—por Valmore Muñoz Arteaga—
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En la historia de la literatura ha habido escritores
que, por razones diversas, han levantado grandes controversias, llegando muchas
veces a ser odiados con una pasión tan turbada que resulta complejo no ver
ciertas parcelas de seducción. La lista sería inmensa y notable en algunos
casos. En América Latina no sé hasta qué punto esto pueda ser así, las
controversias en este lado del mundo suelen estar matizadas por posiciones
políticas que se vuelven controversiales, no tanto por consideraciones
filosóficas de cierto respeto, sino por los altos niveles de intolerancia que
se han vivido por estos ámbitos, en especial los últimos 10 años. Un
protagonista constante de ese tipo de controversias es el escritor y periodista
peruano Jaime Bayly. Controversias que giran en torno a su posición frente a
los regímenes autoritarios y personalistas de América y por su condición
sexual. Dualidad que lo único que ha revelado es la insana intolerancia de
ciertos sectores políticos y religiosos de este albañal del mundo.
La obra literaria de Bayly se inicia en 1994 con la
novela No se lo digas a nadie, escrita
en Madrid bajo la égida de quien es su maestro literario, Mario Vargas Llosa.
Es la terrible historia de un joven burgués limeño cuya vida familiar lo empuja
hacia los más oscuros y retorcidos mundos de la psicología humana. El machismo
y la intolerancia religiosa de la familia y la sociedad lo llevan a hundirse en
un mundo espeso, tenebroso, en donde comienza a reconocerse como ser humano. En
ese momento, Joaquín Camino, protagonista de la historia, logra superar las
barreras que lo separaban de lo que él mismo era y es. La novela, absolutamente
valiente, describe cómo se baja al infierno para lograr la superación personal
y espiritual, un camino que no nos resulta extraño por tantas referencias en la
literatura universal. Vargas Llosa la señala como “una excelente novela que
describe con desenvoltura y desde dentro la filosofía desencadenada, nihilista
y sensual de la nueva generación”.
Luego del éxito alcanzado por No se lo digas a nadie, incluso
llevada al cine por Francisco Lombardi en 1998, Bayly publica su segunda
novela, Fue ayer y no me acuerdo (1995).
Mucho más vertiginosa y dura que la anterior. Nuevamente rasgos autobiográficos
salen a relucir a través de la vida de Gabriel Barrios, joven comentarista de
televisión. La historia se hace más lacerante que su novela anterior. La ciudad
envenenada, la coca barata, la violencia inaudita y la homosexualidad se
vuelven los grandes protagonistas, no sólo en la vida del joven Gabriel, sino
de una sociedad entera. Novela que denuncia los demonios que persiguen a una
juventud que no es escuchada, una juventud que debe vivir simulando para no
transgredir las normas de convivencia, incluso dejándose muchas veces subyugar
por conductas injustas y nocivas. Jaime Bayly describe en esta novela la lucha
de un hombre contra sus fantasmas. Una lucha que lo lleva hasta el límite entre
la vida y la muerte y en donde, una vez más, la aceptación de su identidad
termina por salvarlo. A esta novela le siguió Los últimos días de La Prensa (1996), una exquisita obra en
donde se deja ver la influencia de Vargas Llosa. Ahora será Diego Balbi quien
lleve las riendas de la historia personal de Bayly. Esta historia marca un
desvío de los temas que venía trabajando en sus novelas anteriores, aunque de
igual manera es una historia de autodefinición. La novela apunta irónicamente
hacia la vida dentro de una época en el periodismo peruano, vista a través de
los ojos de un joven que va al diario La
Prensa a hacer una especie de pasantía mientras está de vacaciones en
casa de sus abuelos.
En 1997 aparece La noche es virgen. La novela ganó el prestigioso premio
Herralde de Novela. Otra vez Gabriel Barrios aparece como alter ego de Bayly.
La novela es quizá la más amoral de toda la narrativa de Bayly, la más amoral o
la más honesta, todo depende de cómo quiera verse. Una novela en la cual se
experimenta con el lenguaje de forma interesante y cuya historia se resuelve
dentro del laberinto de una ciudad (Lima y Miami) en donde reinan las drogas,
el sexo, la vida superficial de una clase social confundida y el rock. Claro
está, el tema de la sexualidad vuelve a aparecer. Vuelve a aparecer, ya no como
una búsqueda de la identidad, sino como la aceptación de una realidad, una
realidad que sale a enfrentarse con la frágil realidad del mundo que le rodea.
Bayly vuelve a su infierno personal buscando superarlo, sólo que no es fácil:
“No puedo seguir siendo gay y coquero en lima. Me estoy matando. Lima me está
matando”. Pero ¿qué es Lima? Lima es toda una confabulación social, es una
mácula que pretende reafirmarse sobre la base de la subyugación de sus hijos
más preclaros. Lima es Caracas, La Paz, Bogotá; Lima es América Latina; Lima es
el reino de la ignorancia y la intolerancia, de la deshumanización y la
insensibilidad; Lima somos nosotros que creemos ser otros, por supuesto,
mejores, impolutos, píos, ejemplos de la moralidad absoluta, jueces de la vida
ajena, dictadores de conductas falsas y endebles.
Dos años después aparece Yo amo a mi mami. La novela cuenta la historia del pequeño
Jimmy, cuyo amor a su madre es incuestionable. Un niño que sueña con ser
estrella del Barcelona F. C. y de conocer Miami. Una novela que, al igual
que Los últimos días de La
Prensa, rompe con los temas habituales de su narrativa. Yo amo a mi mami es una historia
tierna y conmovedora en donde Jaime Bayly busca reencontrarse con su infancia,
quizás para continuar ese camino de reafirmación ante el mundo. Quizás para
hallar en esos episodios la posibilidad de recobrar un tiempo que se asume
perdido, la inocencia perdida. Quizás para edificar una vía de escape
momentánea a ese infierno personal. Quizás para reinventar una infancia que le
ayude a justificar al hombre de hoy. Le sigue Los amigos que perdí (2000), cuyo protagonista, Manuel, hombre
solitario que reside en una casa desahogada en Miami, redacta cinco cartas a
cinco amigos, amigos que perdió, tratando de explicar las razones de sus actos
que le llevaron a perderlos. Cargada de una enorme ironía, pero también de una
poderosa honestidad. Las páginas transitan en un océano de recuerdos a veces
cómicos, a veces vergonzosos, a veces dolorosos, pero que en el fondo apuntan
hacia la búsqueda de una reconciliación que no necesariamente es con esos
amigos perdidos. Un libro poderoso en el cual queda nuevamente evidenciado un
manejo envidiable del idioma, algo que caracteriza la escritura de Bayly.
La mujer de mi hermano (2002),
también llevada al cine por Ricardo de Montreuil y Stan Jakubowicz en 2004. La
novela cuenta la historia de un triángulo amoroso entre Ignacio, Zoe y Gonzalo,
con la particularidad de que Ignacio y Gonzalo son hermanos. Qué se esconde
detrás de la perfección matrimonial, detrás del marido perfecto, detrás de la
esposa abnegada, según Bayly, la monotonía y el aburrimiento más espantoso.
Detrás de la muerte del amor se esconde agazapada la rutina que imponen los que
una vez fueron amantes. Una historia terrible que devela y contrapone el
pensamiento y las acciones de los personajes. Desnuda descarnadamente la
hipocresía que sustenta muchas veces las relaciones familiares. Le
seguirá El huracán lleva tu nombre (2004).
Nuevamente Bayly recurre a la autobiografía y a Gabriel Barrios, quien se
enamora de Sofía, una muchacha que, al igual que él, forma parte de la “gente
bonita y confundida” de Lima. Se edifica entre ellos una relación por medio de
la cual Gabriel, alter ego de Bayly, vivirá nuevamente ese infierno que ha
significado la identidad sexual. Una identidad plenamente asumida y que ahora
le corresponde hacer que el mundo que le rodea le acepte, o por lo menos, le
respete. La novela cuenta sobre los deseos que ha tenido Gabriel de huir de
Lima y de dedicarse a la escritura, y que, gracias a Sofía, logra alcanzar.
Jaime Bayly vuelve a trazar su historia sobre la base de un antihéroe, de un
amoral, de un bellaco que seduce por la honestidad de su actuación,
independientemente de nuestras posiciones o convenciones sociales.
La novela Y de
repente un ángel (2005), finalista del Premio Planeta de ese año, nos
muestra a un escritor solitario, Julián Beltrán, que no limpia su casa, que la
mantiene llena de polvo y de telas de araña. Un escritor que tiene una novia,
Andrea, que vive increpándolo para que la limpie o que, por lo menos, contrate
a alguien para hacerlo. Luego de que, por fin, logra convencerlo, Julián
contrata a Mercedes, una criada envejecida y fiel, llena de una inusitada
ternura e inocencia que va despertando en él sentimientos que consideraba
inexistentes. Comienza a tejerse un hermoso paralelismo entre la casa y el alma
del escritor. Mientras la casa va mostrándose reluciente, el alma de Julián
transita por una limpieza similar. Esta novela muestra como en ninguna otra la
tan presumiblemente conocida relación entre Jaime Bayly y su padre. Es una
novela inusual, en donde la violencia y rudeza de sus anteriores historias
quedan atrás para darle paso a una especie de paz interior. Una novela
sumamente personal, a mi juicio, la más personal de todas. En ninguna de sus
obras queda tan al descubierto algo que permanecía escondido, muy dentro del
escritor. Y de repente un ángel es
la historia de una amistad imposible que desborda el reencuentro con los
aspectos más nobles del hombre.
Como apuntaba al inicio, Jaime Bayly se ha vuelto un
escritor controversial, más por la ignorancia y la intolerancia que por otra
cosa. Un escritor insólitamente repudiado por muchos, quienes le acusan de una
infinidad de cosas. Quizás tengan razón en la mayoría de sus argumentos. Es
probable que Jaime Bayly no sea un gran escritor, ni siquiera uno relativamente
bueno. Yo no sé definir algo como eso, salvo por lo que experimento cuando leo
una novela, un cuento o un poema. Mi experiencia con sus libros ha sido
estupenda y reveladora. Con el perdón de los que sí saben de literatura, los
autorizados por una instancia divina, he sentido mayor placer con sus libros
que con Dostoievsky o Thomas Mann. No sé cómo diferenciar a un buen escritor de
un mal escritor y en el fondo no tengo mucho interés en saberlo. Supongo que a
Jaime Bayly tampoco le importa mucho ser un buen escritor o un mal escritor.
Supongo que le importa otra cosa. Le importa crear una sensación de complicidad
entre quienes le leemos y los que van a leerle. Haber leído sus libros me ha
llevado a hacerme muchas preguntas, no sólo como lector, sino como ser humano;
como padre, como esposo, como amigo, como todo, y eso, debo sospechar, debería
ser importante. Probablemente el señor Bayly nunca gane el premio Nóbel, pero
en el fondo, él y sus lectores sabemos que no hace falta.
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