—por Alberto Hernández—
Juan Domingo Perón es
imaginado en un poema que vuela sobre la ilusión, sobre una ciudad que vive los
avatares de un tiempo que se repite diariamente en las vidrieras de las grandes
tiendas porteñas. En el hedor que despide la basura de la ruidosa y crecida
Buenos Aires, Juan Domingo Perón rebota entre las vértebras de un poema que
Esteban Moore compone desde las vísceras de una vieja nave aérea, desvencijada
por el óxido de los años, pero no borrada del todo de la fiebre de quienes aún
piensan que el mesías uniformado bajará por una escalerilla a salvarlos de la
insania política de los días más cercanos a estas horas.
El 2 de diciembre de
1964, el pueblo argentino soñaba con ver llegar al caudillo en un pajarraco
oscuro que aterrizaría y volcaría felicidad sobre las miles de cabezas que
ansiosas aspiraban a regresar a los primeros tiempos del general. Pero el tal
avión no era negro, se trataba del vuelo 991 de Iberia, el cual fue detenido en
el aeropuerto de El Galeao por las autoridades brasileñas, por instrucciones
del presidente Arturo Illias. La Operación Retorno se quedó congelada en el
tiempo, en un poema que roza los deseos de aquella gente recostada de un mito.
El poema de Esteban Moore,
contenido en el tomo del mismo nombre, El avión negro, Papel Tinta Ediciones,
Buenos Aires, 2007), reflexiona sobre este hecho y aborda detalles familiares
que le dan más fuerza evocativa a la historia. Este poema conversado, como casi
toda la poesía de Moore, repasa el libro de historia de aquella nación que aún
se debate entre el apellido del militar y la modernidad democrática.
El poema anida en el
mito, recobra la sintaxis de esos días de sueños, de ensueños e ilusiones aún
no superados.
La poética de Esteban
Moore hinca en detalles del pasado, desde un yo que se amplía y se reconoce en
la sonoridad de unos versos bien respirados. El ojo del poeta hace un
inventario de los eventos que lo marcaron en la niñez, en la adolescencia, en ese
pasado que se hace hoy en el tono y la acentuación de la lectura. La voz
curiosa de Moore relata desde la atmósfera de los secretos familiares, desde
las sombras y las luces de sus antiguas casas, desde los nombres que cuelgan de
la memoria. Precisamente, en “Viejos papeles” hay una fotografía color sepia,
un cuadro en el que aparecen palabras y objetos escondidos: “Un sábado por la
tarde/ dedicado a la limpieza de la baulera a poner en orden trastos viejos/
descubrí entre unas cajas de cartón un paquete/ envuelto en papel madera/ atado
con grueso hilo de cáñamo/ oscurecido ---empolvado por el tiempo”. Tiempo y
espacio, historia y lugares donde la mirada de Moore se estaciona, se hace
historia, verso, poema en prosa.
En el poema “Fotografía”
es mucho más evidente lo afirmado arriba. La imagen tiene doble contenido: la
imagen misma, la descripción de los personajes y la nota que en el reverso se
puede leer en dos idiomas. El poeta se recrea en esta instancia y seduce al
lector al acercarlo a la mirada, al rostro de una anciana y de una niña. El pasado
como sustancia viva del poema.
Un paisaje se congela en
la voz de quien lee lentamente: “Mirá eso, pronto no lo volverás a ver”: quien
transita por estos versos hace un viaje por costumbres que ya no existen.
Trazos largos donde se siente el deseo de darle una respiración profunda a la
lectura. Se siente el tiempo hasta la llegada del futuro en el último verso. El
túnel del tiempo rodea cada poema, lo exalta, lo hace presente. “Los
chacareros”, los agricultores, los campesinos…los arreadores: el color local y
universal de hombres que hacen del silencio un modo de “vigilar el maizal”.
Personajes como “El turco de la bolsa”, quien pasó toda la vida en una esquina vendiendo “beines, beinetas, hebillas, hilóz,
agujaás y otras baratijas”, hasta que desapareció y se hizo leyenda, memoria
colectiva, dolor en la ausencia: “Allí/ jornada tras jornada –pasaba largas
horas/ siempre de pie –en posición casi marcial/ esperando a su posible
clientela// Siempre lo vimos con la misma casaca militar…”.
Un personaje lejano como
en una fotografía, pero presente en la mirada del poeta reflejada en el lector.
La lectura vuela, viaja,
se desliza por la geografía afectiva de una ciudad: Buenos Aires entrega “Los
boliches”, “Los cines”, el “Restorán Los vasquitos”, un “Tiempo de cosecha”, la
“Crónica de estos días”, y así hasta una “Carta a Marco Polo/ Venecia”. En
estas líneas la vida y la muerte tienen lugar: la tortura y sacrificio de
Alejandro Javier, a quien llamaban “Bocha”. La panorámica de la memoria hace de
estos espacios parte del mismo rito urbano: las ciudades engendran, paren y
abortan sus locuras y bellezas. Esteba Moore elabora un discurso que cuenta,
relata –como una conversación entre amigos- la historia de su barrio, de su
patio, de su ciudad, de su mundo. Y lo hace consciente de que la historia se
debate entre el mito, la estupidez y la tragedia. Entre la paradoja y un largo
poema que habla consigo mismo.
Un avión cruza el cielo
del poema y libera al posible lector de las sombras que marca su vuelo.
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