—por Carolina Lozada (*)—
foto:Joel-Peter Witkin |
En la madrugada, mi sexo se despierta húmedo, rabioso y un poco triste.
Sin pensar en consecuencias ni en pedir permiso se me desprende del cuerpo y se
hace una cosa aislada, como un ovillo en búsqueda de rincones de exilio, y se
lanza a suelos que no le pertenecen. Una vez abajo se escabulle por
escondrijos, sin importarle tropezar con alguna mugre que lo convierta en un
sexo sucio. Misu, misu, lo llamo
cariñosamente para que salga de su escondite y venga a juntarse con el resto de
mi cuerpo, el lugar al que pertenece. Él, que no tiene oídos, se hace el sordo,
no responde. Apuesto a que me está observando desde alguna guarida oscura,
burlándose al ver su espacio en blanco en medio de las piernas, completamente
deshabitado. Misu, misu, ¿dónde estás?
No es la primera vez que se escapa. En realidad lo hace con insistencia:
en una ocasión se deslizó en silencio y se hizo pipí debajo del sofá. Cuando lo
descubrí me puse furiosa y lo increpé: ¿Te
crees un cronopio o qué? Pedazo de imbécil, ahora solo falta que te hagas
globito y te pintes de verde. Sé que fui muy dura, sobre todo cuando lo
llamé “pedazo”; era como restregarle su condición de cosa realenga y mutilada.
En principio no fue mi intención herirlo, pero él me saca de las casillas con
facilidad. Esa vez asumió la culpa como un perro manso. Sentí pena, se veía tan
desamparado, tan descolocado. Lo recogí del charco de meaos, lo lamí, lo bañé,
lo sequé con aire caliente; le gusta mucho sentir el aire cálido del secador en
todo el cuerpo peludo. Ah, mi sexo, pobrecita mi cosita loca, mi manojo de
nervios.
foto:hans bellmer |
Sus estados de humor son tan inestables que me alteran los nervios,
porque nunca sé con qué disparate va a salir. A veces le gusta jugar bromas
pesadas, como hacerse el incontinente, especialmente en lugares públicos. En
algunas fechas deja de menstruar para que yo crea que estoy embarazada, y
cuando ve que ya estoy terminando de tejer los escarpines, ¡zas!, hace bajar la
regla. Cuando no le gusta un amante se pone frígido y seco, espantando de este
modo la posibilidad de llegar con el hombre a algo más. Lo peor es que no puedo
reclamarle, si lo hago se enfurece y no me dirige la palabra durante días; al
final soy yo quien debe pedir perdón.
Una madrugada aprovechó que yo estaba muy borracha, tirada en la cama,
sin ropa interior, con las piernas abiertas, y se bajó de la horcajadura e
intentó matarse tirándose al escusado. Gracias a la textura esponjosa de su
cuerpo se mantuvo flotando con vida a la espera de que alguien le hiciera el favor
de bajar la manija del agua para ahogarse entre tuberías subterráneas; pero no
hubo nadie capaz de hacerlo, en esta casa vivimos solamente mi sexo y yo.
Al despertarme con ganas de acariciarlo, noté que no estaba en su sitio,
lo busqué desesperadamente por todos los cuartos hasta que lo encontré
esponjado en el retrete. Con asco metí la mano para rescatar a mi sexo empapado
y suicida. Al tenerlo en las manos lloré de alegría pero también de dolor: ¿Por qué quería matarse?, ¿por qué?, ¿por
qué? Había pasado demasiado tiempo metido en el agua, tuve que darle
respiración boca a boca; fue la única manera de revivirlo. Hasta las ovejas de
la pijama se conmovieron al ver que abrió la mirada y emitió un gemido parecido
a un orgasmo. ¡Mi sexo estaba vivo!
foto:vice.com |
Se resfrió debido al tiempo que estuvo sumergido en el retrete, así que
debió quedarse en cama mientras yo iba a trabajar. Durante esos días lo
arropaba, le tomaba la temperatura, le daba arrumacos, le acariciaba la
cabellera hirsuta y oscura, le prendía la televisión para que no se aburriera
mientras yo estaba fuera. Antes de salir me aseguraba de que puertas, ventanas
y drenajes quedaran bien cerrados; trataba en lo posible de evitar que nuevos
ataques psicóticos lo empujaran a la
calle o a la muerte y me abandonara para siempre. No quería que de pronto se
lanzara a un carro y que el desprevenido conductor le pasara por encima sin
percatarse de que estaba matando a mi sexo y lo dejara tirado en la carretera,
como un pedazo de cosa muerta, y que de la intemperie viniera un zamuro y se lo
llevara en su pico; mi sexo muerto volando en el pico de un ave de rapiña hasta
que llegara otro zamuro y alguien, desde el suelo de su casa, avistara en las
alturas los dos pajarracos negros peleando por mi sexo.
Después de su intento de suicidio se recuperó y durante un tiempo
estuvimos bien, salíamos, mordisqueábamos algún uno que otro pene disponible,
nos restregábamos con las cucas de otras muchachas, permitíamos que lenguas
procaces nos babearan. Con todo y eso mi sexo sigue siendo inconforme, infeliz,
y últimamente ha vuelto a desprenderse en las madrugadas, deslizándose tan
subrepticiamente que si tuviera piernas diría que lo hace en puntas de pie,
pero tratándose de él, ¿qué puedo decir, que lo hace en puntas de cuca? Lo
cierto es que parece que quiere arrancarse del todo y andar por la casa y por
la vida como un animal realengo. Ya no sé qué hacer para mantenerlo a salvo y
contento. Cuando se desaparece suelo encontrarlo lloriqueando por los rincones,
completamente arisco a mis manos y palabras; entonces debo armarme de paciencia
y tomarlo con cuidado, esquivando sus rabiosas tarascadas. A pesar de todo, lo
quiero, es mi sexo. Misu, misu, lo
llevo a la cocina, le ofrezco un té, caldo o leche caliente y espumosa —su
favorita—; le alcanzo un cigarrillo, que recibe de mala gana. Ya quisiera él
tener ceño para fruncirlo, pero se resiente de esta ausencia y de tantas otras
ausencias mi sexo gruñón, tan solo, tan “déjame en paz que me quiero morir”.
Es tarde, cuca mía, mañana te
pongo un lazo rojo y te perfumo para que salgamos por ahí a ver qué nos comemos, le prometo. Él me mira como si
tuviera ojos, con su pelo brusco, con sus labios finos, con sus ganas de ser
gemido. Suspira hasta quedarse dormido arrumado en mi mano. Él y yo tan solos
en este cuarto grande, en esta cama chica.
Calo y Olivia.foto:luis moreno villamediana |
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(*) Carolina Lozada. (Venezuela, 1974). Narradora. Entre sus publicaciones
se encuentran, entre otros, los libros de cuentos: El cuarto del loco
(Caracas: Barco de piedra, 2014), La culpa es del porno (Caracas:
Libros de El Nacional, 2013), Los cuentos de Natalia (Caracas: Monte
Ávila Editores, 2007) y el libro de crónicas literarias La vida de los
mismos (Caracas: Fundarte, 2012). Diario ajeno es su columna en el Papel
literario del Diario El Nacional.
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