Monday, December 29, 2014

EL HABLA SECRETA de José Napoleón Oropeza (Venezuela)


—por Alberto Hernández—

José Napoleón Oropeza.foto:talcualdigital.com
1.-
José Napoleón Oropeza es un incansable lector de poesía. Amanece con el espíritu pleno de imágenes que lo han convertido en una suerte de memoria andante. Mientras lee poesía viaja hacia la novela, navega en el cuento y se sume en los ensayos sobre diversos temas que deja en naufragio mientras el día se hace claridad sobre la tapa de los libros.

Hablamos de un creador que respira sobre los versos de otros. Su faena de escritor, su trabajo de buscador de asombros no lo limita, lo impulsa a ser más indagador. De ese esfuerzo gratificante, como él mismo lo ha dicho, ha nacido El habla secreta (Rostros y perfiles de la poesía venezolana del siglo XX), lanzado al público por la Dirección de Medios y Publicaciones de la Universidad de Carabobo, Valencia, 2011, en la Colección Sangre de Imprenta y la Serie Ensayo Plural. Con esta obra José Napoleón Oropeza se alzó con el Premio I Bienal Nacional de Literatura “Orlando Araujo” en el año 2001.

El habla secreta es el primer volumen que el novelista barinés residenciado en Valencia ha escrito, con la porfiada intención de terminar el segundo, con el cual redondeará sus trasnochos y desvelos por la palabra poética nacional. Se trata de un esfuerzo en el que Venezuela se convierte en una voz sonora, calificada y honda, producida por los hombres y mujeres que se han dedicado a labrar la palabra y hacerla brillar.

foto:el-nacional.com
2.-
Incansable como es, ha estudiado con porfía madrugadora  a Salustio González Rincones, José Antonio Ramos Sucre, Fernando Paz Castillo, Vicente Gerbasi, Enriqueta Arvelo Larriva, Luz Machado, Ida Gramcko, Ana Enrique Terán, Juan Liscano, Juan Sánchez Peláez, Rafael Cadenas, Rafael José Muñoz, Ramón Palomares, Alfredo Silva Estrada, Víctor Valera Mora, Gustavo Pereira, Rafael Ángel Insausti, Eugenio Montejo, Luis Alberto Crespo, Teófilo Tortolero, José Barroeta, Pérez Só, Hanni Ossott, Alejandro Oliveros, Rafael Arráiz Lucca, Armando Rojas Guardia, Yolanda Pantin y a Harry Almela.

Una larga entrada da cuenta de la manera de fijar el rostro de la palabra poética. El Poema: morada de un instante se pasea por el origen, las sombras y las luces de la poesía desde los primeros tiempos hasta este ahora que se nos escapa de las manos, porque el tiempo —aunque suele detenerse un instante— vuela y se convierte en cenizas. Desde los presocráticos, quienes hicieron del universo un grano de arena, pasando por los elementos convertidos en imágenes, en revelaciones, hasta las teorías de la sustitución y la representación, este trabajo ahonda en los cambios, mutaciones o transformaciones hasta llegar al poema.

Cada poeta leído constituye un ensayo de fino tramado. Escrito como se escribe un poema, como se ensaya para decir de la poesía. No en vano José Napoleón Oropeza tuvo sus registros poéticos en sus inicios, plataforma que lo sostiene para entrar y salir de los autores con rigor y calidad expresiva.

foto:semantikratos.blogspot.com
Una breve nota nos ayuda a inclinarnos sobre este libro: “Cuando analizamos los códigos y comprendemos el significado de la imagen artística, el valor de la imagen en una pintura, de una escultura, o en un poema y comenzamos a penetrar su esencia, comprendemos cómo está estructurada la imagen. Valoramos el sentido de la transformación de los signos. Pero luego, sobre todo, de la creación de un universo no tan arbitrario como aparentemente pareciera”.

3.-
Este estudio de José Napoleón Oropeza ha sido poco difundido, razón por la cual mucha gente pregunta por él, sobre todo quienes están interesados en echarle un ojo a algunos autores que allí aparecen. Se impone en el futuro la reedición de este importante trabajo, toda vez que en los próximos meses debe aparecer el segundo volumen que involucra a otros poetas venezolanos.

El habla secreta, como lo dice el bello título, oculta y a la vez descubre para algunos lectores la densa atmósfera de una poesía que aún está por venir. En este viaje, porque todo libro lo es, encontramos muchos de los secretos que viven con las palabras, porque son palabras, silenciosas algunas, otras reveladoras de sonidos que sostienen el misterio de su invención.







Sunday, December 28, 2014

Cuaderno de apuntes (una lectura de 70 poemas burgueses) por Néstor Mendoza (Venezuela)


—por Néstor Mendoza—

Alberto Hernández
En el gran tomo de su Correspondencia, Truman Capote describe un episodio que no dejo de asociar con 70 poemas burgueses. Así anota el escritor norteamericano en una carta fechada en 1949: “Estoy viviendo con Loel Guinnes, que tiene una casa fantástica en la kasbah. Me lo estoy pasando enormemente bien y aún promete más, porque Cecil Beaton y Greta Garbo vienen la semana próxima y estarán con nosotros hasta septiembre, que es cuando ella tiene que ir a Francia a rodar una película (La Duchesse de Langaeis, de Balzac)”.

¿Quién tiene conocimientos de todas las personalidades que nombra Truman en su carta? ¿Quién ha leído esa obra de Balzac? ¿Quién sabe, sin necesidad de visitar Google, lo que significa kasbah? Y para hacer más digerible mi planteamiento, ¿es necesario conocer todos los referentes de un poema para acceder, al fin, a la degustación?

Alberto Hernández no le teme a la escena de la farándula. Por eso hago énfasis en el estilo libérrimo de su escritura: paso las hojas e imagino una revista Vogue, abandonada en la sala de espera de cualquier consulta ginecológica; y a Miranda Hobbes, con su cabello muy corto y rojizo, en un capítulo inicial de Sex and the City.

Al poeta se le pide concisión y contención. Que diga lo justo y necesario. Que tome el camino del gesto silencioso. Se trata de quitar y podar (dicen), no de adicionar. Con vigilancia, Alberto Hernández ha decidido sumar en este libro. Entonces, ¿cómo leer 70 poemas burgueses? Otra vez la pregunta y la expectativa de una respuesta convincente. Como primer ejercicio, quitaré los epígrafes, las dedicatorias y las citas indirectas; luego eliminaré los nombres de actores, cantantes, personajes de ficción, poetas y novelistas: nada de Milan Kundera, Pablo Neruda, Jennifer López, Frank Sinatra, Elizabeth Taylor o Jean-Baptiste Grenouille; también alejaré los nombres de revistas, fragancias y galletas. ¿Qué hay después de todo este desvalijamiento?

En 70 poemas burgueses hay celebración, quejas y exceso premeditado: observo un vaso colmado de agua, de vino, leche y arsénico, un universo de referentes que se superponen y se oponen, que se complementan y saltan a la vista con poco esfuerzo. Imagino a Alberto de este modo: abre un recipiente y poco a poco introduce lo que su memoria educada es capaz de recordar en ese preciso momento. Se deja colmar, llenar; Alberto aparece hinchado de memoria y de lecturas; ha leído sin distinción genérica; ha oído música diversa; ha viajado, por aire y por asfalto y en las páginas leídas. A contracorriente de la abundancia anterior,  me atrae, por ahora, la frase sin merodeos:

Voy a ocultarme
en el lenguaje, Alejandra.

En todo caso,
si lo hay,
es un lujo mirar el mundo
sin mirar a nadie.

Alberto Hernández es la materia prima de 70 poemas burgueses: “Dispuesto a ser confeccionado como traje de lujo/soy el personaje de estos destellos verbales”. El poema es él, con su vanidad de cultura (apetito continuo) y su bondad; es él en su apartamento, detrás del cementerio de Juan Vicente Gómez, en Maracay, con sus hijas y las travesuras de sus nietas. Leo otros poemas del libro: parece una crónica azarosa, escrita antes de desplomarse el edificio o del naufragio (papelitos enrollados y sumergidos en el vientre de la botella). Alberto escribe deprisa para dejar constancia de nuestro breve itinerario vital. También escribe porque es una de las pocas maneras honestas de existir en esta comarca de la navaja y el fraude. Escribe, igualmente, para saber qué hay detrás de nosotros mismos. Escribe en la época de “los insectos del ruido”, como una manera de defenderse y divertirse. Y parece que nos dijera: “En alguna grieta/busca la próxima fobia”.

El contenido social es una parte del libro, no su totalidad. Es otro pliegue que dialoga e invita a que leamos con atención. El adjetivo “burgués” tiene un sentido paródico. A Alberto Hernández no le interesan los antagonismos de clase. Paradójicamente, ha sido Marx quien mejor se ha acercado a las motivaciones artísticas de nuestro tiempo. Y por supuesto, a las motivaciones de estos poemas burgueses: “La burguesía ha despojado de su aureola a todas las profesiones que hasta entonces se tenían por venerables y dignas de piadoso respeto. Al médico, al jurista, al sacerdote, al poeta, al sabio, los ha convertido en sus servidores asalariados”. Lo ha dicho Marx, en alguna parte de su Manifiesto, pero bien pueden ser palabras del propio Alberto Hernández.

Néstor Mendoza
Alberto Hernández escribe con intensión espontánea y su mirada aparentemente frívola es una estética. No hay diques o represas que contengan el deslave expresivo. Beber whisky en un velorio y admirar con lascivia las piernas tersas de la viuda es “moralmente” incorrecto. Tan improbable como ver a Truman Capote chatear con la infanta Cristina bajo el sol de Mallorca. Pero esto sucede, y mucho más, en 70 poemas burgueses, libro de absurdos (“Imagino una cronología de mis almuerzos”). Libro que no debe ser medido con la balanza de lo estrictamente lírico. Podríamos leerlo como un poema o texto satírico (poema a fin de cuentas), o comerlo como un canapé de sabores que no precisamos al instante. Alberto se arriesga, lanza sus dados sobre “el tapete de tela verde en las que reposan las esperanzas”.

Estos poemas se emparentan con las notas al margen de Edgar Allan Poe, sus conocidas marginalias: apuntes deliberados, descargas del pensamiento hechas con soltura, sin afectación. Algunas veces, necesitan la presencia de su referente; en otras, el texto puede caminar con su propia autonomía. Es decir, el placer puede estar supeditado al bagaje cultural del lector. Y quiero añadir algo más: con 70 poemas burgueses, nuestro autor se burla con la seriedad del caso, inclusive en los epígrafes; extiende su dedo y nos pide que miremos una escenografía íntima, la suya, que no es ajena del todo, que también nos pertenece: “Música para ti/desde el acoso de quien se sabe/tierra en los ojos/viaje sin maleta”.






Saturday, December 20, 2014

ALBERTO HERNÁNDEZ Y LA CLASE MEDIA EN SETENTA POEMAS

—por Miguel Marcotrigiano [*]—

Entre las variopintas clasificaciones en las que se puede organizar a los poetas, hay una que en especial siempre ha captado mi atención: aquella que los divide en dos grupos con características distintivas en lo referente a cómo pueden ser percibidos por la crítica especializada, pero que esta nunca menciona porque definitivamente puede ser considerada ofensiva por estos aedos y por quienes los siguen. Por un lado están aquellos que, pese a ser conocidos por todos debido a su “fama” o a las invitaciones de que son objeto, o a ciertos premios “oficiales” y otros no tanto, o a razones más del azar o la amistad; lo cierto es que de una u otra manera, tenemos años escuchándolos como poetas que son, aunque su trabajo esporádicamente, muy esporádicamente, demuestre una calidad a toda prueba (lingüística, formal o en originalidad, por lo menos). Los otros que completan esta división, son poetas  igualmente reconocidos como tal, digamos, por sus años de ejercicio, y que, a pesar de que la crítica y el público lector de poesía en general reconozcan la calidad de sus libros, permanecen en una suerte de anonimato debido a distintas razones. A este último rubro pertenece Alberto Hernández, un poeta con una labor silenciosa, que no hace aspavientos, casi un desconocido. Yo, personalmente, supe de él cuando acudió a uno de los tantos proyectos editoriales alternativos de los noventa (Ediciones de la Casa de Asterión), que yo mismo coordinara, para publicar su Intentos y el exilio, de 1996.

Larga es la lista de libros hechos material (papel y tinta), del poeta que hoy nos convoca. Comienza con La mofa del musgo, publicado en el año 1980, y finaliza con estos 70 poemas… Todos sus libros editados hasta el 2008, están recogidos en El cielo cotidiano. Poesía en tránsito, del mismo 2008 publicado por la, para mí, legendaria Ediciones Mucuglifo.

el periodista, escritor y poeta venezolano Alberto Hernández
No puedo decir que soy amigo personal de Alberto Hernández y esto me causa complacencia en este momento, pues pone en distancia la posibilidad de que mis palabras sean simple alabanza para el amigo que escribe. Me vanaglorio de que en mi trabajo Las voces de la Hidra. La poesía venezolana de los años 90 (Caracas/Mérida, 2002), la gran mayoría de poetas allí revisados los he conocido  mediante su palabra lírica y no en persona, ya que esto me coloca en una posición privilegiada: puedo hacer uso de lo que yo estimo “objetividad”, aunque esta, en estado puro, no exista. Entonces, me complace doblemente escribir estas pocas líneas sobre el libro de un autor que valoro por su trabajo y no por las cervezas compartidas.

Pero volviendo al libro que nos ocupa, lo primero que se precisa decir es que su título nos lleva obligatoriamente a finales de la década del 70, cuando apareció 70 poemas stalinistas, del Chino Valera Mora, específicamente en 1979. Estos otros 70, los burgueses, obviamente dialogan con ese otro libro, a ratos de forma más enfática; por ejemplo, cuando leemos “Oficio impuro” (Hernández, pág. 16). Pero basar la lectura de este nuevo trabajo de Alberto Hernández sólo en este diálogo, constituiría un craso error. No sólo el tinte político y social es el tema que puede seguirse en una lectura que, en tal caso, resultaría incompleta.

El libro está organizado en cuatro partes: “Perfil de lujo”, “Otros asuntos”, “Poemas de un sujeto que sueña con tornillos” y “Epílogo”, cada una de las cuales posee diversa cantidad de textos (veintitrés, veintiséis, veintitrés y uno, respectivamente, para sumar setenta y tres poemas). La “trampa” numérica contenida en el título, derivará también en una trampa temática. “Burgués” o “stalinista”, son adjetivos acá para calificar lo mismo: al hombre de la sociedad, engañado no sólo por su creencia política, sino fracasado en la misma por su condición humana. Da igual que el burro sea negro o gris. Su esencia rebasa el color. Cabría decir: ¿sospechamos de un político por ser de izquierda o de derecha, o por el simple hecho de ser un político?

Lo cierto es que este 70 poemas burgueses es hijo de estos años, es engendrado por la sombra que hoy nos cubre. Un libro político, sí, en el mejor de los sentidos; y social, también con perspectiva positiva.  Se sumergen los textos, y nos hunden con ellos, en una cotidianidad colectiva y personal, a un mismo tiempo. Y emergen luego, y nosotros junto a ellos, hechos poemas donde la banalidad es, a la vez, una virtud y una búsqueda.

El discurso que lo atraviesa va de la mano de una cierta frivolidad, presente en el individuo perteneciente a una sociedad que no termina de hacer pie. Su superficialidad denuncia por igual y mide con el mismo rasero al (son estos ejemplos actuales) opositor a un gobierno falsamente socialista, que está desesperado por valerse de su viveza para poder viajar al exterior y “raspar el cupo”, que al “patriota” rojo que se babea por pisar el mágico mundo de Disney, gastar un dinero que nunca ganó con su esfuerzo y desfallece por lograr una foto al lado de un desproporcionado ratón Mickey o de una pata Daisy. Individuos de una clase media cultivada a fuerza de costumbre o inventada de la noche a la mañana con el sudor… pero de los otros.

Miguel Marcotrigiano.foto:queleer.com.ve
Por supuesto, no había otra forma de denunciar una realidad tal sino a través de unos signos ocultos en marcas comerciales, títulos de películas hollywoodenses o de canciones en inglés, fundamentalmente. ¿La forma del discurso?, la ironía o el amargo sarcasmo. Un poco de humor fino para poder trasegar la bilis que nos empaña el día. El día… el día a día que nos ocurre, que su burla de nosotros, que nos integra a la pantalla del televisor o del cine, desde donde somos rescatados por el poema. Este, siempre nos salva… o, al menos, nos cubre temporalmente. Nos protege de una intemperie tóxica que proviene más de nuestras entrañas y de nuestras almas, que de un exterior que creemos amenazante.

Saludo esta nueva publicación de Alberto Hernández que bid&co ha dado materia en papel, en una colección que —debemos decirlo— inscribe el nombre de este buen poeta, entre tantos otros poetas buenos. La posición del adjetivo, antes o después del sustantivo (es sabido por todos), a veces engalana, pero en otras  oportunidades hace justicia.



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[*] Miguel Marcotrigiano: Docente e investigador en la Universidad Católica Andrés Bello, Caracas, Venezuela. Esta nota: Plaza Altamira, Caracas/Festival de Lectura/22 de noviembre de 2014.





Sunday, December 14, 2014

Silva a las desventuras en la zona sórdida


—por Juan Martins [*]—

En Silva a las desventuras en la zona sórdida de Harry Almela (Ediciones Estival, 2012) la voz se nos hace espacio, país, destierro y derrota. Me niego ante la humildad de lo que reconozco como aquél espacio que también me identifica como lector (el paisaje que se produce en el interior del lector viene dado por la sensación de la palabra) por medio de la hermenéutica que el poema, en la representación de la lectura, se produce: interpreto el modelo simbólico de ese paisaje interior y a veces emocional: la mirada sobre lo lugareño siempre estará reducido a su lenguaje y a la estructura del poema, por lo cual el país se hace metáfora. Lo que tengo de país entonces ya no es sino una mirada o la memoria también desvanecida en el silencio: ¿Cómo puede un frágil recuerdo/ascender hasta el poema? Se asciende por la relación interior que ocasiona y así la rendición ante su sonoridad.

Pero su sonoridad me alcanza por aquella metáfora y de lo que voy a entender en él al país: su sordidez mediante el dolor, en tanto el canto expresa esta sensación que percibo de lo real desde la voz del poeta. Su realidad me condiciona en el verso y la estrofa. Y el desasosiego todavía me pertenecerá. Y a la vez el desasosiego se transfiere en contemplación para conferirle su carácter de denuncia:

El tiempo se nos pasa
inventando ventanas
donde aún aguardamos
un paisaje que se nos parezca

El paisaje se constituye en el lector porque entenderá que mira hacia el desvanecimiento. Aquí paisaje es aquel dolor que deviene de esa interpretación emocional de lo que nos rodea, el entorno es una sensación revelada en la imagen, siempre desde el otro lado de la realidad: la condición de lo que recuerdo es imagen también del deseo: inventamos esa mirada en espera de lo inasible: el país, la casa que se nos desvanece. Y se nos desvanece por la pérdida frente al sentido ético de nuestro paisaje. Decir del poema, es decir del país. Y el canto —la estructura del poema— es denuncia por el modo aún que es representada en el poema. No desde el tono conversador sino desde una sintaxis de rigor para la composición de la voz. En Almela es ya una responsabilidad con su poesía, construir desde su herencia literaria: la claridad del verso no busca sino la sonoridad, la sobriedad de la palabra necesaria y desatendida de la abstracción: un lugar común de lo real o la cotidianidad ascienden a las formas simbólicas del poema. Así, el dolor ahora me pertenece por la cercanía y la palabra frugal. Y nos miramos en esa ventana, con ello, la derrota: el país nos duele, el paisaje se desdice en la voluntad del lector. Y la formalidad de la escritura retoma la denuncia sobre ese cuidado: Este poema no quiere ser feliz. /Sólo desea levantar leve muralla/contra el mundo atroz que lo alimenta. El canto (por la sonoridad de las composiciones) es la representación de esa denuncia porque, como decía, se edifica en el poema y su dominio sintáctico para la
Harry Almela.foto:el-nacional.com
significación del verso. Insisto, en el reconocimiento de aquella cotidianidad que se nos hace lenguaje y alteridad, porque el sentido no quiere conciliar con la noción «ideológica» del lector. Todo lo contrario, queda limitado al poema. Es decir, el país se redefine en el tratamiento de esa alteridad: la realidad se transfiere y adquiere en el lector su interpretación. De algún modo somos nombrados desde la otredad del poema. El país enunciado corresponde a una imagen de esta territorialidad que nos concierne. La ciudad es inherente a mis sensaciones en la medida de la escritura y de hallazgo con el lector. El país se nos hace poema, pero en el desarraigo, el dolor y el desasosiego:

Nunca te fuiste de tu primera comunión,
del pocillo y la fajina,
de la pira y el nepe que alimentan
a los cerdos del corral.

La aldea se simboliza y la cercanía al paisaje se hará accesible porque subyuga al lector ante lo posible, ante lo otro que se aparece, puesto que a pesar de él me hago en la voz del poeta: me acerco a la sonoridad del poema no sólo por su elaboración estética, sino por el candor y la sencillez de ese lenguaje. A fin de cuentas, el lector necesitará oír esta voz que acontece en denuncia. Por consiguiente, aprehendo de éste el poder del artista al configurar en el discurso su pronunciamiento ante lo que sucede en el país y sin lugar para el consuelo. Una y otra vez el poeta nos advierte de la caída de los héroes. El único recóndito es el pequeño espacio que le alberga, su querida Mariara, el lugar de la felicidad porque es donde logra erigir ese lenguaje. Y aquí es poema, lo cual no es más que el registro de sus lecturas. Almela nos hace saber qué le pertenece, entre esas lecturas, cuáles son esos poetas que no son comunes en esta patria que se hace ahora poema, sentido lírico tras la soledad.



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[*] Juan Martins, dramaturgo, escritor, crítico teatral y editor venezolano: estivalteatro@gmail.com; @estivalteatro; criticateatral.wordpress.com