Sunday, March 22, 2015

Cuento: LA RAMA SECA de ANA MARÍA MATUTE (1926-2014) España

Apenas tenía seis años y aún no la llevaban al campo. Era por el tiempo de la siega, con un calor grande, abrasador, sobre los senderos. La dejaban en casa, cerrada con llave, y le decían:

—Que seas buena, que no alborotes: y si algo te pasara, asómate a la ventana y llama a doña Clementina.

Ella decía que sí con la cabeza. Pero nunca le ocurría nada, y se pasaba el día sentada al borde de la ventana, jugando con "Pipa".

Doña Clementina la veía desde el huertecillo. Sus casas estaban pegadas la una a la otra, aunque la de doña Clementina era mucho más grande, y tenía, además, un huerto con un peral y dos ciruelos. Al otro lado del muro se abría el ventanuco tras el cual la niña se sentaba siempre. A veces, doña Clementina levantaba los ojos de su costura y la miraba.

—¿Qué haces, niña?

La niña tenía la carita delgada, pálida, entre las flacas trenzas de un negro mate.

—Juego con "Pipa" —decía.

Doña Clementina seguía cosiendo y no volvía a pensar en la niña. Luego, poco a poco, fue escuchando aquel raro parloteo que le llegaba de lo alto, a través de las ramas del peral. En su ventana, la pequeña de los Mediavilla se pasaba el día hablando, al parecer, con alguien.

—¿Con quién hablas, tú?

—Con "Pipa".

Doña Clementina, día a día, se llenó de una curiosidad leve, tierna, por la niña y por "Pipa". Doña Clementina estaba casada con don Leoncio, el médico. Don Leoncio era un hombre adusto y dado al vino, que se pasaba el día renegando de la aldea y de sus habitantes. No tenían hijos y doña Clementina estaba ya hecha a su soledad. En un principio, apenas pensaba en aquella criatura, también solitaria, que se sentaba al alféizar de la ventana. Por piedad la miraba de cuando en cuando y se aseguraba de que nada malo le ocurría. La mujer Mediavilla se lo pidió:

—Doña Clementina, ya que usted cose en el huerto por las tardes, ¿querrá echar de cuando en cuando una mirada a la ventana, por si le pasara algo a la niña? Sabe usted, es aún pequeña para llevarla a los pagos...

—Sí, mujer, nada me cuesta. Marcha sin cuidado...

Luego, poco a poco, la niña de los Mediavilla y su charloteo ininteligible, allá arriba, fueron metiéndosele pecho adentro.

—Cuando acaben con las tareas del campo y la niña vuelva a jugar en la calle, la echaré a faltar —se decía.

2
Un día, por fin, se enteró de quién era "Pipa".

—La muñeca —explicó la niña.

—Enséñamela...

La niña levantó en su mano terrosa un objeto que doña Clementina no podía ver claramente.

—No la veo, hija. Échamela...

La niña vaciló.

—Pero luego, ¿me la devolverá?

—Claro está...

La niña le echó a "Pipa" y doña Clementina, cuando la tuvo en sus manos, se quedó pensativa. "Pipa" era simplemente una ramita seca envuelta en un trozo de percal sujeto con un cordel. Le dio la vuelta entre los dedos y miró con cierta tristeza hacia la ventana. La niña la observaba con ojos impacientes y extendía las dos manos.

—¿Me la echa, doña Clementina...?

Doña Clementina se levantó de la silla y arrojó de nuevo a "Pipa" hacia la ventana. "Pipa" pasó sobre la cabeza de la niña y entró en la oscuridad de la casa. La cabeza de la niña desapareció y al cabo de un rato asomó de nuevo, embebida en su juego.

Desde aquel día doña Clementina empezó a escucharla. La niña hablaba infatigablemente con "Pipa".

—"Pipa", no tengas miedo, estate quieta. ¡Ay, "Pipa", cómo me miras! Cogeré un palo grande y le romperé la cabeza al lobo. No tengas miedo, "Pipa"... Siéntate, estate quietecita, te voy a contar, el lobo está ahora escondido en la montaña...

La niña hablaba con "Pipa" del lobo, del hombre mendigo con su saco lleno de gatos muertos, del horno del pan, de la comida. Cuando llegaba la hora de comer la niña cogía el plato que su madre le dejó tapado, al arrimo de las ascuas. Lo llevaba a la ventana y comía despacito, con su cuchara de hueso. Tenía a "Pipa" en las rodillas, y la hacía participar de su comida.

—Abre la boca, "Pipa", que pareces tonta...

Doña Clementina la oía en silencio. La escuchaba, bebía cada una de sus palabras. Igual que escuchaba al viento sobre la hierba y entre las ramas, la algarabía de los pájaros y el rumor de la acequia.

3
Un día, la niña dejó de asomarse a la ventana. Doña Clementina le preguntó a la mujer Mediavilla:

—¿Y la pequeña?

—Ay, está delicá, sabe usted. Don Leoncio dice que le dieron las fiebres de Malta.

—No sabía nada...

Claro, ¿cómo iba a saber algo? Su marido nunca le contaba los sucesos de la aldea.

—Sí —continuó explicando la Mediavilla—. Se conoce que algún día debí dejarme la leche sin hervir... ¿sabe usted? ¡Tiene una tanto que hacer! Ya ve usted, ahora, en tanto se reponga, he de privarme de los brazos de Pascualín.

Pascualín tenía doce años y quedaba durante el día al cuidado de la niña. En realidad, Pascualín salía a la calle o se iba a robar fruta al huerto vecino, al del cura o al del alcalde. A veces, doña Clementina oía la voz de la niña que llamaba. Un día se decidió a ir, aunque sabía que su marido la regañaría.

La casa era angosta, maloliente y oscura. Junto al establo nacía una escalera, en la que se acostaban las gallinas. Subió, pisando con cuidado los escalones apolillados que crujían bajo su peso. La niña la debió oír, porque gritó:

—¡Pascualín! ¡Pascualín!

Entró en una estancia muy pequeña, a donde la claridad llegaba apenas por un ventanuco alargado. Afuera, al otro lado, debían moverse las ramas de algún árbol, porque la luz era de un verde fresco y encendido, extraño como un sueño en la oscuridad. El fajo de luz verde venía a dar contra la cabecera de la cama de hierro en que estaba la niña. Al verla, abrió más sus párpados entornados.

—Hola, pequeña —dijo doña Clementina—. ¿Qué tal estás?

La niña empezó a llorar de un modo suave y silencioso. Doña Clementina se agachó y contempló su carita amarillenta, entre las trenzas negras.

—Sabe usted —dijo la niña-, Pascualín es malo. Es un bruto. Dígale usted que me devuelva a "Pipa", que me aburro sin "Pipa"...

Seguía llorando. Doña Clementina no estaba acostumbrada a hablar a los niños, y algo extraño agarrotaba su garganta y su corazón.

Salió de allí, en silencio, y buscó a Pascualín. Estaba sentado en la calle, con la espalda apoyada en el muro de la casa. Iba descalzo y sus piernas morenas, desnudas, brillaban al sol como dos piezas de cobre.

—Pascualín —dijo doña Clementina.

El muchacho levantó hacia ella sus ojos desconfiados. Tenía las pupilas grises y muy juntas y el cabello le crecía abundante como a una muchacha, por encima de las orejas.

—Pascualín, ¿qué hiciste de la muñeca de tu hermana? Devuélvesela.

Pascualín lanzó una blasfemia y se levantó.

—¡Anda! ¡La muñeca dice! ¡Aviaos estamos!

Dio media vuelta y se fue hacia la casa, murmurando.

Al día siguiente, doña Clementina volvió a visitar a la niña. En cuanto la vio, como si se tratara de una cómplice, la pequeña le habló de "Pipa":

—Que me traiga a "Pipa", dígaselo usted, que la traiga...

El llanto levantaba el pecho de la niña, le llenaba la cara de lágrimas, que caían despacio hasta la manta.

—Yo te voy a traer una muñeca, no llores.

Doña Clementina dijo a su marido, por la noche:

—Tendría que bajar a Fuenmayor, a unas compras.

—Baja —respondió el médico, con la cabeza hundida en el periódico.

4
A las seis de la mañana doña Clementina tomó el auto de línea, y a las once bajó en Fuenmayor. En Fuenmayor había tiendas, mercado, y un gran bazar llamado "El Ideal". Doña Clementina llevaba sus pequeños ahorros envueltos en un pañuelo de seda. En "El Ideal" compró una muñeca de cabello crespo y ojos redondos y fijos, que le pareció muy hermosa. "La pequeña va a alegrarse de veras", pensó. Le costó más cara de lo que imaginaba, pero pagó de buena gana.

Anochecía ya cuando llegó a la aldea. Subió la escalera y, algo avergonzada de sí misma, notó que su corazón latía fuerte. La mujer Mediavilla estaba ya en casa, preparando la cena. En cuanto la vio alzó las dos manos.

—¡Ay, usté, doña Clementina! ¡Válgame Dios, ya disimulará en qué trazas la recibo! ¡Quién iba a pensar...!

Cortó sus exclamaciones.

—Venía a ver a la pequeña, le traigo un juguete...

Muda de asombro la Mediavilla la hizo pasar.

—Ay, cuitada, y mira quién viene a verte...

La niña levantó la cabeza de la almohada. La llama de un candil de aceite, clavado en la pared, temblaba, amarilla.

—Mira lo que te traigo: te traigo otra "Pipa", mucho más bonita.

Abrió la caja y la muñeca apareció, rubia y extraña.

Los ojos negros de la niña estaban llenos de una luz nueva, que casi embellecía su carita fea. Una sonrisa se le iniciaba, que se enfrió en seguida a la vista de la muñeca. Dejó caer de nuevo la cabeza en la almohada y empezó a llorar despacio y silenciosamente, como acostumbraba.

—No es "Pipa" —dijo—. No es "Pipa".

La madre empezó a chillar:

—¡Habrase visto la tonta! ¡Habrase visto, la desagradecida! ¡Ay, por Dios, doña Clementina, no se lo tenga usted en cuenta, que esta moza nos ha salido retrasada...!

Doña Clementina parpadeó. (Todos en el pueblo sabían que era una mujer tímida y solitaria, y le tenían cierta compasión).

—No importa, mujer —dijo, con una pálida sonrisa—. No importa.

Salió. La mujer Mediavilla cogió la muñeca entre sus manos rudas, como si se tratara de una flor.

—¡Ay, madre, y qué cosa más preciosa! ¡Habrase visto la tonta ésta...!

Al día siguiente doña Clementina recogió del huerto una ramita seca y la envolvió en un retal. Subió a ver a la niña:

—Te traigo a tu "Pipa".

La niña levantó la cabeza con la viveza del día anterior. De nuevo, la tristeza subió a sus ojos oscuros.

—No es "Pipa".

Día a día, doña Clementina confeccionó "Pipa" tras "Pipa", sin ningún resultado. Una gran tristeza la llenaba, y el caso llegó a oídos de don Leoncio.

—Oye, mujer: que no sepa yo de más majaderías de ésas... ¡Ya no estamos, a estas alturas, para andar siendo el hazmerreír del pueblo! Que no vuelvas a ver a esa muchacha: se va a morir, de todos modos...

—¿Se va a morir?

—Pues claro, ¡que remedio! No tienen posibilidades los Mediavilla para pensar en otra cosa... ¡Va a ser mejor para todos!

5
En efecto, apenas iniciado el otoño, la niña se murió. Doña Clementina sintió un pesar grande, allí dentro, donde un día le naciera tan tierna curiosidad por "Pipa" y su pequeña madre.

6
Fue a la primavera siguiente, ya en pleno deshielo, cuando una mañana, rebuscando en la tierra, bajo los ciruelos, apareció la ramita seca, envuelta en su pedazo de percal. Estaba quemada por la nieve, quebradiza, y el color rojo de la tela se había vuelto de un rosa desvaído. Doña Clementina tomó a "Pipa" entre sus dedos, la levantó con respeto y la miró, bajo los rayos pálidos del sol.

—Verdaderamente— se dijo—. ¡Cuánta razón tenía la pequeña! ¡Qué cara tan hermosa y triste tiene esta muñeca!

FIN

1961





Friday, March 13, 2015

La “Sección constante” de José Martí - Pequeño tratado de enciclopedia


—por Gregory Zambrano—

José Martí con Gonzalo de Quesada y Aróstegui
y su esposa Angelina y Govin, 1893
Entre el 4 de noviembre de 1881 y el 15 de junio de 1882, salieron publicados en La Opinión Nacional de Caracas 112 artículos de José Martí, bajo la denominación común de “Sección constante”; eran breves notas, fechadas de manera consecutiva y de redacción diaria que trataban diversos aspectos, a modo de una pequeña enciclopedia, con los cuales Martí prolongaba su presencia en la prensa venezolana que lo había acogido durante su breve pero significativo paso por Caracas, entre enero y julio de 1881.

Las notas eran producto de un ejercicio de observación e interpretación logrados con una excepcional capacidad de síntesis, que hoy en día sitúan al lector frente a un testigo también excepcional, apasionado por el conocimiento y presto a sorprender con su elocuencia y estilo inconfundibles. En ellas ensayaba como un cartógrafo los mapas de conocimiento de la época, con la erudición y al mismo tiempo la sencillez de un artista de la palabra. Los temas se reunían —bajo el catalejo de don Pedro Grases— en: naturaleza, economía, lenguaje, libros y ediciones, historia, consejos y noticias útiles (medicina, cosas prácticas, etc.) inventos, comercio, novedades, arte (música, pintura, teatro, novela, ensayo, literatura en general), ciencia, acontecimientos públicos, política, poesía y costumbres, personajes, filosofía, psicología, derechos, instituciones, adelantos prácticos (navegación, telégrafo, electricidad, etc.), productos de la tierra, anécdotas, sentencias, problema de régimen social, investigaciones, indigenismo, historia de la cultura, crítica, organización social.

La “Sección constante” aparecía sin firma, y el título se le debe a los redactores de La Opinión Nacional; es por ello que pasado el tiempo, Martí reconoce la paternidad de los textos, de manera expresa, en una carta fechada en marzo de 1889: “Podría renovar la columna diaria, que solían ser dos, y escribí por un año, sin firma, en La Opinión Nacional, de Caracas, que la llamó “Sección constante”, y que dice que el público se la bebía, porque era un comentario corriente, en párrafos concentrados, vivos de color y variando de tonos, sobre todo lo que, en un centro universal como éste, puede interesar a un hombre culto a la vez que a los lectores usuales”.

foto:wikimedia.org
Sería largo enumerar en detalle los aspectos que sobresalen en el interés que lleva a Martí a pasearse por la historia, las artes y las ciencias. Desde los datos sobre la observación de la fotografía que el astrónomo Hugghins logró de la nebulosa de Orión, hasta los aspectos científicos del cultivo del maíz, pasando por una atenta observación del caso de una mujer en estado cataléptico. Novedad y curiosidad son los rasgos que definen este original modo de hacer periodismo, el cual visto en el tiempo, deja también al descubierto la conciencia de permanencia afianzada en el uso cuidado del lenguaje, amén de un sentido axiológico de todo cuanto reseñaba.

Así, para un motivador ejercicio de síntesis erudita e inventario alucinante, Martí coloca en un mismo plano la naturalidad y la razón de sus búsquedas, su indagación en diversas culturas, la investigación de los hechos, el comentario sobre la naturaleza de las cosas; lo insólito y lo natural, los quehaceres de la gente, mientras que impregna de cotidianidad todo cuanto sea de interés. Se detiene en el detalle de los sucesos acaecidos en Nueva York, el centro desde el cual irradia su interés por la novedad, cautiva y estimula a sus lectores con invectiva y belleza.

Muchas de estas anotaciones podríamos verlas hoy con ojos de anticuario, pero cuánto resplandecieron en el momento en que la noticia como novedad dependía en mucho de quien con mayor elocuencia, detalle y belleza fuera capaz de transmitirla. En José Martí, el periodista y el cronista se convertían en un intermediario que llenaba de formas y texturas, de colores, sonidos y asombros el transcurrir de su tiempo como un lenguaje múltiple abierto a la imaginación.



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Revista Investigación (Mérida, Venezuela), núm.8, 2003, pp.56-57.




Friday, March 6, 2015

HISTORIAS DEL EDIFICIO de Juan Carlos Méndez Guédez


por Alberto Hernández—

foto:auroraboreal.net
1.-
Vuelvo a las puertas del edificio. A un libro lejano en el tiempo, pero no a unos relatos viejos. No, los cuentos que habitan en estas páginas no se salen del  hoy que nos ocupa o encierra en su burbuja de recurrencias. En Historias del edificio (Editorial Guaraira Repano, Caracas 1994), de Juan Carlos Méndez Guédez, el narrador hace labor de fisgón, como todo narrador que se respete, como éste que entra y sale de los apartamentos de un edificio y husmea en la vida de los habitantes, de esos “pequeños seres” que se alimentan de la ciudad y la ciudad se alimenta de ellos, quienes -en dos partes en las que se divide el libro- conforman la visión de quienes viajamos en él.

La primera sección, la que le da nombre al tomo, contiene 18 textos que representan 18 apartamentos con sus tragedias, instantes de felicidad, lucidez o violencia. Es decir, la vida de un condominio en el que realidad y metáforas destacan la curiosidad de quien se mueve por pasillos, aceras, portales y sombras de habitación. Cada apartamento, signado por número de piso, entrega al lector una brevedad narrativa. Son trozos de existencia en medio de una ciudad caótica, demencial pero también afectiva. Es la ciudad de los hechos  de febrero de 1989, la ciudad de todos los días, la ciudad de pequeñas conspiraciones familiares. La ciudad policial. La ciudad delictiva. La ciudad que oculta sus amores o los ofrece abiertamente. Es una Caracas que cabe en un pequeño edificio donde un determinado número de familias construye o destruye el destino de unas biografías compartidas. Cada cuento, relato o historia podría relacionarse con la otra hasta conformar una novela fragmentaria: este primer libro de Méndez Guédez le aporta al lector imágenes poéticas que procuran un instante de reflexión por la belleza de su escritura.

Juan Carlos Méndez Guédez.foto:conoceralautor.com
Ejemplos, algunos:
“Era una madrugada decembrina que se colocó sobre las ventanas como una fría gasa tras la cual se ocultaba la respiración de la montaña” (p. 45).

“Sobre la ventanilla del tren, en una fugaz insistencia de la luz, corre un fragmento de nosotros” (p. 72).

Estos dos extractos, a mi parecer, son dos microrrelatos (no son los únicos) que concentran una densa revelación poética en muchos de los textos de Méndez Guédez.

2.-
La segunda parte del libro, titulada “Otras historias”, nos conduce a relatos más abiertos, menos localizados en un solo espacio geográfico. Son trabajos más elaborados, no sólo en el entramado sino en la extensión. Estas otras historias son expuestas como homenajes a quienes aparecen en las dedicatorias. Son brevedades íntimas, familiares, ajenas. Visiones de algún viaje, retazos de personajes que se siguen construyendo aun ya terminado el texto. Son densidades narrativas que vislumbraban lo que más tarde haría el autor. En ellas está el país revuelto entre disparos, toque de queda, alaridos, noticias escandalosas en la televisión, etcétera. Es el país de aquellos años envuelto por la niebla de la confusión, lo que más tarde lo traería, al país, a este otro país desconocido, anormal, fuera de sitio, acorralado e invertebrado.

foto:silviabastos.com
Confieso, no que he vivido, pero sí que he rescatado algunas líneas que tenía escritas luego de la primera lectura de Historias del edificio, por allá por 1995, en medio de notas periodísticas, poemas inconclusos, rostros con boina y demás amarguras que en esos días hicieron de Venezuela un espacio que no se ha recuperado y sigue acoplado a un discurso anacrónico y embrutecedor. Confieso, reitero, que de Méndez Guédez sólo conozco este libro y “Retrato de Abel con isla volcánica al fondo”, del cual también tengo unas letras adelantadas.  Ya llegará el día en que pueda entrarle, nunca es tarde, a sus otros trabajos. Mientras tanto, afirmo que éste primero merece ser tomado y revisado para una nueva lectura por parte de quienes ya lo habían hecho: sigue siendo el relato de un país parecido a un crucigrama en un idioma extraño.

Vuelvo a las puertas. No las cierro: el edificio permanece abierto.
                                                                                                                                     Maracay, 1995/ 2015