—por Alberto Hernández—
1
JFK (Editorial Candaya, Barcelona, España, 2012)
podría ser la novela de un puto. Aunque el mismo narrador/personaje diga que no
es así. Es la novela de un escort. Es
decir, la historia de un sujeto que sirve para que otro u otra la pasen bien en
la intimidad. Es un personaje que, como él mismo lo afirma, funciona como “un
terapeuta”, que ayuda al cliente que lo solicita en los hoteles de la ciudad,
especie de adalid que salva de la soledad a quien lo llama con urgencia.
JFK es la traducción de Jota Fernández Klimkiewicz, hijo
de español y polaca. JFK podría
pasar, sin entrar en la obra, por el asesinado presidente Kennedy, pero no. Las
iniciales dan pie para que el juego del autor, el escritor peruano radicado en
Madrid, Sergio Galarza, se presente como un gancho para darle fuerza a un
relato donde el malogrado jefe de Estado es sólo una referencia.
Desde la adolescencia, desde un espacio presente en la
memoria, gracias al padre, a la madre, a su único amigo El Chico de la
Moto y a Gina, una amante mucho mayor que él, JFK se desliza por la vida y
se convierte en una suerte de “héroe” que ayuda al prójimo desde su condición
de propiciador de placer, comprensión, compañía, de socio por un rato, de
oyente de asuntos ajenos y de algunos toqueteos para los que es preciso conocer
su manual de estilo o de procedimientos, por decirlo de alguna manera, el cual
se concentra en tres reglas: 1) Mi
culo es sagrado. 2) El servicio se paga por adelantado. 3) Nunca hay que
enamorarse de los clientes. Reglas que, según un riguroso paseo por la
historia, ha cumplido a cabalidad. Tanta es la dedicación profesional del
personaje que Soy como una farmacia
abierta las veinticuatro horas. Su móvil está encendido todo el
tiempo.
2
La novela se divide en dos partes. La primera —la
mejor lograda— es un registro de la personalidad de JFK. Es un inventario de
resentimientos, de padeceres y malestares que la infancia y la adolescencia
depositaron en nuestro protagonista. Desde que comenzó con El Chico de la
Moto en esta aventura, JFK no ha tenido descanso. Relata y se desgarra.
Cuenta y deja correr el tiempo. Se permite regresar a la sala oscura de un cine
para instalarse con su madre a ver películas polacas, hasta que ésta considera
que su hijo ha sido cómplice del padre al ocultarle la infidelidad de éste: un
personaje agrio, desprendido, hosco. Cuenta su relación con Gina,
personaje/objeto-sujeto amoroso, con quien aprendió mucho sobre el sexo.
Preguntas, muchas preguntas navegaron durante todo el tiempo que le tocó ser
parte de la separación del padre y de la madre. Hasta que se descubrió en la
barriada su condición de escort, de
entregado a la noche, a la disipación. La madre, la ex amante y demás fisgones
le declararon una guerra de indiferencia. La primera lo corrió de su lado y de
la casa, lo aisló y no aceptó más ayuda de ningún tipo.
Esta primera parte, bien estructurada, bien llevada
por un narrador frío y calculador, concluye con el viaje del personaje a
Estados Unidos. Un poco antes fue avisado por la madre de que el padre se
estaba muriendo en un hospital. Esta información destapa los sentimientos más
ásperos de Jotaefeká. No va a visitarlo. Se marcha a América y se abre a otro
mundo, a otra manera de abordar la historia, de tratar de desviarla.
En esta segunda parte de la novela el personaje se
desdibuja, pierde fuerza. Ingresa en otro clima, en otro paisaje. JFK se
comporta como un turista, como un testigo de eventos que forman parte de una
película. De una realidad que se difumina en los ojos del personaje, quien
asoma críticas contra ese estado de cosas que forman parte de la piel de los
Estados Unidos. Diríamos que comparte lugar en el color local de Nocilla
Dream, de Agustín Fernández Mallo, donde este narrador destaca la
supremacía de la llamada realidad sucia que tanto le diera fama a
Bukowski. En este devenir de JFK la novela palidece, pero a la vez se revisa
porque busca el rescate de quien ha tenido que huir de él mismo, en una suerte
de despecho que lo ha catapultado a nuevas experiencias, a miradas menos
rebuscadas.
El viaje le permitió también refrescar sentimientos,
pensamientos e imágenes del pasado. Hasta que regresa a su eterno presente de escort, a la Madrid donde vive. La
ciudad donde hay un parque donde comenzó todo, donde se inició.
Y así termina:
Una
ardilla me mira sorprendida, escondida entre unos arbustos. Y empiezo a correr,
no sé hacia dónde, sólo espero llegar a un lugar seguro como la habitación de
un hotel en Lodz.
Convertido en una metáfora, JFK se deja llevar por
otra intemperie.
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