Friday, March 28, 2014

La conquista del aire de Belén Gopegui



por Luis Fernández-Zavala PhD (*)


La autora española Belén Gopegui tiene en su haber una producción literaria vasta: diez novelas publicadas entre 1993 y 2011, y su novela La conquista del aire (Anagrama 1998) que hoy comentamos, fue llevada al cine con el título Las razones de mis amigos. Gopegui ha obtenido varios premios literarios y es considerada una voz importante, alternativa y fresca dentro de la escena cultural española. En La conquista… nos invita a explorar la respuesta a la pregunta de cuánta libertad tiene la pequeña-burguesía para hacerse dueña de sus propios destinos. La pregunta que podría ser propia de un estudio sociológico es respondida por Gopegui desde la ficción que no busca generalizar, sino particularizar la experiencia humana.

A través de una trama simple (las reacciones de tres amigos frente al pedido de un préstamo monetario de uno de ellos), una prosa que demuestra una fineza en el manejo de las emociones y una arquitectura narrativa en la que los tiempos y espacios de los tres personajes principales se presentan simultáneamente, la narradora quiere “mostrar algunos mecanismos que empañan la hipotética libertad del individuo”.

En el prólogo, Gopegui nos hace un invitación muy personal a seguirla en la búsqueda de una respuesta a la pregunta planteada y para que no halla dudas de su misión nos dice: “el narrador quiere saber y por eso narra”. Es decir, la ficción nos permitirá explorar la vivencias humanas, particularizándolas. A diferencia de otras novelas, en las que el lector tiene que preguntarse al final de la lectura, por el objetivo de la obra, Gopegui explicita su objetivo desde el principio. Esta forma de aproximarse al lector, meterlo directamente en un proceso de exploración conjunta se asemeja a los llamados que se dan en el teatro invitando a los espectadores a descender de su asientos y entrar en las angustias de los personajes.

Se podría decir que la ficción de Gopegui, permite hacer hablar, pensar, sentir y vivir a los  conceptos subyacentes que explican el funcionamiento de la sociedad actual —pequeña-burguesía, estructura social, súper estructura  hegemónica, etc.— convirtiendo la vida de sus protagonistas en protagonistas colectivos. El uso de variados recursos literarios entre los que destacan imágenes de exquisita y concisa elaboración en una narrativa no panfletaria, con ausencia de sentimentalismo fácil y la tendencia a no dictar una salida categórica sobre el drama de los personajes, hacen que la tarea de explorar la vida ficcional tal como es y no como debería ser, más llevadera, sutil y entretenida.

En artículo sobre literatura y política (2005) Gopegui afirma que la literatura está “hecha para contar la vida”. Aquí vale la pena recordar que el realismo en El héroe discreto de Vargas Llosa, la literatura no cuenta la vida, sino que miente sobre ella a gusto del autor, y ese es su derecho. Me atrevería a concluir que existe una distancia profunda  entre el realismo de MVLL y el de Gopegui: los autores escogen y piensan los elementos de la realidad no ficcional de distinta manera.  Las historias contadas por ambos autores suceden en contextos históricos y coyunturas específicas y afecta a sus personajes,  aún en contra de su voluntad, creando dramas personales inesperados. Sin embargo, la sociedad y su funcionamiento están presentes en el realismo de Gopegui y no en el de MVLL. Los elementos robados de la realidad, son las opciones que tiene el autor para desentrañar esa vida ficcional, los conflictos arrojados a la escena, dependen de la sensibilidad del autor para ofrecer una versión menos caótica que la vida misma; su uso del lenguaje, será la coreografía que nos amarra al drama de los personajes: los hace vendibles, aceptables, nuestros amigos o enemigos. En la ficción de Gopegui todos estos elementos están presentes brillantemente compaginados de tal forma que la historia narrada es la historia de personajes inmersos en la sociedad tal y cual es.

El contexto histórico de España de los años 90, lo aprendemos de boca de los protagonistas Carlos Maceda, Santiago Álvarez y Marta Timoner y el narrador ficticio: ausencia de partidos de izquierda, anejes en acción, la juventud todavía contestaría, desempleo, globalización, caos e inseguridad. El narrador ficticio omite eficientemente una contextualización detallista que podría haber hecho que los alcances de la exploración propuesta se encasille en una anécdota bien contada, sin transcendencia. Pero, por el contrario, la historia de estos tres amigos, se hace un poco más universal al develar los conflictos que este préstamo causa debido al diferente significado de dinero para cada uno de ellos.

¿Es el aire la metáfora adecuada sobre la libertad individual?

El aire que respiramos todos (aun que este contaminado por la irracionalidad globalizada) no es una mercancía. Todos tenemos acceso a este vital elemento sin entrar en relaciones de intercambio (mercado). Sin embargo, pareciera ser que el sistema capitalista, unos tienen más “aire” (recursos) que otros. La pequeña-burguesía gracias a su acceso a la educación y a las profesiones tiene más espacio (más aire) para tomar decisiones sobre sus proyectos personales que los sectores sociales proletarizados y pauperizados, pero no sin conflicto. La conquista del aire (la libertad individual) es una lucha invisible, etérea, omnipresente, conflictiva, hasta a veces una ficción más en la vida cotidiana de la pequeña-burguesía. La pequeña burguesía decide pero no elige, aunque tenga más aire.

¿Por qué y cómo se angustian?

Sus angustias se derivan de la búsqueda de la adecuada respuesta ética-racional ante el préstamo del dinero y ante la realización de sus proyectos personales que no pueden controlar. Una solidaridad amical surgida en sus años de la “inocencia heroica” (palabras mías), donde discutían de todo y buscaban dar respuestas a lo irracional del sistema y suponemos, también ligada al activismo político, se enfrenta a una situación diferente: todos ellos tienen proyectos personales aislados —la comunidad de intereses ha desaparecido— y ya están insertos dentro de la complejidad del mercado y sin una praxis política. Su conciencia crítica no tiene asidero en su práctica social. El dinero del préstamo es sólo un instrumento para desenredar el manojo encarnizado  de las relaciones sociales, económicas e ideológicas en la que se hayan. El dinero no es la esencia, dirá Gopegui en el prólogo. Es la manifestación más obvia del sistema. Son las  funciones sociales y económicas capitalistas hegemónicas las que “se anidan en la conciencia moral del sujeto” y lo van minando hasta hundirlo en la soledad.

Los tres amigos

Carlos Maceda es el que pide el dinero para enfrentar la crisis de su empresa Jard. Tiene un hijo menor que apenas aparece en la trama para mostrar que es un padre amoroso; su esposa Ainhoa tiene su propio proyecto: aspira a ser médica. Son muchos los momentos de silencio entre ellos. Ainhoa no se siente parte de su proyecto-utopía de construir una empresa en la cual todos sus integrantes se beneficien: una comunidad económica sin explotadores y explotados. Es más, la vehemencia de Carlos en torno a su proyecto los va separando. De los tres amigos, Carlos es el hombre de acción, él sí tiene un proyecto claro. Se siente incómodo ante la imposición hecha a sus amigos.

“Desde su empresa intentaría preservar un recinto civilizado en la selva del capital”.

Santiago Álvarez es profesor de historia moderna en la universidad. Ha aceptado su rol como profesor investigador, sin ninguna vehemencia. Se siente el más alejado de las urgencia del dinero y protegido del sistema dominante. El que Carlos le haya pedido dinero lo pone a la altura de sus amigos. Le gusta no ser más acomodado. No quiere entrar en el juego del arribismo. Aquí vale la pena mencionar que Santiago decide especializarse en la obra de Mendeville, un filósofo del siglo XVIII, que postulaba que lo hace progresar a la sociedad son los intereses individuales. Él es el escapista del grupo.

“...Le gustaba que Carlos le hubiera pedido dinero . Porque significaba que el era un igual, que era como Marta, alguien nacido de pie, alguien que aunque perdiera cuatro millones seguiría viviendo del mismo modo pues ya había consolidado su posición, había salido, como decía su madre, adelante”.

Marta Timoner es la que menos urgencia tiene de dinero. Proviene de una familia acomodada. No tiene un relación fluida con Guillermo que le propone una vida en común a más largo plazo (eso es lo que significa la compra de la vieja casa). Marta quiere su compañía pero su diletantismo es obvio. No es reconocida profesionalmente en el Ministerio de Transportes donde hace alianzas con su primer jefe para sacar proyectos interesantes de servicio público. El eficientismo no es neutro.

“...Ella solo podía hablar de medidas eficaces y no de medidas buenas. Los fines los fijaban otros”.

Madrid
Marta  puede arreglárselas como consultora internacional y puede esconder su soledad en el trabajo. Ella quiere tener más control en su vida profesional y amorosa. Marta representa el típico rol del burócrata asalariado.

“Ella quería pertenecer al contingente de personas que concebían un destino distinto del destino un poco  mezquino, un poco satisfecho, bastante entretenido de cualquier miembro bien situado de la clase media”.

Los tres amigos tiene una relación diferenciada con el dinero, pero todos lo necesitan de una u otra manera. Este es origen de las contradicciones: uno lo necesita para mantener una  empresa funcionando en un sistema hostil de explotación, monopolio y competencia; otro lo maneja en función de no consumir demasiado y protegerse del sistema,  en tanto que, finalmente, Marta quiere reconocimiento.

Si al comienzo de la novela y durante el desarrollo de la trama, el insomnio atormentaba a los tres personajes, al final de la novela, ellos logran dormir, cansados de sus contradicciones en “un mundo  ordenado en apariencia”. El lector tendrá que caminar muy de cerca a través de las inter-subjetividades de los tres amigos para conocer qué les hizo recuperar el sueño.

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(*) Autor de El guerrero de la espuma y otras tantas despedidas.





Saturday, March 22, 2014

Tres poemas y la voz lejana de Juan Ramón Ortiz Galeano


—por Alberto Hernández—


I
Una voz lejana destaca en las palabras de este autor que encuentra en el primer poema eco de Mercedes Sosa, la cantante argentina que nunca olvidó entonar los dolores y alegrías de su continente. Se trata de un texto lleno de referentes, de nombres y lugares, de silencios y signos de admiración que convocan al lector a estar despiertos, animado a continuar haciendo del recuerdo y de cierta animosidad histórica y social parte de sus adentros.

Diálogo con alguien que escucha o lee. Es un poema que reclama, que intenta sacar del silencio el olvido. Por eso le pide a la fallecida cantante que siga canta, pero en realidad se trata de una reconvención, de un esfuerzo, de una invitación a que todos cante por lo mismo que lo hacía la vieja trovadora gaucha.

Un murmullo entonado [1]

“Yo voy andando y cantando,
que es mi modo de alumbrar”
Atahualpa Yupanqui

¡Así es! ¡Tránsito de las voces,
llanto de las cuerdas, crepitar de los tambores!:
hoy, la tierra se ha quedado sin canto,
el llanto de América se ha quedado sin nombre;
hoy ha muerto la mujer más bella,
la madre de todas las voces.

¿Acaso la Luna Tucumana
volverá a ser una pálida mancha
en el oscuro manto de la nada, en el vacío?

¿Acaso la Tierra Americana
ha perdido el canto perfecto
que la envolvía de la noche a la mañana?

Pero...
escucha...
Tucumán querido...
escucha...
Resistencia Latinoamericana...
¿Qué es aquello que palpita desde el valle,
desde el bosque infinito, desde el arroyo tibio,
desde el río y la montaña?

Hay un profundo murmullo
que palpita y se levanta
agitando el aire dulcemente,
un entonado murmullo que avanza y crece
acariciando el viento con su roce,
más allá de la tristeza, de la agonía,
más allá del aplauso mudo
y del huérfano llanto de las voces.

Es la Voz que representa la Lucha y el Coraje.
Es la Voz de la Resistencia.
Es la Tierra que canta.
Es tu voz, América Latina, ¡es Mercedes!
¡Es su canto que no muere
y siempre avanza!

¡Siempre avanza!
¡Siempre avanza!

¡Canta, Mercedes! ¡Canta!

A Mercedes Sosa



II
Un evento trágico convierte la voz de un hombre en desgarramiento, en invocación. El segundo poema es la traslación de ese dolor, hacerlo palabras para que no se extravíen los muertos, los niños que recibieron la luz del cielo y fueron borrados por la muerte.

Fue el cielo quien los rescató de la tierra, suerte de ángeles votivos, de luces transitorias. Los cuatro niños fueron levantados por una luz poderosa, una luz que hace del poema una canción que desgarra y acuna a alguien en el calor de la muerte. Quien escribe cría la ilusión de una cuna en el corazón de quienes ya no están.

Dioses dietéticos [2]

mi niño muere en la playa partido por un rayo
y yo tengo un Dólar de plata atravesado en las piernas
con todo el ímpetu necesario para callarme;
tijeras, cremas, fragancias,
tabaco ya no son útiles
nada alcanza porque nada resucita,
ni el encendedor dorado que arrojé contra la biblioteca
torciendo la tapa de su fuego ahora muerto,
caído entre revistas y dioses edulcorantes

enfoco mi vista hacia la costa nuevamente:
un enjambre de ángeles rubios, inverosímiles e imbéciles
arropa el alma de mi niño con prendas de moda
llevándolo entre mieles y almíbar
curan a mi niño
arropan a mi niño
abrazan a mi niño
elevan a mi niño montando un rayo



III
Juan Gelman aparece en estas líneas y resucita, adolorido, como siempre andaba. El texto se ancla en el poeta muerto. Lo relaciona con Dylan Thomas, los califica y lo eterniza en la misma búsqueda que la eternidad no podrá devolver. Es un poema de revelación. En el que alguien, en este paso Gelman, dialoga con otro y se descubre en su propia permanencia.

La Sustraída y el Preguntón [3]

¿A quién debería encontrar yo
en el país del vino? (...)
¿el ingeniero que se perdió en el mar
hace cuarenta máquinas?
Juan Gelman

“El que está seguro de todo,
es lo más parecido que hay a un imbécil”
José Manuel Caballero Bonald

En el País del Vino encontrarás
al Poeta derrotado (sobrio),
quien iluso y confiado permitió —sin avalar—
el secuestro impetuoso de su Luna.

El Ingeniero no se ha perdido en el mar,
simplemente cambió sus coordenadas
y su identidad, para no ser hallado;
es más, dejó sus señas para vos, Gelman,
por si preguntabas.

HABLA EL NARRADOR:

Dylan Thomas extendió su mano
alcanzándole al curioso y joven Gelman
una pequeña tarjeta negra,
en cuyos caracteres blancos
—impresos en leche de cabra—: podía leerse:

“Yo solía ser El Ingeniero,
mi nuevo nombre es:
Infame Secuestrador de la Luna del Poeta.”



Todos los poemas: © Juan Ramón Ortiz Galeano [4]

 
Juan Ramón Ortiz Galeano




[1] Un Murmullo Entonado fue escrito el 5 de octubre de 2009, a horas del fallecimiento de la señora Mercedes Sosa. Resultó Mención de honor "Concurso Flor de Poesía 2011" (Buenos Aires, Argentina), organizado por Centro Cultural "El Perro" y Bar Notable "Los Laureles". Pertenece al libro De la Patria Sangrante y la Aldea Enloquecida.
[2] El 9 de enero de 2014, por la tarde, un rayo cayó en Villa Gesell y produjo la muerte de cuatro jóvenes: Nicolás Ellena (19), de Junín; Agustín Irustía (17), de San Luis; Gabriel Rodríguez (20), de Henderson; y Priscila Ochoa (16), de San Luis. Escuché la terrible noticia de manera incompleta por radio AM, en mi departamento de La Plata; percibí que un niño pudo morir en el accidente, y escribí este poema en forma inmediata, guiado por un profundo sentimiento de injusticia, bronca e impotencia. Murieron cuatro niños, lo eran de sus padres. Todos lo somos. Un rayo nos trae, un rayo nos lleva: ¿acorde o contradictoria Divinidad? Dioses dietéticos pertenece al libro inédito “Los Arrebatos del Epígrafo”.
[3] La Sustraída y el Preguntón resultó Finalista Premio del Público Canal Literatura y pertenece al libro inédito “Los Arrebatos del Epígrafo”.
[4] Juan Ramón Ortiz Galeano. Poeta y narrador argentino nacido en Buenos Aires en 1975. Tiene estudios de Derecho (Universidad Nacional de La Plata). Obtuvo distinciones en numerosos concursos literarios y sus textos fueron incluidos en diversas antologías y revistas culturales.
Twitter: @OrtizGaleano



Friday, March 14, 2014

El Polvo de los Muertos de Norberto José Olivar

—por Valmore Muñoz Arteaga (*)—

Heinrich Heine es, algunos siempre son, un brutal poeta y pensador alemán cuya obra se desarrolló en lo que hemos acordado en llamar Romanticismo. Hace bien poco, mientras leía el soberbio libro Crítica de la Razón Cínica del filósofo, también alemán, Peter Sloterdijk, me topé con unos versos de Heine que dicen: “Conozco la melodía, conozco el texto / Conozco también a los señores autores / Sé que en secreto beben vino / y en público predican el agua” Estos versos conforman el inicio de su Wintermärchen dentro del cual el poeta reflexiona acerca del despierto saber que las cabezas dominantes pretenden ponerse como límites discretos; pues prevén en todo momento un caos social si de la noche a la mañana las ideologías, los temores religiosos y acomodaciones desaparecieran de las cabezas de muchos. En honor a la verdad, no sé si este verso tiene que ver con la novela de Norberto, ni siquiera sé si tiene que ver en parte, pero me pareció un buen punto para comenzar.

Norberto es mi amigo, creo que eso lo saben de sobra. Un amigo tal y como lo describiera Roberto Bolaño, que también es mi amigo aunque él no se enterara nunca, es decir, un dinosaurio que atraviesa un pantano y al que no podemos asir ni llamar ni advertirle nada. Los amigos son raros, siempre desaparecen. Por eso, da la impresión, de que uno está preparado para la amistad, pero no para los amigos. Los amigos siempre desaparecen y lo hacen en tan diversas formas que explicarlo sería un acto de desvanecimiento. Por ejemplo, Norberto lo hace a través de novelas donde todos desaparecen y sólo queda, allí, como una bofetada brutal, historias que parecen haber sido extraídas de algún secreto manual para conspiradores. Esto me recuerda al no tan amable de Schopenhauer, quien se sentó a escribir una historia de la filosofía que le gustara, algo parecido ha hecho otro conspirador llamado Michel Onfray, espíritu conspirador que animó a Enrique Vila-Matas a escribir su historia de la literatura portátil y a Norberto a escribir la otra historia de una ciudad carente de memoria. Creo que todos saben que ser historiador como Norberto y vivir en una ciudad sin memoria, ni reciente ni lejana, te convierte, aunque no se quiera, en un novelista. Para algunos esto puede sonar a insulto, pero no se preocupen, no parece un insulto, lo es.

Norberto José Olivar
foto: revistadomical.com.ve
El amigo Norberto emprende, una vez más, a extraer de las oscuras vísceras de esta playa, la otra historia, la pequeña, esa que se pierde en los periódicos luego de que religiosamente vamos al baño todas las mañanas. Esa historia pequeña que termina dándole vida a la gran historia, esa maltrecha, escandalosa, en fin, pequeña historia, que termina siempre por darle sentido humano a las cosas. Norberto asume, así como uno de los personajes de su novela, ser portador de sus difuntos y pensarlos para que no desaparezcan del todo, mantenerlos aquí con la finalidad de que sus ausencias nos digan algo, algo que, por lo general, no queremos ya escuchar, en vista de que usualmente nos comprometen la existencia. No, no se incomoden con esto, recuerden que nuestra memoria es corta y el espectáculo siempre está dispuesto para los charlatanes que saben cómo hacer encarnar el lenguaje y producir otras historias mucho más cómodas para nuestras indigencias morales.

El amigo Norberto lanza una pregunta en boca del matemático Kurt Gödel “¿Qué sentido tiene para la humanidad no poder probar ni siquiera aquello que asumimos como verdadero?” Quizás, como el mismo Norberto afirma, se trate de una trampa para que terminemos por aceptarlo todo. De ser así, qué terrible mácula la de ser historiador y novelista al mismo tiempo, en especial debido a que el acto de escribir siempre dice algo acera de nuestra fe en la humanidad. Esto me recuerda que un taxista le decía a Vila-Matas que dejara la escritura y se dedicara a ser taxista, ya que, según el hombre del volante, se es más feliz sabiendo menos. Quizás a esto se deba la inauténtica felicidad con la que en Venezuela se señala siempre al maracucho, ustedes saben que para esos otros maracucho y zuliano es la misma cosa. Felicidad boba, vacía, sin argumento, pero que siempre nos brinda la posibilidad de otra cervecita, ustedes saben, la del estribo. Entiendo ahora al pobre Projarov, así como a Hesnor Rivera y a otros tantos personajes de Norberto, entiendo por qué viven atormentados por el miedo al olvido. A los personajes de sus novelas y cuentos les horroriza saber que la gente los abandonará al cerrar el libro, al culminar la historia, así como nosotros, así como todo, así como siempre. Entonces, ¿la verdad es el olvido? No lo sé, se me ocurrió una vez preguntárselo a Nietzsche y me respondió, sin ninguna alteración en el rostro ni en la voz, que la verdad es sólo una hueste en movimiento de metáforas, metonimias, antropomorfismos. En resumidas cuentas, dirá, una suma de relaciones humanas que han sido realzadas, extrapoladas y adornadas poética y retóricamente y que, después de un prolongado uso, un pueblo considera firmes, canónicas y vinculantes; las verdades son ilusiones de las que se ha olvidado –otra vez el olvido– que lo son; metáforas que se han vuelto gastadas y sin fuerza sensible, monedas que han perdido su troquelado y no son ahora ya consideradas como monedas, sino como metal.

El autor
foto: Williams Marrero
Maracaibo es un pueblo sin memoria y la memoria es el espacio donde el amor reside. El recuerdo es la mano que agita al corazón cuando late y los cementerios están llenos de recuerdos que de ahí no salen. El vivo al dar el paso fuera del camposanto siente el alivio del viento en la cara y continúa su camino intentando escapar de la muerte. Ricardo Blasco advertía con resignación que Maracaibo es un error tremendo y sin disposición de enmienda. La dignidad de un pueblo está en sus cementerios. ¿Cuándo fue la última vez que vieron un cementerio de la ciudad? Mejor todavía, cuántos turistas vienen a Maracaibo a visitar, por ejemplo, el Corazón de Jesús. No, ninguno, nadie, sólo hay tres cementerios abarrotados y al borde de quedar sin fosas, sólo monte, calor y recuerdos de recuerdos de recuerdos. Buscando entre la maleza de la memoria, Norberto vuelve a acudir a los espiritistas que hicieron vida en la ciudad. La historia del espiritismo de Maracaibo se pasea, consciente o inconscientemente, por todas las historias de Norberto. La historia de esta ciudad parece ser una vieja herida a la cual Norberto vuelve una y otra vez,, una herida brutal y sorda hecha seguramente por algún demonio alucinado, probablemente borracho como borracha es la realidad en esta playa vieja y fea, ridícula y acomplejada. Ese demonio le habló directo a Norberto para decirle que las cosas que vemos están en nuestra alma, que la realidad es insondable, acaso una representación de nuestro interior, que nunca hay que fiarse de lo que nos ocurre. Entonces, ¿Maracaibo es Norberto? ¿Lo que ve Norberto en Maracaibo es la representación de su alma? Cuando digo que Maracaibo es una playa vieja y fea, ridícula y acomplejada es porque, en realidad, vieja y fea, ridícula y acomplejada es mi alma. ¿Quién enfermó a quién? Ya qué importa, por suerte, yo soy maracucho y, yo diría que, dentro de cinco minutos, se me olvidará todo esto.

Importa, eso sí, que estamos presentando una nueva novela de Norberto José Olivar que es mi amigo que escribe, ahora no lo sé, sobre Maracaibo o su alma, pero que, en todo caso, un libro publicado es el simbolismo inequívoco de que esperanzas quedan. Importa que ahora guardo silencio por la salud de mi alma, guardo silencio en el silencio de Nietzsche que dice que la Filosofía ofrece al hombre un asilo en el que ninguna tiranía puede penetrar, la caverna de la intimidad, el laberinto del pecho: y esto enfurece a los tiranos. Nietzsche también dijo que el hombre debe poner a salvo su libertad en su interior. Aquí pretendo quedarme, sin decir una palabra más, que Norberto continúe este largo trecho de señalar la vulgar y repugnante mentira que enlaza a esta sociedad moderna, yo, sin duda, lo acompañaré en silencio sin dejar de seguir ni un solo día, ni un solo instante una verdad más antigua, la más antigua de todas.




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(*) Maracaibo, Zulia, Venezuela. Profesor en la Universidad Católica Cecilio Acosta. MSc. en Filosofía.