—por Luis
Fernández-Zavala [*]—
En un país como el nuestro
las guerras son una forma de vida.
Finalizando con nuestra serie de reseñas literarias
sobre la La guerra, la paz y la
literatura queremos resaltar que la selección de obras y autores no ha sido
hecha basado en un criterio único o pretendido agotar todo lo literariamente
producido acerca del tema. Los autores y
obras han ido apareciendo dentro de mi lista obligada de lecturas y por
recomendaciones de otros lectores, que como yo, se hacían la misma pregunta: ¿cómo
se ha manejado en la ficción literaria la virtual guerra civil en Perú? ¿Qué
nos ha dejado, o dado, de diferente? Las repuestas encontradas son de carácter
personal al hacer una lectura repensada de las obras y nos han abierto la
posibilidad de entender más de cerca lo que se vivió en Perú en los años 80 y
90. No es función de la ficción literaria ofrecer un conocimiento absoluto y
verdadero, pero sí la de brindar pistas que la Historia, por sus parámetros
metodológicos, deja de lado, o le es difícil abordar.
Hemos encontrado que la ficción literaria permite
entrar de distintas maneras, desde distintas tribunas, unas más cercanas e íntimas
que otras más distantes, ya sea porque se usa la distancia del tiempo para
desenredar la humanidad contradictoria de los implicados en la guerra (Javier
Cercas), o porque se presentan las instituciones (inclusive el amor) devorados
por la vorágine de la violencia generalizada (Santiago Roncagliolo), o porque
se presenta a la visión escapista de la clase media urbana (Alonso Cueto), o porque
se puede desde adentro de las vidas de los personajes sentir su manto
avasallador (Daniel Alarcón).
el autor peruano Daniel Alarcón |
Como lo diría Jorge Volpi: los cuentos y las novelas permiten que sus lectores nos coloquemos no
solo en el impasible lugar de los hechos o en el efímero territorio del pasado,
sino en el cuerpo y la mente de los que tuvieron la fortuna o la desgracia de
presenciarlos. En otras palabras, la ficción es una mirada a la Historia
desde adentro y esto da luces para entender un realidad tan compleja de una
manera asequible y hasta terapéutica.
Nos toca ahora comentar Radio ciudad perdida (Alfaguara, 2007) del peruano-norteamericano
Daniel Alarcón. Esta obra ganó el premio Pen USA 2008 y el Premio Internacional
de Literatura 2009. La revista inglesa Granta
colocó a Alarcón en su lista de los mejores novelistas jóvenes del 2007 y desde
esta época hasta la actualidad Alarcón ha publicado varias novelas entre las
que destacan: la novela gráfica Ciudad de
payasos (Alfaguara 2010), Los provincianos
(Solar 2013), y De noche andamos en
círculos (Seix Barral 2014). Ha participado en la dirección de la revista
literaria Etiqueta Negra (Perú), ha escrito
para el New Yorker, Harper’s, Virginia Quarterly Review, entre otras importantes revistas
norteamericanas y ha desarrollado el proyecto de crónicas radiales: Radio Ambulante. Llama la atención no solo la reconocida
calidad literaria de Daniel Alarcón (al margen de paralelismos fatuos de
algunos críticos), pero también su audacia para encarar proyectos literarios y
culturales novedosos, teniendo como fuente inspiración recurrente el Perú, país
que dejo a los tres años y al que no ha dejado de visitar.
En Radio ciudad
perdida, se retoma el ambiente y tramas de algunos de sus cuentos
publicados en Guerra en la penumbra
(Harper-Collins 2005): los efectos de la guerra particularmente, los
desaparecidos y las tragedias individuales dentro de una tragedia mayor que en
la que toda la sociedad está envuelta de una u otra manera. Tal como lo dijo
Alarcón en una entrevista, sus cuentos son muchas veces la antesala de sus
novelas.
Algo que sorprende gratamente, tanto en los cuentos
como en Radio ciudad… es la capacidad
de Alarcón de recrear ese ambiente, ese contexto envolvente que hace sentir
todo el peso de la guerra adentro y afuera de las circunstancias de los
personajes. Es como si la guerra pululara, aún después de terminada, dentro de
las mentes de los personajes, no solo con consecuencias físicas de muertos, desaparecidos
y torturas, sino dentro la realidad cotidiana tiñéndola constantemente de
miedo, agotamiento y vacío. La guerra pareciera que se alargara porque la
violencia se perpetúa de otras formas: solo una estación de radio funciona y
trasmite en la nación las noticas y mensajes manipulados por el gobierno, los
familiares de los desparecidos no han podido cerrar el círculo que los agobia y
todavía cosas siguen pasando.
Radio Ciudad Perdida, en la
novela, es un programa radial exitoso conducido por Norma. Se transmite los
domingos, desde la única y censurada radio emisora. El programa radial cubre la
necesidad de la población de saber el paradero de sus seres queridos, y algunas
veces, la esperanzadora voz de Norma logrará juntar lo que la guerra había
separado. La suya era la única emisora de radio nacional que seguía funcionando
desde el final de la guerra:
“Luego de la derrota de la IL, se encarceló a periodistas. Muchos
colegas de Norma terminaron así, o peor… algunos desaparecieron y sus nombres,
al igual que el de su esposo, fueron prohibidos.”
El programa radial de Norma no solo cumple una
función social, pero también a escondidas, era una forma de buscar a Rey, su
marido desaparecido y encontrar un cierre a su propio drama personal. Rey, fue
parte de toda esa corriente de opinión —toda una generación— que hablaba desde
antes de esta guerra, de una violencia
purificadora, violencia que engendra virtud… Era el lenguaje del que su esposo
Rey, se enamoró. También se enamoró de Norma. Con mucha sagacidad la voz
del narrador describe ese manto ideológico que lo cubre todo y que la misma
guerra destruye, al decir de Roncagliolo, al prostituir la palabra revolución:
Se promovía la violencia: rodea la ciudad, infunde terror. La campaña
dependía de las acciones militares de las fuerzas del orden, y extraía su
fortaleza y determinación de las ocasionales masacres de inocentes, o de la
desaparición de algún importante y apreciado simpatizante.
La guerra se había convertido en un texto indescifrable, sino lo había
sido ya desde su inicio. El país había dado un paso en falso, había caído en
una pesadilla, a veces aterradora, a veces cómica, y en la ciudad solo quedaba
una sensación y desaliento ante lo inexplicable del asunto.
Uno de los méritos de esta novela es precisamente el
uso de una serie de recursos literarios: estructura de la trama dosificada,
misterio, el azar, (el encuentro de Norma con Victor, un niño silvícola),
lenguaje directo y simple, personajes secundarios bien delineados, uso
diversificado de los tiempos, manejo de la alegoría de la radio como algo
etéreo y envolvente pero que llega a toda la población, para hacernos entrar en
este mundo ficcionalizado de la guerra de una manera directa y sin escapatoria .
Al no nombrar al país y al referirse a las localidades con números, se logra
dos objetivos importantes sobre el lector: por un lado, ayuda a concentrarse en
la acción de lo que pasa evitando ficcionalizar lo obvio —ya que todo el mundo
sabe que se trata del Perú, o un lugar similar—; en segundo lugar, da entender
que existe un “diseño calculado” para manejar y manipular la población y de esta manera el lector
percibe una vez más ese efecto de entrampamiento en una realidad de la que
nadie puede salir sin magulladuras sicológicas. Como alguien lo ha dicho: el
brazo suicida y el brazo asesino se amarraron para desangrar al país por más de
diez años. Era imposible a la población zafarse de este abrazo con la violencia
generalizada.
photo: calhum.org |
Alarcón pertenece a esa generación de escritores que
vieron la guerra desde lejos pero que trata de entenderla en sus alevosías
interiores para detallarnos su percepción omnipresente y devastadora. La
capacidad de Alarcón para ficcionalizar desde adentro de los acontecimientos es
verdaderamente admirable. La guerra es una estela omnipresente que llena de
zozobra, soledad, angustia las vidas cotidianas de todos los ciudadanos, no
importando su ideología, extracción social o género.
_______________________________
[*] Luis Fernández-Zavala, Ph.D. Autor de El guerrero de la espuma y otras tantas
despedidas.
No comments:
Post a Comment