más alto de actividad sexual (40 %) del grupo femenino
quinceañero.
[3] Mientras que 75 % de los
hombres siempre alcanzan el orgasmo,
sólo 29 % de las mujeres lo obtienen durante el coito. Esto en circunstancias
normales y no estresantes como la desvirginación. National Health and Social Life Survey.