Friday, February 21, 2014

Los soldados de Salamina: La guerra, la paz y la literatura II

—por Luis Fernández-Zavala (*)—

En términos históricos no hay duda de que hubo un
golpe de Estado fascista contra un régimen elegido
democráticamente. Ahora bien, hace falta señalar
que tanto los llamados buenos como los llamados
malos eran humanos. En la novela busqué entender
a un fascista, ponerme en su piel y saber por qué
actuó de cierta manera.
Javier Cercas


En Ucrania, Tailandia y Venezuela en este mismo instante, se vienen dando enfrentamientos entre los gobiernos y las fuerzas que  se les oponen y se puede pesimistamente vaticinar que estas protestas y represiones podrían derivar en guerras civiles. En Siria ya existe una guerra civil en curso con más de 140 mil muertos en sólo tres años; en la República Central de África está ocurriendo  un genocidio perpetrado por “bandas cristianas” contra la población musulmana. En México, la violencia de las mafias de narco traficantes con un total acumulado de 100 mil muertes desde 2006, nos habla de una guerra, una diferente, pero igualmente devastadora. Todo esto solo para mencionar lo más resaltante de las noticias internacionales del día de hoy. Cualquiera que sea el resultado final de estos conflictos violentos lo cierto es que se crearán cicatrices que el tiempo no podrá borrar fácilmente. El mal está hecho y quedará como un péndulo trágico sobre la conciencia social de los habitantes de cada uno de estos países.

Una vez acabados los conflictos, todos los lados implicados recontarán su propia historia. Cada uno pondrá su versión de su tragedia. No todo será verdad. No importa. Su función social no es llegar a la verdad sino dar sentido a la tragedia como perdedores o vencedores. No todas las versiones contadas tendrán el mismo impacto, ni todas serán literatura. Las que lleguen al ámbito de literatura adquirirán su relevancia no solo porque manejen la técnica literaria y del lenguaje, sino por su capacidad de hacernos sentir la tragedia de las guerras de una manera diferente a las estadísticas salvajes y a las batallas. La ficción debería humanizar lo irracional y algo deberíamos aprender de todo esto. Vista así la ficción, ésta se convierte en la Historia por otros medios, tal y como la guerra es la política por otros medios.

Así lo demostró Santiago Roncagliolo con Abril Rojo que ya comentamos y lo demuestra Javier Carcas con Los soldados de Salamina (Tusquets, 2009).

Javier Cercas
Javier Cercas es un escritor español con diez obras publicadas, ganador del Premio Llibreter 2001, el Independent Foreign Fiction Prize 2004 y el Premio Salambó concedido a la mejor obra narrativa en 2001. Los soldados de Salamina fue llevada al cine en el año 2003 obteniendo premios en España y en diferentes certámenes internacionales.

Los soldados de Salamina es una novela corta basada en un hecho aparentemente real sucedido durante la Guerra Civil Española: milicianos republicanos salvan de una ejecución eminente al notorio líder falangista Sánchez Mazas. Era la época de la retirada de las tropas republicanas y el avance victorioso de las falangistas.  De ahí el título de la novela, en referencia, suponemos a la evacuación de Atenas durante la invasión de las fuerzas invasoras sirias, que da paso al desenlace de esta guerra en la batalla naval de Salamina. La retirada de una fuerza militar y la invasión de la otra es el marco que pone el mismo saco de desgracias, tanto a los milicianos republicanos como al falangista Sánchez Mazas. La trama engancha al lector inmediatamente en una travesía para determinar quiénes fueron esos anónimos milicianos republicanos y por qué salvaron de una muerte segura a Sánchez Mazas. ¿Fue esto realmente lo que pasó o fue un mito creado por la propaganda fascista y el ego del Sánchez Mazas? ¿Quién fue realmente Sánchez Mazas? ¿Un escritor?  (“... era un buen escritor, pero no un gran escritor”) ¿Un político extremista?  (“...un hombre culto, refinado, melancólico y conservador , huerfano de coraje físico ...había trabajado como nadie  para que su país se sumergiera en una salvaje orgía de sangre”). ¿Acaso una combinación de ambos? Un ideólogo irresponsable, un propagandista apasionado que usó sus dotes de escritor al servicio de la causa cavernaria del fascismo. (“... supo urdir una violenta poesía patriótica de sacrificio y yugos y flechas y gritos de rigor que inflamó la imaginación de centenares de miles de jóvenes y acabo mandándolos al matadero”). ¿Quién fue el miliciano que salvó a Sanchez Mazas? ¿Por qué le ayudaron los milicianos desertores? Estas son las preguntas que se hace el periodista Cercas (el narrador ficticio) y al tratar de contestarlas, se va reencontrando con su propia vena literaria perdida.

“...es este soldado anónimo y derrotado que ahora mira a ese hombre cuyo cuerpo casi se confunde con la tierra y el agua marrón de la hoya, y que grita con fuerza al aire sin dejar de mirarlo:
- Aquí no hay nadie!
Luego se da media vuelta y se va”.

La voz del periodista Cercas es simple, ágil, directa y a veces opaca y sarcástica, sobre todo cuando se refiere a sus frustraciones como escritor. Cuando narra sus encuentros y conversaciones con sus entrevistados —cosa que no es fácil porque nadie quiere ya hablar de la guerra— lo hace usando extensos párrafos matizados con cierto lirismo que permite apreciar la sagacidad del periodista, sus dudas y su personalidad persistente, curiosa pero desapasionada. También podemos encontrar algunas veces un detallismo superfluo cuando se describe los cafés o restaurantes donde se encuentra muchas veces con sus informantes y un minimalismo en la descripción física de éstos. No se percibe  en él una vehemencia por la verdad, porque esta no existe, si no una necesidad de llegar al fondo del asunto conforme se le van cerrando y abriendo las puertas de información.

No por haber sido los republicanos perdedores de la guerra, la historia debe olvidar sus aciertos y sus excesos; no por haber sido los nacionalistas los ganadores de la contienda, se puede olvidar su responsabilidad, excesos y algunos casos, su humanidad. Sánchez Mazas, el falangista, cumple con su palabra de ayudar a los milicianos que lo protegieron; el miliciano que lo dejó ir y se apiada de Sánchez Mazas sigue peleando con vehemencia otras guerras de liberación. El periodista Cercas, distanciado de la Historia, se pregunta: ¿Quiénes son los héroes? ¿Qué es lo que hace a un héroe? ¿Cómo es posible un acto de compasión en un contexto donde el deber de cada soldado es matar? Como no hay certezas, la ficción busca extender puentes para entender lo que pasó, no desde  la versión de la Historia oficial o la contestataria, sino desde el drama de los individuos que vivieron la guerra, la derrota, la victoria y la paz. Tal como lo pone el autor: “ ... porque uno no encuentra lo que busca, sino lo que la realidad le entrega”, el periodista Cercas entra a la realidad  ficcionalizada donde todo le  sigue siendo nebuloso y contradictorio en la historia real, pero sumamente humano en la ficción.

Otra línea de lectura de Los soldados de Salamina es acerca del oficio de escribir. El periodista Cercas no se siente como un autor de importancia, a pesar de sus dos libros publicados. Escribir para el diario no le satisface, es un trabajo menor, casi mecánico. No se siente escritor, ha perdido la creatividad y el placer de escribir. Su derrota como escritor es parte de su derrota como persona de la cual forma parte su divorcio, su soledad y su relación distante con Conchi, su nueva amante. Sin embargo, en la medida que se adentra en el resolver el enigma de los acontecimientos reales, (“... el libro que iba a escribir no sería una novela, sino sólo un relato real, un relato cosido a la realidad, amasado de hechos y personajes reales...) su creatividad comienza otra vez a fluir, su relación con su amante se hace más interesante y encuentra, en su conexión con el escritor Roberto Bolaño, la ruta necesaria para entrar otra vez en el mundo de la ficción, sin la presión de sentirse escritor. Bolaño le dirá: “...un escritor de verdad nunca deja de ser escritor. Aunque no escriba”.

La novela de Cercas (el autor, no el personaje) nos brinda una visión y reflexión de la guerra de una manera distinta. Cercas lo hace desde la distancia que el tiempo impone, no busca recrear una época, sino hilvanar la manera en que los españoles actuales procesan su pasado. No se trata de negarle a nadie su razón, errores y maldades, sino verlos en su propia salsa humana. Se esperaba que los lectores de esta novela fueran los que de una manera directa o indirecta sobre revivieron estos hechos. Pero no ha sido así, los lectores buscando repuestas han sido las generaciones más jóvenes que también tienen preguntas y quieren imaginar un pasado menos dogmático, menos apasionado. Para terminar, nos preguntamos, ¿Cómo la literatura dará cuenta de la guerra en el Perú dentro de 60 años, en México o en ….?  Cercas nos sugeriría: … no vale el olvido ni la venda en los ojos. En Los soldados de Salamina pretendí comprender y no juzgar, busqué humanizar al monstruo, porque el malvado no es un monstruo sino un hombre que un buen día comete una atrocidad.

Definitivamente esta novela vale la pena leerse o releerse hoy.


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(*) Luis Fernandez-Zavala, Ph.D. Autor de El guerrero de la espuma y otras tantas depedidas.




Friday, February 14, 2014

Alfonso Reyes y América Latina - el cuerpo cultural, integración y utopía


-por Gregory Zambrano-

Supo bien aquel arte que ninguno
supo del todo, ni Simbad ni Ulises,
que es pasar de un país a otros países
y estar íntegramente en cada uno
Jorge Luis Borges

Mucho se ha señalado el hecho de que a Alfonso Reyes se le admira e incluso venera, como a un clásico. Esto tiene una doble lectura, la de una conciencia real de modelo, y la de una permanencia en un nicho al que sólo se acude por voluntad impuesta, o por mero ejercicio de curiosidad intelectual. En todo caso, se suele afirmar que no se lee suficientemente. Sin embargo, hay un sentido de permanencia en esa legibilidad que se sustenta en la sólida catadura de su palabra, en sus conceptos que más que bien aprendidos, mejor enseñan. Y sin acudir a la pompa terminológica ni al fárrago que él mismo se encargó de cuestionar. En su vasta obra crítica, filológica, ensayística y poética, se permea un trabajo intelectual, en el amplio sentido de la frase, ejercido con el denuedo, la honestidad y la exigencia que transmuta el oficio en un acto de vivir, en experiencia literaria, como bien lo revela su luminoso libro de 1942.

Pero esa conciencia creadora tiene, entre otros correlatos que pasan por la amplísima erudición del regiomontano, la comprensión y la síntesis cultural de lo que América Latina representa como unidad y al mismo tiempo como diversidad, más allá de una realidad geográfica, política o social, sustentada sobre el denominador común del idioma. En primer lugar, se trata de recuperar un locus de enunciación en el que puede reconocerse el hombre americano. Así, él mismo fija ese locus en la recuperación imaginística, social y antropológica de su "Visión de Anáhuac 1519" (1917), en el cual no hay una perspectiva nostálgica sino más bien esperanzada, de puertas abiertas hacia el futuro, que él interpreta desde el presente. Allí se halla el soporte de un arco que se tensa hacia el presente, conciliándolo con una perspectiva sostenida hacia adelante, esto es, en clave utópica, proyectada hacia un mundo mejor. La historia es vista como un continuum donde no es posible el recorte interesado o la fragmentación inducida por asuntos coyunturales de interés inmediatista. Se trata de ver, antes que el desmoronamiento de aquellas estructuras el devenir de los hombres que las crearon, los rasgos desorientados del presente y las carencias que en el plano moral y político engendran otras taras sociales. Con todo su rigor instrumental no deja que se le escape su vuelo poético, su compromiso con la lengua creadora: "Préstenos la imaginación su caballo con alas y recorramos la historia del mundo en tres minutos", nos dice en su ensayo "Capricho de América" (Reyes “Capricho de América” 227). Reyes es el lector de ese pasado y su lectura es eminentemente histórica. Ese sentido de leer lo propio es lo que tiene de novedoso, de pujante y decidor. Su lectura pasa por la aceptación de los impactos, del choque cultural con España y por extensión con la Europa toda. Y de ese choque, lo que quedó impregnado de una naturaleza nueva, impresionante, muy lejanamente intuida, es lo que abole definitivamente la perspectiva narcisista, purista, con la que se ha pretendido vender una imagen latinoamericana más o menos caricaturesca, cuando no folklórica, pasada por el tamiz de la "autoctonía" y de la "identidad".
Alfonso Reyes comprende la heterogeneidad conflictiva que nos compone como pueblo, que se nombra en la lengua impuesta y reclama nuevas palabras para comprenderla. En ese sentido, Reyes recupera el llamado de atención que tempranamente lanzó Andrés Bello desde Londres, en 1823 con su "Alocución a la poesía", y en 1826 con la silva "A la agricultura de la Zona Tórrida", donde motiva a la intelectualidad a crear desde lo propio, a no imitar servilmente los modelos europeos. Con este llamado, al decir de Pedro Henríquez Ureña, se estaba formalizando el primer manifiesto de independencia cultural (98-­115). -con lo cual ha estado de acuerdo buena parte de la historiográfica literaria y cultural del continente-. La palabra de Bello asimilaba, transformaba y actualizaba una larga tradición que había aprendido de Europa, y desde la cual intentaba, utilizando un molde clásico, nombrar con palabras nuevas una realidad antigua, distinta, suficiente. Ese reconocimiento y esa conciencia predicada por Andrés Bello fue no sólo asimilada sino fortalecida y más aún profundizada por pensadores como José Martí, José Enrique Rodó, Alfonso Reyes, Pedro Henríquez Ureña, José Vasconcelos, José Carlos Mariátegui, Mariano Picón-Salas y más recientemente, por intelectuales como Baldomero Sanín Cano y Ángel Rama. Hay en todo el continente un mirador desde el cual superponer los planos temporales y espaciales. Pensar en grande significaba sintonizar los tiempos históricos sin complejos ni culpas. Allí Alfonso Reyes es profundamente realista en el sentido cosmopolita. Es decir, consciente de la riqueza múltiple, compleja, contradictoria de las fuentes de las que bebe. Allí radica también su universalismo. Más aún, un cosmopolitismo que se erige contra provincianismos castradores, y contra una visión auto compasiva de quien sólo se ve a sí mismo con mirada acomplejada y peor aún, derrotada. Su mirada contradice la de aquel aldeano vanidoso quien creía que el mundo era su aldea y con tal que él quedara de alcalde o le mortificara al vecino que le quitó la novia, o le crecieran en la alcancía los ahorros, ya daba por bueno el orden universal, como decía José Martí en su ensayo "Nuestra América" (519-527), al contrario, de muy sobria catadura es el cosmopolitismo de Alfonso Reyes. Es, como señala Rafael Gutiérrez Girardot, "asimilación, confrontación y suscitación”. El cosmopolitismo de Alfonso Reyes es lo que constituye el fundamento y el mandamiento de todo trabajo intelectual y científico, es decir, el reconocimiento de que el pensamiento es libre, de que no tiene fronteras y de que sin esa universalidad postulativa, “el pensamiento se sofoca y se provincianiza, se priva de su más fuerte impulso" (XXII). Si decimos que esa mirada del mundo funda una nueva utopía más allá de esa que ampliara en la mentalidad renacentista de los conquistadores la "tierra de promisión", comprenderemos que el pensamiento de Reyes está anclado en una mirada amplia de lo cultural, de lo social, de lo político por encima de los nacionalismos, apuntando hacia una futura asociación de los pueblos.

Arte y estilo
A un pensamiento claro, lúcido, corresponde una expresión directa, amable, despojada de artificios retóricos. Una página, cualquier página de Alfonso Reyes incluso las de su reflexión teórica en torno de la literatura evoca claridad, revela la riqueza de su pensamiento y, sobre todo, la condescendencia, la consideración para con su lector. Su estilo es expresión cabal de su reconocimiento del otro. Y de allí el sentido de amplitud cuando convoca a su lector a una aventura intelectual, que se convierte de manera plena en un ejercicio libre del saber. En su prosa confluyen estilos y muchos géneros de manera simultánea. Más que tratado, más que ensayo, más que relato, hay un sentido "poiético", es decir, creativo, de las potencialidades del lenguaje, que no marcan de manera rígida un perfil genérico definido sino que, al contrario, conllevan la síntesis de todo lo leído, de todo lo sabido, que se quiere compartir sin petulancias ni ampulosidades. Por ello, su prosa despierta fascinación, goce, pero también reflexión e inquietud. Cada palabra precisa, en su lugar, cada giro, cada frase correctísima, invita a la lectura consciente de la construcción gramatical, y nos prodiga con singular generosidad la belleza intrínseca de una expresión bien lograda. En ello radica el hecho reconocido y agradecido por tantos de sus lectores que la lectura de alguna página de Alfonso Reyes, y en especial las escritas sobre la historia cultural de nuestro continente, es al mismo tiempo la invitación para una relectura sostenida y gozosa. Serían muchos los ejemplos que pudiéramos señalar. Basten aquí el de las pequeñas obras maestras tituladas "México en una nuez", "El Brasil en una castaña", o el magistral resumen de historia americana que es su "Última Tule”.

América es una utopía
"La declinación de nuestra América es segura como la de un astro. Empezó siendo un ideal y sigue siendo un ideal. América es una utopía" (Reyes, "El destino de América", 225), nos dice el humanista. ¿Cuál es, entonces, ese sentido utópico que se funda en el pensamiento y se concreta en la obra de Alfonso Reyes? Pues esa misma que cimentó sus proyecciones recurrentes desde el pasado: la fe en una vida mejor, más justa y humana. A esta utopía no se puede renunciar y Reyes no lo hace. Tampoco debemos nosotros renunciar como herederos de ese desvelo. La utopía basada en un futuro promisorio radica en creer que de la abundancia colectiva nacerá mayor equidad y sentido de justicia. Por supuesto que no hay la panacea, existe el sueño, la vocación optimista. Reyes pensaba en un "lugar de promisión, donde se realice la felicidad a que todos aspiran bajo diversos nombres. Hoy por hoy, el Continente se deja abarcar en una esperanza y se ofrece a Europa como una reserva de humanidad" (225). Utopía no son los Estados Unidos en su orden rígido y sus previsiones, tampoco su tecnología, su abundancia material y sus miedos contagiosos. Ni es la guerra para subyugar a otros pueblos e imponer una verdad única. Ni es la utopía apoltronada en una burocracia mal llamada socialista en la cual han sucumbido tantos sueños y se han impuesto el silencio, la censura y el miedo como formas de vida. Ni los emergentes adalides del socialismo del siglo XXI, que justifican la pobreza mientras se hunden en la opulencia, pontifican durante horas interminables con su verdad única, miope e inmediatista, y envilecen a todo un pueblo que todavía compra promesas y recibe a cambio una limosna con la que sacia su hambre de pan por unos días, se da por satisfecho y se dispone defender a sangre y fuego al nuevo mesías. La utopía de Alfonso Reyes no tiene límites en el tiempo, ni en el espacio, va más allá de los principios de justicia social, tolerancia, libertad y progreso moral (que) subyace en toda utopía (Gutiérrez Girardot XXXIV). Tiene que ver con el sentido de transparencia. Si las utopías han caído en descrédito, y todo pareciera girar hoy en día en torno a las leyes del mercado, el dinero, el poder político y mediático, una hojeada. Una lectura atenta a un ensayo de Reyes, justifica el valor de esa utopía reactualizada. Aprender, comprender, saber, hacer, son formas de una utopía que, como la de Reyes, nos hacen creer y desear un mundo mejor. Quizás no lo podamos ver nosotros, quizás lejos esté la redención y se mantenga viva la expectativa que se creó hace ya muchos años en torno al Nuevo Mundo. Porque se sigue diciendo que América Latina es el continente de la esperanza. Algún día los países que conforman esta parte del mundo dejarán de ser noticia solamente por la violencia, la corrupción, la infancia desnutrida y abandonada, las mujeres maltratadas o asesinadas, los políticos huyendo con el botín después o en ejercicio de altos cargos. ¿Hasta cuándo la confianza traicionada? No hace falta más que mirar un poco alrededor o dejarse envolver por los medios de comunicación, o sumergirse en Internet para convercemos cada día y de manera inmediata de que este presente no puede ser el punto de llegada, la teleología de una visión pesimista. La obra de Alfonso Reyes sustenta una fe en que esa utopía algún día será realidad y que por lo tanto, no debemos renunciar a ella. La utopía de América es también, como en Pedro Henríquez Ureña, creer que no sólo hay que procurar un mundo mejor, alcanzarlo, sino lograr su permanencia, y sea el continuum que moldee el presente que subyace, implícito, en el mañana. Y como le decía Picón­ Salas en una de sus cartas: "en nuestro Continente desmesurado y caótico necesitamos esta labor de coordinación, esta alquimia de valores. Bien por el humanismo de Alfonso Reyes cuya voluntad de cultura se sitúa más allá reaccionarismo y la demagogia criolla"(Zambrano 51). La autonomía literaria latinoamericana, como llamó Ángel Rama al proceso de autorreconocimiento en forma y fondo, de una especificidad histórica que se sustenta en la lengua, es una tarea pendiente que dará justificación al proceso de ruptura y construcción de un nuevo orden político-social que irrumpió con la creación de los estados nacionales, lo cual legitimó el largo y traumático proceso de las luchas de independencia y que hoy, para muchos países, revive la ilusión de volver al vientre materno, y buscar la madre patria. Es, con varios matices, lo que se ha dado en llamar "el retorno de las carabelas", con que sueñan muchos connacionales que buscan o fabrican sus filiaciones con los padres de ultramar, para hacerse de un pasaporte comunitario que les haga posible el bienestar material, la tranquilidad económica y también política. Esto equivaldría, con todas las diferencias y contradicciones, a anhelar un sueño posible -una forma de utopía, como muchos lo intentan cada día- al otro lado del Río Bravo. Mariano Picón-Salas hablaba de una tradición dinámica que refundía el pasado en el presente, lo actualizaba y enriquecía, frente a una tradición estática que solamente se regodeaba en las glorias del pasado (Picón-Salas "Pequeño tratado de la tradición"(87-99). Glorias que eran militares, héroes que habían obedecido a su tiempo con el principio de las armas.
Hacía falta instaurar una tradición dinámica que dejara en claro el aporte de los otros héroes, los civiles, esos que tuvieron ideas y proyectos, que aportaron sus haberes y saberes como formas invaluables de un gran capital humano. En ese orden está la obra de Alfonso Reyes, que por encima de toda actualidad representa, en ejemplo y magisterio, "un ethos intelectual y político. El ethos de la transparencia, de la honradez intelectual, de la conciencia serena de patria, de la lucidez, es decir, un ethos que insiste con pasión, cortesía y elegancia en mantener viva y en enriquecer la tradición latinoamericana fundada por los libertadores" (Gutiérrez Girardot XLII). Los recientes esfuerzos por consolidar los mercados comunes en América del Sur, los alcances políticos de las medidas de integración que se llevan a cabo desde la Corporación Andina de Fomento, los impulsos de vinculación de Brasil hacia el resto del continente, son síntomas de que el camino posible de nuestros países sigue el riel de la apertura, el diálogo y el intercambio. Economía, cultura, política son nuevos rostros de una utopía integracionista que se cimentó en el siglo XIX y que apenas en la aurora del XXI comienza a verse como una posible realidad. Alfonso Reyes, contribuyó con su pensamiento y esfuerzo personal a delimitar los caminos de esa necesaria unión para posibilitar alianzas entre la cultura de los pueblos. Él estaba consciente de la necesidad de diálogo e intercambio, mantuvo su fe en el trasiego cultural, sustentado en una gran ventaja: la del idioma común. Para Reyes "La cultura americana es la única que podrá ignorar, en principio, las murallas nacionales y étnicas [...] Las naciones americanas no son, entre sí tan extranjeras como las naciones de otros continentes. Tres siglos de elaboración; un siglo de azarosos tanteos, desatados por las independencias y las nuevas organizaciones; medio siglo más de coherencia y cooperación. Tal es, en su perspectiva general, la senda de América" ("El destino de América" 388-392). Al tiempo de valorar las recientes propuestas de integración, es necesario repasar los atisbos e intuiciones del pensador regiomontano que en su momento pudo vislumbrar las carencias y postular en clave utópica lo que en el presente se comienza a mostrar como posibilidad. y ello se suma a una trayectoria profundamente ligada al destino de América Latina, a la zaga de Simón Bolívar y José de San Martín, pero también ligada a los haberes de la civilidad, que reúne en una verdadera constelación a Andrés Bello, Fermín Toro, Cecilio Acosta, Benito Juárez, Domingo Faustino Sarmiento, José Martí, José Vasconcelos, Eugenio María de Hostos, José Carlos Mariátegui, quienes, entre otros, asumieron como un proyecto de vida la tarea de servir y más aun de construir a la América Latina. A ese sueño se sumó Alfonso Reyes, quien con vocación utópica, que equivale a su vigilia optimista, la pensó como una Magna Patria.


Referencias 
Gutiérrez Girardot, Rafael. “Prólogo a Alfonso Reyes”, Última Tule y otros ensayos. Caracas: Biblioteca Ayacucho, 1992, pp. IX-XLV.
Henríquez Ureña, Pedro. "La declaración de la independencia cultural (1800-­1830)", en Las corrientes literarias en la América Hispánica. México: Fondo de Cultura Económica, 1969, pp. 98-115.
Martí, José, "Nuestra América", en Obras escogidas. La Habana: 1980, t. 2, pp. 519-527.
Picón-Salas, Mariano, "Pequeño tratado de la tradición", en Viejos y nuevos mundos. Caracas: Biblioteca Ayacucho, 1983, pp. 87-99.
Reyes, Alfonso, "Capricho de América", en Última Tule y otros ensayos. Caracas: Biblioteca Ayacucho, 1992, pp. 227-229.
____________"El destino de América", en Última Tule y otros ensayos. Caracas: Biblioteca Ayacucho, 1992, pp. 223-226.
____________ "El destino de América", en Vocación de América(Antología). México: Fondo de Cultura Económica, 1990, pp. 388-392.
Zambrano, Gregory (ed.), Odiseos sin reposo (Mariano Picón-Salas y Alfonso Reyes. Correspondencia 1927-1959). Mérida-Venezuela: Fundación Casa de las Letras "Mariano Picón-Salas", Consejo Nacional de la Cultura, Universidad de Los Andes, 2001.





Friday, February 7, 2014

homenaje a JUAN GELMAN, PROSA Y EPITAFIO

—por Alberto Hernández—

1.—
El 28 de diciembre de 1997, en limpia y clara prosa, el poeta argentino Juan Gelman escribió: “Es dudoso que los hijos de militares y miembros de las fuerzas de seguridad hayan tenido alguna vez una nítida noción del papel activo que sus padres desempeñaron en el genocidio argentino”.

Durante muchos años Gelman buscó en todos los escondrijos de la maldad los restos de su hijo y de su nuera. Por eso dejó esas líneas dedicadas a los hijos de los asesinos de su descendencia. Más adelante respiró estas palabras: “Mucho silencio debe haber reinado ahí. Pero ellos no reconocen sus errores y sus crímenes no ayudan a sus hijos a no caer en la repetición. Tales padres mutilan a sus hijos, los encierran en un círculo de muerte sin derecho alguno”.

Largas páginas recorrieron el dolor de este hombre considerado uno de los poetas más importantes de nuestra cultura. Su pesar no logró ensombrecer su afán por encontrar los restos de su gente, y su poesía se iluminó en medio de tanta estulticia y desazón. Su prosa, casi despojada de imágenes poéticas, más cercana al periodismo, no dejó de pasearse por el amplio universo de su formación como ser humano, como artista y como político. Su vejez fue marcada por heridas y cicatrices, gritos, susurros y silencios que recorrieron con absoluta impunidad campos y ciudades de nuestra malhadada América del Sur.

En Nueva prosa de prensa (Javier Vergara Editor, colección Textos Libres, Buenos Aires, 1999) el poeta y periodista plasmó en pleno ese dolor, pero también reflexiones que ocuparon todos los temas. Un inventario en el que el lector puede darse el lujo de degustar la prosa de este hombre recién desaparecido en México. Un poeta que se desangra en prosa. Un poeta que hace de la prosa una gran aventura y descubre el hombre de carne y hueso que ambula por la tierra buscándose, deshaciéndose en la memoria de quienes fueron vilmente asesinados por la dictadura militar de aquellos años perversos del Cono Sur de América latina.

Gelman en 2007
2.—
Toda esa historia, conocida por muchos lectores, desemboca en una obra donde la tristeza, la ternura y hasta la amargura constituyen la temática de una vida creadora. Sus treinta libros, traducidos a diez idiomas, dan cuenta de esa fuerza para dejar marcada la huella de su estropeada existencia. Pero fue a través de la prosa como denunció ante el mundo los atropellos contra su familia, contra los argentinos, contra los países más sureños de América. En su poesía hay otras cosas: está el amor, la sencillez de la existencia, pequeños utensilios de la memoria. No hay miedo, no hay resentimiento, no hay dislocamientos sociales. Es una poesía que alberga al ser humano desde los sonidos de la esperanza, del aire existencial, de la rutina de personajes y asuntos vagos que se convierten en el diálogo con lectores y fantasmas cuya invisibilidad promueven la plenitud de la poesía misma.

Un breve recorrido por Nueva prosa de prensa nos descubre ante temas políticos, literarios, íntimos, musicales, plásticos, crónicas que podrían parecer triviales, revelaciones personales. Y hasta guiones teatrales. También poetas y narradores de todos los ámbitos terrestres. Toda una geografía que hace que su poesía se fortalezca porque el trabajo intelectual del diario devenir periodístico funda una nueva capacidad: escribir una poesía desde el otro lado, desde el lado opuesto de la rabia, desde el lado opuesto del dolor, desde el lado contrario de la mirada dura que estudia la muerte de frente.

3.—
Un ejemplo de los tantos que podríamos usar, está en el texto “Sentimientos”: “Hay sentimientos de grandeza sobrecogedora en la literatura trágica universal. “Mi ira no me olvida”, exclama la Electra de Sófocles con dolor por la muerte del padre, Agamenón, y cólera porque ha sido asesinado por Clitemnestra, la esposa adúltera, la madre”. Gelman recorre su dolor por el contenido doloroso de la cultura, por la atmósfera de quienes crearon la muerte clásica, lectura de la propia muerte, tan cercana. Más adelante aguza: “Esos momentos no escasean  en los dramas de Shakespeare y uno es particularmente  conmovedor. Anuncian a Macduff que Macbeth ha asesinado a su mujer y sus hijos, Malcolm lo exhorta  a la venganza y el abrumado padre dice: “¡Él no tiene hijos¡”. La venganza es imposible”.

Este cierre define, traza el espíritu del autor de En abierta oscuridad, que supo hacer de la justicia su pan de cada día. Finalmente encontró parte de la carne perdida, toda el alma de quien después se acurrucó en su voz hasta la muerte de estos días, su nieta Macarena, quien habitaba en Otromundo.

Un día dijo: “Yo no me voy a avergonzar de mis tristezas”.
Para despedirse versó su epitafio:
Un pájaro vivía en mí.
Una flor viajaba en mi sangre. Mi corazón era un violín.
Quise o no quise. Pero a veces
me quisieron. También a mí
me alegraban: la primavera,
las manos juntas, lo feliz.
¡Digo quen el hombre debe serlo¡
Aquí yace un pájaro.
Una flor.
Un violín.

Su poesía y su prosa, su “prosía”, para inventar el instante de una palabra nueva, viajan hoy con las cenizas de su cuerpo lanzadas a un río mexicano. Palabras en una corriente que darán a la mar.