por Luis Fernández-Zavala, Ph.D. (*)
Comentando anteriormente las novelas de Santiago
Roncagliolo (Octubre rojo) y la de
Javier Cercas (Los soldados de Salamina)
hemos encontrado que la ficción literaria puede abordar el tema de la guerra y
la paz desde diferentes tribunas. En el caso de Octubre rojo, el autor se mete en la dinámica interna de la guerra
para mostrar a los individuos y las instituciones permeabilizados por la
violencia generalizada: la violencia lo
envuelve todo, hasta el amor. Javier Cercas en cambio, usa la distancia del
tiempo y la pesquisa periodística para explorar la humanidad de los buenos y
los malos durante la Guerra Civil Española. Nos toca comentar la obra de Alonso
Cueto, escritor peruano, que como Rocagliolo, fue testigo vivencial de la
violencia ejercida por el Estado y Sendero Luminoso en el Perú.
La hora Azul (Anagrama/Peisa,
2007) ganó el Premio Herralde de Novela y el Premio de la Casa Editorial de la
República de China a la mejor novela publicada en español en el bienio 2004-2005.
Cuando encontré la obra en los estantes de mi pequeña biblioteca, no esperaba
otra cosa que relajarme con la lectura de una novela de un peruano que como yo,
anduvo por los pasillos de la Universidad de Texas en Austin. Tengo que
confesar que más que nada era curiosidad lo que me motivó a decidirme por esta
novela y no otras que están esperando su turno para ser leídas: ¿qué habrá
escrito este peruano con quien nunca crucé palabra alguna durante nuestra
estadía en Austin? —me pregunté— recordando su figura pausada y distante, su
talla alta, para el promedio de peruanos, y su barba crecida, a la manera de un
Francisco Pizarro miraflorino. Fue grata mi sorpresa cuando después de las
primeras páginas pude darme cuenta que esta novela era algo más que un buen
entretenimiento y decidí incluirla dentro de la serie La guerra, la paz y la literatura, que vengo escribiendo.
La hora azul es una novela
inteligente y bien construida desde el título mismo. L’heure Bleue, para los franceses, se refiere a los años de la
inocencia previos a la Primera Guerra Mundial; para los fotógrafos es la “hora
mágica” y para los escritores es el momento breve de ambivalencia, de
transición: no es de día, ni es de noche y las cosas se ven diferentes. Estos
elementos de la metáfora se encontrarán no solo en un momento específico de la
trama de la novela (Miriam escapándose de sus raptores), sino a lo largo de la
historia narrada. Las certezas en la vida del protagonista principal, Adrián
Ormache, se volverán difusas y él aprenderá sobre secretos familiares, sobre su
padre ausente y su participación en la guerra anti-terrorista, sobre las
masacres, la violencia y sus víctimas, y sobre sí mismo. Nada es totalmente
oscuro, o totalmente claro, y es un período de transición.
Los acontecimientos son narrados desde la voz de un joven
exitoso abogado limeño, de clase media, Adrián Ormache, quien vive una vida
cómoda, con una esposa ideal, de su propio entorno de clase media y dos hijas
adorables, sensibles e inteligentes. Nos dirá que su vida casi perfecta era un
somnífero del cual nunca quería apartarse. Sin embargo, su vida ordenada y
cómoda iba acompañada de un lado oscuro: a menudo tenía sueños violentos.
“Estos impulsos eran como fogonazos. Me asombraba y me reía de mí mismo
cuando venían. Pero me perdía en esas imágenes con algo de gusto.”
Hay algo de tanático, un sentimiento de
autodestrucción que aparece en sus sueños y que va a cobrar vida en la
reconstrucción de la existencia de su padre en Ayacucho donde él era comandante
de una base militar anti-terrorista. A partir de aquí la novela entrará en un
vértigo detectivesco. ¿Qué hizo su padre en Ayacucho? ¿Quién es, y dónde está,
la mujer que su padre raptó? ¿Tiene él un medio hermano? ¿Sabía su madre de
esta situación? ¿Por qué lo mantuvo en secreto?
photo: ©2012 Christian Dean Lange |
Las masacres, la torturas, los pobres de las
provincias y de los barrios marginales, van apareciendo en la vida ordenada y
exitosa de Adrián en la medida que quiere saber el paradero de esta mujer y de
su medio hermano. Cuando por fin llega a acercarse a ella, tiene sentimientos
encontrados: quiere saber quién era esta mujer que despertó el deseo de su
padre en una bizarra relación de dominio-amor, quiere resarcir el mal hecho y
también la comienza a desear. La relación de dominio-poder, todavía está
presente: él pertenece a la clase social protegida de la guerra, ella pertenece
al grupo frágil que trata de sobrevivir los efectos de la guerra.
En la trama de La
hora azul, la guerra afecta a los protagonistas de manera diferenciada.
Para algunos, como el abogado Adrián Ormache, ésta llega a través de la
actividad de su padre y la necesidad de conocer a una de sus víctimas. Si su
padre no hubiera sido ese militar abusivo, la guerra no habría operado ningún
cambio en su ordenada vida. Los cambios de su subsistencia estarían simplemente
ligados a sus tendencias tanáticas. La manera como Ormache se aproxima a la
guerra es emotiva, paternalista y como resultado de su decisión de conocer a la
víctima de su padre (acaso otro elemento de sus tendencias tanáticas). Para
Miriam Anco, la víctima, las consecuencias de la guerra le son cotidianas:
mantener a su hijo, salir adelante con un pasado trágico que la alejó de su
familia y su espacio. La muerte de Miriam cierra el círculo, no hay salida para
los de abajo. Adrian Ormache, en cambio, volverá a lo suyo: su perfecta
familia, la imagen de profesional exitoso, mientras el país se revuelve
tratando de cerrar heridas.
Hay algo de tele-novelesco en la trama de las
apariencias. El joven abogado pituco que se acerca a la cholita bonita e
interesante a la que quiere ayudar (por la mala conciencia de lo que su padre
hizo: “todos tenemos la culpa de nuestros padres, y de nuestros hijos también”;
le dirá Platón) y que luego desea, es un poco un fairy tale. Es decir, Adrián se convierte en el príncipe azul que
obvia las distancias sociales y culturales para tener un affaire con Miriam. Desde otra perspectiva más dulzona, él está
perpetuando la misma relación de poder
que su padre ejerció con despiadada violencia. Una vez que tienen su affaire, la hora azul los envuelve. Adrián no podrá ver luz u oscuridad en
la vida de su padre porque se metió en una historia que no le pertenecía.
Habría que coincidir con algunos críticos que
catalogan La hora azul como una
novela inteligente por las siguientes dos razones: 1) Con la novela aprendemos
algo del modo de pensar y actuar de la clase media acomodada, que si bien se
siente incomoda por la violencia de las fuerzas beligerantes, todavía tiene
espacio para seguir su vida normal: para la clase media limeña pareciera que la
guerra no existiese. 2) La novela nos presenta los mundos de la cotidianidad de
la clase media entremezclado con las emociones de Adrián frente a la muerte de
su madre, sus emociones con respecto al padre ausente, la búsqueda de Miriam
(quiero que ella me diga si mi papá fue tan desgraciado como dicen), y en el
proceso, él va aprendiendo sobre las atrocidades la guerra en el Perú. Cueto
nos presenta una trama fácil de seguir, pero con matices y niveles que hacen
que el lector individualice la experiencia de conocer la guerra; en otras
palabras, el lector reconoce la barbarie a partir de los descubrimientos de
Adrián.
Alonso Cueto. Photo: lamula.pe |
Habría que añadir que Cueto es un escritor de un
lirismo fino, que no se contenta con imágenes simples, ni descripciones físicas
obvias. Por ejemplo, un recurso literario que usa bastante frecuentemente es
describir sus personajes secundarios usando un triángulo visual: los ojos o la
mirada, la forma de la cara y, el cabello. Este triángulo descriptivo es
conciso pero suficientemente claro y elaborado como para presentar tanto la
descripción física del personaje como su interior. En otras ocasiones el autor
pinta la hermosura del paisaje andino y su cielo sublime, interrelacionándolos
con los acontecimientos crudos de la guerra: no porque la gente se esté
matando, el paisaje desaparece. Pero todo adquiere un matiz diferente para el
observador sensible:
“Pensé que la belleza de ese cielo podría haber sido una última broma
silenciosa de la muerte para alguno que hubiera llegado agonizando hasta allí y
que hubiera muerto mirando ese gran cielo azul.”
photo: ©2012 Christian Dean Lange |
Leer La hora
azul es un placer a pesar de las tragedias reales.
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(*) Autor de El
guerrero de la espuma y otras tantas despedidas.
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