—por Alberto Hernández—
El último
ensayo de El viento ligero en Parma,
“El discurso de Caracas”, me alienta a acercarme una vez más a Enrique
Vila-Matas. Publicado por la editorial independiente Sextopiso de España en
2008, este libro recoge una diversidad de asuntos que siempre han preocupado al
escritor barcelonés: personajes de la literatura, reflexiones sobre la cultura,
signos y símbolos de lugares, así como su presencia entre la ficción y la
realidad, razón por la cual estoy a
punto de creer que el mismo fabulador
forma parte de una metaficción añadida a su larga lista de creaciones.
Digo del
último ensayo porque toca de cerca nuestra naturaleza y milagros. El escritor,
instalado en un hotel de la capital de mi país, fue asaltado por un ruido que
lo sacó de su madrugada. La alarma de un vehículo lo condujo a desvelarse, pero
más a desarrollar toda una historia acerca de ciertos sonidos que aún habitan
en su memoria. En verdad, el autor catalán no se había percatado de algo que
los caraqueños tienen siempre presente: el canto de grillos, ranas y aves, pero
también el vértigo que produce el zumbido de un aparato que advierte la presencia
de la diaria o nocturna inseguridad.
El hombre que
estaba en la habitación y no pegó un ojo por la activación del dispositivo
antirrobos, descubrió, al salir del cuarto y asomarse a la terraza que da al
jardín, que no se trataba de tal cosa, sino de un pájaro tropical.
El bendito
pájaro solitario de la noche caraqueña dio pie para que el ensayista mencionara
al escritor venezolano Ednodio Quintero, citara a San Juan de la Cruz, aventara
una travesía por diversos jardines donde William Carlos Williams fue parte de
una experiencia en Coyoacán, lugar en el que comenzó a nacer El viaje vertical. También aparece
Octavio Paz y un poema que aturde y aviva a la vez. Y luego hay otro jardín, en
Madeira. Es decir, este trabajo concentra todo un viaje de recuerdos producidos
por un extraño pájaro insomne, instalado
en el jardín del Hotel Ávila de Caracas. Pero el ensayo va más allá: hizo de
ese pájaro solitario una metáfora, un abrevadero de experiencias, una lista de
escritores que andaban solos en su canto y dejaron en el mundo (y al mundo) la
escritura que hoy nos salva de la ingratitud.
Cierre insuficiente
para volver atrás y leer este libro desde la primera página sin ninguna atadura
geográfica. Con ese pájaro caraqueño comenzó al revés una lectura que se puede
hacer a partir de cualquiera de sus títulos y quedar satisfecho.
Vago por el
Gombrowicz que resume obra y vida, el que Vila-Matas repasa en bien dilatada
biografía. Y así, sin dejar para el descanso, El viento ligero en Parma se convierte en un tejido en el que
pernoctan Sostiene Pereira, aquella
vieja película de Faenza, con Marcello
Mastroianni, y que tuvo mucho que ver con la escritura, una vez más, de El
viaje vertical, la novela que ganara en Caracas el Premio “Rómulo
Gallegos”, quizá también cercana al jardín del pájaro solitario que trasnochó
al autor.
Otras páginas
que concentran la atención y condensan el imaginario de Vila-Matas están en el
ensayo Bolaño en la distancia, título
con paso de bolero en la voz de Luis Miguel, para ponerlo cercano, y tocar el
mito hasta el cansancio. Bolaño se recorre solitario, como el pájaro, en sus Detectives salvajes, otra novela del
“Rómulo Gallegos”, que nos atañe y nos abunda.
Los ensayos de
este libro de Enrique Vila-Matas rozan su propia obra. En ellos está el
fabulador, sus libros, la aventura de haberlos escrito, claves y momentos en
que brotaron rodeados de otros autores que han consagrado sus novelas y otras
búsquedas literarias. Él es parte de la experiencia de decirse. Vila-Matas es
su autobiografía.
El ensayo que
da título al tomo nos anima con La
cartuja de Parma. Stendhal asoma su rostro. Es una nota de viaje, una nota
que se reconoce en cada monumento, personajes y calles que recorre el autor con
la felicidad de saberse en casa. Como saberse en la Cartuja, una estancia, una
finca fuera de la ciudad, tan anodina
que nadie da con ella, sólo la encuentra el que no se ha despegado de la pasión
por la lectura, por los fantasmas que revolotean alrededor de quien la busca. ¿Dónde
estará Fabricio del Dongo? Nadie sabe. Las veces que Vila-Matas ha ido a Parma
no ha estado en la Cartuja, un símbolo oculto, un secreto que despejan las
palabras de nuestro autor, pero sin decir mucho. Sigue entonces Stendhal, entre
rojo y negro, sonriendo en su eternidad.
Quien quiera
adentrarse en esta pieza del también autor de Bartleby y compañía debe adquirir visa y anotarse con tiempo en
cada uno de los títulos que dejamos a buen resguardo, con la intención de que
otro lector más avispado que éste los ausculte y los eleve.
Queda de parte
del escritor español regresar al Hotel Ávila y reconocerse en el pájaro
solitario.
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