—por Juan
Martins [*]—
En Silva a las desventuras en la zona sórdida
de Harry Almela (Ediciones Estival, 2012) la voz se nos hace espacio, país,
destierro y derrota. Me niego ante la humildad de lo que reconozco como aquél espacio
que también me identifica como lector (el paisaje que se produce en el interior
del lector viene dado por la sensación de la palabra) por medio de la
hermenéutica que el poema, en la representación de la lectura, se produce:
interpreto el modelo simbólico de ese paisaje interior y a veces emocional: la
mirada sobre lo lugareño siempre estará reducido a su lenguaje y a la
estructura del poema, por lo cual el país se hace metáfora. Lo que tengo de
país entonces ya no es sino una mirada o la memoria también desvanecida en el
silencio: ¿Cómo puede un frágil recuerdo/ascender
hasta el poema? Se asciende por la relación interior que ocasiona y así la
rendición ante su sonoridad.
Pero su
sonoridad me alcanza por aquella metáfora y de lo que voy a entender en él al
país: su sordidez mediante el dolor,
en tanto el canto expresa esta sensación que percibo de lo real desde la voz
del poeta. Su realidad me condiciona en el verso y la estrofa. Y el desasosiego
todavía me pertenecerá. Y a la vez el desasosiego se transfiere en
contemplación para conferirle su carácter de denuncia:
El tiempo se nos pasa
inventando ventanas
donde aún aguardamos
un paisaje que se nos parezca
El paisaje
se constituye en el lector porque entenderá que mira hacia el desvanecimiento. Aquí paisaje es aquel dolor que
deviene de esa interpretación emocional de lo que nos rodea, el entorno es una
sensación revelada en la imagen, siempre desde el otro lado de la realidad: la
condición de lo que recuerdo es imagen también del deseo: inventamos esa mirada
en espera de lo inasible: el país, la casa que se nos desvanece. Y se nos
desvanece por la pérdida frente al sentido ético de nuestro paisaje. Decir del
poema, es decir del país. Y el canto —la estructura del poema— es denuncia por
el modo aún que es representada en el poema. No desde el tono conversador sino
desde una sintaxis de rigor para la composición de la voz. En Almela es ya una
responsabilidad con su poesía, construir desde su herencia literaria: la
claridad del verso no busca sino la sonoridad, la sobriedad de la palabra
necesaria y desatendida de la abstracción: un lugar común de lo real o la
cotidianidad ascienden a las formas simbólicas del poema. Así, el dolor ahora
me pertenece por la cercanía y la palabra frugal. Y nos miramos en esa ventana,
con ello, la derrota: el país nos duele, el paisaje se desdice en la voluntad
del lector. Y la formalidad de la escritura retoma la denuncia sobre ese
cuidado: Este poema no quiere ser feliz. /Sólo
desea levantar leve muralla/contra el mundo atroz que lo alimenta. El canto
(por la sonoridad de las composiciones) es la representación de esa denuncia
porque, como decía, se edifica en el poema y su dominio sintáctico para la
significación del verso. Insisto, en el reconocimiento de aquella cotidianidad
que se nos hace lenguaje y alteridad, porque el sentido no quiere conciliar con
la noción «ideológica» del lector. Todo lo contrario, queda limitado al poema.
Es decir, el país se redefine en el tratamiento de esa alteridad: la realidad
se transfiere y adquiere en el lector su interpretación. De algún modo somos
nombrados desde la otredad del poema. El país enunciado corresponde a una
imagen de esta territorialidad que nos concierne. La ciudad es inherente a mis
sensaciones en la medida de la escritura y de hallazgo con el lector. El país
se nos hace poema, pero en el desarraigo, el dolor y el desasosiego:
Harry Almela.foto:el-nacional.com |
Nunca te fuiste de tu primera
comunión,
del pocillo y la fajina,
de la pira y el nepe que alimentan
a los cerdos del corral.
La aldea se
simboliza y la cercanía al paisaje se hará accesible porque subyuga al lector
ante lo posible, ante lo otro que se aparece,
puesto que a pesar de él me hago en la voz del poeta: me acerco a la sonoridad
del poema no sólo por su elaboración estética, sino por el candor y la
sencillez de ese lenguaje. A fin de cuentas, el lector necesitará oír esta voz
que acontece en denuncia. Por consiguiente, aprehendo de éste el poder del artista
al configurar en el discurso su pronunciamiento ante lo que sucede en el país y
sin lugar para el consuelo. Una y otra vez el poeta nos advierte de la caída de
los héroes. El único recóndito es el pequeño espacio que le alberga, su querida
Mariara, el lugar de la felicidad
porque es donde logra erigir ese lenguaje. Y aquí es poema, lo cual no es más
que el registro de sus lecturas. Almela nos hace saber qué le pertenece, entre
esas lecturas, cuáles son esos poetas que no son comunes en esta patria que se hace ahora poema, sentido
lírico tras la soledad.
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[*] Juan Martins, dramaturgo, escritor, crítico
teatral y editor venezolano: estivalteatro@gmail.com; @estivalteatro; criticateatral.wordpress.com
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