Friday, July 18, 2014

Orfeo revisitado (Viaje a la poesía de Eugenio Montejo)

—por Alberto Hernández—

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En pleno centro de Valencia, en la estrecha calle Colombia, donde está ubicada la muy vieja farmacia La Torre, Eugenio Montejo cuenta las vueltas de la tierra. Volátil, sumido en una hondura que hace que su mirada sea parte del silencio que corroe las agujas del reloj de la catedral. Camina lentamente hacia la plaza y regresa la mirada a la costra de los muros de la antigua iglesia. Un sonido leve, suave y a la vez firme emerge de sus labios:

La poesía cruza la tierra sola,
apoya su voz en el dolor del mundo
y nada pide...

Entonces el poeta, el instalado en la bruma del tiempo, desaparece en plena calle. Nada pide. Nada pidió. Entregó toda su sabiduría, toda su belleza interior y se marchó en silencio, como siempre andaba.

En pleno centro del mundo, donde el vértigo eleva el significado de las palabras, Montejo retorna a la casa, a su casa, donde lo esperan algunos cercanos a la lectura de sus libros. Esa tarea de convocarlos y reunirlos fue de Aníbal Rodríguez Silva, gracias a la Universidad de los Andes, al Laboratorio de Investigaciones Arte y Poética y a la Dirección General de Cultura y Extensión, ambos organismos dependientes de la mencionada casa de estudios merideña.

2
Y así el título del encuentro, del estudio de la poesía del poeta de Adiós al siglo XX y de Papiros amorosos: Orfeo revisitado: viaje a la poesía de Eugenio Montejo (Mérida 2012). En sus páginas encontramos trabajos de Rafael Cadenas, Miguel Gomes, Josu Landa, Aníbal Rodríguez Silva, Antonio López Ortega, Miguel Marcotrigiano, Judit Gerendas, Gregory Zambrano, Carmen Virginia Carrillo, Nicholas Roberts, Mónica Navia, Harry Almela y Mariano Nava Contreras.

En el prólogo el compilador pergeña que “Eugenio Montejo escribía con letra menuda. Un horario nocturno configuraba su rutina de trabajo; tal vez intentaba escuchar a lo lejos el canto de los últimos gallos que despedían la noche y anunciaban el nuevo día. Quería retener los sonidos de la ciudad pequeña que se perdían en los laberintos urbanos de la ciudad moderna”.

He allí que Montejo, tan dado a silenciar el espacio que ocupaba, tenía en el poema el mejor instante para llenar el mundo de sonidos. Los mismos sonidos que han dado pie para que los mencionados en líneas anteriores se ocuparan de estudiar su paso poético por estos paisajes que aún nos contienen.

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Quiero destacar las palabras de Antonio López Ortega en su ensayo “La muerte de Eugenio Montejo. De la quietud y sus alrededores”:

De las muchas pérdidas que Montejo nos deja, de las muchas orfandades que heredamos, extrañaremos sobre todo, en estos tiempos confusos, un ejemplo de integridad moral para todos los que se precien de ejercer una condición intelectual, pues estas son, quiérase ver o no, épocas en las que el ejercicio creador o reflexivo, sometido a los cantos de sirena del poder, sucumbe fácilmente a prebendas, parcialidades o, gesto peor, silencio crítico. La deshonra que acompaña a muchos intelectuales de hoy, su mudez inalterable ante las afrentas del poder, no podrá ser advertida de inmediato. Necesitaremos un mínimo de distanciamiento, de recentramiento moral, para recuperar lo que desde Albert Camus hasta Octavio Paz constituye la premisa básica del oficio: la pasión crítica, el ejercicio vigilante que toda sociedad debe darse (y la proa de esta embarcación son los intelectuales) frente a toda forma de poder. Perder a Montejo es perder un modelo, un ancla, un ejemplo cívico. Su ojo vigilante advirtió a muy temprana hora sobre la corrupción del lenguaje (palabras que son escupitajos, mentiras que pasan por verdades, alaridos que suplantan las conversas)...

El Montejo que se marchó en silencio, el silenciado, continúa presente en los textos de todos los poetas del mundo. Quienes lo silenciaron se olvidaron de que ellos pasarán como polvo antiguo.

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Este libro/homenaje —en el que Eugenio Montejo es una presencia viva— revela la experiencia de la poética de nuestro desaparecido autor. Uno de los más relevantes poetas de la lengua castellana es hoy referencia que deja marcas en la madera de nuestro imaginario.

Que sean los lectores quienes sigan hallando luces en las voces de quienes se reunieron para celebrarlo, para mantenerlo vivo, tanto como estos versos: Con fuego alumbras, / no te olvides que alumbras, / eres tu propia vela / y estás ardiendo.

El gallo de Montejo arde e inventa el amanecer. Cada página de este libro representa su canto.





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