—por Gregory
Zambrano (*)—
(Para mi amigo Isaac Abraham
López, quien no sólo conoce el cine
mexicano… lo ha vivido).
Luego le hablaba a un joven que
había salido desde la Patagonia argentina: «Ushuaia, fin del mundo, principio
de todo». Iba en busca de su padre, guiado por los dibujos que aquél le había
enviado años atrás desde algún lugar insólito de América Latina, y en ellos
reconstruía la historia de los personajes que había conocido en el camino.
El joven descubriría que esos
personajes tenían vida real y, precisamente, el que ríe y canta a su lado es
Américo Inconcluso, a quien creía producto de la imaginación. El hombre no para
de reírse estruendosamente y cuando hace una pausa lo mira y le habla, le
pincela su filosofía acerca de la vida y la muerte mientras vuelve a los versos
de su rumba y al serpenteo del camión que sigue sinuoso en el camino.
Cuando terminé de leer Simpatía por King Kong, la más reciente
obra de Ibsen Martínez, volvió a mi memoria aquel personaje tan etéreo y
sonriente que tomaba corporeidad y repasaba los males del siglo en los países
latinoamericanos azotados por las dictaduras. Esto ocurre en la película “El
viaje”, dirigida por Fernando Solanas, con música de Egberto Gismonti y Astor
Piazzolla. La volví a ver después de muchos años para encontrarme la mirada
desquiciada de Fito Páez en su papel de estudiante preparatoriano, y a un Kiko
Mendive que cuenta, canta, baila y como el personaje mitológico que remonta el
río Aqueronte, guía al joven Martín que en busca de su padre se encuentra a sí
mismo.
La visión cinematográfica me
remontó al pasado para imaginar a este mismo personaje, eléctrico y sonriente,
cantando en un cine habanero una rumba que decía “King Kong no le temas /al aeroplano enemigo (bis)/ Estamos contigo,
King Kong/ Todos los niches, King Kong/ La rubia sí quiere, King Kong/ Y quiere
contigo, King Kong”… mientras un coro de muchachos le hacían estribillo.
También me gustó imaginar que en una de esas funciones improbables pudo estar
Guillermo Cabrera Infante, furtivo en el cine Actualidades, viendo la misma
película para después concluir poéticamente en que “la tradición desde King
Kong obliga a que el monstruo siempre rapte a la heroína, pero después no sepa
qué hacer con ella, más que gastar toda la pólvora del amor en las salvas del
suspiro.”
Cecilio Francisco "Kiko" Mendive Pereira |
Ciertamente, el Kiko Mendive de
carne y hueso que vimos en el cine y la televisión guardaba mucho de la
historia musical y artística de Cuba, México y Venezuela en la segunda mitad
del siglo XX, pero él no era más que un sobreviviente. Un personaje de segunda
que se representaba así mismo cada lunes en “Radio Rochela”.
Ahora Ibsen Martínez lo saca de
ese nebuloso pasado donde vive convertido en recuerdo. Vuelve a la memoria la
nota cómica, un breve sketch del recordado espacio televisivo diciendo
“aguuuua”. Kiko Mendive, o Kiko Malanga es el personaje que junta varias
historias en Simpatía por King Kong:
la suya propia, arrancada de una sala de cine habanero en los años treinta.
Allí comienza el mito. Lo vemos luego en los escenarios mexicanos actuando de
la mano de grandes directores cuando el cine de ese país estaba en su apogeo y
cosía con hilos dorados su mejor época. Lo vemos intercediendo a favor de
Dámaso Pérez Prado para que lo contratara un empresario mexicano, anticipándose
así a la leyenda de quién sería llamado el “rey del mambo”. Y lo vemos
desplazado a Venezuela huyendo de una historia de amor, de una obsesión que
pudiera llamarse Ninón Sevilla, África o Socorro.
Luego emerge convertido en un
actor de segunda categoría en un espacio televisivo de corte popular. Hace reír
y oculta sus tristezas, sus frustraciones, su procesión, la procesión que va
por dentro. Aquí se conecta la segunda historia, la de Venezuela a finales de
los años ochenta, el país que comenzaba a fracturarse en la desmesura de sus
riquezas, y también en la desidia y la corrupción. Esto es el telón de fondo
donde el personaje urde su plan de vida tras las luces de los estudios y los
lugares de diversión. Y es también el escenario donde se encuentra aquel día de
febrero, cuando comenzaron las protestas de Guarenas, luego los saqueos en la
capital y otras poblaciones, el día triste en que bajaron los cerros y se
produjo el “estallido social” que recoge la historia con el infausto nombre del
“Caracazo”. La obra lo sitúa en el ojo del huracán, impelido al saqueo en
procura de un vibráfono. Un final nada glorioso para este antihéroe de papel.
Una tercera historia, la del
narrador, repasa también cinematográficamente los hechos de su vida, matizados
por la pasión musical, los amores frustrados, la cercanía al poder político y
mediático, la memoria de aquellos años llenos sueños que se truncan con el
exceso de realidad, porque todo parece adverso, y realmente lo es. Por las
páginas de este relato desfilan nombre reales y nombres simulados (cuyos
verdaderos rostros son perfectamente reconocibles), mientras pasa una mirada
dolorosa sobre el país. El resultado es una obra que nos atrapa por su
dinamismo, que nos lleva a recorrer diversos planos espaciales y temporales,
como si fuera una suerte de mirada cubista. Nos movemos en distintas geografías
y siempre tenemos al país en crisis, al personaje Kiko Malanga que entra y sale
del escenario, que se rebusca como vendedor de yuca en el mercado de Quinta
Crespo y lucha por sobrevivir en un medio cada vez más deprimido.
Ibsen Martínez. foto:Carlos Germán Rojas |
El narrador y el personaje se
conocen, se recelan, se alejan, se reencuentran. El trasfondo es la pieza
musical “Simpatía por King Kong”, que había sido compuesta por Kiko en La
Habana, cuando era apenas un adolescente aficionado al cine y a la música
popular. La canción que nunca se había grabado, aunque Pérez Prado le hubiese
hecho los arreglos. Ese es el leitmotiv de
la historia. El narrador se la sabe de memoria y es capaz de cantarla
acompañando su voz con el golpeteo de sus manos sobre una mesa.
Este relato juega de manera
eficaz a contar una “historia de vida” que no se acopla de manera estricta con
los hechos. Los inventa para solapar la verdad ficcional, se apega a lo
verosímil. Es el homenaje a un hombre cuya existencia real está dotada de
fábula. Es la historia de un perdedor, pero de aquellos tipos que dejan una
huella profunda. Por eso los rescata la literatura y los hace duraderos. Ibsen
Martínez lo logra con creces.
Quien quiera buscar los hechos
épicos de esta historia, que consulte una enciclopedia, quien quiebra reírse,
que vea los sketches de Radio Rochela donde Kiko actúa con sus ojos bien
abiertos y sus gestos previsibles; quien quiera recordarlo con su acento
musical que lo escuche cantando “El telefonito”. Quien quiera acercarse a una
historia literariamente bien contada —arte de entretejer con hilo finísimo la
intriga novelesca— que lea Simpatía por
King Kong. Mejor si es de un tirón. Seguro la disfrutará y también le dará
la oportunidad de pensar en aquella Venezuela que daba todas las señales de que
se venía abajo; lo hará reír con esa risa que a veces es amarga y gozará con
las peripecias de aquel personaje que abandonó su país, no casualmente un día
de Santa Cecilia, en 1938 (¿o acaso fue en 1939?), y recorrió diversas
geografías antes de recalar en la Tierra de Gracia donde entregó su talento y
dejó sus huesos en medio de la más atroz indiferencia.
(Ibsen Martínez, Simpatía por King Kong, Caracas,
Planeta, 2013).
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(*) Gregory
Zambrano (Mérida, Venezuela, 1963). Poeta, ensayista, crítico
literario y editor. Doctor en Literatura Hispánica por El Colegio de México, Ciudad de México. Profesor titular jubilado
de la Escuela de Letras, Facultad de Humanidades y Educación de la Universidad de Los Andes, Venezuela.
Actualmente, profesor e investigador de la Universidad
de Tokio, Japón.
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