Charles-Pierre Baudelaire |
La
mujer nos decía, con su boca de fresa,
retorciéndose,
cual serpiente en las brasas,
oprimiendo
sus senos sobre el duro corsé,
estas
palabras impregnadas de almizcle:
“Yo
tengo el labio húmedo y conozco la ciencia
de
perder en el fondo de un lecho la conciencia;
enjugo
todo llanto en mis senos triunfantes
y
hago reír a los viejos igual que a los infantes;
Sustituyo,
para quien me contempla sin velos y desnuda,
a
la luna, al sol, al cielo y las estrellas,
Soy,
mi querido sabio, tan docta en los placeres,
cuando
sofoco a un hombre en mis temibles brazos
o
cuando a sus mordiscos abandono mi busto,
tímida
y libertina, y frágil y robusta,
que
sobre esos colchones que de emoción se pasman
los
ángeles no podrían por menos de perderse por mí”.
cuando
lánguidamente me volví hacia ella
para
darle mis besos, no vi otra cosa que
unos
flancos viscosos, todos llenos de pus.
Cerré
entonces mis ojos, con un frío espantoso,
y
al abrirlos de nuevo al vivo resplandor,
junto
a mí, en lugar del maniquí potente,
que
parecía haberse provisto bien de sangre,
temblaban,
muy confusos, residuos de esqueleto
que
emitían ruidos como de una veleta
o
de una bandera sobre un mástil de hierro,
que
balancea el viento en las noches de invierno.
Foto: Cervantes@MileHighCity (2013) |
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