—por Alberto Hernández—
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Luego de saberme parte de una alucinación al
abrevar en las páginas de Idéntico al ser
humano (Editorial Candaya, Barcelona, España, 2010, traducción directa del
japonés de Ryukichi Terao) y de haber perdido mi identidad, tomé la decisión de
regresar y leer la novela al revés. Entonces me entendí “cantante calvo” o
Gregorio Samsa con diez patas. También me dejé recorrer por la mirada de Michel
Foucault, el de Las palabras y las cosas
(Siglo XXI Editores, México 1978), y me detuve un rato a pensar en eso que él
llamó la representación y el ser.
Cité un soplo de la página 299, así:
...espectadores que se miran y
que, a su vez, son encuadrados por los que los miran (...) en el corazón de la
representación, lo más cerca posible de lo esencial, el espejo que muestra lo
que es representado, pero como un reflejo tan lejano, tan hundido en el espacio
irreal, tan extraño a todas las miradas que se vuelven hacia otra parte, que no
es más que la duplicación más débil de la representación.
Comencé a marearme con el capítulo de “El hombre
y sus dobles” y decidí someterme a quien me tenía detenido en mi casa con un
discurso en el que no faltaban la locura, la imaginación exacerbada y un espejo
que, aunque no aparece en la novela de Kobo Abe, forma parte de eso que han dado
en llamar la identidad. Pues bien, cosificado gracias a las palabras, el
lector, es decir yo, éste que escribe, entra con sus papeles al tribunal
de la locura.
¿Cómo no hacer ficción con un texto que lo
empuja a uno a ser parte de la tensión de una larga conversación donde un loco
que se cree marciano intenta convencer a un locutor de que tiene que hacer
filas en su mundo? ¿Cómo no pensar que Kobo Abe tenía la mirada puesta en la
Tierra y deseaba que el ser humano fuese tan cósmico como un meteorito? Quien
entre en esta historia pensará que se trata de una simple banalidad, de un
juego infantil donde una cinta cómic trata de hacernos entender que el mundo se
dilata bajo la luz intensa de una nave espacial. No; esta novela de Abe es muy
humana, idénticamente humana. Profundamente humana. Locamente humana.
el escritor japonés Kobo Abe.foto:vice.com |
2
Una vez en la nave espacial de esta lectura,
tomo líneas del prólogo de Gregory Zambrano y me digo con él: En este panóptico de observación menuda, el
hombre se encuentra inmerso en la búsqueda de un irrecuperable paraíso. Asumo
que se trata del viejo anhelo de Utopía, de la mirada hacia atrás para intentar
mirar los pasos perdidos. Para el personaje que me acosa, Marte es la Isla de
Thomas Moro. El loco “marciano” ha recurrido a la vieja demencia de confirmarse
“hombre nuevo” desde la identidad del otro. Ser uno para poder mirarse en él
mismo. ¿Crisis de identidad? ¿El ser y la nada? ¿El yo y el otro? Está bien,
querido “marciano” Ichiro Tanaka, usted ha tocado a mi puerta. Es decir, ha
abierto las páginas de este libro para que un simple vendedor de ilusiones
radiales, un profesional del micrófono que “engaña” a los oyentes al acercarlos
al mundo de la ciencia-ficción con un reality show que lleva en la
solapa de un saludo estelar, sea quien soporte la arremetida de quien invadió
su espacio para tratar de convencerlo de que era tan marciano como uno que se
hace pasar por tal. Y no sólo eso, sino llevarlo a su mundo, a su yo, a su
identidad, a su otredad, a su alteridad, a un universo idénticamente humano, humanamente
loco.
Ichito Tanaka advierte: No soy un ser humano común y corriente. Soy un marciano. Cabe la
pregunta fuera de contexto, fuera de la obra: ¿qué somos? ¿A qué nos parecemos?
¿Quiénes somos? La respuesta podría quedar encerrada en la misma nave de los
marcianos, en el mismo libro, en nuestra conciencia. Y así, vuelta la página,
Tanaka no deja de ser marcado por estas palabras del invadido, de quien ahora
es narrador: Por más que argumente con
lógica, un loco es un loco.
3
...La dificultad de hacer creer a
alguien, la decepción de no infundir confianza, y el amor topo-geométrico para
tratar de inspirar confianza a pesar de todo... Sólo alcanzar ese santuario,
será posible atravesar esa puerta de duda que conduce a la verdad y avanza más,
¿no cree? No he dado ninguna vuelta, se lo aseguro. La mejor prueba consiste en
que usted acaba de llamarme loco por primera vez en nuestra conversación.
La lógica demencial de Tanaka se figura en esta
expresión: Usted dice que soy un loco y
yo mismo en que soy un marciano. Es decir, tan idéntico a un humano, tan
ser humano, tan cercano al temor de que los japoneses perdían su identidad
frente a Occidente. Sí, claro, somos japoneses pero miramos como americanos. De
allí que Kobe maneje esta tesis a través del sujeto que lo cuestiona todo: Por eso nos quedan dos alternativas: una
consiste en que Japón se integre en la Federación Marciana. En este caso, los
japoneses dejarían de ser idénticos a los marcianos para convertirse en los
mismos marcianos. La metáfora roza la piel. No necesita explicación.
Tanaka y el invadido viven en el mismo edificio,
así como los personajes de Ionesco respiran el mismo aire, tienen los mismos
gustos, abren las mismas puertas y usan las mismas llaves.
Al final, el locutor va en busca de su mujer,
quien había salido a convencer a la del “marciano” para que lo sacara de la
casa ajena, toda vez que había llamado por teléfono para advertir que estaba
loco. Cuestión que no sucedió: la esposa de Tanaka nunca se presentó, razón por
la cual la del locutor subió a buscarla. Ésta nunca regresó, y así el locutor
se dirigió hasta la casa del marciano. Una casa de locos, el tribunal
de la locura, el cementerio de la demencia. Obligado a admitir que es un
marciano, el locutor entró en una instancia de terror que quedó colgada de
estas últimas líneas de la novela de Kobo Abe:
Sí, quiero saber: ¿todo esto será
la consecuencia de una fábula sometida por la realidad o de la realidad rendida
por una fábula? Me gustaría preguntárselo a usted, que está situado fuera de
este tribunal. El lugar donde se encuentra, ¿pertenece a la realidad o a la
fábula?
Afortunadamente cerré el libro. Ya Ichiro Tanaka
tenía sus ojos de marciano extraviado puestos en mí. He logrado salvarme. Pero
como lector, como un idéntico ser humano, he sido invadido por la duda: ¿soy el
que soy o no soy?
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