Friday, August 1, 2014

Ramos Sucre y la certeza del abismo. Rubi Guerra: La tarea del testigo (Venezuela)


—por Gregory Zambrano—

La vida de José Antonio Ramos Sucre ha sido siempre un enigma. Sobre todo el sufriente tránsito de su insomnio y el desenlace que culminó con su humanidad llena de veronal, en la ciudad de Ginebra. Ramos Sucre, poeta de lenguajes abismales era el cónsul de Venezuela en Suiza. La prisa de sus últimos escritos revela el desasosiego y la angustia, que ya no le dieron otra oportunidad.

Los últimos meses de su existencia oscilaron entre el ferviente deseo de encontrar una solución a su salud nerviosa, largamente resentida por el insomnio, y la certeza de que esto no sería posible. De allí su angustia.

Ese tránsito lo explora muy de cerca la obra de Rubí Guerra, La tarea del testigo. Una novela-ensayo, un relato biográfico-epistolario; un libro hermosamente escrito, donde paso a paso nos aproxima a esa línea límite, a ese abismo del que no habrá salida. El libro se estructura en nueve partes y un apéndice titulado “Tres historias perdidas” (En la barca, La taberna, La campaña), e incorpora cartas, apuntes de breves reflexiones y una mirada retrospectiva  a todo lo que significó su escritura, no sólo para las letras venezolanas sino para la lengua castellana.

José Antonio Ramos Sucre
Ramos Sucre es un atormentado, y al mismo tiempo un iluminado por el don de las lenguas y las metáforas imprevistas. Su trágica lucidez, como se ha advertido con acierto, se consolidó en una obra singular, breve e intensa: Trizas de papelSobre las huellas de Humboldt, ambos acopiados luego en La torre de timónLas formas del fuego, El cielo de esmalte, y Los aires del presagio, un libro póstumo que reúne un conjunto de cartas, reflexiones y textos breves que revelan su aguda visión del mundo y la conciencia de su final cercano.

Mucho se ha dicho y escrito a cerca de su obra tan original, llena de reminiscencias clásicas, rica en giros y propuestas sintácticas. También su alucinada forma de escribir o resignificar los sueños, o las pesadillas recurrentes. Ramos Sucre depuró el lenguaje de artificios retóricos y, al mismo tiempo, propuso ciertos enigmas que un poco apuntan al misterio de sus angustias y a su permanente insomnio.

Rubi Guerra (photo: prodavinci.com)
La obra de Rubi Guerra transita limpiamente este camino. Ramos Sucre es “el Cónsul”, un personaje que no cuenta su propia tragedia sino que la vive, y nos acerca a un hombre profundamente humano; primero, angustiado por el insomnio y luego, cercado por sus pesadillas cuando por fin logra a medias conciliar el sueño. El tránsito vital de Ramos Sucre en procura de la salud va marcando también algunos escenarios europeos: Alemania, Génova, Italia y, finalmente, Suiza; este último espacio le augura la certeza del abismo. Ya no tendrá salida.

El narrador y el poeta se encuentran en una línea inestable entre la vida y la muerte, el sueño y la vigilia. El narrador siente su cercanía, le habla como a un amigo cercano, directamente, devolviéndole sus propias palabras: “Debería hablarte como a un hermano y encontrar alguna forma de consuelo (para ti, para mí) en el descubrimiento de que la muerte no es una blanca Beatriz que visitará la mar de tus dolores, pero tampoco hay lobos aullantes en la noche que cubre un desierto de nieve. La muerte es una hiedra que crece en los pulmones, una floración venenosa que ocupa toda cavidad de rosada entraña, un cristal de hielo que corta el paso del aire y destruye los tejidos”.

En vísperas de un aniversario singular, Ramos Sucre anota: “mañana cumplo cuarenta años y hace dos que no escribo nada. No me resigno a pasar el resto de mis días, quién sabe cuántos años más, en la decadencia mental. Toda la máquina se ha desorganizado”.

foto: delamanchaliteraria.blogspot.com
Este libro, escrito con sensibilidad y profundidad, condiciones propias de un escritor atento a los detalles, rinde también homenaje a otro de los poetas míticos y lamentablemente olvidados de Venezuela, Cruz María Salmerón Acosta, quien murió de lepra, rodeado de mar, en el ya mítico Manicuare, hogar de pescadores. Hay una pequeña y amorosa biografía de Salmerón Acosta intercalada en estas páginas. Bajo la complicidad del poeta Salmerón, Ramos Sucre habría de conocer el amor de mujer, experiencia al parecer, única y que quedó fuertemente atada a sus recuerdos adolescentes, pues sucedió el mismo día en que ambos se graduaron de bachilleres.

Grato leer esta obra de Rubi Guerra y seguir de cerca el tránsito del poeta cumanés en los últimos meses de su vida. Afortunado encontrar en estas páginas su prodigiosa palabra y como lectores, quedarnos deslumbrados por aquella inteligencia luminosa y su tragedia en un marco histórico ensombrecido por una larga dictadura. La tarea del testigo le valió a Rubi Guerra el Premio de Novela Corta Rufino Blanco Fombona en 2006.

(Rubi Guerra, La tarea del testigo, Caracas, El lugar Común, 2012, 110 p.)







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