—por Alberto Hernández—
1
Julio Cortázar sube una escalera y se pregunta quién
lo sigue. Se vuelve ligeramente y “un” alguien verdoso y pequeño le sonríe.
Cortázar sabe que está en la página 126 y no halla cómo salir. Cómo despegar de
una vez y hacerse invisible. El juego ha comenzado. Pero confunde, bizquea y
resuelve hacerle frente al objeto no identificado que lo intercepta:
“Gran idiota”, dice el
fama, “no había que
preguntar. Desde ahora lavarás mis pañuelos y yo ahorraré dinero”.
Es de imaginar que el autor, Julio Cortázar, sonreía
cuando terminó este breve relato
del libro Historias de cronopios y
de famas, un tanto traído por los pelos como todas las cosas de los
sueños. Se trata de un libro incalificable. Humor, ironía, fábula, realidad,
surrealidad sirven para cifrar algunas propuestas que nos acerquen a él, y si
no ocurre, mucho mejor. Las páginas hacen el resto hasta la 155.
2
Desde esa entrada heideggeriana, Cortázar crea lo
“metafísico-maravilloso”. O, según el decir de Manuel Durand, lo
“maravilloso-biológico”, porque funda —en una atmósfera alucinante— un
zoológico a través de nuevas palabras que se insertan en su estilo y en su
español. Esa segunda parte del juego, donde lo lúdico, el ejercicio práctico de
la imaginación, convierte a los objetos en verdaderos instrumentos de creación,
desde una narratividad que cuestiona la realidad y la supera. Jamás hemos
dejado de saltar la cuerda y mucho menos soñar que el columpio nos pertenece. Y
hasta envidia sentimos cuando los niños no nos prestan el tobogán. Julio
Cortázar apuesta al tobogán. Imagina los personajes que no le permitan
envejecer. Eterniza el juego, porque la responsabilidad de quien crea, según la
puesta en escena del existencialismo, es hacer el juego, motivar la existencia
lúdica. De eso Cortázar hizo burla y literatura. Que podría ser lo mismo. Burla
para crear y literatura para imaginar la gran trampa de su lenguaje.
3
El tercer capítulo del juego/trampa de Cortázar se
materializa en la no definición de sus personajes. Los cronopios, famas y
esperanzas son objetos, pero juegan, hablan, se mueven. Hay conciencia en
ellos, pero el autor no nos dice qué son ciertamente. Deja el juego en la
adivinanza. O mejor, en el acertijo, porque presumimos que son claves que
forman parte de eso que llaman el glíglico, es decir, construir un universo
lingüístico desde palabras del idioma que usa. Pero son romper con la
estructura sintáctica. Hablamos —entonces— de un lenguaje/juego. Un español, un
castellano lúdico que nos hace cómplices —hasta culpables o inocentes— según
vaya nuestro gusto, de la ingenuidad de esa intuición de fundar otro idioma
desde el propio. Rayuela teoriza
sobre este mismo tema en sus personajes: Gregorovius, Oliveira, Morelli.
Totalidad imaginaria.
4
La cuarta instancia del juego cortazariano en Historias de cronopios y de famas (idea
que se puede usar en Rayuela) es
la concepción de universalidad, de totalidad. Fondo que nos conduce a una
síntesis, a un sentido transmutante. El juego cambia el ánimo y el espacio, es
una responsabilidad, un destino. Para Cortázar la poética de su trabajo
literario reposaba sobre esa base. El juego, ejercicio de la inteligencia. Por
eso cada escalón, cada subida, cada ascenso, es una tentación. “Las escaleras
se suben de frente”, y el juego, entre otros, que obliga a ocultar la cara es,
precisamente, el escondido. La mayoría de los divertimentos infantiles se hacen
de frente; hacia el al revés es difícil. Pero Cortázar nos hace imaginar una
escalera para subirla de espalda. Nos entrega unos “objetos-quienes” que tienen
sensibilidad, que danzan y se enfrentan, como en los juegos con los cuales
inventamos un compañero o compañera a la muñeca huérfana. ¿Simbolismo,
alegorismo, fabulismo, trampa que esconde alguna clave del horror? Nos quedamos
con la idea de que, sin querer manejar la hipótesis de una temática, se
aproximan a la burla, al humor, a la corrosión elusiva. O en mejores términos,
a la absoluta libertad de ejercer la inteligencia como Dios o el Diablo mandan.
5
Borges, efecto espiral. “Pierre Menard, autor del
Quijote”, también es Morelli. Aquella cita: “La literatura ya está escrita,
sólo que los grandes autores son glosados; ser, los escritores, autores”. Los
temas, el mundo gira y se repite. Así, cambiar no al hombre abstracto sino al
lector concreto. El universo de las letras en nombres como los de Baudelaire,
Mallarmé (desde la perspectiva de la crítica moderna) y el surrealismo, Joyce,
Ezra Pound (desde el ángulo de la llamada crisis naturalista), crean el gran
edificio del lenguaje, la utopía más añorada por la escritura, por los
fabuladores y los poetas: la magia, la armadura encantatoria del verbo, un
mundo que convoque y acerque más a la invención.
6
Esta utopía (haber escrito Rayuela, Historias de
cronopios...) que ya no lo es porque es la realidad, y ninguna utopía,
por serlo, no puede ni debe cumplirse, más allá de que si ocurre deja de serlo.
Se hace realidad: tragedia o comedia. Vida o muerte. De esta manera entramos
con Henri Michaux, Maurice Blanchot, a quienes Cortázar frecuentó en lecturas
desde su nacionalidad en el francés.
Ha sucedido que Cortázar desechó la amargura que
invadió a Michaux y creó personajes antipódicos, muy destacados por un destino
real y manido: el bien y el mal, pero matizados por una atmósfera que los
coloca en medio de cierto simbolismo a veces rechazado. Ese
maravilloso-metafísico, capaz de erigirse en la fábula viviente, destacó la
conciencia de unos extraños objetos/seres que sienten y hablan para no ser
oídos y se trasmutan en la lectura que hacemos de ellos.
7
La polifonía de Cortázar se hace más musical
en Historias de cronopios y de famas porque
sus voces no se identifican en los personajes que felizmente inventó. No son
personajes como tales. Son varios Cortázar en una mofa permanente. Interroga
desde un sentido que crea una magnífica fuerza fabuladora e imaginaria. Desde
un afuera que conmina a los “personajes” a ser objetos, simulaciones. Como
Morelli, cada cronopio, cada fama y cada esperanza es su propio narrador, desde
las peripecias y juegos propuestos por un espectador de primera línea. Es
decir, el otro yo del doctor Merengue. Es decir, Julio Cortázar.
No comments:
Post a Comment