—por Gregory
Zambrano—
Muchas veces se ha insistido en el carácter lúdico que
destaca en la obra de Julio Cortázar. El afán por el juego se muestra en
diversos cuentos, en sus poemas y en varias de sus novelas. Quizás sea en la
más célebre de ellas, Rayuela donde
las opciones de juego van más allá de los simples saltos entre cuadrículas
persiguiendo un destino entre el cielo y el infierno.O una novela articulada al
gusto del lector que, cincuenta años después de publicada, la sigue armando a
placer mientras busca desentrañar las peripecias del amor entre La Maga y
Oliveira; o los sentidos del idioma glíglico, que le permitan entender
exactamente lo que significa amalabar el noema. (“Apenas él le amalaba el
noema, a ella se le agolpaba el clémiso y caían en hidromurias, en salvajes
ambonios, en sustalos exasperantes” (Rayuela,
cap. 68).
También es un juego el arte de esconderse entre las
palabras, donde alguien puede pasar de perseguido a perseguidor y viceversa,
correteando para disimular sus obsesiones. Así pues, por ejemplo, La vuelta al día en ochenta mundos, ya
de por sí una parodia al más famoso de los libros de su tocayo Julio Verne, es
un collage de noticias singulares, enigmas, imágenes y textos dispuestos a
desafiar las sintaxis más extravagantes para tratar de entender “cuántos mundos
hay en el día de un cronopio o un poeta” (“La vuelta al día”, p. 296).
A finales del año 2013 se publicó un libro que va en
sintonía con ese placer cortazariano de ir armando distintos rompecabezas y
descubriendo mapas para organizar la significación: Cortázar de la A a la Z, un álbum biográfico. Editado por su viuda,
Aurora Bernárdez y Carles Álvarez Garriga, estudioso de la obra del gran
cronopio, y diseñado por Sergio Kern. El libro, articulado en clave
cortazariana, va en sintonía con la no muy ortodoxa obsesión biográfica del
autor, quien declaró que no era muy amigo de la biografía en detalle, de la
documentación en detalle, y para quien “Toda biografía es un sistema de
conjeturas”. (“Biografía”, p. 49).
Este libro-almanaque, como le gustaba a Cortázar llamar a
estas “pequeñas aventuras imaginarias” (p. 287), puede leerse como indica su
propuesta, de la A a la Z, como el diccionario, comenzando por la palabra
clave, la palabra enigma, la palabra interés y pasearnos por sus detalles
minuciosos y familiares, los viajes, los amigos, los lugares emblemáticos,
literarios o no, paisajes y postales, fotografías propias y ajenas, los
personajes de la historia y la literatura, otros creadores: artistas plásticos,
cineastas, escritores, músicos, editores. También objetos cotidianos: anteojos,
pipas, calidoscopios, instrumentos musicales. Es un libro visual donde una vez
más se invita al juego, a la rayuela.
Así, vamos desde una semblanza de grandes pinceladas
sobre su abuela, Victoria Gabel de Descotte, quien poseía un antiguo abanico
japonés, hasta la ciudad de Zihuatanejo en el pacífico mexicano que corona El libro de los sueños, su texto para el
bestiario de Aloys Zötl y la declaración de que alguien “era zurdo de una oreja”.
En fin, somos invitados al juego, al entretenimiento y a la revelación de
objetos personales y nuevos textos.
Hay un universo de opciones para mirar la trayectoria
vital y artística del escritor. Esta valiosa recopilación nos permite entrar,
aunque limitados por una celosía que sólo nos deja ver fragmentariamente, al
entramado de amistades y a una copiosa correspondencia con figuras destacadas
del siglo XX. Tomo a saltos algunos de sus atajos:
Juego
Cortázar concibió mucho de su literatura con el sentido
del juego. Este elemento condiciona su visión del mundo, su personalidad y el
fin último de su literatura: hacer sonreír y, sobre todo, hacer pensar, que es
la finalidad esencial del humor. De hecho, su libro de poemas, finalmente
titulado Salvo el crepúsculo, iba a
titularse Palabras para el juego.
Cuando ya tenía concluido y listo el volumen para darlo a la imprenta, Cortázar
sólo esperaba que el título del conjunto se le revelara como un acto mágico;
confiesa en una carta a su editor: “me falta el título, aunque saltará como un
conejo en cualquier momento, en cualquier relectura” (p. 255).
En una entrevista con Ernesto González Bermejo señaló que
“Todas las mujeres con las que he vivido —que no son pocas— todas sin excepción
me han dicho en algún momento: “Lo que a veces es terrible en ti es hasta qué
punto eres niño”. Y luego explica cómo su visión de la vida se asimiló al
personaje de Peter Pan, el niño que no quería crecer, para finalmente
preguntarse sobre el proceso natural que significa madurar. El escritor se
responde: “Es una operación selectiva de la inteligencia que va optando cada
vez más por cosas consideradas como importantes, dejando de lado otras. Para el
adulto deja de ser importante jugar a la rayuela y pasa a ser importante pagar
el alquiler. El niño, como a lo mejor ni sabe lo que es el alquiler, juega a la
rayuela como algo muy importante” (p. 162). Al respecto, el libro recoge el
testimonio de su amigo Mario Vargas Llosa, para quien visitar su casa era “la
fiesta y la felicidad. Me fascinaba ese tablero de recortes de noticias
insólitas y los objetos inverosímiles que recogía o fabricaba, —recuerda Vargas
Llosa— y ese recinto misterioso, que, según la leyenda, existía en su casa, en
el que Julio se encerraba a tocar la trompeta y a divertirse como un niño: el
cuarto de los juguetes” (p. 174).
Humor
Deslindando el trigo de la paja, el escritor siempre
sostuvo una defensa del sentido del humor. Decía que “a los humoristas les
pegan de entrada la etiqueta para distinguirlos higiénicamente de los
escritores serios. Cuando mis cronopios hicieron algunas de las suyas en
Corrientes y Esmeralda, huna heminente hintelectual hexclamó: “¡Qué lástima,
pensar que era un escritor tan serio!”. Sólo se acepta el humor en su estricta
jaulita, y ojo con trinar mientras suena la sinfónica porque lo dejamos sin
alpiste para que aprenda”. (“Humor”, p. 133).
En ese sentido, ver la vida desde el filón humorístico
significa encontrar su lado más amable. Decía Cortázar: “La literatura ha sido
para mí una actividad lúdica, en el sentido que yo le doy al juego y que usted
conoce ya bien; ha sido una actividad erótica, una forma de amor”.
(“Profesionalismo”, conversación con Ernesto González Bermejo, p. 226).
Música
Muchos hemos visto diversas fotos donde Cortázar aparece
tocando la trompeta. No era una simple pose fotográfica. El autor fue un
consecuente admirador de los grandes trompetistas como Charlie Parker, alter
ego de Johnny Carter, un saxofonista de jazz y protagonista de “El
perseguidor”. Él mismo, como ejecutante de la trompeta, va dando cuenta de sus
progresos con el instrumento en cartas a sus amigos. El libro reseña por lo
menos dos momentos: “…he pasado largas horas soplando en mi trompeta para
horror de los vecinos, pues eso constituye mi más segura manera de entrar a
fondo en cualquier cosa que me interesa de verdad y que quiero conocer por
dentro” (Carta a Paco Porrúa, 18 de agosto de 1964, p. 285). En otra carta del
mismo año anota: “…sigo haciendo progresos con mi trompeta, y ya los vecinos no
se quejan. Aurora sospecha que es porque ya no queda ninguno” (a Sara y Paul
Blackburn, 17 de diciembre de 1964, p. 285).
Jazz
A propósito de la música, fue el jazz el género que más
le impresionó y al que dedicó memorables páginas, aparte de “El perseguidor”,
como ésta de Rayuela: “…el jazz es
como un pájaro que migra o emigra o inmigra o transmigra, saltabarreras,
burlaaduanas, algo que corre y se difunde (…) en Birmingham, en Varsovia, en
Milán, en Buenos Aires, en Ginebra, en el mundo entero, es inevitable, es la
lluvia y el pan y la sal, algo absolutamente indiferente a los ritos
nacionales, a las tradiciones inviolables, al idioma y al folklore: una nube
sin fronteras, un espía del aire y del agua, una forma arquetípica, algo de
antes, de abajo, que reconcilia mexicanos con noruegos y rusos y españoles …”
(“Jazz”, 141).
Poesía
Cortázar defendió su vocación poética en contra de las
etiquetas que le arrinconaban de manera absoluta en su clasificación como
escritor. El Cortázar poeta aludía a los: “…lectores que no están demasiado
dispuestos a aceptar que un autor, a que tienen clasificado como cuentista o
novelista, se les escape del casillero” (“Poemas”, p. 221). Se definía a sí
mismo como un buen lector de poesía y desarrolló una interesante analogía de la
mediación poética y los audífonos. Decía Cortázar: “…de alguna manera la poesía
es una palabra que se escucha con audífonos invisibles apenas el poema comienza
a ejercer su encantamiento (…) El poema comunica el poema y no quiere ni puede
comunicar otra cosa. Su razón de nacer y ser lo vuelve interiorización de una
interioridad, exactamente como los audífonos que eliminan el puente de fuera
hacia adentro y viceversa para crear un estado exclusivamente interno,
presencia y vivencia de la música que parece venir desde lo hondo de la caverna
negra (…) el poema es en sí mismo un audífono del verbo; sus impulsos pasan de
la palabra impresa a los ojos y desde ahí alzan el altísimo árbol en el oído
interior” (De Salvo el crepúsculo)
(“Audífonos”, p. 35).
Escritura
terapéutica
Los elementos fantásticos que rodean muchos de los
cuentos de Cortázar han nutrido las más intensas reflexiones por parte de la
crítica. No sólo la perfección formal de los relatos sino la construcción de
sus atmosferas inquietantes. Son muchas las imágenes que podríamos sumar como
ejemplo. Me detendré solamente en “Carta a una señorita en París”, ese turbador
relato en el cual el protagonista, que es también el narrador que cuenta en
primera persona, vomita conejitos. El autor confiesa: “escribir el cuento
(…) me curó de muchas inquietudes. Por eso, si se quiere, los cuentos
fantásticos ya eran indagaciones, pero indagaciones terapéuticas, no
metafísicas”. (“Conejitos”, p. 76).
Vampiros
Uno de los elementos que marcan su afición a los
elementos fantásticos es la presencia de vampiros —más allá del efecto político
que quiso darle a su historieta Fantomas
contra los vampiros multinacionales— esta cercanía licantrópica le acompañó
desde su infancia. Así lo resume el escritor: “Si el hombre-lobo no rondó
demasiado mi cama de niño, en cambio los vampiros tomaron temprana posesión de
ella; cuando mis amigos se divierten acusándome de vampiro porque el ajo me
provoca náuseas y jaquecas (alergia dice mi médico que es un hombre serio), yo
pienso que al fin y al cabo las picaduras de los mosquitos y las dos
finas marcas del vampiro no son tan diferentes en el cuello de un niño, y
en una de esas vaya usted a saber. Por lo demás las mordeduras literarias
fueron tempranas e indelebles; más aún que ciertas criaturas de Edgar Allan Poe,
conocidas imprudentemente en un descuido de mi madre cuando yo tenía apenas
nueve años, los vampiros me introdujeron en un horror del que jamás me libraré
del todo” (“Vampiro”, p.290).
Madre
A propósito de la madre, Cortázar siempre destacó el
hecho de que ella fuese una buena lectora y que le hubiera inculcado el amor
por los libros y la lectura. Su relación fue buena, pese a la distancia física
que medió entre ellos durante la mayor parte de sus vidas. Ante la pregunta de
un entrevistador sobre su relación materna, al parecer creyendo que es el mismo
Cortázar el protagonista de su relato “Cartas a mamá”, el escritor responde:
“Evitemos el criterio un poco ingenuo de atribuirle a los
autores las características de los personajes. Te aseguro que permanezco a
salvo de cualquier complejo de Edipo. Mi relación filial ha sido siempre muy intensa.
Esto no me impide una completa independencia. El lazo se anuda con cariño y
amistad” (“Mamá”, p. 166).
Entrar a las páginas de este libro es como entrar en un
museo; no a ver las piezas en su triple dimensión sino a tocarlas en sus
detalles y texturas. Gracias a estos folios podemos palpar metafóricamente los
objetos que en él se encuentran, y no sólo los objetos, también aquí las
palabras tienen el encanto de lo que se sabe único y perdurable. Los viajes,
las lecturas, las fotos, los amores, los paisajes, la música, los amigos, la
literatura. En resumen, la vida singular que se tradujo en libros, en obras.
Estos, al fin y al cabo, según Cortázar, “van siendo el único lugar de la casa
donde todavía se puede estar tranquilo” (“Libros”, p. 160).
Refugiados entre estos objetos entrañables, rendimos
homenaje al Gran Cronopio, porque nos ha legado una obra intensa y memorable,
divertida y profunda. Así, pues, nos ha regalado excepcionales momentos como
lectores, instantes que tanto pueden parecerse a la felicidad.
(Aurora Bernárdez, Julio
Cortázar de la A a la Z. Un álbum biográfico. México: Alfaguara, 2013).
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