por Luis Fernández-Zavala PhD
(*)
La autora española Belén Gopegui tiene en su haber una producción literaria vasta: diez novelas publicadas
entre 1993 y 2011, y su novela La conquista del aire (Anagrama 1998) que hoy
comentamos, fue llevada al cine con el título Las razones de mis amigos. Gopegui ha obtenido varios premios literarios
y es considerada una voz importante, alternativa y fresca dentro de la escena cultural española. En La conquista… nos
invita a explorar la respuesta a la pregunta de cuánta libertad tiene la
pequeña-burguesía para hacerse dueña de sus propios destinos. La pregunta que
podría ser propia de un estudio sociológico es respondida por Gopegui desde la
ficción que no busca generalizar, sino particularizar la experiencia humana.
A través de una trama simple (las reacciones de tres amigos frente al
pedido de un préstamo monetario de uno de ellos), una prosa que demuestra una
fineza en el manejo de las emociones y una
arquitectura narrativa en la que los
tiempos y espacios de los tres personajes principales se presentan simultáneamente,
la narradora quiere “mostrar algunos
mecanismos que empañan la hipotética libertad del individuo”.
En el prólogo, Gopegui nos hace un invitación muy personal a seguirla
en la búsqueda de una respuesta a la pregunta planteada y para que no halla dudas de su misión nos dice: “el narrador quiere saber y por eso narra”. Es decir, la
ficción nos permitirá explorar la vivencias humanas, particularizándolas. A diferencia
de otras novelas, en las que el lector tiene que preguntarse al final de la lectura,
por el objetivo de la obra, Gopegui explicita su objetivo desde el principio.
Esta forma de aproximarse al lector, meterlo directamente en un proceso de
exploración conjunta se asemeja a los
llamados que se dan en el teatro invitando a los espectadores a descender de su
asientos y entrar en las angustias de los personajes.
Se podría decir que la ficción de Gopegui, permite hacer hablar, pensar,
sentir y vivir a los conceptos
subyacentes que explican el funcionamiento de la sociedad actual —pequeña-burguesía,
estructura social, súper estructura hegemónica,
etc.— convirtiendo la vida de sus protagonistas en protagonistas colectivos. El uso
de variados recursos literarios entre los que destacan imágenes de exquisita y
concisa elaboración en una narrativa no
panfletaria, con ausencia de sentimentalismo fácil y la tendencia a no dictar una salida categórica sobre el drama de los personajes, hacen que la
tarea de explorar la vida ficcional tal como es y no como debería ser, más llevadera, sutil y entretenida.
En artículo sobre literatura y política (2005) Gopegui afirma que la
literatura está “hecha para contar la vida”. Aquí vale la pena recordar que el
realismo en El héroe discreto de Vargas
Llosa, la literatura no cuenta la vida, sino que miente sobre ella a gusto del
autor, y ese es su derecho. Me atrevería a concluir que existe una distancia
profunda entre el realismo de MVLL y el de
Gopegui: los autores escogen y piensan
los elementos de la realidad no ficcional de distinta manera. Las historias contadas por ambos autores suceden en contextos históricos y coyunturas
específicas y afecta a sus personajes,
aún en contra de su voluntad, creando dramas personales inesperados. Sin
embargo, la sociedad y su funcionamiento están presentes en el realismo de Gopegui y no
en el de MVLL. Los elementos robados de la realidad, son las opciones que tiene el autor para desentrañar
esa vida ficcional, los conflictos arrojados a la escena, dependen de la
sensibilidad del autor para ofrecer una versión menos caótica que la vida
misma; su uso del lenguaje, será la coreografía que nos amarra al drama de los
personajes: los hace vendibles, aceptables, nuestros amigos o enemigos. En la
ficción de Gopegui todos estos elementos están presentes brillantemente compaginados de tal forma que la historia
narrada es la historia de personajes inmersos en la sociedad tal y cual es.
El contexto histórico de España de los años 90, lo aprendemos de boca
de los protagonistas Carlos Maceda, Santiago Álvarez y Marta Timoner y el
narrador ficticio: ausencia de partidos
de izquierda, anejes en acción, la juventud todavía contestaría, desempleo,
globalización, caos e inseguridad. El narrador ficticio omite
eficientemente una contextualización
detallista que podría haber hecho que los alcances de la exploración propuesta se
encasille en una anécdota bien contada, sin transcendencia. Pero, por el contrario,
la historia de estos tres amigos, se hace un poco más universal al develar los
conflictos que este préstamo causa debido al diferente significado de dinero
para cada uno de ellos.
¿Es el aire la metáfora adecuada sobre la libertad individual?
El aire que respiramos todos (aun que este contaminado por la
irracionalidad globalizada) no es una mercancía. Todos tenemos acceso a este
vital elemento sin entrar en relaciones de intercambio (mercado). Sin embargo,
pareciera ser que el sistema capitalista, unos tienen más “aire” (recursos) que
otros. La pequeña-burguesía gracias a su acceso a la educación y a las
profesiones tiene más espacio (más aire) para tomar decisiones sobre sus
proyectos personales que los sectores sociales proletarizados y pauperizados,
pero no sin conflicto. La conquista del aire (la libertad individual) es una lucha invisible, etérea, omnipresente,
conflictiva, hasta a veces una ficción más en la vida cotidiana de la pequeña-burguesía.
La pequeña burguesía decide pero no elige, aunque tenga más aire.
¿Por qué y cómo se angustian?
Sus angustias se derivan de la búsqueda de la adecuada respuesta
ética-racional ante el préstamo del
dinero y ante la realización de sus proyectos personales que no pueden
controlar. Una solidaridad amical
surgida en sus años de la “inocencia heroica” (palabras mías), donde discutían
de todo y buscaban dar respuestas a lo irracional del sistema y suponemos, también
ligada al activismo político, se enfrenta a una situación diferente: todos
ellos tienen proyectos personales aislados —la comunidad de intereses ha
desaparecido— y ya están insertos dentro de la complejidad del mercado y sin
una praxis política. Su conciencia crítica no tiene asidero en su práctica
social. El dinero del préstamo es sólo un instrumento para desenredar el manojo
encarnizado de las relaciones sociales,
económicas e ideológicas en la que se hayan. El dinero no es la esencia, dirá Gopegui en el prólogo. Es la
manifestación más obvia del sistema. Son las
funciones sociales y económicas capitalistas hegemónicas las que “se anidan en la conciencia moral del
sujeto” y lo van minando hasta hundirlo en la soledad.
Los tres amigos
Carlos Maceda es el que pide el dinero para enfrentar la crisis de su
empresa Jard. Tiene un hijo menor que apenas aparece en la trama para mostrar
que es un padre amoroso; su esposa Ainhoa tiene su propio proyecto: aspira a
ser médica. Son muchos los momentos de silencio entre ellos. Ainhoa no se siente parte de su
proyecto-utopía de construir una empresa
en la cual todos sus integrantes se beneficien: una comunidad económica sin
explotadores y explotados. Es más, la vehemencia de Carlos en torno a su proyecto los va separando. De los tres amigos, Carlos es el hombre
de acción, él sí tiene un proyecto claro. Se siente incómodo ante la imposición hecha a sus amigos.
“Desde su empresa intentaría preservar un recinto civilizado en la
selva del capital”.
Santiago Álvarez es profesor de
historia moderna en la universidad. Ha
aceptado su rol como profesor investigador, sin ninguna vehemencia. Se siente
el más alejado de las urgencia del dinero y protegido del sistema dominante. El
que Carlos le haya pedido dinero lo pone a la altura de sus amigos. Le gusta no
ser más acomodado. No quiere entrar en el juego del arribismo. Aquí vale la
pena mencionar que Santiago decide especializarse en la obra de Mendeville, un
filósofo del siglo XVIII, que postulaba que lo hace progresar a la sociedad son
los intereses individuales. Él es el escapista del grupo.
“...Le gustaba que Carlos le hubiera pedido dinero . Porque
significaba que el era un igual, que era como Marta, alguien nacido de pie,
alguien que aunque perdiera cuatro millones seguiría viviendo del mismo modo
pues ya había consolidado su posición, había salido, como decía su madre,
adelante”.
Marta Timoner es la que menos urgencia tiene de dinero. Proviene de
una familia acomodada. No tiene un relación fluida con Guillermo que le propone
una vida en común a más largo plazo (eso es lo que significa la compra de la
vieja casa). Marta quiere su compañía pero su diletantismo es obvio. No es
reconocida profesionalmente en el Ministerio de Transportes donde hace alianzas
con su primer jefe para sacar proyectos interesantes de servicio público. El
eficientismo no es neutro.
“...Ella solo podía hablar de medidas eficaces y no de medidas buenas.
Los fines los fijaban otros”.
Madrid |
Marta puede arreglárselas como
consultora internacional y puede esconder su soledad en el trabajo. Ella quiere
tener más control en su vida profesional y amorosa. Marta representa el típico
rol del burócrata asalariado.
“Ella quería pertenecer al contingente de personas que concebían un
destino distinto del destino un poco
mezquino, un poco satisfecho, bastante entretenido de cualquier miembro bien situado de la clase
media”.
Los tres amigos tiene una relación diferenciada con el dinero, pero todos lo necesitan de una u
otra manera. Este es origen de las contradicciones: uno lo necesita para
mantener una empresa funcionando en un
sistema hostil de explotación,
monopolio y competencia; otro lo maneja en función de no consumir demasiado y protegerse
del sistema, en tanto que, finalmente,
Marta quiere reconocimiento.
Si al comienzo de la novela y durante el desarrollo de la trama, el
insomnio atormentaba a los tres
personajes, al final de la novela, ellos logran dormir, cansados de sus
contradicciones en “un mundo ordenado en
apariencia”. El lector tendrá que caminar muy de cerca a través de las inter-subjetividades de los
tres amigos para conocer qué les hizo recuperar el sueño.
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Autor de El guerrero de la espuma y otras
tantas despedidas.