—por Miguel Marcotrigiano [*]—
Entre
las variopintas clasificaciones en las que se puede organizar a los poetas, hay
una que en especial siempre ha captado mi atención: aquella que los divide en
dos grupos con características distintivas en lo referente a cómo pueden ser
percibidos por la crítica especializada, pero que esta nunca menciona porque
definitivamente puede ser considerada ofensiva por estos aedos y por quienes
los siguen. Por un lado están aquellos que, pese a ser conocidos por todos
debido a su “fama” o a las invitaciones de que son objeto, o a ciertos premios
“oficiales” y otros no tanto, o a razones más del azar o la amistad; lo cierto
es que de una u otra manera, tenemos años escuchándolos como poetas que son,
aunque su trabajo esporádicamente, muy
esporádicamente, demuestre una calidad a toda prueba (lingüística, formal o
en originalidad, por lo menos). Los otros que completan esta división, son
poetas igualmente reconocidos como tal,
digamos, por sus años de ejercicio, y que, a pesar de que la crítica y el público
lector de poesía en general reconozcan la calidad de sus libros, permanecen en
una suerte de anonimato debido a distintas razones. A este último rubro
pertenece Alberto Hernández, un poeta con una labor silenciosa, que no hace
aspavientos, casi un desconocido. Yo, personalmente, supe de él cuando acudió a
uno de los tantos proyectos editoriales alternativos de los noventa (Ediciones
de la Casa de Asterión), que yo mismo coordinara, para publicar su Intentos y el exilio, de 1996.
Larga
es la lista de libros hechos material (papel y tinta), del poeta que hoy nos
convoca. Comienza con La mofa del musgo,
publicado en el año 1980, y finaliza con estos 70 poemas… Todos sus libros editados hasta el 2008, están recogidos
en El cielo cotidiano. Poesía en tránsito,
del mismo 2008 publicado por la, para mí, legendaria Ediciones Mucuglifo.
el periodista, escritor y poeta venezolano Alberto Hernández |
No
puedo decir que soy amigo personal de Alberto Hernández y esto me causa
complacencia en este momento, pues pone en distancia la posibilidad de que mis
palabras sean simple alabanza para el amigo que escribe. Me vanaglorio de que
en mi trabajo Las voces de la Hidra. La
poesía venezolana de los años 90 (Caracas/Mérida, 2002), la gran mayoría de
poetas allí revisados los he conocido mediante su palabra lírica y no en persona, ya
que esto me coloca en una posición privilegiada: puedo hacer uso de lo que yo
estimo “objetividad”, aunque esta, en estado puro, no exista. Entonces, me
complace doblemente escribir estas pocas líneas sobre el libro de un autor que
valoro por su trabajo y no por las cervezas compartidas.
Pero
volviendo al libro que nos ocupa, lo primero que se precisa decir es que su
título nos lleva obligatoriamente a finales de la década del 70, cuando
apareció 70 poemas stalinistas, del
Chino Valera Mora, específicamente en 1979. Estos otros 70, los burgueses,
obviamente dialogan con ese otro libro, a ratos de forma más enfática; por
ejemplo, cuando leemos “Oficio impuro” (Hernández, pág. 16). Pero basar la
lectura de este nuevo trabajo de Alberto Hernández sólo en este diálogo,
constituiría un craso error. No sólo el tinte político y social es el tema que
puede seguirse en una lectura que, en tal caso, resultaría incompleta.
El
libro está organizado en cuatro partes: “Perfil de lujo”, “Otros asuntos”,
“Poemas de un sujeto que sueña con tornillos” y “Epílogo”, cada una de las
cuales posee diversa cantidad de textos (veintitrés, veintiséis, veintitrés y
uno, respectivamente, para sumar setenta y tres poemas). La “trampa” numérica
contenida en el título, derivará también en una trampa temática. “Burgués” o
“stalinista”, son adjetivos acá para calificar lo mismo: al hombre de la
sociedad, engañado no sólo por su creencia política, sino fracasado en la misma
por su condición humana. Da igual que el burro sea negro o gris. Su esencia
rebasa el color. Cabría decir: ¿sospechamos de un político por ser de izquierda
o de derecha, o por el simple hecho de ser un político?
Lo
cierto es que este 70 poemas burgueses
es hijo de estos años, es engendrado por la sombra que hoy nos cubre. Un libro
político, sí, en el mejor de los sentidos; y social, también con perspectiva
positiva. Se sumergen los textos, y nos
hunden con ellos, en una cotidianidad colectiva y personal, a un mismo tiempo.
Y emergen luego, y nosotros junto a ellos, hechos poemas donde la banalidad es,
a la vez, una virtud y una búsqueda.
El
discurso que lo atraviesa va de la mano de una cierta frivolidad, presente en
el individuo perteneciente a una sociedad que no termina de hacer pie. Su
superficialidad denuncia por igual y mide con el mismo rasero al (son estos
ejemplos actuales) opositor a un gobierno falsamente socialista, que está
desesperado por valerse de su viveza para poder viajar al exterior y “raspar el
cupo”, que al “patriota” rojo que se babea por pisar el mágico mundo de Disney,
gastar un dinero que nunca ganó con su esfuerzo y desfallece por lograr una
foto al lado de un desproporcionado ratón Mickey o de una pata Daisy.
Individuos de una clase media cultivada a fuerza de costumbre o inventada de la
noche a la mañana con el sudor… pero de los otros.
Miguel Marcotrigiano.foto:queleer.com.ve |
Por
supuesto, no había otra forma de denunciar una realidad tal sino a través de
unos signos ocultos en marcas comerciales, títulos de películas hollywoodenses
o de canciones en inglés, fundamentalmente. ¿La forma del discurso?, la ironía
o el amargo sarcasmo. Un poco de humor fino para poder trasegar la bilis que
nos empaña el día. El día… el día a día que nos ocurre, que su burla de nosotros,
que nos integra a la pantalla del televisor o del cine, desde donde somos
rescatados por el poema. Este, siempre nos salva… o, al menos, nos cubre
temporalmente. Nos protege de una intemperie tóxica que proviene más de
nuestras entrañas y de nuestras almas, que de un exterior que creemos
amenazante.
Saludo
esta nueva publicación de Alberto Hernández que bid&co ha dado materia en
papel, en una colección que —debemos decirlo— inscribe el nombre de este buen
poeta, entre tantos otros poetas buenos. La posición del adjetivo, antes o
después del sustantivo (es sabido por todos), a veces engalana, pero en
otras oportunidades hace justicia.
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[*] Miguel Marcotrigiano: Docente e
investigador en la Universidad Católica Andrés Bello, Caracas, Venezuela. Esta
nota: Plaza Altamira, Caracas/Festival de Lectura/22 de noviembre de 2014.
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