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Friday, January 10, 2014

Cuatro poetas suicidas chinos

—por Alberto Hernández—

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Gu Cheng, Hai Zi, Ge Mai y Luo Yi-He forman el parte suicida de un libro en el que Wilfredo Carrizales ha sabido trasegar un tema bastante delicado. Por supuesto, el autor de Cuatro poetas suicidas chinos (Ediciones Cinosargo, San Marcos de Arica, 2003) aclara que no son cuatro los poetas de ese país que hicieron de sus vidas escenario de una trama personal más parecida a una épica que multiplica nombres y destinos. No; el estudioso sinólogo venezolano habla de una cantidad importante de escritores de esa inmensa nación asiática que escogieron el suicidio como una salida a sus angustias.

En el prólogo de la obra el autor afirma: “La tradición del suicidio en China es única en dos sentidos. El primero: el sistema de valores de la antigua China tenía una clara definición de misión que cada persona estaba obligada a su cumplimiento como un adulto responsable (...). El autosacrificio, por lo tanto, denota un positivo gesto que afirma la santidad de la existencia humana”. Más adelante Carrizales destaca: “El segundo sentido en el cual los chinos valoraban el suicidio puede ser único en la tradición de China: la narrativa y la historia con frecuencia emergen como un todo, con la segunda sirviendo a una distintiva función descriptiva”. Así, según expresa el autor, en el país asiático los llamados letrados y los hombres de Estado “eran uno y el mismo y los funcionarios en la posición de inmortalizar a otros y las figuras históricas estaban también bien entrenados en la imaginación literaria”.

En fin, en China el suicidio no es un simple argumento para acabar con el sufrimiento. Va más allá de cualquier metáfora. Se trata de un valor. En tal sentido, quienes acudían o acuden al suicidio tenían o tienen a su cargo altas responsabilidades morales, políticas o académicas. De allí la importancia de este texto que Wilfredo Carrizales ha puesto en nuestras manos.

Pekin University
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Colgarse de una viga, lanzarse a un río, a un lago, a un pozo o al mar, cortarse la garganta con un cuchillo, incinerarse, matarse de hambre, saltar de un edificio, cortarse las venas, pegarse un tiro en la boca son algunas de las modalidades o métodos usados por los chinos quienes ya no quieren estar en este mundo.

El poeta Gu Cheng, luego de usar un hacha contra su mujer, en octubre de 1993, decidió ahorcarse. A los 37 años este privilegiado ciudadano chino, hijo de un alto jerarca del Partido Comunista, se quitó la vida luego de haber pasado por muchas experiencias, entre ellas haber superado la hegemonía de la llamada revolución cultural. Su trabajo comenzó a ser valorado a partir de 1979.

Leer este texto de Gu Cheng nos acerca a un verdadero poeta: “si tú andas conmigo, / entonces puedes sumar las huellas de mis pies; / / si yo te sigo a ti, / sólo puedo ver la sombra de tu espalda”.

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El poeta Hai Zi, quien realmente se llamaba Cha Haisheng, escogió una terrible forma de morir: se acostó sobre los rieles del tren y dejó que éste lo destrozara. Había nacido el 24 de marzo de 1964. Estudió Derecho en la Universidad de Peking y dio clases en la Universidad de Ciencias Políticas y Jurídicas de China.
Se le considera como uno de los más relevantes poetas contemporáneos de China. Dejó una larga lista de poemas en los que desarrolla el sentir por la pérdida de la China agrícola. Se trata de una poesía quizás un tanto conservadora, pero de mucho brillo paisajístico.

“Canción del suicida” define su destino: “escondido en el agua de la tarde / levanta brevemente la cortina / una o dos ramas de árbol se extienden hacia acá / cuerpo, la piedra preciosa de la superficie del agua / enfrentada a la botella medio agrietada / el agua dentro de la botella no puede agrietarse (...) tú disparas el rifle, solitario regresas a la tierra natal / tú pareces una paloma / que cae en la cesta escarlata”.

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Ge Mai o Chu Fujun tomó la decisión de arrojarse a un río con una roca atada al cuerpo en la cercanía de la capital. Había superado los exámenes para ingresar a la Universidad de Peking, de donde egresó como experto en idioma chino y llegó a trabajar en la revista Literatura de China. Sin mirar a los lados, el 24 de septiembre de 1991 se lanzó a las aguas de un río próximo a Peking.

Amante del agua, escogió el agua para morir. Escalaba montañas y le gustaba viajar mucho. Escribió poesía libre, sin rima, pero también trabajó el ensayo. Destaca en sus trabajos un conocimiento del idioma y una manera muy particular de usarlo, según destaca Carrizales.

En “Señor de lo desconocido” lo podemos advertir: “Yo te escuché a ti en medio de la vida solitaria / Tu gran sonido estremece las brillantes tejas y los cultivos / Desde una oscura noche, como esa, como esa niebla densa / Yo ando el viaje de vuelta, la ruta de ese destino (...) Mas él finalmente obedece el llamado del destino: / Yo me convierto en el más joven entre el grupo de cadáveres / Pero no puedo ser el rey del grupo de cadáveres”.

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El último de los poetas estudiados por Wilfredo Carrizales es Luo Yi-He, quien nació en Peking en febrero de 1961. Sus padres fueron castigados durante la malhadada revolución cultural, y fueron enviados al exilio a la China central. Se especializó en literatura china en la Universidad de Peking. Trabajó como periodista en la revista Octubre, donde desarrolló artículos sobre poesía y novelas. Comenzó a publicar sus trabajos creativos en 1983. Participó en muchos eventos poéticos.

Luego de los acontecimientos de la plaza Tian An Men pierde la vida. Se dice que se envenenó. Contaba con sólo 28 años. Un segmento de “Lodo” dice: “Junto con el sol que brilla / Yo regreso para ser lodo / La tierra machaca mis dedos”. El símbolo es más que evidente.





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