—por Néstor Mendoza—
Manuel Iris.foto:literalmagazine.com |
En una
oportunidad, Manuel Iris visitó Caracas para hallar pistas y material
bibliográfico en torno a la poesía venezolana. Esa experiencia se ha reflejado
en una sustancial devoción y difusión de nuestras letras. Gentilmente,
compartió impresiones sobre su trayectoria literaria, la tradición poética
mexicana y estadounidense y sus nexos personales con la poesía venezolana.
¿Cómo llega Manuel Iris a la poesía venezolana y de qué manera ha
evolucionado ese primer acercamiento?
—La poesía
venezolana empezó a existir para mí de una manera real en Cincinnati, donde
conocí e hice amistad con dos poetas, el colombiano Armando Romero, dadaísta
que paso una buena parte de su vida en Venezuela, y el venezolano Arturo
Gutiérrez Plaza. Ambos encarnan para mí, aunque de distintos modos, la figura
de maestros de esto que significa ser poeta. Ellos dos abrieron mi conciencia
hacia otras tradiciones poéticas, y Arturo en particular se convirtió en un
guía de la poesía venezolana. Incluso, hace ya dos años pasé una corta
temporada en Caracas, precisamente investigando sobre Sánchez Peláez, y ese
contacto con la literatura venezolana allí ha sido una de las experiencias más
ricas de mi vida. Actualmente creo que la poesía venezolana cuenta con varios
de los poetas más interesantes de la lengua, como Ramos Sucre, Vicente Gerbasi
o el mismo Juan Sánchez Peláez, y creo que es necesario hacer que la poesía
venezolana actual sea más conocida en el orbe de la lengua.
¿Qué motivó la selección de Juan Sánchez Peláez para un capítulo de tu
tesis de doctorado?
—Mi tesis
estudia la obra y trayectoria de cuatro poetas de distintas nacionalidades (Alí
Chumacero en México, Fernando Charry Lara en Colombia, Juan Sánchez Peláez en
Venezuela y Gonzalo Rojas en Chile), para entender la conformación del campo
literario de cada país, y para proponer un acercamiento latinoamericano a la
conformación de los distintos perfiles poéticos nacionales actuales. Todos los
poetas que abordo son nacidos alrededor de los años 20 del siglo pasado, es
decir, durante las vanguardias, y son igualmente poetas que ayudan de algún
modo a establecer la tradición poética de cada uno de sus países: su trabajo
define o delinea un momento estético que terminó por ser canónico. Son, por
supuesto, autores de una obra indiscutible. La elección de Sánchez Peláez tiene
que ver con varias coyunturas temporales y estéticas (su fecha de nacimiento,
su pertenencia a Mandrágora, su estética…), y con el hecho simple de que creo
que es uno de los poetas más impactantes del idioma. Yo lo admiro
profundamente.
Según tu conocimiento de los ámbitos editorial y académico, ¿qué aspectos
consideras relevantes para la valoración de la poesía venezolana actual en tu
país?
—La poesía
venezolana y la mexicana tienen muchos puntos de contacto pero también grandes
diferencias. Venezuela ha sido un país menos encerrado en sí mismo en su poesía,
y sin embargo sus grandes poetas no son conocidos a nivel latinoamericano. Esta
falta de exposición es una contradicción curiosa, dado que creo que el escritor
venezolano tiene un talante más latinoamericanista. Me parece una pena, por
ejemplo, que la inmensidad de un poeta como Vicente Gerbasi, o la importancia
de un grupo como el Techo de la Ballena o de un poeta vivo como Calzadilla no
sea aquilatada en Latinoamérica, donde hay tanto poeta menor inexplicablemente
famoso. Los que pierden, creo, son los lectores, pues conocer a los que
menciono es fundamental para entender la poesía escrita en español en este
continente.
foto:MilenioNovedades |
—No necesito
decir que la obra no solamente poética sino narrativa y ensayística de José
Emilio Pacheco es de una importancia capital para los escritores mexicanos y
para cualquiera que se interese en la literatura escrita en español en el siglo
pasado y en el presente. Pacheco tiene la facultad de los grandes escritores,
que no consiste solamente mostrar un modo de escribir, sino enseñar una manera
de leer, de pensar el acto literario y de pensar, en general. Su obsesión con
el tiempo y con el modo en que todo cambia y permanece, obsesión tan antigua
con la poesía misma, fue combustible de muchas páginas fabulosas. Su desenfado
en el uso de la prosa y de un verso libre por momentos conversacional,
ensayístico, dado tanto a la imagen poética como a la reflexión filosófica, ha
marcado mucho a los poetas posteriores a él, que usan esos recursos ya de un
modo natural, muchas veces sin saber la deuda que tienen con el maestro. Yo
aprecio especialmente que sea un erudito que suena a hombre de a pie, sin
esforzarse por ello. Su escritura, que siempre estuvo en cambio constante
alrededor de las mismas obsesiones temáticas, es central e incluso rastreable
en nuestros poetas actuales. Pacheco es parte ya de nuestro ADN poético.
Tu carrera académica transita dos cauces: el mexicano y el estadounidense.
Tienes una posición privilegiada, pues te mueves entre dos importantes
tradiciones poéticas del continente. ¿Cuáles poetas consideras referentes
ineludibles de la poesía anglosajona contemporánea?
—Últimamente
he estado leyendo con atención, en su lengua, poemas de Charles Simic y de Li
Young Lee, poetas a los que tuve la oportunidad de ver en persona, aquí en
Cincinnati. Son poetas muy distintos pero luminosos, y comparten el hecho de
ser americanos e inmigrantes, al mismo tiempo. Igualmente, tengo amigos poetas
jóvenes americanos como Ivette Nepper, Lisa Ampleman o Matt McBride, con los
cuales he podido compartir y debatir, y leo a otros poetas jóvenes con los que
he tenido algún contacto como Reginald Dwayne Betts, dueño de una voz sumamente
interesante. Me parece que la norteamericana es una de las tradiciones poéticas
más saludables de la actualidad y que
varios de sus poetas vivos, como los que he mencionado, son importantes.
Como joven poeta y crítico literario, ¿qué opinión te merece la actual
poesía mexicana?
—Como
cualquier poesía de cualquier país, la actual poesía mexicana necesita tiempo
para decantarse y que con ello se separe lo importante de lo promovido, lo
necesario de lo sencillamente visible. Creo que hay una muy buena cantidad de
poetas vivos que hacen un trabajo notable o de plano extraordinario, como por
ejemplo Jorge Fernández Granados, Malva
Flores, A.E. Quintero, María Baranda, Luis Armenta Malpica, y maestros mayores
vivos como Eduardo Lizalde o Hugo Gutiérrez Vega.
Entre los
jóvenes creo que es necesario todavía esperar, aunque algunos ya han producido
libros que seguramente seguirán siendo importantes. Pienso en gente como Oscar
de Pablo, Armando Salgado, Luis Paniagua, Beatriz Pérez Pereda, Paula Abramo,
Audomaro Ernesto y muchos, muchos otros. Y tal es el centro del problema: somos
muchos, tantos que es difícil distinguirnos. Esto en realidad, como dije antes,
lo solucionará el tiempo. Creo que la poesía mexicana goza de buena salud
aunque mucha gente diga que está en crisis, como siempre se dice de cualquier
poesía en cualquier época. Incluso creo que esa declaración señala que hay
cosas moviéndose, experimentos que incluso fracasando significarán la
exploración de una ruta. Los poetas mexicanos actualmente no siguen una postura
general, salvo la de ser individuales, pero creo que esto tampoco es algo
exclusivo de nuestra tradición, sino precisamente el modo en que nuestra poesía
se suma a la contemporánea en el mundo entero.
Por otro
lado, México es un país en que la producción cultural es casi completamente
financiada por el estado, y que por eso
mismo ha caído presa de una institucionalización hipertrofiada que por momentos
parece dominar al artista, tan enormemente preocupado por armar un proyecto,
por ganar una beca, por ganar un concurso, por publicar en el fondo estatal…
Tal es el problema mayor de la poesía actual, y de la llamada poesía joven en
México: su dependencia absoluta de la institucionalidad y sus medios, para su
producción y legitimación.
foto:arcagulharevistadecultura.blogspot.com |
—El Cuaderno de los sueños es algo así como
un diario de escritura en que el poeta descubre que los personajes de su libro,
en este caso Mía, Inés y el Ángel, se revelan diciendo que ellos son los
autores de la realidad a la que el lector asiste. Como dices, la
autorreferencialidad del libro es evidente. La estructura completa de ese
poemario viene de una lectura obsesiva que hice de una breve novela titulada El hipogeo secreto, de un autor mexicano
de culto llamado Salvador Elizondo, quien era igual un obsesivo de las formas
literarias que se enrollan sobre sí mismas.
El Cuaderno de los sueños es mi primer
libro importante y abre un ciclo que se cierra con Ventana, poemario que va a publicarse en un par de meses. La
diferencia es que en Ventana decidí
abandonar la experimentación autorreferencial para dedicarme de lleno al
erotismo y a narración de una pérdida. Comparten la idea de poemario narrativo
y ciertas maneras de hacer el verso, además de que una obsesión musical que en
el Cuaderno apenas asoma, termina por ser evidente en Ventana, aunque esa parte de mi proceso tiene su expresión más
visible en Overnight Medley, libro
publicado en Brasil en el que el poeta brasileño Floriano Martins y yo nos
dedicamos exclusivamente a hacer poesía sobre jazz. Un libro nuevo y todavía
inédito, cuyo título por ahora me reservo, igualmente continúa cierta
exploración de la música, ya no como tema sino como tono de los poemas, y se
deslinda completamente de los tópicos amorosos y eróticos que aparecen en Ventana y el Cuaderno de los sueños. Intento en lo posible variar formalmente de
un libro a otro pero creo, sin embargo, que mi primer libro es un compilado
bastante fiel de todas mis obsesiones literarias y vitales.
En la segunda sección de Cuaderno de los sueños, dices que “La perfección está pariendo
llantos”. ¿Puede considerarse este verso la síntesis de tu ars poética?
—Jamás había
pensado en la posibilidad que mencionas, y me parece una lectura no solamente
posible, sino muy inteligente. Ese poema, Parado
en el umbral, es uno de los primeros poemas que escribí de manera seria,
anterior incluso al Cuaderno de los
sueños, y es una especie de bitácora del viaje de un tipo que entra en su
propia boca, buscando su voz. Es decir: es la confesión de que empiezo a
saberme poeta, a asumirme como tal existencialmente. En este sentido el verso
que mencionas habla de algo que me acosa muchas veces: buscar el verso preciso,
armar el poema como necesita ser armado, la perfección, que es la adecuación
entre el verso y su sonido, su forma. Y el proceso de búsqueda puede ser, de
hecho, tortuoso.
Itinerante
I
Sonriendo bajo lluvia
quiero pedir perdón, porque sé bien
—lo dijo ya el maestro—
que vale mucho más sufrir que ser vencido.
Pero es, amigos todos, que hoy lo supe
mirando mis maletas, mis libros y mi pan
con soledad distinta:
Tengo
casa.
Como hecha de veneno,
como si hubiera sido arrebatada a alguien
me duele esta alegría de que tengo casa.
No pienso merecerlo
y no celebro.
Se
los digo:
Mi casa llega iluminando un cuarto
que nunca será nuestro.
Mi casa duerme y yo la miro y duermo.
Tengo casa.
II
Mi casa llega iluminando un
cuarto
que nunca será nuestro
y se recuesta y abre, delicada
cada una de sus antesalas.
Su cadera, si volteada
son balcones.
Su cuello
es una larga escalinata
del silencio al grito.
III
Amor,
existen días que te ando como a un parque.
Hay días que entro a ti
como a una plaza de toros.
Tema y variaciones
I
A veces
uno pone a
Debussy
para que
todo se serene, para que el aire corra
con
voluptuosidad, y todo pasa
lento como
espuma, todo va pasando
bella y
lentamente, como haciéndole el amor
a una mujer
extensa, a una mujer en cuyas manos
caben ambas
tuyas, de espalda como río, de pelo como arena.
Una mujer
que más que carne es un paisaje, y sus dos ojos,
más que
ojos, son momentos tristes. Una mujer
callada y
bella como estanque.
En otras
ocasiones
uno va y le
hace el amor a toda esa mujer
y lo hace
con palabras, celebra todo el ruido
y toda la
violencia
que la
ternura incluye
para olvidar
la lentitud
de Debussy.
II
A veces
uno pone a
Debussy o a Hector Lavoe
para que
todo se serene o se acompase, para que el aire corra
con
voluptuosidad, y todo sea tan lento
como lenta
espuma, todo pase
del azúcar a
la leche
del tambor a
la tumba
del piano al
bongó
de la
palabra al vientre
de una luz a
otra
que baila
que celebra
candelabros
y candela.
A veces
uno pone a
Hector Lavoe o a Debussy
para sufrir
a gusto, para morder los muslos
que se han
imaginado, y recordar
el vientre,
el arco, el ritmo
en que se
guardan los silencios
que lo
asaltan, lo persiguen
en la
madrugada.
III
A veces
uno pone a
Debussy
para que
todo se serene
y la
serenidad
no da ni
pausa
ni silencio
ni consuelo.
A veces
uno busca el
ruido, el ruido más vulgar
que entrañe
Debussy, como buscando
a la
mujer más fea, la única distinta
a la mujer
que amamos
y verla y
olvidarse de que existen
la belleza o
el silencio
y Debussy se
queda tan sereno, delicadamente
espera a que
nosotros regresemos
nuevamente
enamorados.
IV
A veces
uno pone a
Debussy
para que
todo se serene, y en verdad
lo que uno
quiere
es convencerse
de la lentitud de afuera, adormecer
las ganas de
salir a la mañana
para
corresponderle a la mujer dormida, extensa y bella
como un sol
de carne, de ritmos
tan de isla
y tan de cerca de uno mismo
como la
desnudez o el llanto.
A veces
uno pone a
Debussy
para que
todo se serene
y nada más
que la belleza
nos convence
de que
lentos son la calma
el deseo, el
sonido
y la espera.
foto:laotrarevista.com |
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