—por
Alberto Hernández—
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En el prólogo de Efectos personales (Edición de
Biblioteca Era, México D.F. 2003) Juan Villoro afirma que “el lenguaje tiene
una curiosa forma de esforzarse para lucir ‘irrefutable’, o por lo menos
‘oficial’. Cuando un paciente llega a una sala de emergencias o un detenido es
presentado en la delegación de policía, las palabras habituales son sustituidas
por otras que los diccionarios y la costumbre consideran más aptas para la
ocasión”. Precisa el escritor azteca que en ese instante, tanto la enfermera
como el funcionario no le piden otra cosa al sujeto que sus “efectos
personales”. Es decir, hacen irrefutablemente oficial un lenguaje que es
predominio del instante, del momento amargo del sujeto que es interpelado por
quienes no lo ven como sujeto capaz de no tener efectos personales, digamos
palabras para defenderse o hacerse el desentendido. ¿Cuáles definitivamente son
los efectos personales de alguien que es acosado por el miedo o por el
escándalo de la realidad? Efectos personales o propiedades menudas, identidad,
señas particulares, domicilio, amores, odios, hijos, amantes, etc. En todo
caso, la palabra tiene que ser irrefutable.
En esta instancia, casi “oficial”, para evitar más problemas.
Juan Villoro.foto:revistakya.com |
Cabría preguntarse cuáles son
los efectos personales de un escritor. De qué objetos se vale para rellenar
bolsillos, carteras, bolsos o mochilas. Con qué imágenes construye su
imaginario. Fácil queda decir que son las palabras la herramienta precisa para
elaborar su mundo. Tales efectos personales también son las historias, recursos
expresivos, las metáforas, los giros lingüísticos, las elipsis, metonimias e
hipérboles que le dan vueltas en la cabeza a quien se aproxima al fuego de la
creación literaria.
Este es el caso de Juan
Villoro, un tipo que vive cerca de la candela verbal, que atiza con la mano
desenguantada y juega con los tizones sin quemarse. Y para dejarlo sentado, una
vez más Candaya ha acertado en su empeño editorial al seleccionarlo para
registrar su paso por las letras: Materias
dispuestas (Juan Villoro ante la crítica) es un libro ambicioso, como
los anteriores dedicados a Juan Marsé, Vila-Matas, Piglia y Bolaño. Los
académicos mexicanos José Ramón Ruisánchez y Oswaldo Zabala fueron los
encargados de darle cuerpo a este tomo de estudio que hoy nos ocupa.
foto:ieturolenses.org |
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En este grueso tomo de Candaya
están los efectos personales del escritor, del fabulador, del ensayista, del
soñador, del cronista, del mexicano y universal Juan Villoro, de ellos dan
cuenta el chileno Antonio Skármeta, el venezolano José Balza, el español Martínez
de Pisón. Igual los críticos Juan Antonio Masolíver Ródenas, Christopher
Domínguez, Mahály Dés e Ignacio Echevarría. No pueden quedar por fuera Bolaño,
Pitol y Rossi. Y, como regalo, las voces de Villoro y Piglia. Además de un
documental realizado por Juan Carlos Colín titulado Villoro en Villoro.
Esas materias dispuestas son
los mismos efectos personales o particulares que Villoro lleva a todas partes.
No puede separarse de las palabras, de los sonidos que lo mantienen vivo frente
a la realidad, frente a la ficción, al vacío, al ruido o al silencio. Alguien
que escribe, que inventa, que sueña despierto, que hace nuevas realidades,
tiene que ser portador de muchos efectos personales: sobresaltos, taquicardias,
biografías, lápices, bolígrafos, tinteros, computadoras, mujeres, latidos
cardíacos, borradores, adjetivos, sustantivos, verbos y hasta interrogatorios
policiales, así como declaraciones al médico mientras la enfermera revisa los
resultados de los exámenes del antígeno prostático. ¿Qué más efectos personales que esos? ¿Qué
más materias dispuestas que
esas? Nada, Juan Villoro está frente al “pelotón de fusilamiento” y recibe los
elogios de un nutrido grupo de creadores, gente de las letras de ambos mundos
castellanos.
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Bolaño dejó dicho que Villoro
es un hombre que escribe “para permanecer en el borde del abismo”, y así lo
hacen ver quienes aquí lo tratan. En efecto, cuando entramos en El testigo(Anagrama, Narrativas
hispánicas, Barcelona 2004), la escritura lleva al lector a colocarse en
peligro como “testigo” de un retorno, de un reencuentro con el color local, con
los abismos del pasado, con los precipicios del tiempo. Para testificar todo
esto, el libro de Candaya divide este tributo crítico en cuatro partes: 1)
testimonios de escritores; 2) ante la crítica cultural; 3) ante la crítica académica,
y 4) el perfil humano del mexicano.
Hablan estas páginas de las
influencias provenientes de Sergio Pitol, Octavio Paz, José Emilio Pacheco o
Carlos Monsiváis, así como de Monterroso o José Agustín. Y hasta de la misma
dinámica de un partido de fútbol. Fanático de este deporte, Villoro escribió
“Dios es redondo”, como el tiempo, como un poema, como el Universo. Como el
planeta que lo habita y lo celebra desde las enjundiosas páginas de este grueso
libro editado por la gente de la orilla del Mediterráneo.
Excelente reseña Alberto, tan lúcido como siempre. "El testigo" de Villoro, mi próxima lectura... (John Montañez Cortez)
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