—por Alberto Hernández—
I
Una voz
lejana destaca en las palabras de este autor que encuentra en el primer poema eco
de Mercedes Sosa, la cantante argentina que nunca olvidó entonar los dolores y
alegrías de su continente. Se trata de un texto lleno de referentes, de nombres
y lugares, de silencios y signos de admiración que convocan al lector a estar
despiertos, animado a continuar haciendo del recuerdo y de cierta animosidad
histórica y social parte de sus adentros.
Diálogo con
alguien que escucha o lee. Es un poema que reclama, que intenta sacar del
silencio el olvido. Por eso le pide a la fallecida cantante que siga canta,
pero en realidad se trata de una reconvención, de un esfuerzo, de una invitación
a que todos cante por lo mismo que lo hacía la vieja trovadora gaucha.
Un murmullo entonado [1]
“Yo voy andando y cantando,
que es mi modo de alumbrar”
Atahualpa Yupanqui
¡Así es!
¡Tránsito de las voces,
llanto de
las cuerdas, crepitar de los tambores!:
hoy, la tierra
se ha quedado sin canto,
el llanto
de América se ha quedado sin nombre;
hoy ha
muerto la mujer más bella,
la madre de
todas las voces.
¿Acaso la
Luna Tucumana
volverá a
ser una pálida mancha
en el
oscuro manto de la nada, en el vacío?
¿Acaso la
Tierra Americana
ha perdido
el canto perfecto
que la envolvía
de la noche a la mañana?
Pero...
escucha...
Tucumán
querido...
escucha...
Resistencia
Latinoamericana...
¿Qué es
aquello que palpita desde el valle,
desde el
bosque infinito, desde el arroyo tibio,
desde el
río y la montaña?
Hay un
profundo murmullo
que palpita
y se levanta
agitando el
aire dulcemente,
un entonado
murmullo que avanza y crece
acariciando
el viento con su roce,
más allá de
la tristeza, de la agonía,
más allá
del aplauso mudo
y del
huérfano llanto de las voces.
Es la Voz
que representa la Lucha y el Coraje.
Es la Voz
de la Resistencia.
Es la
Tierra que canta.
Es tu voz,
América Latina, ¡es Mercedes!
¡Es su
canto que no muere
y siempre
avanza!
¡Siempre
avanza!
¡Siempre
avanza!
¡Canta,
Mercedes! ¡Canta!
A Mercedes Sosa
II
Un evento
trágico convierte la voz de un hombre en desgarramiento, en invocación. El
segundo poema es la traslación de ese dolor, hacerlo palabras para que no se
extravíen los muertos, los niños que recibieron la luz del cielo y fueron
borrados por la muerte.
Fue el
cielo quien los rescató de la tierra, suerte de ángeles votivos, de luces
transitorias. Los cuatro niños fueron levantados por una luz poderosa, una luz
que hace del poema una canción que desgarra y acuna a alguien en el calor de la
muerte. Quien escribe cría la ilusión de una cuna en el corazón de quienes ya
no están.
Dioses dietéticos [2]
mi niño
muere en la playa partido por un rayo
y yo tengo
un Dólar de plata atravesado en las piernas
con todo el
ímpetu necesario para callarme;
tijeras,
cremas, fragancias,
tabaco ya
no son útiles
nada
alcanza porque nada resucita,
ni el
encendedor dorado que arrojé contra la biblioteca
torciendo
la tapa de su fuego ahora muerto,
caído entre
revistas y dioses edulcorantes
enfoco mi
vista hacia la costa nuevamente:
un enjambre
de ángeles rubios, inverosímiles e imbéciles
arropa el
alma de mi niño con prendas de moda
llevándolo
entre mieles y almíbar
curan a mi
niño
arropan a
mi niño
abrazan a
mi niño
elevan a mi
niño montando un rayo
III
Juan Gelman
aparece en estas líneas y resucita, adolorido, como siempre andaba. El texto se
ancla en el poeta muerto. Lo relaciona con Dylan Thomas, los califica y lo
eterniza en la misma búsqueda que la eternidad no podrá devolver. Es un poema
de revelación. En el que alguien, en este paso Gelman, dialoga con otro y se
descubre en su propia permanencia.
La Sustraída y el Preguntón [3]
¿A quién debería encontrar yo
en el país del vino? (...)
¿el ingeniero que se perdió
en el mar
hace cuarenta máquinas?
Juan Gelman
“El que está seguro de todo,
es lo más parecido que hay a
un imbécil”
José Manuel Caballero Bonald
En el País
del Vino encontrarás
al Poeta
derrotado (sobrio),
quien iluso
y confiado permitió —sin avalar—
el
secuestro impetuoso de su Luna.
El
Ingeniero no se ha perdido en el mar,
simplemente
cambió sus coordenadas
y su
identidad, para no ser hallado;
es más,
dejó sus señas para vos, Gelman,
por si
preguntabas.
HABLA EL
NARRADOR:
Dylan Thomas extendió su mano
alcanzándole al curioso y joven
Gelman
una pequeña tarjeta negra,
en cuyos caracteres blancos
—impresos en leche de cabra—: podía
leerse:
“Yo solía
ser El Ingeniero,
mi nuevo
nombre es:
Infame Secuestrador de la Luna del
Poeta.”
Todos los poemas: © Juan
Ramón Ortiz Galeano [4]
[1] Un Murmullo Entonado fue escrito el 5 de octubre de
2009, a horas del fallecimiento de la señora Mercedes Sosa. Resultó Mención de
honor "Concurso Flor de Poesía 2011" (Buenos Aires, Argentina),
organizado por Centro Cultural
"El Perro" y Bar
Notable "Los Laureles". Pertenece al libro De la Patria Sangrante y la Aldea Enloquecida.
[2] El 9 de enero de 2014, por la
tarde, un rayo cayó en Villa Gesell y produjo la muerte de cuatro jóvenes:
Nicolás Ellena (19), de Junín; Agustín Irustía (17), de San Luis; Gabriel
Rodríguez (20), de Henderson; y Priscila Ochoa (16), de San Luis. Escuché la
terrible noticia de manera incompleta por radio AM, en mi departamento de La
Plata; percibí que un niño pudo morir en el accidente, y escribí este poema en
forma inmediata, guiado por un profundo sentimiento de injusticia, bronca e
impotencia. Murieron cuatro niños, lo eran de sus padres. Todos lo somos. Un
rayo nos trae, un rayo nos lleva: ¿acorde o contradictoria Divinidad? Dioses dietéticos pertenece al libro
inédito “Los Arrebatos del Epígrafo”.
[3] La Sustraída y el Preguntón resultó Finalista Premio del
Público Canal Literatura y pertenece al libro inédito “Los Arrebatos del Epígrafo”.
[4] Juan Ramón Ortiz Galeano. Poeta
y narrador argentino nacido en Buenos Aires en 1975. Tiene estudios de Derecho
(Universidad Nacional de La Plata). Obtuvo distinciones en numerosos concursos
literarios y sus textos fueron incluidos en diversas antologías y revistas
culturales.
Twitter: @OrtizGaleano
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