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Sunday, June 23, 2013

Masahito Kawashima: Camino de flor (Aventuras y desventuras de un inmigrante japonés)

—por Gregory Zambrano—

Masahito Kawashima autor de Camino de flor
Foto: Silvia González
Los libros y el azar

Hace un tiempo, escudriñando en una biblioteca ajena encontré un libro que llamó mi atención: Camino de flor. En la nota de contraportada se decía que en sus páginas  se encontraba una “amplia visión del coraje, la fuerza y la determinación que se necesitan para salir adelante y exitosos en las circunstancias más adversas”.

Comencé a leerlo imantado por la sinceridad del testimonio, por la franqueza del lenguaje y por esa fuerza que tienen los que han vivido experiencias límite y quieren dejar su impronta. Así fue que me atrapó la historia de Masahito Kawashima, un japonés que decidió migrar a los diecinueve años.

Me adentré en las páginas y fui atando los hilos de una madeja  que mostraba paso a paso una historia de vida y, sobre todo, la transformación de una persona escindida entre dos espacios geográficos tan distantes como diferentes: Japón y Argentina.

Camino de flor es, sobre todo, un testimonio que puede leerse como un relato de aventuras. Pero también es la voz de un sobreviviente para quien la vida sólo tiene sentido en la medida en que se puedan seguir los impulsos del corazón, así esto conlleve al sacrificio, al silencio, a la posibilidad de la derrota.

Panorama actual del puerto de Yokohama
Foto: Gregory Zambrano
El lector y el autor

Una tarde compartía en un café con una amiga, y por una de esas casualidades, apareció el nombre de Masahito Kawashima en la conversación, pues mi amiga lo conocía. Ese hecho fortuito me permitió poco después conocer al autor del libro que acababa de leer. Luego, comenzamos un diálogo que se ha convertido en agradables tertulias. Gracias a ello, he podido enterarme de otros detalles que rodearon la decisión de aquel joven de diecinueve años, cuando apenas terminaba sus estudios preparatorios y quería asomarse al mundo.

Entonces Kawashima no sabía nada acerca de la lengua castellana, ni de la vida en América Latina y sin embargo, se alistó en una aventura de navegación que le llevaría, durante cuarenta y dos días, desde el puerto de Yokohama hasta Buenos Aires.

A bordo del “Argentina-maru”, partió junto a un grupo de jóvenes que como él querían un futuro distinto al que le aguardaba en el Japón de la posguerra, entonces agobiado por el desempleo y las carencias materiales.

Como todo comienzo, una vez que llegó a su destino, nada fue fácil. Como aprendiz debió acostumbrarse a las extenuantes jornadas de trabajo a pleno sol en el cultivo de las flores. Aprendió junto a las primeras palabras del nuevo idioma, los principios  de la convivencia entre peones y caporales; pero, sobre todo, empezó a entender una visión del mundo y unos principios del trabajo completamente ajenos a los suyos.

A los diecinueve años, lo que sí tenía era un abundante deseo de superación, y sobre todo, la imponente determinación de seguir sus sueños. Así fue como decidió aprender de la cultura y del idioma del país que lo acogía. Se inscribió en la escuela nocturna para la cual tenía que trasladarse varios kilómetros caminando cuando no encontraba quien le diera un “aventón”. No le vencía el cansancio de una jornada extenuante, que se repetía un día y otro en la dura faena de horadar la tierra. Entonces el cultivo de flores en Argentina era un negocio próspero. Ese primer trabajo le abrió un conjunto de posibilidades que en ese momento no tenían sus padres que, como tantos japoneses, se habían quedado a la intemperie luego de la derrota de su país en la guerra que terminó en 1945 con las explosiones atómicas.

El "Argentina-Maru" hizo la travesía entre 1958 y 1971
®Museu Histórico da Imigração Japonesa do Brasil
Comienzo de la travesía

Su padre había migrado a China, donde entonces se encontraban más de dos millones de japoneses, que fueron obligados a regresar a  Japón después de la guerra. En aquel país había nacido Masahito, segundo varón y tercero de cinco hermanos. En Japón la nacionalidad de los padres determina la de los hijos y no el lugar de nacimiento. Su padre también había salido de Japón con la esperanza de hacer fortuna y ahora regresaba con una familia recién formada, obligado no solo por la derrota militar y política de su país, sino también por la derrota moral que le dejó “vencido espiritualmente”. Esto le impidió recuperar  la fuerza para el trabajo y el ímpetu para emprender. Por ello su madre tuvo que asumir el reto de levantar los hijos, echar las raíces de la familia repatriada y aprender un oficio: comenzó a pescar y vender conchas marinas en la zona de Inage, prefectura de Chiba, contigua a Tokio.

En ese entorno creció Masahito, quien pudo hacer sus estudios primarios y secundarios gracias al esfuerzo de su madre. El joven Kawashima se destacó como deportista y buen estudiante e ingresó a la escuela preparatoria de Inage, la mejor de la zona, pero consciente de que le sería muy difícil seguir los estudios universitarios debido a las carencias económicas de la familia.

Se enteró de que algunos jóvenes se estaban preparando para salir de Japón a probar suerte en otros países. Entre las opciones que tenía  estaba la de tomar un curso intensivo durante tres meses para aprender algunas técnicas de la agricultura y poder viajar a la Argentina, donde necesitaban mano de obra para el campo.

Pero también probó su resistencia física, haciendo un viaje a pie desde Chiba hasta Hakone, unos doscientos kilómetros, pasando por Tokio. No llevaba dinero y debía sobrevivir por su cuenta, con apenas tres onigiri (bolas de arroz) como sustento. El viaje duró una semana, durmió prácticamente a la intemperie y fue no sólo una prueba para su fortaleza física sino también para acerar la entereza de su voluntad, lo cual le confirmó que su destino estaba escrito. Al caminar por la zona montañosa de Hakone, cuenta, “podía ver cómo el Monte Fuji mostraba su belleza espléndida y me pareció estar festejando mi futuro”.

El largo recorrido del buque “Argentina–maru” le permitió conocer algunos puntos de la escala: Los Ángeles (en un tour que le costó catorce dólares pudo visitar el barrio chino, el teatro y la lujosa zona de Beverly Hills); en el canal de Panamá vio hermosas chicas en bikini que llamaron su atención; al igual le impresionaron La Guaira y la ciudad de Caracas, donde notó que había “muchas señoritas de ojos oscuros”. Así va contando los pormenores de las escalas que el barco hizo en Curazao, Belén, Río de Janeiro, Santos y, finalmente, Buenos Aires.

El "Argentina-Maru", Museo de la migración
japonesa (JICA), Yokohama
Foto: Gregory Zambrano
Las flores muestran el camino

La aventura del viaje, no exento de peripecias, es la antesala a lo que le esperaba  en la finca “Tokashiki”, donde pasó los primeros tres meses. Fueron días de trabajo y aprendizajes acelerados. Allí supo el significado de las primeras palabras que aprendió en español: la expresión “de sol a sol”, en relación con las faenas del campo.

Para entonces, en 1965, Argentina tenía una población de veinticinco millones de habitantes, en un territorio que es unas ocho veces más grande que Japón; allí vivían unos treinta mil descendientes de japoneses, de los cuales la mayoría se dedicaba a la floricultura.

El primer inmigrante japonés floricultor fue el profesor Seizo Itoh, procedente de la Escuela de Agricultura de Sapporo, en 1910. Itoh se instaló en la provincia de La Pampa donde adquirió una estancia en la que luego recibió inmigrantes. Los registros de inmigración anotan que el primer descendiente del que se tenga noticia, Seicho Arakaki, nació en 1911, formalmente el primer nisei argentino, hijo de okinawenses. Poco después, otra porción de inmigrantes se dedicó al oficio de las tintorerías, que también resultó ser un negocio lucrativo.

Durante la Segunda Guerra Mundial, los precios del trigo y de la carne de res tuvieron un repunte que demandó de Argentina casi toda su producción, lo que se tradujo en una bonanza económica que posibilitó la inversión en la obra pública: avenidas, calles, edificios; expansión del metro de Buenos Aires, que comenzó a funcionar en 1913 y solo había desarrollado tres líneas; luego llegó una fuerte inmigración italiana, auspiciada por el primer gobierno de Juan Domingo Perón, descendiente de italianos.

Todos estos factores ayudaron a reimpulsar la vida nacional. La riqueza también se manifestaba en la demanda de flores. Flores para toda ocasión: fiestas, adornos, obsequios, todo esto hizo que los inmigrante japoneses vieran en ese rubro un gran negocio, que duró hasta que sobrevinieron otras necesidades y las flores comenzaron a tornarse un lujo.

Después de muchos avatares y varios episodios frustrantes, Masahito Kawashima pudo seguir sus labores en otra plantación florícola, la finca “Tanimura”, pero no encontraba lo que deseaba, que consistía en juntar el dinero suficiente para independizarse e iniciar su propio trabajo. Así probó suerte alistándose como grumete en un pequeño barco camaronero, pero no se acostumbró a los vaivenes de la embarcación y a los severos mareos por lo cual retomó sus labores en la floricultura. Luego se trasladó a la finca “Ebi”, en Mar del Plata, donde pudo acordar el trabajo como medianero, es decir, utilizar el terreno de otro propietario para encargarse de la siembra para después repartir el producto de lo cosechado.

Eso le resultó una mejor opción que lo llevó a dar un primer paso tras su sueño de hacerse propietario. Andando el tiempo y gracias a diversos sacrificios, logró por fin reunir lo suficiente para comparar un pequeño lote de terreo y comenzar la labor independiente. Poco después su hermano Hiroshi siguió sus pasos y llegó a Argentina, pero él no tenía vocación para el trabajo de la tierra. Lo suyo eran las artes marciales, especialmente el judo, lo que le permitió prontamente y gracias a ciertas peripecias azarosas convertirse en instructor de judo y ganar dinero con lo que era su afición.

Cuando la venta de flores comenzó a decaer y Masahito pensó en buscar otras opciones. Fue con su hermano a recorrer Buenos Aires y la dinámica de la capital los atrajo de tal manera que al poco tiempo decidieron dejar el campo, el judo y el trabajo con las flores.  Masahito provechó para contactar con algunos japoneses que había conocido en distintas circunstancias. Así fue como logró emplearse como  vendedor de baterías de la marca “Hitachi”, que se abría espacio en el mercado argentino, mientras que Hiroshi se las arreglaba en una empresa de comercio exterior.

Cinco años después Masahito decidió regresar a Japón, dejándole a Hiroshi la responsabilidad de vender el lote de terreno. Todo lo que había podido ahorrar con su trabajo de cinco años lo invirtió en el boleto de retorno.

Hogar en tránsito

Luego del reencuentro familiar en Inage, comenzó a desempeñar otros oficios, como vendedor de perlas, guía de turistas latinoamericanos, y fue contratado como intérprete de una delegación deportiva que acompañaba a un campeón mexicano de boxeo. El modo de ser de los mexicanos era contrastante con lo que había aprendido de la idiosincrasia argentina, y eso le llamó mucho la atención. Quería emprender una nueva aventura y decidió aprender el arte de la digitopuntura (shiatsu).

Poco después decidió ir a México. Antes pasó por Los Ángeles a donde su hermano Hiroshi se había trasladado, una vez que se cansó de la vida argentina y vendió el lote de terreno que su hermano le había dejado a cargo. En Los Ángeles Masahito se quedó un tiempo, allí fue chofer de ricachones y vivió experiencias fuertes con personajes excéntricos vinculados al espectáculo; también conoció a sujetos inexplicables que vivían la vorágine hippie. No logró asirse a ese mundo de derroche y banalidad. Entonces decidió proseguir su plan. Hizo el viaje hasta la Ciudad de México, en autobús, durante tres días. Luego de visitar a sus antiguos clientes mexicanos y conocer el entorno capitalino, decidió seguir hacia Argentina con la idea de aplicar allí las técnicas de la digitopuntura recientemente adquiridas.

En Buenos Aires permaneció trabajando por un tiempo corto, aunque logró una buena clientela las cosas habían cambiado y no se sintió a gusto, por lo que de nuevo retornó a Japón. Continuó con su labor en una empresa de turismo, mientras pudo optar a un curso del Ministerio de Relaciones Exteriores de Japón que preparaba personal auxiliar para las embajadas. Esa experiencia lo llevó de nuevo a México, a trabajar en la embajada japonesa. Allí vivió divertidas aventuras, presenció hechos de violencia, tuvo un accidente de automóvil que pudo haberle costado la vida y conoció a Michiru Ohnishi, proveniente de la prefectura de Aichi, con quien se casó. Cuando terminó su trabajo en la embajada, prosiguió como guía de turismo y eventualmente organizador de peleas de boxeo. En México nació su primer hijo, Daichi. Luego se trasladó con su familia a Guadalajara, donde trabajó como administrador de una taquería y vivió las angustias del terremoto que azotó la Ciudad de México,  en septiembre de 1985.

Volvió a Japón en varias oportunidades, siempre en plan de guía de turistas, recorrió los lugares más emblemáticos de su país parar mostrarlo con orgullo a los visitantes. En el ir y venir de México a Japón vivió otras muchas peripecias, todas fueron para él formas de aprendizaje. Antes de cerrar su testimonio, dice metafóricamente: “Lo que más necesitamos en Japón es el corazón. La amplitud y tranquilidad de corazón nos hacen falta enormemente. Cuando tengamos el corazón más sano, podremos actuar como un verdadero líder del mundo. Este orazón de los japoneses es lo más solicitado por la gente de diferentes países”.

Por todos sus avatares, Camino de Flor, puede leerse como un relato autobiográfico, y nos deja la certeza de que no hay camino imposible para quien posee una férrea voluntad. Masahito Kawashima logró cursar una carrera universitaria, como lo había deseado en su juventud. La Universidad de Estudios Internacionales de Kanda (KUIS) le otorgó el título de licenciado en estudios hispánicos. Hoy día, a los  67 años de edad, Masahito Kawashima vive en Inage, Chiba; todavía no se retira de su negocio de almacenamiento y carga en el aeropuerto de Narita. Tiene una nieta, hija de su primogénito. Su segunda hija Dawaka, nacida en Japón, es aficionada al canto. Viaja constantemente, es un lector voraz de periódicos para estar enterado de las peripecias de la política japonesa y quiere emprender estudios de filosofía. Recuerda y se ríe de sus propias ocurrencias, tiene un humor de niño inquieto, dispuesto a comenzar una nueva aventura.

Camino se flor se publicó originalmente en japonés, luego se difundió por entregas en un periódico local. La edición en español se publicó en México en el año 2000 y actualmente se prepara una edición en inglés.  / G.Z. Tokio, mayo de 2013.





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