(Muestra
de antipoesía o Nicanor Parra promete un discurso)
-por Alberto
Hernández-
Abro el libro. Un ataque de asma verbal me
inclina sobre las páginas. Y allí está el peine empujando las letras hacia el
cráneo desértico de una hoja de block recién arrancada de cuajo. Con sus líneas
intactas y un Julio Ortega que intenta interpretar la voz de Nicanor Parra, el
poeta revoltoso de Chile ha llenado de provocaciones el mundo y ha cubierto las
paredes de América Latina con los graffitis
de la amargura ajena. Se trata de un poeta paródico, signado por una locura que
bebe el agua de un idioma como el español, fraseado por la lengua viperina de
Cervantes y por los ganglios de Vallejo a la hora de hurgar y sacar a la sombra
los recados de todos los demonios.
En un coloquio con su día a día, este Parra, el
llamado Nicanor, hermano de Violeta, nos llena de inclinaciones ante
precipicios y montañas. No en vano le cantó a la Cordillera de los Andes con
una letanía propia de un cura desnudo en medio de la lluvia.
Ortega lo trae en el prólogo de Poemas para combatir la calvicie
(Muestra de antipoesía), que el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes,
la Universidad de Guadalajara y el Fondo de Cultura Económica de México
entregaron como libro en 1993, y que hoy, a propósito del Premio Cervantes que
Parra no fue a recoger porque necesita un año para escribir el texto que oirían
los asistentes al evento, a los 98 años, se nos ocurre más antipoeta, más
soliloquio, más contrapunto, más notación, más canción y más articulado al mapa
de sus temblores nacionales.
Arrebatado por un humor cuantioso, sacado de
la calle, de los rincones de los barrios, de las mismas academias, de los
burdeles, de los confesionarios, de las casas de gobierno, en una inusitada
precisión canónica, por decir que ha generado escuela y seguidores, fue
impulsado con la acidez de sus textos a un tiempo para decir y a un tiempo para
seguir diciendo mientras el peine va y viene sobre la cabeza pelada del
Universo.
Tendría que preguntarle a la máquina de
escribir de Nicanor Parra que el nieto llevó a Asturias para poder entender esa
prédica permanente, moldeada de artefactos, poemas de emergencia, discursos,
sermones, chistes, coplas, ecopoemas, hojas que llevan su apellido, trabajos
prácticos y poco prácticos y hacerme a la idea de que navego en un poemario
lleno de respuestas que nunca tuvieron preguntas porque no hacían falta. Y así,
insatisfecho con el ritmo de su respiración, se desmintió y hasta se mintió
para decirse y hablarse en una poesía que es antitodo o antídoto, pero que en
el fondo, en lo más oscuro de su silencio, es poesía. Y mire que ha andado el
hombre en medio de voces, de frases, rasgaduras, diálogos y monólogos. Tanto
que nos deja pasmados como lectores y nos seduce con la cierta amargura de su
destreza para demostrar que es tan feliz como una ostra, lo cual enorgullece a
quien lo lee y lo estima o lo deja a un lado mientras el mundo se abre en
manifiesto político, ecológico, crítico y hasta lacónico, por decirlo un poco
con Ortega, quien lo desgrana y casi lo hace ver panteón nacional de no sabemos
qué cosa y hasta de la poesía. Que vale decirlo con todas sus letras y pausas:
Nicanor Parra no es calvo, pero es poeta y muchas veces no usa peine, pero sí
escribe. Oral también es porque habla y cuando calla también es oral. Es decir,
como cualquier poeta de trasnocho que corre para rebajar y mira la luna para no
caer de bruces contra el asfalto que lo sostiene. Una bobada más. Abrigo la
lectura de otro prólogo, el de Enrique Lafourcade, en el que afirma: “Humaniza
lo solemne. Es su método. Le quita tontería a las cosas mediante lo cotidiano y
directo, la voz coloquial, el dicho, el remoquete…”, y así en medio de un
bochinche de voces, gritos y anuncios donde revisa fechas, países, candidatos
al infierno…es un decir. Y también quien lo mide y lo medita, José M.
Ibáñez-Langlois, quien lo presenta en sus Antipoemas,
como el anterior en su Poesía política.
Este Ibáñez dice: “Entre risas y acrobacias ha robado el fuego sacro donde lo
ha encontrado, tomando a los simbolistas la música, a los surrealistas el
sueño, y al hablar espontáneo de su pueblo la intuición”. Y así, es Nicanor
Parra.
Sus Versos,
los publicados en entrega ilustrada con fotografías de Daniel Vittet por la
editorial Nascimiento, en un año que no aparece por ningún lado, Nicanor Parra
le dice al lector: “Yo no permito que nadie me diga/ Que no comprende los
antipoemas/ Todos deben reír a carcajadas.// Para eso me rompo la cabeza/ Para
llegar al alma del lector.// Déjense de preguntas. / En el lecho de muerte/
Cada uno se rasca con las uñas.// Además una cosa:/ Yo no tengo ningún
inconveniente/ En meterme en camisa de once varas”. Y lo hizo, se metió y salió
bien librado. Hasta elegante.
Pero dejemos esos pasmos a un lado y volvamos
a los Poemas para combatir la calvicie,
porque, total, se trata de una recopilación de muchos de los textos que
aparecen en los libros mencionados, y que hacen y deshacen en estas páginas
donde el chileno sigue siendo chileno y donde en los “Artefactos” nos regala:
“Revolución/ Revolución…cuántas contrarrevoluciones/ se cometen en tu nombre”,
en una pregunta que anda de respuesta en respuesta. Y que nos afinca en este
ahora donde saltan y cansan los que no tienen respuesta. También: “El
pensamiento muere en la boca”. O: “Para ser Presidente hay que ser escupido
previamente”. O éste: “…Y así fue como lo convirtieron en tonto útil de
izquierda y en tonto inútil de derecha”. Como si nada. Y es mejor no seguir
porque estos artefactos son herramientas de peligro. Así es Parra, da con
porra. En “Acto sedicioso” canta: “el
poeta se corta la venas/ en homenaje a su país natal”. Otros cobran.
Como si lo atajara, puesto que este texto lo
escribió hace muchos años, digamos que en los 90, Nicanor Parra imaginó: “con
este premio paso a la categoría/ de caballero de la triste figura: // donde me
siente yo/ está la cabecera de la mesa caramba¡…”. Quién iba a creerlo.
Un poco más adelante en las mismas páginas
dejó escrito: “Después el Rulfo sueña con el Nobel? / me pregunta al oído una
prostituta/ como si yo fuera la Susana San Juan/ y ella el padre Rentería// y
yo le respondo con otra pregunta:// si no se lo dieron a Rulfo/ por qué me lo
van a dar a mí? Y se lo dieron. Después, el Cervantes, que no ha ido a recibir
porque no ha terminado de escribir el discurso mientras un elefante sostiene su
muerte con la trompa detrás de los respetables cazadores. Cosas de un antipoeta
que también dijo: “Se escribe contra uno mismo/ Por culpa de los demás”. Así es
Nicanor Parra. Cierro el libro.
AH.
Excelente, Alberto...
ReplyDeleteNicanor Parra
ReplyDeleteEl antipoeta no está ciego como el Oráculo de Delfos,
vela la antipoesía en la noche de su última posada,
no deja rastros, ni deja huellas, rastrea el poema,
enciende una vela a la próxima primavera,
oscurece el cuarto lo que del día queda,
no cree en las ventanas y sin embargo las abre
a ciega, a ciegas se entrega a algún corazón
y se reconoce en el espejo de la hermana muerta.
No es profeta, no es carpintero,
es un soldador de palabras,
recicla en las noches lo que produce su nevera,
el poema crece bajo la tierra y nadie ve sus raíces,
inmenso sol rojo que sólo la amada reconoce.
Un astronauta que no vuela más allá de la parcela
del poema, siembra su luna, ciega el trigo negro
de su último invierno,
el antipoeta nunca llora.
Rolando Gabrielli©2012
DEL EPILOGAR DE ROLANDO DENVER
ReplyDeleteCervantes se hizo amputar una mano en Lepanto, porque ya había escrito el
Quijote en los infinitos sueños en La Mancha de su carrera diáfana hacia la
gloria que no tendría la fortuna de disfrutar. O lo haría finalmente desde
una cárcel, con los restos de su vida y muñones. De 400 años que el señor de
las andaduras manchegas no ha de parar un solo instante en desfaser
entuertos que si no los conociera loco andaría por estas calles de castillos
con dragones en sus puertas, posadas con viejos mísiles en sus patios,
bebidas sin país de origen, molinos de aguas turbias, contaminadas, ni
viento, sólo gigantes muertos soplando la historia al revés contra vientos
de Quijotes que no dejan de andar sueltos de sueños, libérrimos de espíritu,
locos de amor. Sin adarga, en la flor de su vida, viaja por Comala el
Hidalgo Caballero desprovisto de aventuras, no de sueños, entra en la noche
de los espíritus del pueblo y sabe que una nueva historia siempre comienza.
Dulcinea, sólo bésame en medio del trigal de la palabra.
Rolando Gabrielli©2012
La ampolleta de Parra
ReplyDeleteLa ampolleta de Parra
sigue encendida.
¿Poeta de infinitos amperes
o de unas cuantas bujías?
Se sigue viviendo,
lo dijo Neruda,
y todos somos parrianos
como nerudianos, huidobrianos,
mistralianos, rokianos, rojianos,
lineanos, teillerianos.
Hágase el verso y la luz se hizo,
Parra no deja descansar
a los dioses en su Olimpo.
Sobre sus cenizas
se construirá la nueva poesía.
Parra dedica sus mejores epitafios
a sus pares, adorados, inmortales enemigos,
las uvas que el verano
consagra a los dioses.
La poesía no reconoce flores
en su entierro.
El poema respira
si es libre, el aire
que la página en blanco
le concede,
al lector.
Rolando Gabrielli©