—por Alberto Hernández—
La pura verdad es que en todo lo relativo al
asesinato
soy muy exigente,
y que tal vez llevo mi delicadeza demasiado lejos.
soy muy exigente,
y que tal vez llevo mi delicadeza demasiado lejos.
Thomas de Quincey.
Del asesinato considerado como una de las bellas artes.
Del asesinato considerado como una de las bellas artes.
1
Estuve tentado por la idea de fragmentar la lectura.
Hacerla una suerte de campo minado donde cada explosión se encargara de diseminar
el cuerpo de la historia, de manera que cada parte sirviera para identificar el
cadáver mediante una autopsia rigurosa. O para hacer menos traumático el avance
en esta aventura. Pero nada, cada Click,
cada capítulo, se me convirtió en una masa cósmica, encefálica y amorfa, toda
vez que la escena del crimen fue transformada en una pista de baile. Quizá por
la misma manera de abordarla. De modo que reconozco mi estrecha complicidad en
el crimen.
Me dije: Click
number one: Quispe Serezádez, una aproximación clásica de un nombre en
la conciencia de un personaje traducido en voz masculina, ampliador del
universo, medidor de energías. ¿A quién quería salvar este sujeto/relator? En
esta primera instancia enfoca “el amor, el fracaso, la traición...” y la carta
a Merceditas. Me quedó un sabor amargo, pero a pesar de todo me embarqué en
el Click number two: la
emoción, una lágrima, el recuerdo, el pasado, sí, el pasado. El deseo carnal y
“el click del gatillo de una Peacemaker en la sien”. El sabor se hizo ácido. Me
recogí en la silla. Vi el amanecer. Levité con ganas de tocar el sol recién
alzado por la curva de la tierra. Así, el Click number three: El humor, la frivolidad. El funcionario
fastidiado, “enfermo de belleza”. Supuse que un narrador mutante (moda española que no ha llegado a estas
orillas de América) era un referente de viejos amores librescos. ¿Lovecraft,
Bradbury, Shandy? No sé. Quizás más acá, forjados por la criminología de todos
los estantes, los cerebrales Chandler, Macdonald, Himes, Hammett. O más cerca,
Le Carré, Christie. De Quincey, aventajado de la Sociedad para el Fomento del
Vicio, del Club del Fuego Infernal, aquel centro de amigos creado por Sir
Francis Dashwood, donde se cifran conferencias y otras ociosidades. Tampoco sé.
En todo caso, son nombres. Y novelistas. Tramas que nos conducen a un cadáver.
O a varios, como el que sentimos en la última página de esta novela de Javier
Moreno publicada por la imprescindible Editorial Candaya, en 2008, año que aún
cruje bajo nuestros pies.
2
Entonces, para zurcir el desgano, me dije —no para
mis adentros sino en voz alta—: Le voy a entrar con las ganas, como si fuese un
profesor de lógica, macerador de falacias de atingencia. Vaya, qué calculador.
Bueno, en fin, así me viene esta novela del joven Moreno. Nada, que me lanzo
con un argumentum ad verecundiam y
me deshago en amores. Click, como
lectura, me congela. Como propuesta, me aturde. Digo y redigo: el autor deslava
su talento, lo pone a prueba. Usa un tubo de ensayo para evacuar resultados que
se quedan en eso, enparaciencia, metaciencia, tanteos en literatura. Nada tengo
contra experimentos, pero creo que la vida, ese gusanillo donde hay miradas,
sudor, semen, pelos, lengua, piernas y demás asuntos corporales, destella
filosofía en el instante del coito y de un apasionado beso. O escancia el vino
y corta el filete. Temo decir que me quedé anclado en un pasado. Pronuncio: un
pasado. Pero así como ando en dos piernas, también puedo pensar que
este texto: “Repito: ¡click! Sí, ya sé, es difícil que el lector con tan poca
cosa, apenas una onomatopeya, sepa de lo que estoy hablando...” (p. 41) no es
más que gracejo, piso, corro y gano. Y así transcurrió durante las casi 270
páginas del libro. Me quedo en silencio un rato. Creo que el autor (no conozco
nada de su obra. Malhaya la distancia y el Océano Atlántico de por medio) ha
escrito poesía. Bien, aunque no tenga que ver con la lírica, pero, ¿por qué
entonces esa manía cuantificadora, medidora, laboratorista de hacer una novela
que sólo podría interesarle a los que viven metidos en la física cuántica, en
la química espacial, en la fisiología entomológica? La literatura es más que
eso. ¿Qué es? No sé.
3
Una vez abandonado el método de lectura, comencé a
hilvanar el sentido de esta nota, ¿crítica? No, es una lectura muy personal,
hasta lípida. Se trata de una nueva forma de extraviarse, me dije. De buscarse
y no encontrarse, a menos de que in
vitro se elaboren la felicidad o la amargura. De mutar y ser otro, un
ensayo, un experimento “autodestructivo”, un referente de la nada.
Quispe Serezádez es un náufrago en un relato
geométrico, paralelepípedo, enrevesado y cargado de emisiones donde la muerte,
el ahogo, finalmente, lo hacen confesar que busca la belleza. Vale. Lo hace
mediante la percepción de la totalidad y el vacío. Suma de asuntos que
dispersan la lectura, la vida de quien se enfrasca en las páginas de esta
novela. Se trata de una probabilidad, un ensayo, de nuevo; una caída libre (el
paracaídas no se abrió o estaba roto). Luego siento que es una historia de amor
sin amor, con glándulas sudoríparas, pero nada de hormonas, saturada de
retórica y cierta frivolidad.
Una cosa es cierta: la realidad es un paisaje que se
elabora con trazos y trozos, suerte de crucigrama, de encrucijada de equívocos
y aciertos. De retazos. La vieja técnica del collage, pero un tanto forzado por esto que llaman la
contemporaneidad, llena de símbolos y tecnología. Por una ciencia apegada a un
espíritu locuaz, pedante y vacío. Por eso el personaje (la voz que habla) se
trivializa y fallece a cada instante en un click o en un bang de Peacemaker o
pistola. Hace de la vida un territorio cursi. Para morir, mejor, para matar, no
es preciso tanto acomodo. Se dispara y punto.
Quispe Serezádez es un buscador de símbolos. Un
indagador de paraísos perdidos e infiernos encontrados. El personaje aporta muy
poco al decorado de otros intentos narrativos, pese a que el autor es un
oficiante con talento, pero creo que tejió mal. Se equivocó de musas. Ojalá su
próxima historia esté más cerca de él que de la Vía Láctea. O de una mezcla de
sustancias químicas.
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