—por
Alberto Hernández—
1
Un silencio lejano aproxima el
terror. Una potencia, un imperio, se adueña de un territorio y somete a sus
habitantes, los domina con una suerte de exilio, de destierro, de acoso, de
barbarie. Sin embargo, quienes han sido sometidos son llamados bárbaros por
quienes tienen el poder.
Un Magistrado, convencido de
sus debilidades, asume la defensa de los que al ser capturados reciben los
peores tratos. Un poblado en la frontera de un país X, donde el centro de la
vida es un cuartel, sirve de base de operaciones donde se realizan torturas,
vejaciones y todo tipo de crueldades. Mientras tanto, el Magistrado los
interroga y se hace de una joven “bárbara” a quien cuida, cura sus heridas y
hasta convierte en su mujer. Luego decide devolverla a sus orígenes, a su
gente. Viaja con una comisión al desierto donde está ubicada la tierra de los
invadidos, acorralados por la naturaleza: nieve, calor, polvo, arena, etc. El
Magistrado entrega a la mujer y regresa al cuartel y es enjuiciado por hacer
contacto con el enemigo.
Un Coronel, que tiene como
insignia el uso permanente de cristales negros, quien ha sido el más perverso
interrogador de los capturados bárbaros, es ahora el juez que encierra al
Magistrado en una inmunda celda. La llegada de los militares, al mando de un
oficial muy joven, fue celebrada por el poblado. Luego se arrepentiría al
someterlo a la ruina, al abandono. Un retrato de una realidad que sobresale en
estos tiempos, y que tiene como referente los errores de pasados cercanos, pero
que no han servido de ejemplo para no seguir siendo esclavo de ellos. La
tragedia de ese poder está centrado en el hecho de que los “bárbaros” siempre
han estado allí. Que nunca han sido una amenaza, pero que con el tiempo podrían
convertirse en otro poder.
John Maxwell Coetzee |
2
Esperando
a los bárbaros (Riesa
Ediciones, Buenos Aires, 1983) es la primera novela de J. M. Coetzee, un relato
cuya realidad ya ha ocurrido y sigue ocurriendo. Un relato en proceso, en plena
vigencia en estos tiempos, un relato que registra la crueldad y la capacidad
para convertir a una región en un establecimiento de tortura, de miedo. Es una
novela sobre el poder. Escrita sin sobresaltos temporales, Esperando a los bárbaros podría ser la historia de aquella
Sudáfrica que los llamados afrikáners transformaron en un experimento que con
los años se tradujo en el apartheid. Podría
ser también la de Australia. La de cualquier país de África o de América
Latina. Es parte de la historia universal de la infamia. Es parte del relato de
muchos crímenes que Coetzee convirtió en ofrenda. Es la historia de una conjura
en la que participan los muertos, los que susurran durante la noche en la
imaginación de muchos personajes.
El narrador protagonista, el
mismo Magistrado, desnuda sus emociones a través de este texto: “No oigo nada
de los alaridos que, según contó después la gente, venían del granero. Esa
noche, en todo momento, mientras atiendo mis ocupaciones, tengo conciencia de
lo que puede suceder, e incluso mi oído está siempre afinado al sonido del dolor
humano”.
Premio Nobel de Literatura 2003 |
El coronel, de apellido Joll,
no tiene misericordia con nadie. Su odio lo concentra en la manera de
interrogar, oficio en el que es experto. La experiencia judicial con el
Magistrado convirtió a este último en un prisionero. La intensidad de los
interrogatorios, la tensión en los diálogos muestran la maestría de Coetzee. Un
engranaje narrativo que coloca dos conciencias frente a frente. Finalmente, el
Magistrado es una marioneta, una burla, un mendigo, un indigente que duerme con
los perros en el patio del cuartel. Hasta que se escapa: recorre el monte, se
esconde como una alimaña bajo la cama de una prostituta, filosofa, casi muere
de frío, regresa a su sitio de reclusión. Se olvidan de él cuando lo huelen y
lo sienten como parte de los animales del lugar. El Magistrado es un ofendido,
un humillado que piensa y se recuesta del tronco de un árbol y se rasca el lomo
como un jumento. Pero piensa. Sabe lo que viene.
3
El poder, costado funerario de
la cadena de mando del imperio, comienza a presentar problemas. Entonces Joll
regresa a la ciudad y abandona el cuartel. Lo deja solo con dos o tres
soldados. El Magistrado asume de nuevo sus funciones. Toma sus papeles. Revisa
y hace un inventario de su comportamiento con las mujeres, con la mujer que entregó
a los bárbaros. Finalmente, éstos nunca llegan. Han sido una metáfora del
terror que incita el poder. No obstante, de los huesos de los primeros
habitantes de la zona, hallados por el Magistrado, de esos restos brotan
miradas que se depositan en el poblado. Los ojos que vienen del desierto, del
frío, del silencio, de la lejanía, representan el anuncio de que algo va a
suceder. Esperando a los bárbaros es
una poética del miedo, del dolor de las víctimas, del mismo poder, pero también
de la cobardía de quienes lo ejercen.
Esos “bárbaros” podrían
escribir otra página para emerger de las sombras e imponer su ley.
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