“El
problema con la literatura, como en la vida, dice don Crispín,
es que
al final uno siempre termina volviéndose un cabrón.”
Roberto
Bolaño (Chile, 1953-2003).
La monumental novela de Roberto Bolaño (Vintage
Español, 1988) fue recibida por los medios especializados como una gran obra que
mereció el Premio Rómulo Gallegos de novela (obtenido anteriormente por autores
de la categoría de Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa) y el Premio
Herralde de la editorial española Anagrama. El New York Times lo catalogó como “uno de los diez mejores libros del
año” en el 2007; el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona ha abierto una
exhibición recontando la vida del autor en España y se habla de Bolaño como el
escritor cuya carrera ha llegado a redefinir la estética literaria global
(Hector Tobar, Los Angeles Times).
Los
detectives salvajes no es una obra fácil de leer
porque no tiene la estructura lineal a la que ya estamos muy acostumbrados. La
trama se desarrolla dentro un largo período de tiempo, entrecruzándose un gran
número de personajes y nombres de autores literarios, un tanto difícil de
seguir. Empieza en México D.F. (1975-1976) y luego el autor nos lleva a Europa,
África e Israel (1996), para volvernos a traer a México, Sonora, en 1976. Por
otro lado, para reconstruir los perfiles de Arturo Belano y Ulises Lima,
líderes de un minúsculo movimiento literario radical, se nos presentan las
recolecciones de 52 personajes, algunos de ellos sin conexión obvia.
En la primera parte, Mexicanos perdidos en México (1975), Bolaño usa el diario de Juan
García Madero para introducirnos al ambiente literario de México D.F., a
mediados de los años setenta. El joven poeta se relaciona con una serie de
personajes marginales del mundo bohemio, tiene sus primeras experiencias
sexuales y saborea el placer de ser reconocido como poeta por la mesera de un
bar y el ser aceptado como parte de los visceralistas, el grupo de referencia
que lo hace sentir ser parte de algo especial y diferente. Para el lector acucioso,
México D.F. es Latinoamérica y la experiencia de Juan García Madero y los visceralistas
es la de los escritores en búsqueda de un espacio en el ambiente cultural
después del boom literario de los años sesenta.
“...a los muchachos pobres no nos queda otro remedio que la vanguardia
literaria.”
En la segunda parte del libro, Los detectives salvajes (1976-1996), los líderes del movimiento literario
radical, Arturo Belano, Ulises Lima y otros visceralistas, van apareciendo más
nítidamente. En este capítulo, un inquisidor invisible, reconstruye la
existencia de este movimiento literario efímero y movedizo y la vida marginal e
impulsiva de los líderes del visceralismo. Aquí la remembranza de extraños
personajes que se mezclan y entrecruzan (libreros, académicos, editores, poetas
exitosos, locos, rebeldes literarios, cajeras de supermercado, prostitutas, lúmpenes
y bisexuales) son la fuente de información. El mosaico de información —da la
impresión de estar viendo un documental— no proviene de la escena oficial, sino
de la marginal. Muy pocos conocen la producción de los visceralistas y mucho
menos quieren publicar sus trabajos. Bolaño, con el material del primer y segundo
capítulo, reconstruye una era, un ambiente cultural a partir de una muy
elaborada tela de araña que se expande y vuelve a centrarse, casi
inadvertidamente, en los personajes principales.
En tercera parte de la novela, Los desiertos de Sonora (1976), vuelve la voz del joven Juan García
Madero para narrar la búsqueda y el encuentro con Cesárea Tinajero, la madre
del visceralismo. La aventura de encontrar a la fantasmagórica poetiza de los
años treinta es un trabajo de hormiga, paciente y persistente, en un desierto
inhóspito, tamizado por el riesgo de ser encontrados y matados por el delincuente
dueño de la prostituta Lupe, que los persigue desde el D.F. Lupe a estas
alturas es la amante del joven poeta. Otra vez, lo lumpen, se mezcla con el
derrotero de movimiento literario. Los poetas no logran conectarse sino superficialmente
con la Cesárea Tinajero y su fin trágico, los deja sin conexión con la tradición
literaria que ellos buscaban. Si tomamos en cuenta que después de estos
episodios, Belano y Lima salen de México (presentados en el capítulo anterior)
y que el joven poeta se queda deambulando en Sonora con su amante prostituta,
el derrotero del movimiento literario radical es incierto. Los noveles
escritores buscarán otros horizontes motivados por sus intereses inmediatos de
sobrevivencia, amor y desamor. La búsqueda de un referente literario acaba ahí.
Lo que definirá su producción literaria a partir de
ese momento será la búsqueda de otros ambientes culturales ligados a su
aventura de vivir. Así Europa, no es el destino idealizado donde iban a parar
los escritores del boom; para los visceralistas, son lugares en los que se
transita, se sobrevive y se escribe. Muchas veces se aprende más de la
literatura leyendo a los autores franceses por ejemplo, en América Latina. Cabe
señalar que por más radicales literarios que estos jóvenes escritores sean, no
son unos improvisados. Tienen y manejan un bagaje literario impresionante como
lo demuestra el joven Madero entreteniendo a sus compañeros de aventura con
preguntas y respuestas sobre métrica literaria y estructura de la poesía; esto
también lo podemos notar en los libros que roban y leen. No son improvisados
pero no aceptan encasillamientos: su radicalismo literario los enfrenta al establishment representado por Octavio
Paz y Neruda, pero también los enfrenta a los grupos autóctonos y a la
izquierda literaria ligada a los movimientos revolucionarios de la época de los
sesenta.
“La mafia de los libreros mexicanos no desmerece en nada a la mafia de
los literatos mexicanos.”
Al margen de lo autobiográfico, que sería la forma
más simple de seguir la trama, Los
detectives salvajes representa más bien la ficcionalización de un ambiente,
la recreación del espíritu cultural de una época; son los tiempos del post-modernismo
donde todo es efímero, nebuloso y marginal y como siempre, los jóvenes
escritores quieren inventarlo todo de nuevo. La pregunta que se deriva es: ¿cómo?
Para Bolaños, las vicisitudes de los escritores de
su generación no son teóricas o académicas, pero sí “reales”. La necesidad de
crear algo nuevo, no son racionales, son vividas por los poetas y escritores de
la década del setenta en adelante, respondiendo a un contexto histórico donde
no pasa nada importante. Tiene el mismo impulso contestatario del boom, pero
quiere desprenderse o, en el mejor de los casos, distanciarse de ese fenómeno
cultural. Ya no se trata del drama individual frente a los grandes acontecimientos;
ahora se trata de un contexto histórico-cultural donde los escritores reevalúan
la tradición literaria, lo establecido y el futuro incierto abierto a
corrientes más amplias. En este contexto, las prostitutas, los bares de poca
monta, los hoteluchos, las otras preferencias sexuales, los juegos de alianzas
individuales, la satisfacción de deseos inmediatos y personales en el mundo subterráneo
de la gran ciudad, sin muchas reglas (Latinoamérica), definen las tramas,
estilos literarios y la vida de los escritores. Por eso lo nebuloso de los visceralistas
(o infrarrealistas, o nuevos escritores), por eso aparecen y desaparecen,
escriben y dejan de escribir, viajan y regresan, para devenir en otra cosa. ¿Qué
cosa? Para devenir en el producto condensado en Los detectives salvajes, una novela diferente y multidimensional
que abre las compuertas de lo ya establecido.
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(*) Luis Fernández-Zavala, Ph.D.
Autor de la colección de cuentos: El guerrero de la espuma y la otras tantas
despedidas, reside en Santa Fe, NM – luferza@gmail.com
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