—por Juan
Martins—
La
voz de Alberto Hernández en 70 poemas
burgueses (bid & co. editor, 2014) es el espacio poético en cuya
definición final del poemario se trasparenta la realidad, si quiero entender
que ésta se reduce al sentido de ironía con la cual se expresa el poema. La
ironía del epígrafe, el verso y la estrofa se reúnen como discurso que atenta
(o trasparenta) la relación que hemos adquirido con la naturaleza: aquello que
se concreta en el poema no es más que la representación de la imagen que tiene
el lector. La imagen se construye a partir de la subjetividad de la lectura, de
su representación en el lector. Entonces la ironía, en tanto discurso
decodifica esa realidad al tergiversar su sentido (¿lo irreal?) dispuesta en la
voluntad de éste, el lector, quien a su vez imagina su relación con el entorno,
su contexto o lo urbano.
La
ciudad es una metáfora en la que sus personajes se ven por lo hierático de su
condición humana, dispersos al ser extraídos de su relevancia y de su
significación mediática. De manera que al ser colocados sobre el tono
conversatorio son vistos desde la perspectiva irónica del discurso poético que
se encamina con el estado de ánimo de aquel lector. Por ejemplo, nombrar
personalidades, canciones de Pink Floyd, Jennifer López, Julia Roberts,
Christian Dior, Walt Disney, Michael Jackson, Frank Sinatra entre otros, junto
a un poema de Nicanor Parra, nos recrea esa línea disyuntiva del sentido por
vía de lo que estos referentes significan en su contexto al que se opone el
enunciado del poema cuando los desacraliza o los saca de contexto para
devolverlos a la cotidianidad del lector. Es decir, la paradoja es el artilugio
de la voz: poemas de lo conversacional ya conocemos suficiente, cambia un poco
la cosa cuando son acompañados por la ironía. De allí que esta ironía es el
estado subjetivo ante lo real: el lector hará predominar lo subjetivo sobre lo
real. Todo estará imaginado en las líneas del poema, no, en cambio, fuera del
artificio verbal. Así que el poder (lo que aprehendemos de lo real) se
desvanece: la cotidianidad sorprende porque reconoce en la tensión del poema al
referente:
to Sean Penn,
today//El milagro ha llegado://una estrella fugaz acaba de ahogarse en el mar
de las Antillas.
Alberto Hernáandez.foto:Cobo |
El
tono también trasgrede la noción ideológica de ese referente. Todos conocen a
Sean Penn. Todos reconocen la ironía. El sujeto de este o aquél referente
quedará suprimido por el carácter connotativo del poema cuyo sentido, como
decíamos, trasgrede lo real y lo pone en escarnio sobre esa representación del
poema, donde, aun, el epígrafe es parte inexorable de la estructura para
identificar el referente en cuestión. Así que la ironía subvierte la realidad
para sostenerse de lo que sugiere el poema en pos de su alteridad:
Marx sufre/un
barranco/frente a un poema lírico//Dios sabe que el materialismo dialéctico/también
fue parte del Arca de Noé.
Es
necesario aclarar entonces que referentes como Marx, ideología y política
quedan desplazados por la atmósfera del poema: la otredad se instaura por
encima de esa tergiversación de lo real al ser suprimido a un tiempo por el otro,
por lo que se sustenta en sí mismo. El poema es real, como indicaba más arriba,
por la voluntad de la lectura y el estado de ánimo con que es asumida (el
rechazo al poema puede estar evidente ante el lector de acuerdo con su
perspectiva hacia los referentes) estimula el lugar lúdico del discurso por
otra parte. Y como toda propuesta lúdica estará para divertirme también.
el escritor venezolano Alberto Hernández |
Los
mecanismos del verso serán suficientes para introducirnos en los límites de esa
otredad. Y nos enteramos de lo que está sucediendo por ese estado irónico del
discurso poético. Nos reconocemos todavía en el otro y la imagen que tiene éste
de lo real. Las emociones devienen de esa interpretación de lo real en el
poema: el amor y la solidaridad serán parte del lector:
Desayuno en
Tiffany’s con una mujer demente//Repaso las hojas brillantes de ¡Hola!//Shakira
mueve sus eléctricas caderas frente al tórrido cetáceo…
Emocionalmente
cada referente dispone de mi voluntad, de mis creencias a la vez que juega con
esa noción de las cosas: en constante desasosiego de mi pensamiento, lo cual
estará sometido por el otro, lo distante. Por aquella otredad de la que dispongo
en el poema. No sólo por el artificio del verso o la metáfora, sino por el
sentido pragmático del discurso, por el relato mismo que lo contiene, ya que,
lo ideológico es tan sólo la representación del poema en el lector quedando
reducido al gesto de la palabra: ya no serán tan importante las personalidades
mencionadas ni las ideas. Lo que está funcionando en otro nivel de la lectura
es lo que le confiere al poema el orden de otredad: el dolor, la derrota de
estas ideas e, insisto, el desasosiego para, en su lugar, instaurar la nueva
realidad: la liberación de lo retórico, puesto que lo real se sustenta sólo en
el poema:
Congreso/Luego
de la precaria convocatoria al Congreso de la Internacional//saqué el perro a
pasear.// ¿Cuántas reuniones de célula/Para darle el gusto a mi poodle?
Con
este poema-epílogo cierra, por tanto, transparenta el sentido general de ese
discurso como quiero decir y mi divertimento como lector y continúo, me
desplazo hacia el instante lúdico del libro. El que se recepta por ambición al
juego. Saber, que la sobriedad está en la ruptura de lo establecido, si acaso
han servido para algo los patrones de consumo de las ciudades. Porque el mundo
son los países y sus referentes. Sin embargo, con el poema, el silencio,
dialoga con la duda, con el instante del vacío que se ha producido en el
entusiasmo del lector. La risa del lector será detenida por la reflexión que le
induce finalmente.
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