Friday, December 27, 2013

Diego Trelles Paz y El círculo de los escritores asesinos

—por Alberto Hernández—

I
“Una hermosa maldición”, así pronuncia alguien cuya fascinación por la locura indaga en los ciclos de la sombra. Pudo ser alguno de los asesinos de García Ordóñez, el gordo crítico que se vengaba en cada nota que escribía en una revista literaria de nuestro afamado tercer mundo. O un remedo que la gloria dejó tendido en plena calle mientras Fujimori adelantaba la nomenclatura del crimen, la corrupción y la derrota de Perú. Una “maldición” deja salir la boca de un personaje, de un autor sin reflejo frente a una botella de pisco, del lector que se afana en querer ser parte de los jóvenes que planean, desde el Círculo pandillero, matar a quien destrozaba libros, poemas, narraciones y reputaciones engreídas. Ciertamente, Miguel Lautaro García Ordóñez no es más que una caricatura, una imagen para revelar la presencia de ese grupo de muchachos alterados por la realidad. O por la que creían superar.

¿Acaso se trata de una aproximación a la Sociedad para el Fomento del Vicio o del Club del Fuego Infernal “que fundó el siglo pasado Sir Francis Dashwood”, como afirma Thomas De Quincey al comienzo de Del asesinato considerado como una de las bellas artes? La labor homicida de Ganivet, el Chato, Larrita, Casandra y por ese hombre invisible apodado Alejandro Sawa, descubre una intemperie burda, propia del “clima” andino (que Santiago Roncagliolo muestra muy bien en Abril rojo) y de la poca infusión criminal, contraria al carácter místico que De Quincey le imprime a su idea en la Sociedad para la Promoción del Asesinato, cuyos miembros —como los de la novela de Trelles— son amateurs y dilettanti. Probablemente las comparaciones —odiosas siempre— no pasen de ser parte de la gazmoñería o de la confusión de quien esto escribe, a la hora de clavar el puñal o de desnucar a quien se pasó de la raya.

La “hermosa maldición” construye El círculo de los escritores asesinos (Editorial Candaya, Barcelona, España, 2005). Es más, Diego Trelles Paz, el joven novelista peruano que la concibe, podría formar parte de ese ojo revelador: el detective que dejó a mitad de camino la otra muerte de Roberto Bolaños e intentó ahondar el encuentro con el escritor de Manchester. El crimen, la elaboración de la muerte para prestigiar una obra que aún no ha nacido, vislumbra la hermosa maldición que llevamos a cuestas, una vez terminada de leer, con el asombro propio de los dilettanti, la novela Trelles.

Diego Trelles Paz en Lima. Foto: Alfredo Giraldo ©
II
Cuatro papeles, cuatro manuscritos, le dan cuerpo a esta historia. Los comentarios de Alejandro Sawa alimentan el espíritu de la ficción, la hacen —a decir de Roncagliolo— una historia colectiva. Se trata de cuatro versiones sobre un mismo tema. Se trata del cuento de una aventura, de la “hermosa maldición” de la vida de cuatro jóvenes que sueñan con ser escritores, y por eso fundan, de la mano de uno de ellos, el Círculo, donde los vicios de esos pequeños seres se juntan con algunos textos que luego se convierten en revista, la primera y la última, blanco de las demoledoras críticas del futuro cadáver.

“¿Les dije ya que fue Casandra la promotora del Círculo? Lo primero que me vino a la mente fueron Horacio Olivera, la Maga y el Círculo de la serpiente celebrando tertulias parisinas de alto nivel intelectual; me quise orinar de risa al pensar en nuestra versión provinciana del asunto. Pero me equivoqué. Aunque Casandra estaba al tanto de la novela de Cortázar, la idea del Círculo nació de Mrs. Parker and the vicious circle...”.Sawa, suerte de oráculo, ficha, cita y corrige. Este personaje, doble por su condición de falso detective, deja todos los rastros de Diego Trelles Paz. Si el Chato es el alter ego del novelista peruano, ¿quién es Alejandro Sawa? Hay otro motivo para pensar que los sospechosos, editados por el último miembro del Círculo, podrían ser una representación del mismo Sawa, aunque no se descarta que la lectura de este torpe cronista sea demasiado tremendista. Cada carta, cada escritura, cada justificación, sea desde la cárcel en brazos del Quijote, desde una universidad norteamericana, o de cualquier sitio donde no llegue la mano de la justicia, convierten a Sawa en el depositario de una verdad que se revela muchas veces. Es decir, la muerte es muchas veces, como muchas veces puede ser la verdad. ¿Quién mató al gordo García Ordóñez? Pese a que hay confesiones, lo interesante de nuestra lectura —la de muchos como muchas verdades— es que terminamos, los lectores, siendo los asesinos, cuestión que se entiende en la medida en que no hay detectives en
la obra. Y los son porque así lo desea quien desde la historia trata de librarse de un cadáver que habla desde su silencio, que gozó de testigos para que “alguien” asumiera esa muerte. Afirmo desde estas líneas: Yo maté al indeseable García Ordóñez, con permiso de los personajes, para vengarlos, y con la anuencia de Diego Trelles, quien se aleja cada vez más de esa realidad, tan ficción como él mismo. En definitiva, ¿quién termina siendo un autor? Una referencia, un silencio deseado, una fama lejana. Si Diego Trelles no es Sawa, podemos intuir que Sawa es un interventor, un copista, un corrector, un cómplice pedante que no toma parte del asunto, o que se olvida de que condujo el vehículo donde llevaban a García Ordóñez a su matadero particular. ¿Qué hace, entonces, un sujeto, nada exquisito por cierto, en las páginas de un libro donde unos dilettantimosqueteros le “dieron” muerte y lo convirtieron luego en castigo para todos? No debemos olvidar que Sawa también estuvo detenido algunos meses, pero salió libre mientras Gavinet lee el Quijote en voz alta a sus compañeros de prisión. El Chato, mientras tanto, se exilia y cuenta su historia a un anciano profesor que poco pone atención a su “hermosa maldición”.

III
Los cuatro manuscritos, armados por Sawa, revelan que quienes logren leerlos serán cómplices a lo Cortázar, pero más homicidas cuya racionalidad se emparenta con la de quien narra en Los golpes a la puerta de Macbeth: “La razón es que permite el predominio de su inteligencia sobre sus ojos (...). Todos los demás asesinatos palidecen ante el profundo escarlata de los suyos; como me decía en tono quejumbroso un aficionado: ‘Desde aquellos tiempos no se ha hecho absolutamente nada o bien nada de que valga la pena hablar’ ”. ¿Qué hace Sawa? Darle sazón a un homicidio común. Convertirlo en una escena donde los protagonistas aparezcan como símbolos, como recados de una aventura que se convierte en tragedia.

Foto: EFE
El perro de presa que era García Ordóñez acabó con el Círculo. Condenó a algunos y sacó del anonimato a otros. Es decir, esta metaficción hizo posible “mi” realidad como lector, como parte de un crimen que a diario cometemos. El Círculo no ha desaparecido. Quedó Sawa como empresario editor, cuestión que nos hace dudar de él.

Por cierto, ¿en qué parte de su memoria vive Alejandro Sawa? ¿Cuántas veces Onetti, Micky de Cervantes, Oswaldo Reynoso, Vargas Llosa, Bolaño, Vallejo o Borges volverán a ser parte de una aventura como ésta en la Lima de aquellos años, en la Lima que sigue allí, habitada por Ganivet, el Chato, Larrita, Casandra y el fantasma de Alejandro Sawa? ¿Continúa vigente el Club de enemigos de Neruda? ¿Cuántos golpes necesita Vallejo para seguir viviendo bajo la lluvia parisina?

La carta de Casandra a Eric Rohmer es una metáfora del pasado. Del olvido. Una justificación intelectual, psicológica, un despecho, una desgarradura superior a cualquier muerte. García Ordóñez —su ahogo— no supera los amores del tío Manolo, hermosa maldición que sí habría valido la pena.





Thursday, December 26, 2013

Alejandro Plaza: el talento de relevo del arte plástico venezolano


El caraqueño, Alejandro Plaza, tuvo desde pequeño una gran atracción por el arte. Lápices de colores y papel eran sus hobbies.

A la edad de dieciséis años se trasladó a Dinamarca, como estudiante de intercambio durante un año y medio, donde recibió sus primeras lecciones de arte en el Varde Gymnasium. Durante este periodo también estudió historia del arte europeo experimentando con pinturas sobre lienzo y madera. En 2008 ingresó en el Instituto de Diseño de Caracas donde recibió las herramientas de dibujo para trabajar profesionalmente y más tarde el título de Ilustrador, en 2011.

A principios de 2012 comenzó una nueva etapa como diseñador e ilustrador, tomando el cargo de Director del Departamento de Diseño. A mediados de ese mismo año, Alejandro presentó su primera exposición de arte titulada "Inicios” en Caracas, representando su arte de una manera cronológica. Una forma que le ayudó a darse cuenta de la disposición y el estilo por el que quería darse a conocer. También se unió al Instituto de Diseño Ambiental y Moda Brivil, pero esta vez como profesor de dibujo en tendencias de la moda.

En 2013 comienza a exponer sus obras más recientes junto a otros artistas en Caracas. Esta experiencia le ayudó a convertirse en un nuevo miembro de la Colección de Arte de la Familia Zuluoga. Así mismo participó como el artista donante de obras de arte para la Subasta FUNDANA Noveno Arte 2013. A comienzos del mes de diciembre, la exhibición Expo Mínimo 2013 de Caracas, expuso parte de sus obras.

Actualmente está trabajando en su próxima exposición individual.



colección privada, Denver, Colorado, EE.UU.




Tel +58 424 205 9122
+58 412 366 5707





Friday, December 20, 2013

Las calaveras mexicanas de José Guadalupe Posada (1852-1913)



“La muerte es democrática,
ya que a fin de cuentas,
güera, morena, rica o pobre,
toda la gente acaba siendo calavera.”
José Guadalupe Posada


Recientemente tuvimos la fortuna de asistir a la apertura de la exposición “José Guadalupe Posada: Master Mexican Printmaker” en el histórico edificio McNichols Civic Center de la ciudad de Denver. Este proyecto fue una colaboración del Denver Arts & Venues, el Consulado General de México y el Centro Cultural Mexicano de Denver.

Tariana Navas-Nieves, Gestora de Programas Culturales —Denver Arts & Venues—, escribió un interesante prólogo del cuál tomamos las siguientes notas:

La exposición presenta más de noventa grabados del ilustre artista. José Guadalupe Posada (1852-1913) ilustraba volantes producidos a bajo costo y fácilmente distribuidos en las esquinas y los mercados al aire libre. A través de su meticulosa técnica de dibujo, su ingenio y humor negro, Posada trajo a la vida noticias sensacionalistas de la época, farsas, cancioneros, eventos comunitarios populares e historias de santos y figuras históricas.
En La tierra se traga a José Sánchez por dar muerte a sus hijos y a sus padres, Posada representa la noticia de un hombre que asesinó a sus hijos y a sus padres. La interpretación del artista de esta historia verídica se convierte en una escena dinámica de una serpiente con cabeza de dragón amenazante atacando a José mientras es tragado por las profundidades del infierno.


Posada es particularmente conocido por el uso de la imagen de la calavera para burlarse de la existencia humana, representar la vida cotidiana y el destino común de los hombres. También utilizaba la figura del esqueleto como vehículo de comentario social y político, y con frecuencia ridiculizaba la cultura burguesa de la época. Tal vez la calavera más famosa de Posada es la Calavera Catrina, el esqueleto de una mujer aristócrata con un sombrero europeo ornamentado. A la vez representa a la gente mexicana que quería emular a la alta sociedad europea.

Como vehículos de comentario político, las calaveras brindaban atención sobre el reinado de Porfirio Díaz. El régimen dictatorial de Díaz en México —de 1876 a 1911—, fue un período de gran progreso para el país, pero muy pocos sintieron los beneficios. En Calavera Huertista, Posada representa a Victoriano Huerta (1850-1916) uno de los generales de mayor confianza de Porfirio Díaz, encargado de la represión de los levantamientos indígenas. Temido por su crueldad, Huerta es representado como una monstruosa criatura devorando cráneos.


En la actualidad, las calaveras de Posada se asocian más a menudo con la celebración del Día de los Muertos, la cual se conmemora el primero y segundo día de noviembre. La calavera es una representación simbólica de la brevedad de la vida y el hecho que la muerte no conoce distinción. Durante el Día de los Muertos, el pueblo mexicano prefiere honrar la vida de los seres queridos fallecidos y dar la bienvenida al regreso de sus espíritus, en lugar de lamentar su pérdida.

José Guadalupe Posada creó cientos de ilustraciones que llegaron a miles de personas, pero no fue reconocido por su talento artístico hasta después de su muerte. Hoy, museos y coleccionistas alrededor del mundo, coleccionan su obra y su legado artístico es reconocido por artistas contemporáneos. Un siglo después, las impactantes imágenes de Posada, su estilo realista y uso distintivo del humor, de lo macabro, siguen siendo conmovedoras y relevantes.







La exposición estará abierta hasta el 2 de febrero de 2014.







Monday, December 9, 2013

La sombra del viento: Los libros son también personajes

—por Luis Fernández-Zavala (*)—

Los libros son espejos:
sólo se ve en ellos
lo que uno ya lleva dentro.
La sombra del viento


Original tomada en Madrid por el afamado
fotógrafo español Francesc Català Roca
La sombra de viento (Vintage Español, 2009) del autor español Carlos Ruiz Zafón alcanzó la marca de los doce millones de copias vendidas y su traducción a cuarenta y cinco diferentes idiomas. Se dice que esta novela es la segunda más vendida en España, después de El Quijote. En la actualidad, La sombra del viento forma parte de una trilogía de novelas incluidas dentro de El cementerio de los libros olvidados: La sombra del viento, El juego del ángel y El prisionero del cielo. En esta trilogía, que tiene miles de seguidores, un libro es siempre el artefacto mágico que ordena y desordena las vidas de los que tienen contacto con él. En otras palabras, el libro, más allá de su material presencia de papel, signos en tinta y contenido, cobra vida. ¿No es acaso el sueño de todo escritor, ya sea que tenga doce millones de lectores o una docena?

En La sombra del viento Daniel Sempere, apunto de cumplir once años, va de la mano de su padre, de oficio librero, al cementerio de los libros olvidados, (“En este lugar, los libros que ya nadie recuerda, los libros que se han perdido en el tiempo, viven para siempre esperando llegar algún día a las manos de un nuevo lector, de un nuevo espíritu”) y tiene la oportunidad de escoger un libro. El lugar es no un simple depósito de libros viejos, tal como se le explica claramente su padre:

Este lugar es un misterio Daniel, un santuario. Cada libro, cada tomo que ves, tiene alma. El alma de quien lo escribió, y el alma de quienes lo leyeron y vivieron y soñaron con él.

Daniel escoge La sombra del viento de Julián Carax y asume la misión de adoptarlo y asegurarse que nunca desaparezca, que se mantenga vivo.

calles de Barcelona
A partir de este momento, la vida trágica del autor Carax y su obra poco conocida pero que impacta terriblemente al joven Sempere, se convertirán en el eje de una misteriosa carrera contra el tiempo para conocer más acerca del autor y evitar la destrucción de su obra. En la medida que Daniel Sempere se adentra a descubrir quién es Julián Carax  y por qué su obra está siendo destruida. Similitudes y tragedia envuelven su historia personal. La trama coge al lector y lo entrampa en una historia de espejos que se auto reflejan creando un rompecabezas enigmático. Es difícil para el lector dejar de transitar en el camino emprendido por Daniel Sempere, buscando la luz al final del túnel de desgracias y nostalgias.

Daniel Sempere, el joven detective literario y aspirante a escritor, criado sin su madre y en medio de muchos libros, tendrá como el Sancho de sus pesquisas, a Fermín Romero de Torres, espía caído en desgracia y devenido en mendigo. Fermín es una figura imprescindible para desenredar, con humor y sabiduría populachera y grandilocuente, el misterio que envuelve el laberinto de almas en pena que la vida de Carax y su obra han creado. Conforme se adentra en sus averiguaciones, Daniel encontrará varios personajes que sin proponérselo muchas veces, lo ayudarán o entorpecerán en la reconstrucción de la trayectoria sinuosa de Julián Carax. Tendrá aliados y enemigos, como su padre, una figura afable casi silenciosa y amorosa que lleva a cuestas el dolor de la pérdida de su esposa, el sofisticado librero Gustavo Barceló, Nuria Monfort, la amante eterna que conoció la totalidad de la tragedia de Julián Carax y el demoníaco inspector Francisco Javier Fumero y, el padre de su enamorada Bea, el ricachón Aguilar.

En La sombra del viento a todos los personajes les falta algo: una madre o esposa que se muere tempranamente, un padre no muy dedicado, un amante que es imposible de alcanzar. Estas circunstancias crearán emociones, reacciones diferenciadas y una búsqueda de satisfacción que no siempre es sana. Por ejemplo, el amor frustrado del inspector Fumero, su madre arribista y alharaquienta, que suele causar risas y burlas de sus compañeros de colegio, el rechazo de éstos, van a crear en Fumero un demonio de la venganza (“Las palabras con que se envenena el corazón de un hijo, por mezquindad o por ignorancia, se quedan enquistadas en la memoria y tarde o temprano le queman el alma”). En cambio, la temprana muerte de la madre buena de Daniel le compele a buscar en sus amantes algo de esa entrega amorosa que no siempre la encuentra, pero que existe en él y que no le permitirá caer en el lado oscuro de la vida.

La trama se desarrolla en los años de la post-guerra civil española. Son tiempos difíciles de tensión acumulada, tiempos de escasez material, de acomodos y reacomodos sociales y el surgimiento de los nuevos ricos y de los nuevos pobres. Tiempos de incertidumbre, donde los muertos aparecen tirados en las calles y nada puede sorprender al común de los habitantes de Barcelona.

La Barcelona gótica (“Esta ciudad es bruja ¿sabe usted, Daniel? Se le mete a uno en la piel y le roba a uno el alma sin que uno se dé ni cuenta.”), con su rebuscado velo arquitectónico, cobija las calles irregulares de esquinas de otros tiempos. Palacetes en decadencia, tranvías y plazas nostálgicas ayudando a mimetizar un clima enigmático y desolado que rodea a los personajes. Vientos fuertes soplaron durante la guerra civil sobre la ciudad, y ahora su sombra envuelve a los personajes y su paisaje urbano. El autor describe una Barcelona diferente a la que el turista moderno y casual pueda tener acceso. Sus calles de los años treinta al cincuenta se llenan de varias épocas: iglesias con perforaciones de balas en sus fachadas, la suntuosidad de las mansiones en decadencia que abren sus puertas de metal negro para develar sus secretos, a la vez que podemos visitar los cuartos húmedos y oscuros, pasillos largos y quejumbrosos ubicados en placitas rebuscadas y pacíficas de los menos afortunados. Si el lector cae en el hechizo de la novela, puede ir a un muy bien detallado Google Map (http://goo.gl/QD7OZf), y pasear por esas mismas calles que recorría Daniel en busca de la historia del escritor Carax.


el autor catalán Carlos Ruiz Zafón
(Photo by Mutari)
Ruiz Zafón es un hábil artesano del misterio y no deja sin explicación aun lo que pareciera más trivial; todo evento está perfectamente concatenado y tiene sentido conforme se avanza en la historia. La voz de Daniel, que narra los acontecimientos, tiene todo el ímpetu, frescura e inocencia de su juventud, pero las historias particulares de los otros personajes matizarán su vehemencia y candidez. La prosa de Carlos Ruiz Zafón es precisa y meticulosa y la acción tiene un ritmo envolvente. Las imágenes poéticas presentadas por el autor pueden mover hasta a las lágrimas al lector, cuando de amor, erotismo o soledades se trata o en caso contrario, empujarlo a sentir lo obscuro, mordaz y diabólico de personajes como el implacable inspector Fumero. De este personaje, sabemos por ejemplo, que todo demonio es una creación de circunstancias y no un edicto divino o alguien posesionado por los demonios etéreos. En el misterioso mundo de Carlos Ruiz Zafón, lo macabro es perfectamente humano y las casualidades son las cicatrices del destino.

La sombra del viento es una novela que encanta y es muy difícil de dejar de leer. El lector quiere siempre saber más, y cuando llega al final, desea que nunca hubiese terminado. Sus personajes, y prosa poética, no se quedan con el lector por varios días, sino para siempre. Afortunadamente, las puertas —no siempre evidentes— del cementerio de los libros olvidados, siguen abiertas para otras tantas visitas.



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(*) Luis Fernández-Zavala, Ph.D.,autor de El guerrero de la espuma y otras tantas despedidas.






Thursday, December 5, 2013

JFK, la novela de un héroe de hoteles

—por Alberto Hernández—

1
JFK (Editorial Candaya, Barcelona, España, 2012) podría ser la novela de un puto. Aunque el mismo narrador/personaje diga que no es así. Es la novela de un escort. Es decir, la historia de un sujeto que sirve para que otro u otra la pasen bien en la intimidad. Es un personaje que, como él mismo lo afirma, funciona como “un terapeuta”, que ayuda al cliente que lo solicita en los hoteles de la ciudad, especie de adalid que salva de la soledad a quien lo llama con urgencia.

JFK es la traducción de Jota Fernández Klimkiewicz, hijo de español y polaca. JFK podría pasar, sin entrar en la obra, por el asesinado presidente Kennedy, pero no. Las iniciales dan pie para que el juego del autor, el escritor peruano radicado en Madrid, Sergio Galarza, se presente como un gancho para darle fuerza a un relato donde el malogrado jefe de Estado es sólo una referencia.
Desde la adolescencia, desde un espacio presente en la memoria, gracias al padre, a la madre, a su único amigo El Chico de la Moto y a Gina, una amante mucho mayor que él, JFK se desliza por la vida y se convierte en una suerte de “héroe” que ayuda al prójimo desde su condición de propiciador de placer, comprensión, compañía, de socio por un rato, de oyente de asuntos ajenos y de algunos toqueteos para los que es preciso conocer su manual de estilo o de procedimientos, por decirlo de alguna manera, el cual se concentra en tres reglas: 1) Mi culo es sagrado. 2) El servicio se paga por adelantado. 3) Nunca hay que enamorarse de los clientes. Reglas que, según un riguroso paseo por la historia, ha cumplido a cabalidad. Tanta es la dedicación profesional del personaje que Soy como una farmacia abierta las veinticuatro horas. Su móvil está encendido todo el tiempo.

2
La novela se divide en dos partes. La primera —la mejor lograda— es un registro de la personalidad de JFK. Es un inventario de resentimientos, de padeceres y malestares que la infancia y la adolescencia depositaron en nuestro protagonista. Desde que comenzó con El Chico de la Moto en esta aventura, JFK no ha tenido descanso. Relata y se desgarra. Cuenta y deja correr el tiempo. Se permite regresar a la sala oscura de un cine para instalarse con su madre a ver películas polacas, hasta que ésta considera que su hijo ha sido cómplice del padre al ocultarle la infidelidad de éste: un personaje agrio, desprendido, hosco. Cuenta su relación con Gina, personaje/objeto-sujeto amoroso, con quien aprendió mucho sobre el sexo. Preguntas, muchas preguntas navegaron durante todo el tiempo que le tocó ser parte de la separación del padre y de la madre. Hasta que se descubrió en la barriada su condición de escort, de entregado a la noche, a la disipación. La madre, la ex amante y demás fisgones le declararon una guerra de indiferencia. La primera lo corrió de su lado y de la casa, lo aisló y no aceptó más ayuda de ningún tipo.
Esta primera parte, bien estructurada, bien llevada por un narrador frío y calculador, concluye con el viaje del personaje a Estados Unidos. Un poco antes fue avisado por la madre de que el padre se estaba muriendo en un hospital. Esta información destapa los sentimientos más ásperos de Jotaefeká. No va a visitarlo. Se marcha a América y se abre a otro mundo, a otra manera de abordar la historia, de tratar de desviarla.

el escritor peruano Sergio Galarza (Foto: Candaya)
3
En esta segunda parte de la novela el personaje se desdibuja, pierde fuerza. Ingresa en otro clima, en otro paisaje. JFK se comporta como un turista, como un testigo de eventos que forman parte de una película. De una realidad que se difumina en los ojos del personaje, quien asoma críticas contra ese estado de cosas que forman parte de la piel de los Estados Unidos. Diríamos que comparte lugar en el color local de Nocilla Dream, de Agustín Fernández Mallo, donde este narrador destaca la supremacía de la llamada realidad sucia que tanto le diera fama a Bukowski. En este devenir de JFK la novela palidece, pero a la vez se revisa porque busca el rescate de quien ha tenido que huir de él mismo, en una suerte de despecho que lo ha catapultado a nuevas experiencias, a miradas menos rebuscadas.

El viaje le permitió también refrescar sentimientos, pensamientos e imágenes del pasado. Hasta que regresa a su eterno presente de escort, a la Madrid donde vive. La ciudad donde hay un parque donde comenzó todo, donde se inició.
Y así termina:
Una ardilla me mira sorprendida, escondida entre unos arbustos. Y empiezo a correr, no sé hacia dónde, sólo espero llegar a un lugar seguro como la habitación de un hotel en Lodz.
Convertido en una metáfora, JFK se deja llevar por otra intemperie.