¿Has tocado el timbre de mi casa? A veces no suena.
Cosas de electricista aficionado. Lo instalé un fin de semana cualquiera, hace tiempo
atrás. En general cumple su función, pero, de pronto, echa chispas y nos deja a
oscuras; otras se dispara solo; otras tantas no suena.
Uno de estos días, Carmen, mi esposa, cansada,
contratará a un profesional para solventar el problema; mientras, tendremos
este detalle irregular que de alguna manera nos recuerda que sólo Dios es
perfecto.
Punto curioso, se me olvidaba decir, nadie aún se ha
quedado afuera esperando ser recibido. Suene o no el timbre, alguno de nosotros
abre la puerta y recibe al visitante. Como si los cortos circuitos lo
conectaran a nuestros corazones para decir al unísono:
—¡Bienvenidos, pasen adelante!
La sala muestra al azar lugares visitados: solo, en
pareja, en familia. Costa Rica enlaza a India, y Perú conecta con Chéster,
Cheshire. Pakistán sirve de apoyo a Fort Worth, Texas; y Tintorero brinda sombra
a Tigre, Argentina. Sao Paulo, junto a Fráncfort, acompaña a República
Dominicana en la pared frontal. La Guajira apoltrona un licor jamaiquino…
¡Veleros de Panamá! ¡Tallas del Ecuador! ¡Caracoles de la Margarita! ¡Artesanías
de Paipa! ¡Autobuses londinenses! ¡Sillas de Falcón! ¡Molinos de Holanda! ¡Cerámica
romana! ¡Cerámica española! ¡Cerámica francesa!: ¡Rueguen por nosotros!
En la mesa del centro: fotos. Muchas fotos para
Daniela, mi hija, cronista privado y familiar. Las colecciona, las clasifica,
elabora collages, arma árboles genealógicos llenos de afectos. No en balde
estudia Comunicación Social. Difundirá nuestras historias como chismes de
pequeños burgueses al margen de cualquier grandeza que nadie quiere, que nadie
busca. Nada más allá de ese día de playa, de ese bautizo, de esa primera
comunión, de ese acto académico, de ese matrimonio, de ese otro bautizo, de esa
otra primera comunión, de ese otro acto académico, de ese otro matrimonio, de
ese otro día de playa... Todos tan parecidos, donde sólo el tiempo y la calidad
de la foto cambian. ¡Ah jueguito el tuyo, Daniela querida! ¡Coleccionar un
álbum con puros cromos repetidos!
Ese gallo de madera, obsequio de mi compadre Carlos —el
que está al lado del equipo de sonido, sobre el libro naranja que me regaló Claudia,
mi cuñada— desconoce su naturaleza. Rechaza su condición inanimada y, a los
primeros rayos de sol, nos despierta consistentemente con un canto portentoso y
electrizante.
Andrés Ignacio, mi hijo menor, ha intentado servirle
de terapista, de psicólogo:
—Eres un adorno —le dice—. Tú no cantas, sólo estás
y embelleces.
Pero no hay modo: Inmutable, continúa el rito
matutino, sin alzar un ala, sin abrir el pico, sin levantar vuelo, con el canto
claro y fuerte del que se sabe poderoso.
Al final de cuentas, reflexiona Andrés Ignacio,
mejor así:
—¡Siempre estoy puntual en la escuela!
Arnoldo Rosas.foto:letralia.com |
Mi rincón, tú rincón, nuestro rincón. Mi espacio
tiene nombre y un cuadro colorido con una sartén y un pescado frito, y música
de toda índole: jazz, folklórica, popular, balada, ranchera, tango, rock...
Para que escuchemos lo que te gusta mientras conversamos y bebemos algo que
anime la charla en este sofá-cama donde me arrincono y pienso y recuerdo e
imagino y me fugo y me apersono y me confronto y me conforto: Mi rincón.
Pero este sofá-cama también es nuestro hotel para visitantes.
Servicio cinco estrellas para hermanos, primos y compadres; viajeros todos que
buscan este refugio en las no tan deseadas visitas a la capital.
Se abre en la noche y se arregla con sábanas limpias
y un par de caramelos sobre la almohada como toque de cariño y picardía que Carmen
le pone.
Se guarda en la mañana mientras el ocupante disfruta
un café después del baño.
¡Tanto esmero y nunca una propina!
¿Qué te ofrezco? Un licorcito siempre es bienvenido
para matizar la conversa. Aprendí de un conocido, un compañero de trabajo, a
tener la mayor variedad posible de licores para ofrecer. Es como de mal gusto
decir “de eso no tengo”, decía. Retaba al visitante a solicitarle algo que no
tuviera en la despensa de su bar, por tipo o, incluso, por marca. Nunca lo vi
perder el reto. ¿Lo extraordinario? Era abstemio. Sólo agua, jugos y refrescos
bebía.
Del resto de la familia qué te cuento:
Nairobi, mi hermana, nos visitó en algún momento
memorable: un bautizo, una primera comunión, un aniversario importante...
Papá murió, era hora...
Mamá no recuerda nada, sólo el olvido, el olvido, el
olvido...
Fiel creyente de que la vida es sueño, Jesús Rafael,
mi hijo mayor, duerme.
Ha perfeccionado este arte. Duerme de día y no se
desvela de noche. Duerme y come Jesús Rafael. Come y duerme Jesús Rafael. Día y
noche, duerme Jesús Rafael.
Para hablar con él, saber de él, estar con él, he
contratado los servicios de un famoso hipnotista.
En la profundidad de la inducción, todos reunidos en
familia, vamos de paseo a los lugares adonde Jesús Rafael nos conduce.
Ahora lo entendemos.
Ninguno de nosotros quiere despertar.
Daniela tiene un sueño recurrente. Un espacio blanco
irradiante, sin sombras, sin matices de color, sin sonidos. Sólo una silla
blanca en el centro.
De pronto, alguien de la familia está sentado allí:
sin hablar, tenso, con el torso erguido, las manos en el regazo, las piernas
rectas, la vista al frente, inexpresivo.
Cada vez es alguien distinto. Primero el abuelo
Agustín, después el abuelo Charo, la abuela Carmen, la tía Marichu...
Nos queda claro. Al contrario de ciertas películas
con elencos fuera de serie, en los créditos del sueño, iremos desfilando por la
silla en orden de desaparición...
En algún descuido mío, la casa se nos convirtió en
un zoológico: peces de pelea, periquitos australianos, canarios mustios, hámsteres
atolondrados, tortugas coprófagas, perros insaciables... Gracias a Dios, ya estamos
de regreso. A fuerza de indolencia se nos fueron muriendo. Sólo el Chespi y una
pecera vacía nos quedan.
Chespi, la mascota de Daniela, se orina por doquier.
A orines de perro va oliendo íntegro el espacio. Ciertos días el hedor se
siente desde afuera.
Lidis, la señora de servicio, persigue el olor con
cloro, desinfectantes y aromatizadores asperjables en franca competencia con la
vejiga del animal. ¿Quién ganará? Apostamos, aún a conciencia de conocer la
respuesta. A estas alturas, ¿quién desconoce las Leyes de la Termodinámica?
Lidis va y viene a lo largo del año. Toma trimestres
sabáticos sin aviso ni protesta. Viajes a su terruño, quizá para renovar el
acento, para ver a los hijos, para gastar los ahorros.
Carmen le hace la suplencia con un ahínco increíble,
para descubrir y redescubrir que nadie cuida o limpia como uno y que definitivamente
no vale la pena pagar lo que se paga.
Pero Lidis siempre regresa y la recibimos como si
nada: vagabundos que somos, caradura que somos...
Por algo lo dicen: ¡La confianza da asco!
También tenemos un fantasma. No huye a ensalmos, ni
a dientes de ajo, ni a pencas de sábila, ni a velas benditas que alumbran en la
noche. Fantasma valiente y colaborador: tiende alfombras al paso de la aspiradora
y recoge vasos sucios olvidados en las habitaciones. Pocos, ajenos a nosotros,
lo han visto. Nadie se asusta. Ventajas de la ciudad: ¡Fantasmas mansos entre tanto
vivo pendenciero!
¿El baño?
Como en cualquier bar, al final del pasillo, a la
izquierda.
foto:mylibreto.com |
Disculpa el desorden. Tú sabes, tres adolescentes se
turnan su uso. Por más que Carmen y Lidis luchen, persigan, acosen; no hay
manera de que se pierda el aire de campo de batalla...
Eso sí, ¡limpio y con aromas de popurrí!
Tres adolescentes que van restringiendo nuestros
espacios y se van apoderando inmisericordes de cada centímetro, de cada
molécula de oxígeno y dejan sus huellas sin intención alguna de encubrirlas, dueños
absolutos, amos del universo...
¿Por qué destendieron mi cama? ¿Quién me cambió el
canal del televisor? ¿Dónde está mi camisa? ¿Alguien se llevó mi libro? ¿Por qué
me prendieron la computadora? ¿Han visto mi cepillo para el pelo? ¡Daniela,
¿tienes mis botines?! ¡Andrés Ignacio, ¿te acabaste mi cereal?! ¡Jesús Rafael,
¿tienes mi almohada?! Nos escuchas a diario, clamando en el desierto...
Como a los ositos aquellos, Ricitos de Oro ha venido
a visitarnos... ¡Gracias al Cielo! ¡Ojalá hubieses venido entonces!
Pero alguien nos recordó las quimeras, las utopías,
las libertades, los derechos... Salimos a buscarlos con sonrisas, con cantos,
con esperanzas, por las calles... Sin embargo, los Gobiernos no tienen madres,
no tienen hijos, no tienen hermanos, no tienen amores... Sólo botas, peinillas,
bombas lacrimógenas, perdigones, metralletas tienen... Allá quedó el asfalto,
el concreto, rojo, rojito de sangre nuestra, y acá esta soledad terrible de
espacios vacíos...
Mantel con migas. Servilletas arrugadas. Cenicero
sucio. Vasos con posos. Hielera con agua. Lavaplatos atestado. Sillas desordenadas...
Botones abiertos. Párpados caídos...
Un último café.
¡Vuelve cuando quieras!
Apago la luz.
Amén.
____________________________________
De
amores y domicilios Arnoldo Rosas©; Copyright© FB Libros C.A. Caracas (noviembre
2014); @FBlibros/@libreros; www.fblibros.com
No comments:
Post a Comment