—por Alberto
Hernández—
1
En pleno centro de Valencia, en la estrecha calle Colombia,
donde está ubicada la muy vieja farmacia La Torre, Eugenio Montejo cuenta las
vueltas de la tierra. Volátil, sumido en una hondura que hace que su mirada sea
parte del silencio que corroe las agujas del reloj de la catedral. Camina
lentamente hacia la plaza y regresa la mirada a la costra de los muros de la
antigua iglesia. Un sonido leve, suave y a la vez firme emerge de sus labios:
La poesía cruza la tierra sola,
apoya su voz en el dolor del mundo
y nada pide...
apoya su voz en el dolor del mundo
y nada pide...
Entonces el poeta, el instalado en la bruma del
tiempo, desaparece en plena calle. Nada pide. Nada pidió. Entregó toda su
sabiduría, toda su belleza interior y se marchó en silencio, como siempre
andaba.
En pleno centro del mundo, donde el vértigo eleva el
significado de las palabras, Montejo retorna a la casa, a su casa, donde lo
esperan algunos cercanos a la lectura de sus libros. Esa tarea de convocarlos y
reunirlos fue de Aníbal Rodríguez Silva, gracias a la Universidad de los Andes,
al Laboratorio de Investigaciones Arte y Poética y a la Dirección General de
Cultura y Extensión, ambos organismos dependientes de la mencionada casa de
estudios merideña.
2
Y así el título del encuentro, del estudio de la
poesía del poeta de Adiós al siglo
XX y de Papiros amorosos:
Orfeo revisitado: viaje a la poesía de
Eugenio Montejo (Mérida 2012). En sus páginas encontramos trabajos de
Rafael Cadenas, Miguel Gomes, Josu Landa, Aníbal Rodríguez Silva, Antonio López
Ortega, Miguel Marcotrigiano, Judit Gerendas, Gregory Zambrano, Carmen Virginia
Carrillo, Nicholas Roberts, Mónica Navia, Harry Almela y Mariano Nava
Contreras.
En el prólogo el compilador pergeña que “Eugenio
Montejo escribía con letra menuda. Un horario nocturno configuraba su rutina de
trabajo; tal vez intentaba escuchar a lo lejos el canto de los últimos gallos
que despedían la noche y anunciaban el nuevo día. Quería retener los sonidos de
la ciudad pequeña que se perdían en los laberintos urbanos de la ciudad
moderna”.
He allí que Montejo, tan dado a silenciar el espacio
que ocupaba, tenía en el poema el mejor instante para llenar el mundo de
sonidos. Los mismos sonidos que han dado pie para que los mencionados en líneas
anteriores se ocuparan de estudiar su paso poético por estos paisajes que aún
nos contienen.
3
Quiero destacar las palabras de Antonio López Ortega
en su ensayo “La muerte de Eugenio Montejo. De la quietud y sus alrededores”:
De las muchas pérdidas que Montejo nos deja, de las muchas orfandades
que heredamos, extrañaremos sobre todo, en estos tiempos confusos, un ejemplo
de integridad moral para todos los que se precien de ejercer una condición
intelectual, pues estas son, quiérase ver o no, épocas en las que el ejercicio
creador o reflexivo, sometido a los cantos de sirena del poder, sucumbe fácilmente
a prebendas, parcialidades o, gesto peor, silencio crítico. La deshonra que
acompaña a muchos intelectuales de hoy, su mudez inalterable ante las afrentas
del poder, no podrá ser advertida de inmediato. Necesitaremos un mínimo de
distanciamiento, de recentramiento moral, para recuperar lo que desde Albert
Camus hasta Octavio Paz constituye la premisa básica del oficio: la pasión
crítica, el ejercicio vigilante que toda sociedad debe darse (y la proa de esta
embarcación son los intelectuales) frente a toda forma de poder. Perder a
Montejo es perder un modelo, un ancla, un ejemplo cívico. Su ojo vigilante
advirtió a muy temprana hora sobre la corrupción del lenguaje (palabras que son
escupitajos, mentiras que pasan por verdades, alaridos que suplantan las conversas)...
El Montejo que se marchó en silencio, el silenciado,
continúa presente en los textos de todos los poetas del mundo. Quienes lo
silenciaron se olvidaron de que ellos pasarán como polvo antiguo.
4
Este libro/homenaje —en el que Eugenio Montejo es
una presencia viva— revela la experiencia de la poética de nuestro desaparecido
autor. Uno de los más relevantes poetas de la lengua castellana es hoy
referencia que deja marcas en la madera de nuestro imaginario.
Que sean los lectores quienes sigan hallando luces
en las voces de quienes se reunieron para celebrarlo, para mantenerlo vivo,
tanto como estos versos: Con fuego
alumbras, / no te olvides que alumbras, / eres tu propia vela / y estás
ardiendo.
El gallo de Montejo arde e inventa el amanecer. Cada
página de este libro representa su canto.
No comments:
Post a Comment