—por Alberto Hernández—
La noche entra con todos sus árboles
Octavio Paz
1.-
Un “Viento entero” patrocina el encuentro de Octavio
Paz con la eternidad. Desde su poema, desde el largo aliento de un texto
pronunciado por los elementos, el poeta mexicano, hoy centenario, dice,
pronuncia, canta: “El presente es perpetuo/ Los montes son de hueso y son de
nieve/ están aquí desde el principio/ El viento acaba de nacer/ sin edad/ como
la luz y como el polvo…”, y entonces el cuerpo de Paz –venido del viento y del polvo-
se hace viento y se hace polvo sin edad, con la misma invisible carga de su
silencio. Hace un siglo nació Octavio Paz. Hace un siglo comenzó su periplo
verbal, un poco balbuceado entre la saliva y los dientes de leche que la poesía
ya tenía previstos.
Y así como “La noche entra con todos sus árboles”,
el poeta entra en la luz de su destreza inmortal. La celebración viene dada por
cada poema escrito, por cada ensayo, por
cada descubrimiento, por cada volcán bajo los ojos, por cada viaje añadido a libros
y palabras recibidas por oídos ajenos. La fiesta de Octavio Paz, alejada de
cualquier rumbo calculador, forma parte
de un legado que tiene en México un momento, pero que se hizo americano todo y
luego español, y después universal. De allí su “viento entero”, su periplo por
la multiplicación de un idioma que se hizo muchos en la boca de dos
continentes, en los labios de quienes lo pronuncian.
2.-
Hace algunos años, cuando aún el tiempo pertenecía a
Paz, escribí en Cambio de sombras
“El laberinto de Paz”, especie de instante con su poesía y sus contemporáneos,
sus águilas o sus soles, sus vueltas y
revueltas, sus críticas y cuerpos eróticos tomados por versos y reversos.
He aquí aquella bruma:
Árbol interior, Octavio Paz, árbol gramático, azteca
y pirámide, poeta del cuerpo, Nobel desde hoy y para siempre por los vientos
helados de Estocolmo.
La noticia se regó por todo el mundo y el Drake, hotel de arribo de Paz a
Nueva York, gozó de cámaras, flashes y
preguntas a un empijamado escritor que pidió, una a una, credenciales de
sorpresa.
Atrás quedaban Mistral, Neruda, Asturias, García
Márquez (más reciente Vargas Llosa), para desplazar los últimos desplantes del
gallego Camilo José Cela en aquella España (la bella, la tozuda, la altanera y la perversa) del “Exercito Guerrilleiro do
Povo Galego Ceibe”.
3.-
Paz siempre ha sido un indagador de los comienzos.
Encontró su origen en las voces bajo las
rocas y los monumentos y de ellas —de las voces y sus ecos— hizo fuente de
hallazgos. De ese trasunto “Piedra de sol”, poema útero por el que el jurado de
Suecia le ajustó buenas cuentas.
foto: periodicocorreo.com.mx |
“Se derrumban/ por un instante inmenso y
vislumbramos/ nuestra unidad perdida, el desamparo/ que es ser hombres, la
gloria que es ser hombres/ y compartir el pan, el sol, la muerte, / el olvidado
asombro de estar vivos”.
Erotismo y poesía, vértigo, mareo, diapasón,
centella sobre el lomo de un caballo, América sin mayúsculas para ir construyéndola.
En esa epifanía, Octavio Paz encuentra los signos
del árbol cuyas raíces sanguíneas continúan el curso de los ríos gramaticales,
los meandros de una poesía que a cada momento es asombro y “experiencia”.
4.-
Orgasmo, metáfora de un cuerpo que se extiende entre
la sorpresa y la quietud de la inteligencia. Una poética reveladora del deseo,
de la “eternidad” de André Breton en las secas tierras mexicanas, en la
compañía de aquél que escribió “Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía
un tal Pedro Páramo, mi padre”, un tal misterio que conduce a la poesía, al
silencio, a la vida, a la muerte juntas. A la polvareda de un paisaje en el que
nadie traduce la soledad del otro. Pero también lleva a la desgracia. Es la
América huérfana. La tierra que siempre ha buscado en vano un padre. Y cuando cree
que lo encuentra resulta ser la cara del miedo, el rostro de la desolación. El
rictus del terror. La simiente de un padre que también nació huérfano, cuya
madre aún espera bajo el túmulo los nombres que olvidó y se hicieron tiempo de
espera. Aún es una tierra surrealista. La magia de América murió con el padre,
con los distintos acentos de los padres imaginados. Comala aún se busca entre
los muertos. Comala es el orgasmo de esa metáfora llamada ensueño o el idioma
que nos habla para hacernos y deshacernos.
5.-
Virtud extraordinaria aquella de juntar géneros, de
amalgamar la inteligencia y sacarle provecho a los lugares e instantes del
deseo: “los amantes se asoman al balcón del vértigo”, como si los abismos
confiaran la intemporalidad.
Vuelta de hoja, un Levi Strauss para el hombre, y aquella
preparación de 1921 en la voz de López Velarde: El retorno maléfico.
Vuelta de tuerca, “piel sonido del tiempo” en una
América perdida en sus distintos mapas e invocaciones. Se inicia el comienzo y
nos vemos en los hallazgos del poeta detrás de las piras toltecas.
Hoy, a cien años, que será siempre, tenemos a
Octavio Paz con y en los giros de sus palabras hechas ríos con otros que
pudieran ser Juan Rulfo, Carlos Fuentes, Juan Carlos Onetti y los que fabrican
el silencio y llevan en los ojos la herencia de un “mono gramático” en la
sangre y en el tiempo.
Viento
entero el de Octavio Paz, “La Poesía”: “Llegas silenciosa,
secreta, / y despiertas los furores, los goces, / y esa angustia/ que enciende
lo que toca/ y engendra en cada cosa/ una avidez sombría”.
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