—por Luis Fernández-Zavala (*)—
Mabel
nunca se hubiera imaginado que el viejito
estuviera
dispuesto a morir antes que darles
el cupo a
los chantajistas.
Parecía
tan blando, tan comprensivo y, de pronto,
demostró
ante todo Piura una voluntad de fierro.
El héroe
discreto.
|
Foto: LaRepublica.pe |
Una de la
novedades literarias de fin de año es El
héroe discreto (Alfaguara, 2013), del escritor peruano y ganador del Premio
Nobel de Literatura de 2010, Mario Vargas Llosa. Recién salida del horno de
ficción Vargallosiano en septiembre, ya ha causado bastante revoltijo en el ámbito —siempre alterado— de
la crítica literaria. Las 383 páginas de una novela ágil, entretenida, fácil de
leer, bien estructurada y con un contenido ciertamente divertido y esperanzador,
ha chocado con las expectativas de algunos críticos que demandaban una obra
digna de un Premio Nobel. El héroe
discreto ha sido catalogada por algunos críticos como una obra de “tono menor”.
En otras palabras, no estaría a la altura de un ganador del Premio Nobel: se
esperaba una novela voluminosa, complicada, más elaborada en su argumento,
quizá menos regionalista —la trama se desarrolla en el Perú contemporáneo: Lima
y Piura; utiliza un lenguaje coloquial y peruanismos—, con personajes menos heroicos
y arquetípicos y más entrampados en el laberinto de las estructuras sociales y
morales. Se demandaba del autor escribir su libro definitivo.
Nos
parece que la crítica erudita tiene sus razones dignas de tomarse en cuenta,
pero nos preocupa, desde el punto de vista del lector que quiere saber si vale
la pena o no leer esta novela, que se la juzgue por lo que no dijo al margen de
las intenciones del autor —esto sería como escribir otra novela distinta— y que
se espere de él un acrecentamiento intelectual, casi mesiánico, basado en su amplia
y muchas veces enciclopédica producción literaria. Ambas expectativas, no se
meten dentro de la obra misma, sino que privilegian las externalidades, todo lo
que desde afuera, desde el contexto intelectual balbuceante se le demande.
|
MVLL recibiendo el
Premio Nobel 2010 |
En El héroe discreto se narra la reacciones
paralelas de Felícito Yanaqué e Ismael Carrera frente a las desgracias que aparecen
en sus vidas. Felícito es un pequeño empresario de transportes piurano que
recibe una carta pidiéndole dinero a cambio de protección para su empresa y su
familia; él tendrá como aliada y consejera a su amiga, la santera Adelaida. Ismael
es un octogenario, próspero empresario de seguros en Lima, que quiere desheredar
a sus disolutos hijos. Éste cuenta con el apoyo incondicional de don Rigoberto,
amigo y gerente de su empresa, a punto de jubilarse y de tener "una vejez, larga
culta y feliz". Las historias paralelas se entrecruzarán brevemente al final de
la novela. La reacción de Felícito es principista y enraizada probablemente en
el único capital que su padre analfabeto le dejó: “No te dejes pisotear por nadie”. Su respuesta a la maldad está
motivada por el respeto y aprecio a su padre que se sacrificó toda su vida para
darle educación y una ética simple. Las circunstancias le demandan coraje y él asume
su responsabilidad, convirtiéndose en un héroe de los piuranos, pero, ¿A qué
precio? En tanto, la respuesta de Ismael a sus circunstancias están motivadas
por la venganza. Sus hijos desean su muerte. Él los quiere desheredar, pero también
tiene un precio que pagar.
|
Plaza de Armas, Piura, Perú
Foto: silencioseviaja.com |
El héroe discreto, se
podría catalogar como una narrativa del reencuentro, desde el punto de vista
del autor, como de los lectores. Primero, algunos personajes de otras novelas de
MVLL vuelven a aparecer: Lituma y los Intocables de La casa verde, el capitán Silva de ¿Quién mató a Palomino Molero? y Rigoberto, Lucrecia y Fonchito de Los Cuadernos de don Rigoberto. La
acción vuelve a sucederse en Piura y Lima de las mismas novelas y la juventud
del autor. El lector vuelve a entrar al mundo ficcional Vargallosiano para
encontrar esta vez que las cosas han cambiado. Lituma es ya sargento, Silva es
ahora capitán, Rigoberto está apunto de jubilarse. Lima y Piura también han
cambiado: más urbanismo, malls, más
media alharaquienta, más comercio e industria, más Viagra e internet… En Lima
por ejemplo, el centro financiero se ha desplazado del centro histórico a San
Isidro y un ejecutivo como Rigoberto sigue de cerca las noticias financieras vía
cable o internet y hay interés de capitales transnacionales de entrar en el mercado
peruano. Algo más ha cambiado: hay un nuevo tipo de empresario que ya no es el blanquiñoso
limeño de rancio estirpe, sino el emprendedor provinciano, cholo o mestizo,
cuya acumulación originaria se da a punta de esfuerzo, sacrificio, disciplina y
ética del trabajo. En la realidad no ficcional, este fenómeno se da en todo el
Perú. Hay renacimiento de las regiones y de los emprendedores, pero este
fenómeno también se da en Lima. El autor escoge sin embargo, separar a los
actores espacialmente con la finalidad de crear las condiciones del entrecruce
posterior y porque conoce más Piura que los nuevos populosos barrios de Lima. El
autor bosqueja un contexto de cambio económico pujante y un poco más abierto a
la iniciativa personal. Ya no es el ambiente pesimista de Conversación en la catedral
de los años cincuenta, oligárquico-exportador, es la época del
neo-liberalismo.
En la
novela, MVLL presenta un visión optimista de la sociedad peruana actual, al
margen de las tragedias personales manejadas de diferente manera por Felícito e
Ismael. Se juega con la idea implícita que personas de buen corazón y las
sofisticadas, aún perteneciendo a estratos sociales diferentes, pueden
civilizadamente convivir y comunicarse e inclusive amarse. El racismo, el
prejuicio social de la sociedad oligárquica pueden superarse en un sociedad
abierta. Esta versión de la sociedad peruana contemporánea es alegóricamente
presentada en una acción tele novelesca (culebrones) en donde los personajes y
sus realidades socio-culturales diferentes se aceptan y tocan mansamente. La
lacras de la corrupción y la delincuencia son mencionadas pero no son el eje
del drama de los personajes, por lo tanto, no afectan sino tangencialmente la
trama de la novela.
“Acéptelo y no trate de enderezar
el mundo torcido en que vivimos. La mafia es muy poderosa, está infiltrada en
todas partes, empezando por el Gobierno y por los jueces.”
|
"Felícito Yanaqué escucha esta salsa (Merecumbe)
de los 70 cuando camina por una calle de Piura"
Foto: Flickr/armandolobos |
Sin
pedirle otra cosa al autor que ser coherente con sus intencionalidades, el
lector podría preguntarse si la degradación
moral de la sociedad peruana, la corrupción y la delincuencia, como efecto colateral de los cambios
socio-económicos y la herencia de diez años de dictadura fujimorista, están
presentados en sus aristas relevantes (sin pedir al autor un tratado socio-político).
Aquí la respuesta es categórica: No. La opción del autor es presentar la corrupción como un hecho psicológico,
relación padre-hijo, no como la dialéctica entre el individuo, las estructuras
sociales y la Historia. Por lo tanto, la opción tomada por el escritor peca de ingenua
y debilita el presunto carácter realista de su obra. El lector tendría que
preguntarse si la alegoría optimista es lo suficientemente creíble en la
novela.
Otra
pregunta que el lector puede hacerse es si los personajes Vargallosianos en El héroe discreto están lo suficientemente
desarrollados como para que puedan ser entendidos sin recurrir a una revisión
exhaustiva de las otras obras de las cuales provienen. Es decir, ¿Podemos
aceptar a Lituma, Silva y Rigoberto sin haber leído las novelas precedentes?
Creemos que aquí el resultado es desigual: se puede entender más a Rigoberto —sensualista,
culto, buen amigo, buen padre, buscando siempre el rincón de civilización que
le brinda el arte— que a los otros personajes recurrentes. Lituma y Silva podrían
ser cualquier otro cachaco en ésta u otra fábula. No se llega a percibir su
particularidad.
A pesar
de que las voces de los actores principales, pertenecientes a diferentes
estratos sociales, están clara y nítidamente diferenciadas en modos y signos culturales,
se percibe algunos vacíos. Por ejemplo, desde el principio el lector sospecha
que la carta que recibe Felícito no proviene de los registros culturales de
criminales comunes y corrientes, con una consabida paupérrima educación, ya que
el estilo de la carta es demasiado pulido: depredación
y vandalismo no son sustantivos
popularmente usados. Así mismo, el capitán Silva usa el término sofero lio para referirse al anuncio
periodístico dirigido a los delincuentes y publicado por Felícito. Éste es un
término coloquial hondureño sinónimo de tonto, falto de entendimiento o razón.
Viniendo del capitán Silva, un cachaco, la expresión más feliz podría haber
sido: “un lio del carajo”. Esto suena
más contundente, más peruano y más cachaco (soldadesco).
El héroe discreto es
ciertamente un novela bien construida, con recursos literarios —vidas
paralelas, saltos temporales en los diálogos, voz omnipresente del narrador mezclada
con los pensamientos de los personajes— manejados con comodidad para crear los
efectos esperados de intriga, fluidez y detallismo. Es también una novela elegante,
culta a tramos, con algunos misterios que no se resuelven, con un final optimista
ambientada en un Perú Nuevo, que va a captar la atención del lector casual y
que probablemente va a decepcionar a la crítica erudita. Su lectura entretiene
y permite ver personajes con una humanidad particular, desde el sensualista
sofisticado hasta el hombre de principios con un amante más joven, tratando de
ser felices en un mundo cambiante y donde la moralidad es relativa. Buena
lectura de fin de año y comienzo de 2014, que el lector juzgará por lo que dice
y cuenta y no por lo que no dijo o dejó de contar.
Adenda: Esta
reseña fue comentada oportunamente y me veo en la obligación de contextualizar
mis comentarios. Lo único que se puede esperar de MVLL es que sea fiel a su
artesanía (contar bien una fábula) y esto sí se encuentra en El héroe discreto. Segundo, se espera
que sea coherente con sus principios de novelista expresados nítidamente en La verdad de las mentiras (Alfaguara,
2002). Según MVLL, la ficción, aunque se basa en la realidad, no pretende
replicarla. En este caso, el autor con todo el derecho que le da el ser
ficcional, escoge aspectos de la realidad que le parecen válidos para contar su
historia. Enfatiza unos, deshecha otros. Esta libertad del escritor no es, sin
embargo, necesariamente una opción estética, sino que es consustancial a su
manera de ver el mundo, su ideología. Para MVLL el Perú de hoy es un Mejor Perú
porque es más capitalista y todo depende del individuo. Cierto o no, real o no,
nos guste o no, es su manera de ver al Perú y fantasear. Vale la pena terminar
con sus propias palabras teniendo en cuenta que cuando un autor nos entrega su
producto, al otro extremo está el lector que acepta, rechaza, discierne y
cierra el círculo de la comunicación literaria.
“…Cuando abrimos un libro de
ficción, acomodamos nuestro ánimo para asistir a una representación en la que
sabemos muy bien que nuestra lágrimas o nuestros bostezos dependerán
exclusivamente de la buena o mala brujería del narrador para hacernos vivir
como verdades sus mentiras y no de su capacidad para reproducir fidedignamente
lo vivido”.
____________________________________
(*) Luis
Fernández-Zavala, Ph.D. Autor de El
guerrero de la espuma y otras tantas despedidas.
No comments:
Post a Comment