Friday, December 28, 2012

Cincuenta sombras de Grey - ficción, erotismo y banalidad


–Luis Fernández Zavala*–

There is no pornography without secrecy.
D.H. Lawrence

Recientemente, visitando la ciudad de Crozon, situada en una enorme y silenciosa bahía al norte de Francia, en la región Bretona, me encontré con la novedad de que más de uno de mis anfitriones comentaba con vehemencia el éxito comercial global de Cincuenta sombras de Grey de la autora inglesa E.L. James. “Es una novela erótica sobre sado-masoquismo, escrita por una mujer para las mujeres”, me dijeron. “¡Es un éxito!”, corearon varios. Viniendo los comentarios de franceses que deberían conocer el impacto cultural y literario de las obras de ficción sexual de mujeres como Pauline Rèage (Histoire d’O, 1954), Jean de Berg (L’image, 1956), y Anaïs Nin (Little Birds, 1974), presté atención, confesé mi ignorancia y pedí referencias.

Cuarenta millones de ejemplares vendidos en el mundo. Es el libro de venta más rápida en su versión económica impresa y el más vendido en su versión digital en Kindle (cerca del millón). Las ventas han sobrepasado las expectativas de la editora Random House motivando la asignación de un bono de cinco mil dólares a cada trabajador. Ha sido traducido a treinta y un idiomas, incluido el castellano, croata, japonés y el finlandés. En las redes sociales, como facebook, las mujeres siguen los avatares amorosos de los personajes y expresan sus preferencias sobre los posibles actores y actrices para la versión fílmica. Se vende t-shirts con textos alusivos al sado-masoquismo (“relájate y obedece”), se vende ropa interior alusiva al libro. Desde septiembre de este año se puede adquirir el disco compacto con la música clásica mencionada en el libro. Plomo (grey) es el color recomendado para decorar no sólo el dormitorio, sino toda la casa. Incluso se sospecha que el incremento de las ventas de sogas en algunas ciudades de los Estados Unidos es debido a este libro. En pocas palabras, 50 sombras... se ha convertido, en muy poco tiempo y con la rapidez que el mundo digital lo permite, en un fenómeno cultural y de mercado excepcional. “¡Felicitaciones a la autora! ¡Bien hecho!”, les dije.

En los días siguientes, puede ver el libro en el  escaparate de la única librería del pacífico pueblito de Crozon. Posteriormente, siguiendo mi periplo francés, encontré el libro en las librerías de ciudades más grandes y cosmopolitas como Tours, Nantes y París y hasta en una obscura librería en la estación de tren de Quimper.

Si bien no estaba en mi lista inmediata de lecturas, tanta algarabía me despertó la curiosidad y bajé la novela a mi Kindle. Después de todo –pensé– sería una buena lectura para mejorar las condiciones de mi vuelo de nueve horas de regreso a los Estados Unidos y relajarme ante la presencia amenazadora de la tormenta Sandy.

Durante el vuelo, me enteré que Sandy no sería problema. Ya había arrasado New York  y se alejaba de mi puerto de entrada, Washington D. C. Me quedaba entretenerme con 50 sombras…, ya sin otra tensión que arreglar mi largo cuerpo a la estrechez de mi silleta de vuelo por nueve horas. Sin embargo, por más que me esforzaba por avanzar en la línea narrativa de la obra de E.L. James y habiendo agotado 60% de ésta, el aburrimiento me alargaba las horas de vuelo miserablemente. ¿Qué estaba pasando? ¿Acaso estaba muy cansado para entenderla? ¿O quizá, mi genero de varón me impedía acceder al erotismo prometido?.

No, me dije. Lo que pasa es que este libro ni es erótico, ni es buena literatura. Entonces, ¿cuál es la explicación  de su éxito comercial global, mayormente entre las mujeres?

E. L. James
La autora describe su trabajo  como “romances provocativos” y “romances para adultos”. Lo que ofrece es la búsqueda del amor, coqueteo y sexo. Eso es romance para adultos. Pero los críticos literarios han sido un poco más virulentos. Su trabajo ha sido llamado “porno para amas de casa”, “porno para las mamás” (aunque mi hijo de catorce años lo tildó de “porno para las abuelitas”), y “Barbie porno”. The Guardian señala que el libro ni siquiera llegó a estar entre los finalistas del Bad Sex Award 2012 debido a que no cumple con el primer requisito para ser considerado: ser una obra literaria. El jurado no toma en cuenta pornografía u obras eróticas.

Otros críticos (Jessica Reaves del Chicago Tribune) van más al detalle y consideran que el tema en sí no descalifica al libro, porque hay varios ejemplos de obras de ficción sexual con calidad literaria escritas por mujeres. El problema es la calidad de lo escrito. En este sentido, se critica la pobre presentación estereotipada de los personajes, su relación poco creíble, el desarrollo de la acción obvia y predecible, diálogos bobos, lo repetitivo en la descripción de la excitación sexual, ausencia de imágenes, el uso de metáforas dignas de niños de primaria y por último, la ausencia de drama y la tacañería en la construcción de frases dignas de recordarse.

En las secuencias de la relación entre los dos personajes principales (Anastasia y Christian) todo es externo, bonito, aburridamente presentado de color rosa, pero un poquito más picante para venderse en los supermercados.

El argumento de la obra podría resumirse así: chica educada, virgen a los 21 años –en contra de las estadísticas sobre la sexualidad juvenil en los Estados Unidos e Inglaterra[1]– con un ego disminuido, encuentra al príncipe azul (o grey, plomo[2]). Al príncipe le gusta hacer sentir que él es príncipe: “No me toques”, “te vienes cuando yo quiera”, “te vistes como yo quiera”, “tú eres mía, yo no soy tuyo”, “me gusta controlar”. A la moderna Cenicienta le gusta y se sorprende de la sexualidad de Christian, pero quiere “algo más”. El paradigma (o construcción social) usado es que en una relación heterosexual, la mujer busca amor y compromiso, mientras el hombre busca sexo (en el caso de Christian, sexo kinky).

La doncella que a los 21 años todavía es virgen sexual y orgásmica, hace de Anastasia una chica post-moderna especial. Se siente en desventaja con respecto al resto de sus congéneres. Ella no se siente sexi como Kate, su compañera de habitación. Para acceder al placer de mujer adulta que quiere dar placer, ser deseada y recibir placer tiene que firmar un contrato. Aquí la autora malgasta su tiempo –y del lector– con los detalles del contrato, que es el recurso para hacer “legal” el acto de sumisión (¿réplica del compromiso matrimonial?), admisible, respetable y seguro. El resto de la historia es darle relleno moderno y decorativo a una relación entre estereotipos sacados de una revista de SM para ser presentada a las girl scouts.

Para pintarla como una mujer joven de nuestros tiempos, no es casual que Anastasia escriba correos electrónicos coquetos (el general Petraeus y su amante saben de este poderoso instrumento de calentamiento a distancia; los sex-texting es una manía generalizada entre los jóvenes del siglo XXI). Ella usa su MacBook (“cacharro infernal”), su IPod, escucha música de Britney Spears, pone especial atención a la marca del carro, a la alfombra cara, a la calidad de la ropa de su príncipe (“me ha dejado uno de sus boxers de algodón, de Ralph Lauren, nada menos.”) y a los vinos caros que el galán le ofrece con displicencia seductora. Ella es la Cenicienta moderna.

Christian Grey, el príncipe plomo, es la imagen del novio de la Barbie. Ken es el muñeco inalcanzable, frío, distante y robótico creado por Mattel Inc. y que las mujercitas ahora adultas, todavía sueñan en 50 sombras... Esta imagen del novio ideal ha sido globalizada y se puede encontrar en todas partes el mundo y se ha ido reciclando según el ambiente cultural desde su introducción en 1961. Por ejemplo, en 2011 se lanzó una versión de Ken para adultos coleccionistas. Los muñecos de Mattel tienen vida propia. Ken y Barbie tienen desencuentros amorosos como cualquier otra pareja. Se separan, se juntan, él no quiere casarse. En la versión de E.L. James, Ken-plomo le gusta darle nalgadas a su amante y no quiere comprometerse más allá de su contrato de gustitos sexuales.

La autora recurre a la “diosa que llevo adentro”, como la voz de la conciencia y lo formal de Anastasia que le hace llamados de atención ante su comportamiento ambivalente. Esta diosa, un ícono presumiblemente usado para crear drama, no logra alcanzar ese nivel. Es  unilineal, aparece y desaparece convenientemente. No le crea conflicto mas allá de “yo te lo dije”, tal cual su madre se lo diría, o salta llena de alegría pueril cuando Anastasia se apunta un gol efímero en sus coqueteos con Christian. Pero el lector no sabe nunca que arquetipo de diosa está dentro de Anastasia: ¿Afrodita, Hermis, Athena...? ¿Una combinación de todas? Esta voz interior es más bien la imagen del genio de la botella o el hada madrina en la versión de Walt Disney.

El éxito de 50 sombras... radica en usar imágenes ya conocidas e interiorizadas por las mujeres actuales para hacerlas entrar en el sado-masoquismo de salón. Ese que hace que los asuntos en la cama sean un poquito más interesantes. La señora E.L James no quiere escandalizar a nadie, sólo utilizar los íconos aceptados y pintarlos modernamente con un tenue barniz bizarro, pero aceptable y presumiblemente de buen gusto. Después de todo, a qué mujer no le gustaría un poquito de sal y pimienta durante el sexo que les permita tener orgasmos más frecuentes.

Su obra no pretende buscar el camino de la transgresión que sigue “O” (cuánto de mí voy a negar, para arribar a un estado casi místico de entrega al otro) sino contar un cuento de hadas con el cual se identifique la mujer promedio sobre la base de fantasías pueblerinas retrogradas: ¿A qué chica no le gustaría tener un novio millonario, educado, bonito, bien dotado, físicamente perfecto, bien vestido, que le dé regalos caros? ¿Qué chica joven no le hubiera gustado tener orgasmos en su primer acto sexual?[3] ¿Qué chica de cualquier parte del mundo no sueña con tener una cita y ser transportada en helicóptero (o unicornio)?

Anaïs Nin
Quizá el mérito de este libro sirve para probar que sofisticadas técnicas de marketing (la autora se desempeña como ejecutiva de televisión) desde su concepción hasta su venta en una trilogía, funcionan. Parte de este proceso es hacerlo asequible en su versión digital. Ahora la novelita romántica y un poco kinky, puede leerse con privacidad necesaria. Esto, según algunos comentaristas, ha ayudado al público femenino, al cual estarían catalogando de cucufato, a leer “romances para adultos” sin que nadie se entere de que son personas sexuales. Darle a las audiencias femeninas poco sofisticadas –el gran mercado– lo que quieren leer, es el mérito de este libro. Pero esto no la convierte en una obra de ficción de calidad (nunca fue su objetivo), ni una obra de ficción sexual que cumpla su cometido. Basta aquí recordar que Anaïs Nin, fue parte de un grupo de poetas que se dedicó a escribir erotismo por necesidad, pero que su obra ha ido más allá del tema y de su venta, para quedar como una obra literaria de calidad. Por más que el lector lo intente, no podrá encontrar ninguna frase amigablemente literaria digna de recordase en 50 sombras.
Anaïs Nin podrá decir: “The little clitoris stiffens like a nipple. My head between her two legs is caught in the most delicious vise of silky, salty flesh”.
E.L. James dirá: “Cogiéndome por la parte superior de ambos muslos, me separa las piernas. Gruño con fuerza al notar que su lengua me acaricia el clítoris. Dios...”.

Si la función de la ficción es reinventar la realidad –mentir, como lo llamaría Mario Vargas Llosa–, la ficción de la señora James es poco creíble. En la ficción, la verdad de los hechos se transforma pero siempre hay un referente que el lector puede identificar en la vida real. Es puente por el cual transita la dicotomía realidad/ficción y donde la literatura ejerce su hechizo. En 50 sombras... no hay ese referente básico. La realidad sin ficción de la que se parte es ya una mentira a secas. Esto debido a que sus personajes son modelos mediáticos y de escaparate, arlequines ya mentirosos, antes de ser ficcionales. Siguiendo a MVLL sobre la relación ficción-verdad: “toda buena novela dice la verdad y toda mala novela miente”.

Para llegar  a ser una obra de ficción sexual, la novela tendría que haber entrado en el otro lado de la sexualidad: aquel en que parece lo prohibido, lo misterioso, lo transgresor, la búsqueda del placer en circunstancias catalogadas anormales pero muy íntimas y sin mencionar repetidamente que lo que está sintiendo la protagonista es “erótico”. Al no estimular la imaginación intuitiva del lector cuando se presenta la descripción de lo estrictamente sexual, no hay espacio para la asimilación imaginada de texturas, insinuaciones, colores, la exacerbación de otros sentidos. Todo se queda a nivel fotográfico y voyerista.

Las relaciones de poder que sí se dan en la tranquilidad del dormitorio de las parejas, aquí se dan desde la perspectiva de un modo de vida del protagonista. Pero él no es transgresor, él sigue mandando en la cama tal y como manda a sus empleados de exitoso imperio comercial. Ken-plomo, no puede dejar de jugar su papel de niño rico. Al contrario de la Historia de “O”, donde la presencia masculina es fuerte por las demandas y etérea en su historia personal, casi fantasmal, 50 sombras... pone al centro al príncipe plomo y sus caprichos.

Hubiera sido más interesante para el lector, que con todo el poder que le da el dinero, Christian hubiese devenido en un cross dresser y así crear un conflicto. Un drama de varios mundos encontrados frente a los cuales la heroína tiene que definir su amor y atracción sexual.

Hay otros alcances dignos de resaltar en esta trilogía. El primero es obvio: dada la permisividad sexual de nuestros tiempos, quizá ahora se pueda intentar algo más en la privacidad del dormitorio de las parejas al presentarse el sado-masoquismo como juego sexual sin un carácter subterráneo. Por último, desde Octubre de este año se puede adquirir la música exquisita que la autora presenta en la novela. Sin embargo, como podemos notar, ambos logros, no son literarios.


*Luis Fernandez Zavala, Ph.D. vive en Santa Fe, New Mexico. Acaba de terminar su primer libro de historias cortas, El guerrero de la espuma y otras tantas despedidas. luferza@gmail.com




[1] En USA, según el Centre for Decease Control and Prevention, 76 % de las mujeres entre 17-18 tienen sexo; el porcentaje es mayor en el grupo de 20 a 24 años (81 %). El grupo de edad de Anastasia. En Europa, Inglaterra tiene el porcentaje más alto de actividad sexual (40 %) del grupo femenino quinceañero.
[2]“Plomo” como  llamarían en Perú a alguien que es pesado y aburrido por lo perfecto que es.
[3]  Mientras que 75 %  de los hombres  siempre alcanzan el orgasmo, sólo 29 % de las mujeres lo obtienen durante el coito. Esto en circunstancias normales y no estresantes como la desvirginación. National Health and Social Life Survey. 

Sunday, December 16, 2012

Materias dispuestas (Juan Villoro ante la crítica)



—por Alberto Hernández—

1
En el prólogo de Efectos personales (Edición de Biblioteca Era, México D.F. 2003) Juan Villoro afirma que “el lenguaje tiene una curiosa forma de esforzarse para lucir ‘irrefutable’, o por lo menos ‘oficial’. Cuando un paciente llega a una sala de emergencias o un detenido es presentado en la delegación de policía, las palabras habituales son sustituidas por otras que los diccionarios y la costumbre consideran más aptas para la ocasión”. Precisa el escritor azteca que en ese instante, tanto la enfermera como el funcionario no le piden otra cosa al sujeto que sus “efectos personales”. Es decir, hacen irrefutablemente oficial un lenguaje que es predominio del instante, del momento amargo del sujeto que es interpelado por quienes no lo ven como sujeto capaz de no tener efectos personales, digamos palabras para defenderse o hacerse el desentendido. ¿Cuáles definitivamente son los efectos personales de alguien que es acosado por el miedo o por el escándalo de la realidad? Efectos personales o propiedades menudas, identidad, señas particulares, domicilio, amores, odios, hijos, amantes, etc. En todo caso, la palabra tiene que ser irrefutable. En esta instancia, casi “oficial”, para evitar más problemas.

Juan Villoro.foto:revistakya.com
Cabría preguntarse cuáles son los efectos personales de un escritor. De qué objetos se vale para rellenar bolsillos, carteras, bolsos o mochilas. Con qué imágenes construye su imaginario. Fácil queda decir que son las palabras la herramienta precisa para elaborar su mundo. Tales efectos personales también son las historias, recursos expresivos, las metáforas, los giros lingüísticos, las elipsis, metonimias e hipérboles que le dan vueltas en la cabeza a quien se aproxima al fuego de la creación literaria.

Este es el caso de Juan Villoro, un tipo que vive cerca de la candela verbal, que atiza con la mano desenguantada y juega con los tizones sin quemarse. Y para dejarlo sentado, una vez más Candaya ha acertado en su empeño editorial al seleccionarlo para registrar su paso por las letras: Materias dispuestas (Juan Villoro ante la crítica) es un libro ambicioso, como los anteriores dedicados a Juan Marsé, Vila-Matas, Piglia y Bolaño. Los académicos mexicanos José Ramón Ruisánchez y Oswaldo Zabala fueron los encargados de darle cuerpo a este tomo de estudio que hoy nos ocupa.

foto:ieturolenses.org
2
En este grueso tomo de Candaya están los efectos personales del escritor, del fabulador, del ensayista, del soñador, del cronista, del mexicano y universal Juan Villoro, de ellos dan cuenta el chileno Antonio Skármeta, el venezolano José Balza, el español Martínez de Pisón. Igual los críticos Juan Antonio Masolíver Ródenas, Christopher Domínguez, Mahály Dés e Ignacio Echevarría. No pueden quedar por fuera Bolaño, Pitol y Rossi. Y, como regalo, las voces de Villoro y Piglia. Además de un documental realizado por Juan Carlos Colín titulado Villoro en Villoro.

Esas materias dispuestas son los mismos efectos personales o particulares que Villoro lleva a todas partes. No puede separarse de las palabras, de los sonidos que lo mantienen vivo frente a la realidad, frente a la ficción, al vacío, al ruido o al silencio. Alguien que escribe, que inventa, que sueña despierto, que hace nuevas realidades, tiene que ser portador de muchos efectos personales: sobresaltos, taquicardias, biografías, lápices, bolígrafos, tinteros, computadoras, mujeres, latidos cardíacos, borradores, adjetivos, sustantivos, verbos y hasta interrogatorios policiales, así como declaraciones al médico mientras la enfermera revisa los resultados de los exámenes del antígeno prostático. ¿Qué más efectos personales que esos? ¿Qué más materias dispuestas que esas? Nada, Juan Villoro está frente al “pelotón de fusilamiento” y recibe los elogios de un nutrido grupo de creadores, gente de las letras de ambos mundos castellanos.

3
Bolaño dejó dicho que Villoro es un hombre que escribe “para permanecer en el borde del abismo”, y así lo hacen ver quienes aquí lo tratan. En efecto, cuando entramos en El testigo(Anagrama, Narrativas hispánicas, Barcelona 2004), la escritura lleva al lector a colocarse en peligro como “testigo” de un retorno, de un reencuentro con el color local, con los abismos del pasado, con los precipicios del tiempo. Para testificar todo esto, el libro de Candaya divide este tributo crítico en cuatro partes: 1) testimonios de escritores; 2) ante la crítica cultural; 3) ante la crítica académica, y 4) el perfil humano del mexicano.

Hablan estas páginas de las influencias provenientes de Sergio Pitol, Octavio Paz, José Emilio Pacheco o Carlos Monsiváis, así como de Monterroso o José Agustín. Y hasta de la misma dinámica de un partido de fútbol. Fanático de este deporte, Villoro escribió “Dios es redondo”, como el tiempo, como un poema, como el Universo. Como el planeta que lo habita y lo celebra desde las enjundiosas páginas de este grueso libro editado por la gente de la orilla del Mediterráneo.




Sunday, December 9, 2012

F. Scott Fitzgerald - St. Paul, Minnesota (1896-1940)


Entrevista al señor Fitzgerald, por F. Scott Fitzgerald:

[…] “¿Cuánto se demora escribir su libro?” comencé.
“Escribirlo –tres meses, concebirlo –tres minutos. Recaudar los datos del contenido –toda mi vida. La idea de escribirlo se me ocurrió el primero del pasado Julio. Fue una especie de forma sustituta de disipación”.
“¿Cuáles son sus planes ahora?” le pregunté.
Dio un largo suspiro y se encogió de hombros.
“Me condenaría si lo supiese. El alcance, la profundidad y la amplitud de mis escritos reposan en el regazo de los dioses”.

[…] “Otra cosa”, continuó. “Mi idea es siempre llegarle a mi generación. El escritor sabio, creo, escribe para la juventud de su propia generación, el crítico para la siguiente, y los maestros para siempre después.

[…] “Por estilo, me refiero al color”, dijo. “Quiero ser capaz de hacer cualquier cosa con las palabras: manejar la sátira, descripciones ardientes como Wells, y usar la paradoja con la claridad de Samuel Butler, la amplitud de Bernard Shaw y el ingenio de Oscar Wilde. Quiero hacer los amplios cielos sensuales de Conrad, las puestas de sol laminadas en oro y los cielos de edredones locos de Hichens y Kipling, así como los amaneceres y crepúsculos pastel de Chesterton”.

A este lado del paraíso - novela
Considerado como uno de los escritores norteamericanos más importantes del siglo veinte, el autor de The Great Gatsby y Tender is the Night, inventó esta auto entrevista en la primavera de 1920, pocas semanas después de la publicación de This Side of Paradise (A este lado del paraíso), cuando F. Scott Fitzgerald, y su novela debut, estaban en el centro de la opinión pública. Contaba entonces con tan sólo veinticuatro años de edad.

Sus novelas, con agudos puntos de vista sociales y lirismo de tono perfecto, convirtieron a F. Scott Fitzgerald en uno de los escritores más queridos y famosos de su tiempo.


F. Scott Fitzgerald




-John Montañez Cortez-

Sunday, November 18, 2012

La faena del provocador - John Updike (1932-2009) USA


—Alberto Hernández—
1
Nunca imaginó quien con inquina pasó un bisturí por el trabajo de John Hoyer Updike, luego de aquella crítica de Contemporary Literary Criticism, que el norteamericano de 50 años se hiciera del Premio Pulitzer. Corría el año 1982 y ya Updike había publicado exitosamente Corre, conejo (Rabbit, run),1960; Parejas (Couples), 1974; Golpe de Estado (Coup), 1979, y El centauro (The Centaur), 1980, entre otros.

El juicio enarbolado contra aquel autor de medio siglo escuece:

Updike no tiene ninguno de los atributos que convencionalmente se asocian a un verdadero talento literario.

No tiene una mente provocativa. No posee dotes notables de narrador, ni tampoco un estilo elegante. No crea personajes dinámicos, coloridos o profundamente significativos. No confronta al lector con situaciones dramáticas que lleven la impronta de una manera original o única de observar la experiencia y responder a ella. No desafía la imaginación, ni la estimula, ni la escandaliza, ni la educa. En efecto, uno de los problemas que Updike plantea a los críticos reside en que él compromete la imaginación tan poco, que uno tiene verdadera dificultad en recordar sus escritos el tiempo suficiente para pensar con claridad respecto a ellos...

Es decir, un verdadero fiasco, un mediocre.

2
La imagen madura del narrador nacido en 1932 en Shillington, Pennsylvania y egresado de la Universidad de Harvard, nos inclinaba a pensar, por aquellos umbríos 1982 y 1983, que Updike alcanzaría, pese a los augurios de cierta crítica, los logros de muchos de sus compatriotas.

José Domingo, de la Gaceta Semanal de las Artes de Tenerife, afirmó que “Entre los jóvenes novelistas norteamericanos que aspiran a suceder a Faulkner en su puesto indiscutible de primer novelista de su país, aparece John Updike como uno de los mejores dotados...”. No se equivocó, Updike pasó a formar parte del grupo de escritores más publicados y leídos de su país y de casi todo el mundo civilizado.

Los que comenzábamos a leerlo a finales de aquella década venezolana —el “viernes negro” hacía estragos a favor del silencio y de la nadería— pensábamos que ya estábamos frente a un talento que no pararía de escribir.


3
La revista Time, tan dada a ofrecer portadas y rasguños, le añadió al guiso crítico que Updike se parecía más a un atleta que a un escritor: “Hace jogging, es decir, corre y corre por el campo literario, diciendo muy poco, pero diciéndolo muy bien”.

Traducción: el sujeto es vacío, poco imaginativo, pero conoce el idioma. Algo así, para no empastelar más la consigna según la cual era poco atractivo.

Para Richard Locke la orquesta narrativa de Updike suena distinto. Un trabajo aparecido en The New York Times lo agregó a un pequeño grupo, a “un puñado de autores norteamericanos contemporáneos con talento”. Es “uno de esos escritores hacia quienes regresamos a buscar y encontrar algo”. La tortilla se volteó. Esta opinión y el otorgamiento del Pulitzer dejaban muy mal parado al crítico que no se identificaba en la nota de Contemporary Literary...

4
La imaginación del creador de Rabbit is Rich se aferra a lo diario, a la cotidianidad, a las menudencias que la totalidad revela en cada mirada. Ficcionador con gracia, Updike es un verdadero representante de lo contemporáneo, de lo que se pasea por el presente entre el frío y el calor de la rutina. Es un reportero literario. Un cronista que refleja las contradicciones de un mundo donde el fracaso se suma a los sobresaltos del éxito. Pero sobre todo es un narrador que no suelta la presa hasta que la relata completamente, la desnuda y la ofrece como el cadáver de un animal listo para ser colocado sobre el fuego.

Pese a que muchas veces la agudeza no forma parte de su salida a la página, John Updike siembra dudas. Las deja allí, frente al lector. Las disipa con la insistencia: Harry Rabbit Angstrom, su personaje en serie, es una de ellas.
Crítico de la clase media, su “gran acierto consiste en haber plasmado” —en casi toda su obra— una imagen detallada y real “de un mundo anclado, con demasiada frecuencia, en unos modos de comportamiento que se consumen entre el vacío y la desolación”.

Con su muerte, a los 76 años, y con 50 libros a cuestas, se marcha el llamado “cronista del adulterio urbano”, como fue calificado por mucha gente cercana a su diaria relación con esa sociedad donde la separación conyugal representó la escisión entre el norteamericano común y su propia cultura.

Provocador efectivo, no exaltó el ánimo de la calle ni derribó mitos. Su verbo se encargó de desnudar la mediocridad, la monotonía y la emergente apatía de aquellos años.

Faulkner le pasa por un lado. Nuestro Onetti lo mira con sus ojos bizcos.