—por Alberto
Hernández—
1.-
Hace pocas horas se murió García Márquez a la orilla
de un río imaginario cercano a Macondo, en México, donde también está Comala,
referencia mítica de la literatura latinoamericana. No murió solo, pero tenía
en la soledad su más estricto tema, su más cercano muelle para llegar al mundo
que lo hizo posible luego de haber conocido el hielo y los malabares de
Melquíades.
En El olor de
la Guayana, conversaciones con Plinio
Apuleyo Mendoza, Gabriel García Márquez respondió al periodista acerca del
libro de Macondo, si éste era el centro de su mundo, el tema de su libro. El novelista habló del asunto que
más lo preocupaba:
—El libro de la soledad. Fíjate bien, el personaje
central de La Hojarasca es un hombre
que vive y muere en la más absoluta soledad. También está la soledad en el
personaje de EL Coronel no tiene quien
le escriba. El Coronel, con su mujer y su gallo esperando cada viernes una
pensión que nunca llega.
Y está en el alcalde de La Mala Hora, que no logra ganarse la confianza del pueblo y
experimenta, a su manera, la soledad del poder.
Y así hasta El
Otoño del Patriarca y, por supuesto, Cien
años de soledad.
La soledad nunca dejó de estar en las páginas de este
premio Nobel que imaginó el mundo y lo escribió en medio de una totalidad
solitaria.
Admitió el autor colombiano que es un tema de todo
escritor, que no ha dejado de estar en la memoria del mundo. Que ha sido
compañía permanente del hombre. La soledad como designio, como marca de fábrica
del ser humano.
2.-
Quien navegue por las páginas de Cien años de soledad se dará cuenta de que todos los personajes “no
tendrán una segunda oportunidad sobre la tierra”, como dice la última línea de
la novela. Sería un siglo de silencio, de la arraigada soledad. El recorrido
por la obra, entre los linderos de los ecos provocados por los tantos asuntos
tocados por el escritor (novela total al fin), desemboca en un pesimismo de
aquel pequeño mundo por el que se movían los fantasmas del autor. La soledad de
aquellos pueblos, la soledad de quien la invocaba, la soledad de quien escribía
sus obras luego del horario como redactor de revistas y periódicos. Una soledad
que empujó al autor a irse a otra soledad. Era la Colombia torturada por su
propia historia: García Márquez pasó por tantos lugares donde dejó la impronta
de su silencio. En Caracas, en París, en Barranquilla, en México. De los amigos
que dejó en Venezuela muchos hablaban de su alegría, pero también de su mirada
interior, de su soledad, de un silencio que lo apergaminaba. Sabana Grande, La
Candelaria, tantos sitios donde vivió y escribió crónicas y reportajes para
sobrevivir.
Mientras tanto, se iba gestando la obra que luego lo
catapultaría a la fama.
Desde La
Hojarasca hasta Memoria de mis putas
tristes, Gabriel García Márquez ha sido parte de una mitología. Inventor de
ensueños y realidades, deja en este lugar llamado América la marca de su estilo,
la huella de un sujeto, de un solo personaje, de un solo libro, que sigue
consumiendo las horas de la soledad de un continente en permanente convulsión.
3.-
Antes de entrar de lleno en Vivir para contarla, García Márquez escribió: La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la
recuerda para contarla. Y, en efecto, vivió largamente una vida y dejó
muchas otras en páginas que se han regado por el mundo. Son tantas vidas que
las recordó todas y las hizo una, solitaria, extensamente vivida, celebrada,
acontecida, criticada.
Estas cortas líneas las dejo en el aire, en el mismo
instante en que Gabo pasa a ser un
duende solitario y ausente, porque la eternidad es la más cruel de las
soledades.
Así como los muertos en las novelas de García Márquez
siguen envejeciendo, así seguirá haciéndolo García Márquez en la suya, pero al
contrario de los muertos literarios, el Gabo
es un muerto tan vivo que seguirá dando de qué hablar.
Adios maestro! Ahora nos quedan 200 agnos mas de soledad sin tu pluma magica y querendona. Gracias por tu ficción.
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