Friday, February 27, 2015

SEXTINARIO de ANA NUÑO


—por Néstor Mendoza (*)—

Sextinario tiene una triple rareza y un triple propósito. Es una poética, un poemario y una antología. Y añado otra cualidad: la traducción. Estos cuatro elementos se involucran con una manifestación métrica de casi nulo entusiasmo en este balbuceante siglo XXI. Quien se ha atrevido a ofrecer esta extraña pieza de orfebrería medieval no suele ser reconocida (o, al menos, conocida) como poeta. No es frecuente verla (no está, no la he visto) en los índices o sumarios de las compilaciones de poesía venezolana. Explicaré lo obvio: Sextinario es un libro de y sobre sextinas. Si necesita un adjetivo, sería el de polivalente. Está la poeta, la investigadora, la traductora y la compiladora.

Un gran y conocido antecedente, en nuestra lengua, es el peruano Carlos Germán Belli. En su obra desfilan este tipo de estructuras métricas. Fue él quien me acercó a ellas. Me atrajo la sorpresiva secuencia de los versos y los sentidos que estos adquieren al pasar de una estrofa a otra. De ahí mi interés, no sé si infructuoso, de escribir “Sextina con saudade”, la cual forma parte de un libro inédito.

Conocía a Ana Nuño en su rol de sobria, culta y afilada columnista del Papel Literario, cada domingo y en su espacio “Falso cuaderno”, ahora ausente. Las voces encontradas (1989) es su primer poemario. Ha escrito y subrayado sus ideas con firmeza, en temas tan variados pero no excluyentes entre sí: política, cine, literatura, arte y filosofía. Redacta sin venda ni chantaje. Vive desde hace casi dos décadas en Barcelona, España. Desde la ciudad catalana mantiene contacto periódico con el medio editorial venezolano. Hace poco apareció Nuño por Nuño, antología preparada y prologada por Ana sobre los aforismos de su padre, el conocido filósofo Juan Nuño.

Una generación literaria se edifica, a pesar de todo, con las omisiones. En la gran pizarra generacional los tachones también cuentan. Están los agrupados y los desagrupados, los que logran afianzarse y los que llegan y se sujetan a destiempo. Sextinario es un islote con fauna variadísima y flores y frutas inclasificables. Tiene dos ediciones: la primera a cargo de la Fundación Esta Tierra de Gracia, Colección de poesía Rasgos Comunes (Caracas, 1999); y una segunda preparada por Randon House Mondadori, en su colección Debolsillo (Barcelona, 2002). Aun así, conseguir un ejemplar en librerías locales es improbable.

Sujeto el libro y lo miro con ojo de naturalista alemán. Nuño ha invertido muchísimo tiempo en la elaboración de este libro. La composición requiere de un apostolado, y ella, a su manera, lo ha hecho. Muy visible es el motivo de cada sextina, el adecuado conteo métrico y la novedad que aparece con su buena dosis de cultismo y atrevimiento. No se puede dejar de mencionar el trabajo de selección y traducción, que demandan una dedicación personalizada y esmerada.

Intento ubicar a Sextinario en algún espacio de nuestros anaqueles de poesía venezolana. Es un ave bifronte que sobrevuela en el invierno. Estaría junto a los palíndromos reunidos en Oír a Darío, de Darío Lancini, otro raro espécimen. Y si ampliamos la visión, podría anexar otro ejemplo y así completamos un tridente: Guitarra del horizonte de Sergio Sandoval (heterónimo de Eugenio Montejo). Tendríamos, con esto, tres manifestaciones: la sextina, el palíndromo y la copla glosada.

Nuño le ha dado un hermoso nombre a la sextina y ha delimitado su función: “joya negra que brilla sólo en la oscuridad”. No se equivoca: la sextina tiene un complejo engranaje. El trovador provenzal Arnaut Daniel la inventó, y con sus altibajos, no ha sido enterrada. Ana Nuño supera cierta ojeriza que desconfía o duda de las formas tradicionales. Ella sabe que también es factible transgredir desde la tradición: un retorno al pasado métrico que vence el absolutismo del verso libre.

Desde el prólogo de Sextinario, la autora expone públicamente su devoción por la forma y lo explica con la sinceridad que se espera y que el lector agradece. Hace una revisión y con originalidad ubica a la sextina en un horizonte, no en un peldaño o escalafón. Y yo agregaría lo siguiente: la sextina como forma métrica válida y vigente, que no compite sino que refresca y complementa. En tiempos de tartamudeos (“hipos tipográficos”, diría Nuño), la sextina se ve fortalecida desde sus entrañas. Con el derrumbe de las estéticas grupales cada poeta habita un ecosistema individual; y desde esa perspectiva ha de constituir sus propios antecedentes.

La poeta está en un cuarto oscuro, da manotazos en el aire y espera que aparezca algo concreto, un lazarillo que la dirija o guíe. Es un cuarto oscuro, ciertamente, pero no una habitación de revelado fotográfico. Solo es un cuarto de tinieblas. La sextina puede ser ese brazo que dirige a Ana Nuño en el pasadizo de la creación poética. Hay poetas que necesitan publicaciones sucesivas, casi simultáneas, para dar con la forma que mejor se adapte. Las piezas deben encajar. Ana Nuño elige las barricas de roble para añejar sus poemas. Y ya sabemos cuánto puede tardar este proceso de envejecimiento. Ella misma lo ha mencionado en algún artículo de prensa: “Ahora no son clásicos, es decir, obras que alcanzan esta condición tras templarse en la fría mirada de generaciones de lectores, críticos e imitadores, sino la producción —aún humeante, en algunos casos a medio cocer— de cualquier reciente difunto, lo que se ve sometido al pasapurés editorial”.

Por ahora, solo está el libro y mi lectura ¿Qué se puede argumentar? Son poemas, no hay duda de ello. Desde cualquier ángulo son poemas. Tienen algo característico que los convierte en objetos de divertimento lúdico e intelectual. Hay medida sin castración. Basta una primera ojeada para notar la libertad de asociación y de elección del tema. Quien lea apreciará las versiones que Nuño hace de Petrarca. Notará el registro de lo amoroso y la finura de la exploración lésbica, la exhortación al joven poeta (jovial y festiva) y la contemplación de un paisaje físico que se confunde con la pretensión axiomática:

“no existen los hechos, sólo hay estados/de ánimo como ese azul del cielo”.

En muchos casos la reiteración de las frases es una manera de fijeza. Se intenta atrapar lo que la voz poética traduce, repite o transcribe. O lo que inventa o recuerda. De eso, y mucho más, se vale la sextina.




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