POEMAS, DE LÊDO IVO
-Alberto Hernández-
1.-
Hay una mirada oculta en las imágenes de este poeta brasileño que acaba de llegar a nuestra casa, y que por alguna razón toca a Dios y lo desvanece, lo hace más invisible y menos lejanía para los lectores.
Poemas (La liebre libre), de Lêdo Ivo, es una presencia extraña, un hallazgo de la sombra, de esa cotidiana impresión traduce el pecado: lo no visible también es paisaje.
La confesión, la palabra para biografiar el texto, se imbrica de detalles de una voz que siente y niega:
Mi vida es como una ventana abierta sobre Asia.
Profeso lo imaginario, y en este rito,
renazco al contemplar lo inexistente
que brilla a la luz de mi trópico de agua.
Lo opuesto, lo no reconocible, lo escondido en la luz, en el despojo de las superficies, en la inflexión de lo imaginario, en la práctica de una divinidad recién tocada. Desde este corpus, parecido a un desierto, el poeta abarca su interior y la mirada que lo designa.
2.-
En la línea de su panteísmo, Lêdo Ivo recorre todos los espacios donde presumiblemente radica Dios. En cada insignificancia, en el rocío, en el canto de un pájaro sobre un semáforo, en una rosa o en la suma del horizonte. Materia cierta de un universo en el que la moldura de quien no vemos se refleja en cada acto, en cada reminiscencia. O en todo olvido. Un ligero soplo bíblico, por ejemplo, en La ofensa de los hombres. O en Encuentro y duración de los muertos: Muertos continúan/ vivos, siempre amados. Vivir es protegerlos.
Pero también Dios es el lado oscuro del mundo: la basura, la podredumbre, la pestilencia y la conjunción del bien y el mal, interpretada en la desnudez de los sonidos de los versos, a veces secos, metálicos, con alguna incidencia hermética que nos remite a lo invisible, al misterio. Aunque el ojo nos vea, detrás de su acción está el ave Fénix, lo reencontrado, no como esperanza, sino como perplejidad.
La palabra como objeto de desintegración, como instrumento para descubrir al hombre, su sentido y su no sentido. En una sintaxis primitiva, sencilla, Lêdo Ivo nos entrega una poesía de la otredad, en un sujeto que se oculta, que vuelve en cada frase, pero que sólo es una alusión, un intento, una elucubración.
3.-
Moroso en su tono, entre el ruido y el silencio. No atiende a musicalidad alguna, excepto cuando define desde la metáfora (escasas) e intenta fundarse en una cadencia ingenua e íntima. ¿Dónde está lo definitivo en este autor que desplaza la tradición poética brasileña y se adentra en el resumen de imágenes casi inmóviles?
Discurso y declaración del contrario: totalidad. Vínculo consagrado a las voces que se resisten a una interpretación desligada del festejo gozoso de la muerte, como apunta Eduardo Cobos.
El visitante Lêdo Ivo
(segunda lectura)
4.-
La carne del poema anuncia el desastre, esa sucia y sombría precognición donde alguien se hace patético silencio. Lêdo Ivo, una de las voces de aquella generación deportas brasileños venida de la década del 40, se revela sonido cercano gracias a la traducción de Eduardo Cobos.
Con Ferreira Goullar y Joao Cabral de Melo-Neto, insiste en las imágenes que fijan la permanencia en los restos, en los trozos materiales de lo que flota en la memoria.
El tiempo se amontona en la piel y vierte su pátina bajo la materia rítmica de lo inaudible. Lêdo Ivo es un poeta sin abalorios, entrega la niebla para que la palabra la convierta en parte de su canto, sin necesidad de ensombrecer la pasión o la mansa entrega de sus signos.
5.-
Sólo cuando nadie lo contempla el mar es el mar,
senda pura extendida en el agua, entre el acantilado y las embarcaciones.
Poética panteísta, sin límites para lo animado, sólo las cosas testimonian la orfandad de lo invisible. Al mirar, revelamos la ilusión, la escritura de lo callado. Mirar es borrar la anécdota, las mareas que sólo son en soledad, en el menester del mismo alguien asordinado. Detrás de lo que vemos está la verdad del espejismo, ese otro que descombra, oculta y desaparece, para luego mostrarse espuma, movimiento del secreto: el soledad el mar es el mar.
El poeta usa el alejamiento, la distancia para aceptar la fatalidad o el amor. Lo que siente, ve o toca, podría rozar el desvarío:
El paisaje es comentado por la música. O la vida, liberada de los lenguajes eventuales,
se festeja en la memoria
en el espíritu sometido a un infinito ahora
eternamente presente como el océano en las playas.
Muy allá, donde reinan los secretos, palpitan el tiempo y un espacio que no tiene nombre. Sólo entona, dilata el vocablo.
6.-
Modernista en lo que tiene de símbolos multiplicados, la poesía brasileña significa el nombramiento de lo escrito y de lo dibujado, elaborado en una geografía inasible. Esta muestra que es Lêdo Ivo: el espíritu no deja de flotar y hasta se abandona en algunos símbolos dispersos. El inmenso universo poético de Brasil revisa aún la aventura iniciada en el primer tercio del siglo XX. Por esa razón de filosofar y hasta de reencarnar lo ausente, Ivo es rara avis de la poesía en lengua brasileira.
Entre existir y no estar se debate el imaginario de Lêdo Ivo. Dios niega el cielo del pájaro, lo borra entre las nubes, y como el otro que lo vivita mi vida es un sueño y nada más. La palabra se presenta dilatada y se apaga: absurdo como la vida, donde se anida/ la pátina de la muerte, vuela el pájaro.
7.-
Un ojo desaparece los cuerpos: los atrapa y los mancilla. El cuerpo se hace nada, se pudre y hasta anuncia el día para dejar de decir. Conjura su propia esencia, la martiriza al ensoñar la memoria. Es tan ausente que asombra su presencia. De allí que al desaparecer –por muy sujeto amado, palabra al fin- la voz encarna a quien sólo nombra. Yo pensaba que los muertos no regresaban/ y sin embargo aquí estás, radiante y pobre.
Este libro, Poemas, producto de una lectura muy personal (como todas, porque en definitiva uno se lee en todas las páginas), recoge los cortes más profundos de Lêdo Ivo. Su constante, esconder el rostro, asomar lo que no está y lo que se imagina. La muerte es sólo un desahogo, un escape intimista y hasta romántico que nos recuerda al insomne de Cumaná: Yo me escondía detrás de las persianas. Y el día cerraba los ojos como las jóvenes suicidas en sus lechos de canícula. En mis sueños las piedras imperturbables herían los dedos de quien intentase tocarlas. Yo circulaba entre la duna y el mar, en el espacio no alcanzado por el moho de la vida. El yo y la adjetivación: una atmósfera que apenas avisa su ausencia, porque frente a esta lectura sólo queda regresar al lugar donde no estuvimos, a la ilusión donde nadie queda.
ah.-