M u l t i n a t i o n a l - B l o g - o f - A r t - a n d - L i t e r a t u r e - f r o m - D e n v e r

Saturday, January 26, 2013

El callejón de los milagros - Naguib Mahfouz (1911-2006) Egypt الخديوية المصرية


—por Alberto Hernández—


He nacido en los viejos barrios de El Cairo y los amo.
Pienso que en la base de la escritura hay una especie de amor,
por un lugar, por una gente, por un ideal. Estos barrios viejos
lo son todo para mí, como una esposa única...
Naguib Mahfouz a Salwa Al Neimi
Magazine Littéraire

1
He entrado a El Cairo a pesar de la música estridente del vecino (me tiene harto de malas rancheras, cantadas por sodomitas angustiados). He mirado con alegría las callejuelas empedradas. Los perros de la ciudad azotados por la arena.

Sin conocer Egipto tengo una idea del pensamiento del hombre de la capital. Naguib Mahfouz me ha conducido con maestría por cada mirada, cuerpo o gesto de sus personajes, construidos con extraordinaria paciencia. Cada rostro de Mahfouz es un mosaico de su país. Sintetiza en El callejón de los Milagros los vicios, virtudes y pasiones de un pueblo que hoy hemos comenzado a conocer.

(“Muchos son los detalles que lo proclaman: el callejón de Midaq fue una de las joyas de otros tiempos y actualmente es una de las rutilantes estrellas de la historia de El Cairo...”).

2
Mi vecino de edificio insiste en elevar el volumen del aparato de sonido (extraño es el café de Krisha lleno de la estridencia de Juan Gabriel, quien contorsiona las caderas en una imitación a la danza del vientre). El vecino de enfrente pega un alarido y cae al piso frente a su mujer que también bizquea de la borrachera. Yo sigo con Mahfouz.

3
La calle Sanadiqiya es la historia de El Cairo. Cerca de ella el núcleo que el escritor árabe utiliza para hacer el universo: el Callejón de Midaq. Confluye en conjunto de voces que no agotan las múltiples imágenes de los personajes.

Construir un personaje de novela obliga a un oficio, al de narrar. Se trata de un fabulador de conductas: Naguib Mahfouz. Cada capítulo es un retazo de acciones escalonadas: un paisaje envuelve al sujeto y éste a la vez organiza la visión de mundo del autor: personaje tan real que enceguece.

Rompe la tradición del tiempo y el espacio. Es notoria la presencia de un imaginario revelador. Si Sherezade contó para no dejar morir a su hermana, el Premio Nobel egipcio lo hace para preservar la memoria árabe: tener presente que su pueblo es una multiplicidad de caracteres y signos.

(“Los ruidos del día se habían apagado y se comenzaban a oír los del atardecer, susurros dispersos, un ‘Buenas noches a todos’ por aquí, un ‘Pasa, es la hora de la tertulia’ por allá. ‘¡Despierta, tío Kamil y cierra la tienda’, ‘¡Cambia el agua del narguile, Sanker!’, ‘¡Apaga el horno, Jaada!’, ‘Este hachís me duele en el pecho’. Cinco años de apagones y bombardeos es el precio que hemos de pagar por nuestros pecados”).

4
(Juan Gabriel me ha convertido en un idiota. He llegado a mi límite. Saco la cabeza por la ventana y grito la madre del vecino, quien sin inmutarse me saluda con la cordialidad y humor de su cantante).

5
El Cairo es un personaje. Un templo repleto de vocablos, intenciones, olores. Personaje que respira con el aliento del “hachís escondido”. Transpira en el pan de Jadada, en las mariconerías de Hussain Kirsha. Ovilla la coquetería miserable de Hamida, la ociosidad inútil del tío Kamil, la “sabiduría” de Booshy, la fabricación de mendigos de honorables y pingües profesiones. El jeque Darwish representa la vieja caricatura de la ensoñación.

6
El vecino, al fin, apaga el ruido y se sume en su propio callejón. El tío Kamil reclama su mortaja. Abbas se burla y el jeque sentencia:

“Has tenido suerte. La mortaja es el velo de la otra vida”.

Me gustaría decirle lo mismo a mi vecino, pero me encuentro en la última página de El Cairo y no quiero regresar.

(“Después, el interés de los vecinos del callejón se concentró en la familia de carniceros que fue a ocupar el piso de Booshy. La familia del carnicero consistía en su mujer, siete hijos y una chica muy hermosa de la que Huissain Kirsha dijo que era tan bonita como la luna en cuarto creciente...”).

A esta hora, cuando han pasado varios años de esta crónica, El Cairo se debate entre la vida o la muerte: es decir, entre seguir en dictadura o conocer la libertad. En algún rincón del antiguo callejón Naguib espera, atiende, respira su ausencia y se acerca a los eventos de las calles de su ciudad. Algo le dirán, porque lo están mirando.




نجيب محفوظ



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Saturday, January 19, 2013

Bojeo sobre una antología: Poesía contemporánea del Japón


—por Gregory Zambrano—

La poesía japonesa y la tradición:
La palabra poética es la suma expresión de una lengua. Ella revela y oculta, sugiere y enmascara; se prestigia con sus sonoridades profundas y misteriosas, mientras va de lo más simple a la síntesis de lo más complejo. La poesía toca en las fibras sensibles  y hace que todo se perciba como misterio; se expresa en lenguas y culturas como concreción de la belleza o de lo sublime, y también de lo disonante, de lo oscuro y perturbador.

Así, la poesía japonesa no podía ser la excepción. Es producto de una tradición milenaria que se adquirió a partir de antiguas formas de expresión con que la cultura china fue incorporada en el archipiélago japonés, pero que se transformó según sus propias realidades. Ya lo decía Octavio Paz: “A pesar de la influencia de los clásicos chinos, la poesía nunca perdió, ni en los momentos de mayor postración, sus características: brevedad, claridad del dibujo, mágica condensación” ("Tres momentos de la literatura japonesa", 1954).

Pero esta poesía poco a poco se fue llenado de sus propios signos, afirmaciones y preguntas, ideas, paisajes y palabras nuevas. No se conformó con ser un simple arte imitativo sino que buscó sus propios caminos para estampar nuevas impresiones del mundo, y sobre todo, otras preguntas esenciales. Del kanshi, heredado de la China clásica, la expresión poética genuinamente japonesa comenzó con el tanka, y luego evolucionó al haiku, forma que se convirtió, desde el siglo XVII hasta hoy, en una admirable y prestigiosa manera de sintetizar el mundo en apenas 17 sílabas y tres versos: cinco, siete, cinco.

Pero ese molde también fue evolucionando y, hoy en día, se cultivan diversas formas de poesía no sólo para expresar sensaciones o captar instantes, sino también, todo un sistema de pensamiento enraizado en los valores y visiones del ser japonés. En este tránsito dilatado se han escrito memorables versos y se han expresado formas muy particulares de entender la relación del hombre con el misterio del tiempo, la divinidad y la naturaleza, entre otros temas.

La poesía japonesa, con todo y su larga tradición, sus nombres imprescindibles y sus signos característicos, configura un conjunto considerable de creaciones que sería muy difícil encerrar en unas cuantas categorías. Tal vez por ello, el haiku sigue siendo una forma prestigiosa de expresión que se ha retenido en la memoria colectiva. Y se cultiva con gran interés aún en nuestros días. Los cultores del haiku aprovechan los modernos canales de difusión masiva (como los de la prensa y la televisión) para dar a conocer su trabajo, el cual se hace en diversos clubes, donde poetas consumados y también aficionados se reúnen para hablar de poesía y compartir sus creaciones.

Pero ello, al mismo tiempo, encierra unos códigos que se tornan un reto para el lector, no sólo para el lector japonés acostumbrado al ritmo, las pausas y silencios en la expresión, sino para todo aquél que se aproxime motivado por los enigmas que guardan los ideogramas, los que se buscan develar en las traducciones. Los kanjis se trazan siguiendo un ritmo premeditado y se asocian a la naturaleza profundamente poética de sus misterios.

Aquí la poesía se hace huidiza, hermética, difícil. Para Occidente la lectura de la poesía japonesa siempre ha necesitado de unas formas de mediación, es decir, de traducciones  que permitan hallar los caminos que estén lo más cerca posible a los códigos de la lengua y de la cultura, más allá de equivalencias literales.

Y a esto apela la reciente edición de la antología Poesía contemporánea del Japón, publicada en Venezuela en 2011, gracias al Centro de Estudios de África y Asia, y a la Secretaría de la Universidad de Los Andes. Es un volumen organizado por los poetas Tetsuo Nakagami y Yutaka Hosono, que reúne a diez poetas: Kazuko Shiraishi, Ruriko Mizuno, Toriko Takarabe, Yutaka Hosono, Tetsuo Nakagami, Chuei Yagi, Shoichiro Aizawa, Masaki Ikei, Toshiko Hirata y Masayo Koike.

Hacia una poética personal:
Cada uno de estos autores, se sitúa frente a su tradición y, a su manera, expresa su visión del mundo, tal y como se afirma en el sucinto y revelador prólogo “Poesía del país de la lluvia: la particularidad y la universalidad de la poesía japonesa”, escrito por el poeta Tetsuo Nakagami, quien de una manera didáctica resume lo que ha sido la evolución de este género, desde sus antiguas raíces hasta nuestros días. Veamos entonces algunos elementos que ayudan a comprender la poesía de cada uno de los autores antologados:

Kazuko Shiraishi indaga en universos culturales de amplios registros; entre la historia y las incertidumbres del futuro vuelve a los símbolos eternos, como el de Ulises, el viajero impenitente, que tendrá siempre un hogar en el horizonte, pero que no puede regresar a él porque el país al que desea volver le está negado. Entre otros símbolos, éste representa el dilema del desterrado.

Ruriko Mizuno se sumerge en un universo mineral, cargado de anécdotas de la infancia; el mundo de la casa familiar, los alimentos llenos de frescura, los sueños de la niñez y la vida cotidiana donde los abuelos, su padre y su hermano forman parte del paisaje que habita en sus sueños repetidos, y que tanto quieren parecerse a la realidad.

Toriko Takarabe convierte la amarga experiencia de la guerra en un motivo para celebrar la vida; anécdotas que se confunden en la memoria, recuperan una infancia vivida entre refugiados, en la lejana Mongolia. Como aquella niña que evoca su poema, con la cabellera cortada al rape para que se confundiera entre los varones y estuviera a salvo de los hombres rapaces.

Yutaka Hosono transforma en materia de poesía sus sueños y deseos: el entorno familiar, el misterio de la noche o sus revelaciones, los hechos y lugares que dejaron huellas hondas en su memoria. En sus versos convergen la carnalidad de la pasión y el poder de la palabra, para fijar aquello que no por distante se ha desvanecido. La de Hosono es una poesía vivencial, llena de plasticidad, poseedora de un gran poder vivencial y sensorial.

Tetsuo Nakagami explora y hace suyos los motivos de la poesía beatnik, de la que se muestra deudor; las suyas son imágenes alucinantes, asociaciones temáticas de insólita plasticidad, que se ven como al trasluz de un cristal, y desafían la percepción de la realidad. Pero no sólo esto, también hay en sus versos historias íntimas, familiares, que alimentan su imaginación y hacen juego con sus audaces metáforas.

Chuei Yagi quiere ubicarse en un lugar de su tradición poética; lee desde sus metáforas autores de la poesía tradicional japonesa, pero no para reescribirlos sino para rendirles homenaje. Cambia sus símbolos y los convierte en su propia visión del mundo. Sus poemas quieren revivir, como si fuesen una tarjeta postal, todo cuanto pasa indetenible ante sus ojos; su mirada inquieta es como la de un pasajero que viaja en tren y desea, o necesita, hacer que el instante permanezca.

Shoichiro Aizawa mezcla los elementos de la vida cotidiana y los sazona con palabras. Su mundo poético se centra en la casa, la cocina y el arte culinario. Como un maestro de artes combinatorias de olores y sabores, ordena cada uno de los elementos de la casa y convive con ellos en una cálida tensión. Sus poemas acompañan el registro del día a día con cierto aire distraído, con el placer de sentirse dueño de su mundo íntimo, cálido y cotidiano.

Masaki Ikei descubre un universo de resonancias familiares en la relación amorosa con su hijos; su voz, o mejor dicho, el poder creador de su palabra, juega a recordar momentos en la compañía de los pequeños vástagos; sabe de la finitud del tiempo humano y algo les quiere dejar como enseñanza. Sus poemas son el testimonio de un hombre que mira con nostalgia su propia infancia.

Toshiko Hirata escribe una poesía creativa y desconcertante; suma las imágenes intensas del mundo que la rodea, y hace un juego de asociaciones sonoras; combina elementos de la infancia con los sueños, y de ellos emerge una certeza que borra la pasión o el amor irrealizado. El cuerpo sufriente, mutilado, le da la fuerza necesaria para asir su realidad y huir de las apariencias.

Masayo Koike construye sus poemas siguiendo unos modelos peculiares. Combina sus vivencias con las sonoridades de la tradición poética japonesa, especialmente la que se reconoce en el tanka. Mezcla los elementos de los juegos de azar tradicionales de Japón, y los nutre con sus vivencias; allí está la magia de su expresión. Su poesía pudiera resultar desconcertante si no se tienen en cuenta estos elementos, tan particulares como los juegos de naipes, presentes en la cultura japonesa desde tiempos antiguos.

Coda
La muestra que conforma esta antología Poesía contemporánea del Japón, fue posible gracias al interés y la colaboración de los compiladores, Tetsuo Nakagami y Yutaka Hosono, quienes hicieron la selección de los textos y le dieron forma a un conjunto de poemas que, como hemos podido advertir, son bastante singulares en sus orientaciones formales y temáticas. También jugó un papel preponderante para conformar el volumen, el equipo de traductores, conformado por Mutsuko Komai, Akiko Misumi, Ryukichi Terao y Kazunori Hamada, coordinados por la académica y traductora Ayako Saitou, de la Universidad de Tokio.

Poesía contemporánea del Japón se constituye en un valioso repertorio que da cuenta de los derroteros que la poesía ha ido siguiendo a través de varias generaciones de creadores en el país del Lejano Oriente. Este libro se constituye en una importante referencia editorial en vista de la limitada difusión que la poesía japonesa tiene en la lengua castellana, sobre todo considerando que ésta es una muestra traducida directamente del idioma japonés, lo cual impuso considerables retos a los traductores, que aquí dan muestra de su empeño y destreza.

Al mismo tiempo, este volumen es un testimonio del acercamiento que hermana a dos culturas y a dos pueblos —el japonés y el venezolano— que se expresan a través de la creación poética, la cual, como decíamos al comienzo de estas notas, representa la más pura expresión de una lengua y una cultura. Deseamos que la disfruten en todos sus alcances y valores.



Ficha bibliográfica:
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Tetsuo Nakagami y Yutaka Hosono, Poesía contemporánea del Japón (antología), Mérida, Venezuela, Universidad de Los Andes, Secretaría-Centro de Estudios de África y Asia “José Manuel Briceño Monzillo”, 2011, 148 págs.






Friday, January 11, 2013

Las metamorfosis del vampiro - Charles Baudelaire (1821-1867) France


Charles-Pierre Baudelaire

La mujer nos decía, con su boca de fresa,
retorciéndose, cual serpiente en las brasas,
oprimiendo sus senos sobre el duro corsé,
estas palabras impregnadas de almizcle:
“Yo tengo el labio húmedo y conozco la ciencia
de perder en el fondo de un lecho la conciencia;
enjugo todo llanto en mis senos triunfantes
y hago reír a los viejos igual que a los infantes;
Sustituyo, para quien me contempla sin velos y desnuda,
a la luna, al sol, al cielo y las estrellas,
Soy, mi querido sabio, tan docta en los placeres,
cuando sofoco a un hombre en mis temibles brazos
o cuando a sus mordiscos abandono mi busto,
tímida y libertina, y frágil y robusta,
que sobre esos colchones que de emoción se pasman
los ángeles no podrían por menos de perderse por mí”.

Cuando hubo succionado de mis huesos la médula,
cuando lánguidamente me volví hacia ella
para darle mis besos, no vi otra cosa que
unos flancos viscosos, todos llenos de pus.
Cerré entonces mis ojos, con un frío espantoso,
y al abrirlos de nuevo al vivo resplandor,
junto a mí, en lugar del maniquí potente,
que parecía haberse provisto bien de sangre,
temblaban, muy confusos, residuos de esqueleto
que emitían ruidos como de una veleta
o de una bandera sobre un mástil de hierro,
que balancea el viento en las noches de invierno.


Foto: Cervantes@MileHighCity (2013)

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