M u l t i n a t i o n a l - B l o g - o f - A r t - a n d - L i t e r a t u r e - f r o m - D e n v e r

Sunday, April 21, 2013

Drácula de Bram Stoker (Dublin, Irlanda, 1847 — Londres, Inglaterra, 1912)




—por John Montañez Cortez—

película de Carl Laemmie (1931)
Universal Pictures
“Left Munich at 8.35 P.M. on 1st May, arriving at Vienna early next morning; should have arrived at 6.46, but train was an hour late. Buda-Pesth seems a wonderful place, from the glimpse which I got of it from the train and the little I could walk through the streets. I feared to go very far from the station, as we had arrived late and would start as near the correct time possible.”

Así comienza el capítulo uno, titulado Jonathan Harker’s Journal (Kept in shorthand), de la obra cumbre del escritor irlandés Bram Stoker, Dracula. Pero la frase más icónica de este clásico de la literatura universal vendría un poco después del comienzo del segundo capítulo diario de Jonathan Harker:

“I am Dracula; and I bid you welcome, Mr Harker, to my house. Come in; the night air is chill, and you must need to eat and rest.”
“Soy Drácula y le doy la bienvenida, señor Harker, a mi casa. Entre; el aire de la noche está frío y usted debe necesitar comida y descanso.”

Bram Stoker
Con estas palabras, el Conde, se presenta a Jonathan Harker, al arribar al Castillo Drácula, el vasto y arruinado hogar de un noble de Transilvania. El joven visitante inglés pronto se da cuenta que se encuentra encerrado en un reino de alucinación y terror más allá de las peores pesadillas jamás soñadas.

Drácula es la quinta novela del escritor irlandés Bram Stoker ayer se cumplieron ciento un años de su muerte, famosa por la introducción del personaje del vampiro Conde Drácula. La novela, de formato epistolar del género terror gótico, fue publicada en 1897 por Constable & Co. de Edimburgo, cuenta la historia del intento de Drácula de trasladarse de Transilvania a Inglaterra y la batalla entre Drácula y un pequeño grupo de hombres y mujeres, dirigidos por el profesor Abraham Van Helsing.

Bela Lugosi en el papel de Drácula (1931)
Drácula ha sido asignado a muchos géneros literarios incluyendo la literatura de vampiros, ficción de horror, la novela gótica y la literatura de invasión. La novela toca temas como el papel de la mujer en la cultura victoriana, las convenciones sexuales, la inmigración, el colonialismo y poscolonialismo. Aunque Stoker no inventó el vampiro si definió su forma moderna y la novela ha dado lugar a numerosas interpretaciones de teatro, cine y televisión.

La historia de Drácula ha sido la base para numerosas películas y obras de teatro. El propio Stoker escribió la primera adaptación teatral, que se presentó en el teatro Lyceum Theatre de Londres bajo el título Dracula o The Undead poco antes de la publicación de la novela y se presentó sólo una vez. Películas populares incluyen Dracula (1931) interpretada por el no menos famoso actor húngaro Bela Lugosi, Dracula (título aternativo: The Horror of Dracula) (1958) y Dracula (también conocida como Bram Stoker’s Dracula) (1992). Drácula
Bela Lugosi en Dracula (1931)
también fue adaptado como Nosferatu (1922), una película dirigida por el director alemán F.W. Murnau, sin permiso de la viuda de Stoker; los realizadores trataron de evitar problemas de derechos de autor alterando muchos de los detalles, incluyendo el cambio del nombre del villano a “Conde Orlok”, pero fueron infructuosos llevándolos a una batalla legal que perdieron a la postre.

La obra maestra de Bram Stoker es un thriller de tal intensidad hipnótica que ha cautivado a millones de lectores en todo el mundo y ha inspirado su propia literatura y su propia mitología de lo sobrenatural.

 
Nosferatu (1922)




Sunday, April 7, 2013

La influencia kafkiana: metamorfosis, absurdo e inspiración



—por John Montañez Cortez—

Franz Kafka (1883-1924)
El mundo paradójico y visceral de Franz Kafka, por años, ha sido de gran interés para los expertos y catedráticos, tanto en el aspecto literario como en el psicológico del celebérrimo autor checoslovaco. Para muchos escritores no pudo haber sido de otra manera:

El Nobel de 1982, Gabriel García Márquez, en su libro autobiográfico Vivir para contarla —Grupo Editorial Random House Mondadori, Barcelona, España, 2002—, narra su primera experiencia con La metamorfosis:
Vega [Domingo Manuel] llegó una noche con tres libros que acababa de comprar, y me prestó uno al azar, como lo hacía a menudo para ayudarme a dormir. Pero esa vez logró todo lo contrario: nunca más volví a dormir con la placidez de antes. El libro era La metamorfosis de Franz Kafka, en la falsa traducción de Borges publicada por la editorial Losada de Buenos Aires, que definió un camino nuevo para mi vida desde la primera línea, y que hoy es una de las divisas grandes de la literatura universal: «Al despertar Gregorio Samsa una mañana, tras un sueño intranquilo, encontrose en su cama convertido en un monstruoso insecto».

Edimat Libros, Madrid
Por su parte, Tina de Alarcón, tradujo Die verwandlung —título oiginal—, para Edimat Libros, Madrid, 2003, de la siguiente manera:
«Cuando Gregorio Samsa se despertó una mañana de su inquieto sueño, se encontró en la cama, convertido en un insecto gigante». La misma Tina de Alarcón nos recuerda que Kafka escribió La metamorfosis en diciembre de 1912 —fue publicada en 1915 en Leipzig—, el período más exaltadamente creador de su vida, en la época en que se decidió su destino como hombre y como escritor. Al terminar la segunda guerra mundial, gracias al entusiasmo que por esta novela experimentaron los franceses André Breton, Jean Paul Sartre y Albert Camus, irónicamente, fue editada primero en francés e inglés, antes que en alemán, su lengua original.

Max Brod (1884-1968) Foto Three Lions/Getty
El amigo y albacea de Kafka, Max Brod, siempre dejó claro que también existe un punto central en la obra kafkiana: “La responsabilidad hacia la familia”. Esta es la clave de las historias cortas como La metamorfosis, La condena y El desaparecido, para muchos el detalle principal en otras de sus obras.

Mario Vargas Llosa nos expone en su ensayo Cartas a un joven novelista —Editorial Planeta, Barcelona, España, 1997— que existen novelas donde el cambio súbito de sexo del personaje principal provoca una mudanza cualitativa en todo lo narrativo, moviendo a éste de un plano que parecía hasta entonces “realista” a otro, imaginario y aun fantástico. En este caso, la muda es un cráter, un hecho central del cuerpo narrativo, un episodio de máxima concentración de vivencias que contagia todo el entorno de un atributo que no parecía tener. No es el caso de La metamorfosis de Kafka, donde el hecho prodigioso, la transformación del pobre Gregorio Samsa en una horrible cucaracha, tiene lugar en la primera frase de la historia, lo que instala a ésta, desde el principio, en lo fantástico.

Kafka
En las páginas de un libro maravilloso, el cual considero, en lo personal, como uno de los mejores ensayos en idioma español, La verdad de las mentiras —Alfaguara Argentina, 2002—, Vargas Llosa, una vez más, nos ilumina con su escrito, a propósito de Kafka. Considera que existen tres obras maestras en el género de novelas cortas: La muerte en Venecia de Thomas Mann, La muerte de Ivan Ilich de Tolstoi y La metamorfosis de Kafka. Pocas han logrado esa economía de medios y perfección artística en la historia de la literatura. Comparten la excelencia formal, lo fascinante de su anécdota y, sobre todo, la casi infinita irradiación de asociaciones, simbolismos y ecos que el relato va generando en el ánimo del lector.

Hasta la lectura de Kafka es paradójica. Carlos Fuentes, en un artículo publicado por La nación, México, 2004, nos cuenta:
‘¿Has leído a Kafka?’ —me preguntó Milán Kundera— ‘Por supuesto’ —le contesto— ‘creo que es el escritor indispensable del siglo veinte’. Kundera sonríe socarronamente. ‘¿Lo has leído en alemán?’ ‘No.’ ‘Entonces no has leído a Kafka.’

Comoquiera que sea pienso que todo el que lea La metamorfosis quedará afectado. Ya no será el mismo lector de siempre. Lo dijo el propio Kafka en un aforismo suyo que leí en el extraordinario ensayo Alfabetos del escritor italiano Claudio Magris:
“Un libro debe golpear como un puñetazo, dejar una huella profunda, cambiar —aunque sea imperceptiblemente— la vida del lector”.