—por Juan Martins [*]—
En La caja negra de Amos Oz se presenta
la epístola como composición narrativa. Lo narrado se sustenta en el uso de un
género en otro como vínculo entre los personajes y el lector. El narrador (en
cada carta por separado) es personaje por medio del estilo de aquella
escritura. Tenemos sobre el género de la epístola la sintaxis del relato y al
narrador unificándose en el discurso. Por lo que en cada misiva emitida a su
destinatario se contienen con uno o más relatos autónomos, a la vez que
hilvanados a propósito de la novela que se justifican con la instrumentación de
estas epístolas. La respuesta del destinatario va aportando con su nuevo tejido
a la narración. Cada carta es un fragmento, un relato con autonomía interior la
cual es unificada por el lector. Y en esa unidad sintáctica de todas las
«cartas» los personajes confieren la estructura final de lo narrado. De esta
manera cada carta es un relato y éste, al momento, será también la formalidad
de quien es representado mediante el uso propio del lenguaje (el perfil de los
personajes es sincerado para crear mayor tensión dramática entre éstos) tanto
del emisor como de su destinatario. En ese proceso recíproco nos hallamos los
lectores, conmovidos y curiosos por revisar aquellas
cartas ajenas que ahora nos pertenecen por su encanto literario. Sin embargo la
formalidad del género se representa por aquel mecanismo heterodoxo del relato
al que Amos Oz le da uso. Es el lector quien recibe el carácter novelístico de
la escritura. Cada carta está para corresponder al ritmo de la escritura
epistolar. Sabemos entonces que a través de éstas las emociones adquieren una
relación más directa con el lector. De modo que lector y personaje se colocan
al mismo nivel emocional en la representación del discurso. Es decir, la
retórica de la escritura se establece con la expresión de la emoción de
aquéllos, la cual queda relevada por la sensibilidad y el carácter humano
subrayado por el tono de la escritura: el enunciado es emocional porque se va
correspondiendo con los nexos familiares en conflicto que, en el mismo
contexto, se van desarrollando durante el relato que lo sostiene. Éste es a un
tiempo la novela en sí.
Amos Oz. photo credit:Daniel Estrin |
Los
personajes devienen de la epístola: sus realidades son construidas por este
medio para el lector. Cada personaje identifica su necesidad afectiva y los
compromisos socializados de unos con otros. Por ser ellos quienes se someten en
el relato desde la intimidad epistolar. Sobre esa base del relato se ramifica
la narración y cada carta, por su parte, fragmenta como quiero decir, la
historia en sucesivas estructuras de vínculo sintáctico que hacen que se
hilvanen para el lector finalmente. A fin de cuentas la escritura, por
cualquier camino que decida su autor, debe sostenerse como discurso. La novedad
no está allí —en la instrumentación de la escritura— sino en cómo reconocer de
ésta el carácter emocional que permite sobreponer un género sobre el otro: la
epístola sobre la novela a la vez que narración. El lector se acerca con la
misma carga emocional: somos «voyeur» en la vida de éstos. Lo que sucede en el
rigor de cualquier relato, esta vez para su atractivo, con la intimidad de la
epístola. Incluso con el hecho cursi como mediación con las emociones más
elementales de dichos personajes. Como sabemos, el uso de la voz en tercera
persona formaliza la novela en sus tradición y así el narrador delimita su
espacio en el relato: el narrador se distancia. En cambio, con La Caja Negra, el uso lúdico de la
escritura nos compromete con los personajes en una relación diferente: sé que,
como lector, estoy ante personajes representados sobre la fragmentación: cada
carta es una parte del todo la cual deconstruyo mediante la lectura. La
condición humana la cual se describe y se detalla se acentúa por la figura dramática
con la cual se componen la vida de los personajes. No me quedo sólo con la
sutileza sensiblera, sino que tejo, junto con el autor, el perfil social y
político con el que se narra y se exhibe la noción conceptual del mundo judío
israelí, hecho con rigor crítico sobre este país y su componente
idiosincrásico. Pero el discurso logra atraerme hacia ese mundo en el que
también me voy a reconocer. Me reconozco en el otro cuando ya me han seducido con el relato. Y el lector se
mantiene hasta el final, probablemente por este entusiasmo que se produce por
conocer lo que es diferente a mí. Cada emoción, sentimiento o reclamo dispuesto
en las epístolas se regodea de esa visión crítica del país, de la historia. En
ese desplazamiento del discurso se pone en evidencia aquella intensidad
dramática por las características emocionales expresadas. Así que cada emoción
corresponde a otra cuando son reconocidas por la pragmática del lenguaje usado
en las «confesiones» y con ellas la visión que tienen del amor, la fidelidad,
el país y la religión. Por ejemplo cuando se anuncia el contexto social y
político del país.
Oz in 2005. photo:wikipedia.org |
Todos
esperamos una confesión de amor, pero además la vida se impone:
… En este
momento puedes estrujar la carta y echarla al fuego. El papel hará una llamarada
durante un instante y luego se desvanecerá hacia otro mundo, una lengua de
fuego se alzará y morirá como encendida por una pasión vacía, un pedazo de
papel ligero y chamuscado saldrá por los aires y revoloteará por la habitación,
aterrizando tal vez a tus pies. Y de nuevo estarás solo…
Se
construye desde la prosa poética para afianzar aquél discurso emocional al que
estamos haciendo referencia más arriba. La construcción poética se establece a
partir de esa racionalización con las palabras. Dispuestas en ese nivel, la
realidad embarga al lector y nos correspondemos cuando los persoanjes-narradores nos acercan a
una relación de alteridad: soy aquél que se confiesa en la carta y me hago
escritura. Y esto es sólo por poner un ejemplo, porque las ideas políticas se
van a sustentar a lado de esta poética. Narración de una realidad que, como
decía más arriba, se exhibe fragmentada pero unidas en la historia. Lo novelado
es pensamiento, emoción y alteridad. Todo en proporción a la estructura. Sí,
correcto, fragmentado a partir de la emoción del lector también. Ruptura,
lenguaje, erotismo y ética a partir del pensamiento devenido en escritura, en
novela. La ruptura con el diálogo por la fortaleza en la prosa, puesto que
aquella intensidad dramática se sitúa en la forma de la epístola: la prosa es
discontinua cuando separamos las cartas del todo, pero allí están, hundiéndose
en mis afectos a modo de interpretar el sentido de los deseos, el amor y lo
erótico como liberación. Y soy el personaje con la diferencia que la
interpretación del lector, de mi yo que
interpreta, hace suya su historia, su lugar narrativo. El ritmo de las cartas
va creando esa relación más estrecha. Diferente pero comprometida con la
literatura.
[*]
Juan Martins, dramaturgo, escritor, crítico teatral y editor venezolano: estivalteatro@gmail.com;
@estivalteatro; criticateatral.wordpress.com LINK
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