—por Néstor Mendoza—
Da pena estar así como no estando
Eliseo Diego
Adalber Salas Hernández.foto:lamajadesnuda.com |
Por más que busco o hurgo en el escritorio, en los
rincones o detrás del cuadro del nuevo prócer, no consigo el documento que me
permitiría transitar libremente en estas ruinas; debe tener, eso sí, la firma ilegible
y el sello lubricado con tinta: el líquido azul, o color petróleo, que legitima
la fragilidad del papel.
No quiero salir de casa. El miedo es mi pan y mi alfabeto. Cuando se tiene miedo es difícil distinguir entre el querer y el deber, entre el ser y el deber ser, entre el azote y la espalda
que lo recibe. Todo se trueca en un problema ontológico. Palpo mis pies
cansados, emancipados de los zapatos y de las medias; toco mi cabeza, y debajo
de ella, las conexiones neuronales, las ideas que se empujan y solapan. No hay
claridad. El documento que tanto espero, ¿es mi libertad condicional o una invención
para mantenerme en esta parálisis? ¿Es Teseo o el minotauro?
Se supone que me darían el pliego hoy mismo; sin
embargo, gotea con ese ritmo espeso y baboso de la burocracia. Me toca quedarme
en casa nuevamente. Entonces repito: ellos no desean darme la autorización.
Pueden dármela pero no quieren. Prefieren engordar un método de transacciones
fútiles que embrutece, envilece y confunde. Por eso leo y escribo, para
transitar el paisaje que han tachado con anuncios. Con cinismo. Por eso Adalber
Salas Hernández, pienso yo, ha decidido escribir un poemario; o sea, un Salvoconducto.
¿Qué parentesco hay entre Caupolicán Ovalles y
Rubén Darío y entre “¿Duerme usted, señor presidente?” y “Sonatina”? Las motivaciones de estos dos poemas son
distantes a simple vista. El poema dariano nos remite al hastío de una princesa
atrapada en su opulencia, imagen típicamente modernista. El texto de
Caupolicán, en cambio, es un puñetazo desafiante, soez en ocasiones, que tiene
marcadas referencias político-sociales y una forma análoga al grupo literario
El Techo de la Ballena. En apariencia resultaría difícil asociarlos o pensar en
un ensamble o engranaje. Acaso allí radica su valor más original. Y este ha sido,
justamente, el acierto de Adalber Salas Hernández (Caracas, 1987), quien
unifica “realidades distantes” y pone en marcha una nueva y muy efectiva
articulación, no menos afilada que la citada obra de Caupolicán. En este caso
me refiero a un poema en específico, “X (Sonatesco y ripioso)”, el cual forma
parte de Salvoconducto, ganador del
prestigioso Premio Arcipreste de Hita 2014. Adalber Salas maneja, en ese libro,
diversos procedimientos textuales para configurar una poética en la cual lo
grotesco, lo nimio, la ironía y el sarcasmo muestran los márgenes corroídos de
la realidad.
Salvoconducto es una propuesta de expresividad
madura y de elocuencia narrativa que no teme a la colocación irregular de los
versos. Adalber relee exhaustiva e
intertextualmente algunos clásicos de las lenguas española e inglesa, exhorta y
pone en evidencia los infortunios de una ciudad que puede ser cualquier capital
del país o del mundo; capital mal administrada (malversada), en definitiva, violenta
y temerosa al unísono. El autor dice “Caracas”, con énfasis y sin eufemismos;
dice Caracas, y en seguida se abre un grifo de imágenes, o mejor, una cañería
que fluye al mismo ritmo que un río embaulado, con escombros y olores indeseables.
Esta Caracas de Adalber es férreamente la capital de Venezuela, con sus
alrededores de intimidación, secuestros express,
desconcierto, impunidad y esa otra ciudadela llamada morgue de Bello Monte (“Hay
cadáveres que fueron lanzados al mar/ para que sólo el agua recordara sus
nombres”). También es la idéntica rutina de Valencia, Maracay, Cabimas, Mariara,
Boconó y cualquier ciudad, pueblo o caserío. Estos poemas no pretenden ser cuadros
impasibles dispuestos en salas de espera, clínicas odontológicas o escritorios
jurídicos, tampoco son piezas esterilizadas o floreros parnasianos. Adalber no
es Leconte de Lisle.
Salvoconducto aproxima los opuestos y toda su
dotación de exterioridad. Lo hace con Rubén Darío y Caupolicán Ovalles; lo hace
con Caracas, que indistintamente pasa de víctima a victimaria. La gramática nos
dice que, en el siguiente verso, el sustantivo “Caracas” funciona como un
vocativo; pero yo veo, además, una salutación fúnebre: “Caracas, los que van a
morir te saludan”. Los hombres que caminan en cualquier noche capitalina son
brochetas de miedo, y transitan las calles iluminadas u oscuras con un “temblor/metálico
que les atraviesa la espalda, /que les ensarta las vértebras, que les/tuerce el
andar”.
foto:colofonrevistaliteraria |
Salvoconducto frecuenta sin complejos los antecedentes
literarios, no importa si la intención es abiertamente premeditada. Siguiendo
aquella recomendación horaciana en la que el poeta debe afirmar y negar algo, Adalber
señala: “Y yo, / yo estaba en el asiento trasero, con mis/ siete u ocho años,
respirando ese calor espeso que/ era como un castigo de dios o un/regalo de
dios, uno nunca podía notar/ la diferencia”. Como en el relato “Maniquíes” de Salvador
Garmendia, Salas Hernández describe la aparición de extraños cuerpos sintéticos,
tan semejantes a nosotros y a las estadísticas de la ausencia. Muñecos de cera,
inexpresivos, que han aparecido repentinamente. Esos cuerpos venían con su
castigo a cuestas: “Ninguno de ellos tenía el descuido/ de poseer una
historia”. Y justo al cierre del poema, la hermosura de unos versos, efectivos
en su estética y que nos afectan en el ánimo: “Nunca fueron tan amados como
cuando/ sus figuras se habían diluido por completo”. Todos los muertos no caben
debajo de la alfombra de algún ministerio.
Pero esto no es todo lo que nos ofrece Salvoconducto: también podemos leer episodios
de la experiencia personal del poeta y su círculo familiar o la sonoridad del
movimiento que trae nuevamente la fuerza y amor maternales. Libro de
despedidas, de cartas póstumas, de testamentos e informe forense; pero hay
mucho más, algo más que contrasta y que pesa y se muestra con humanidad y
humildad: una palpitación que se alarga y busca con los brazos abiertos la piel
sensible, el brote de la hoja, la memoria. Se trata de desenredar el ovillo de
la indolencia para tejer un mantel en el que podamos disponer una comida menos angustiosa.
foto:nagarimagazine.com |
Salvoconducto resuena con ecos amplios y
diversos, se aleja del coro monocorde de las propagandas goebbelianas y de
ciertos individuos que se han transformado en empleados pacificadores, funcionarios
con discurso subvencionado. En una época de amputación comunicacional, la
epidermis de algunos poetas es más porosa. No olvidemos los cuerpos caídos en
las aceras: “Nadie notaba el olor, /la luz fría lo había escondido. / Eso no
era un cuerpo, era algo más, / replegado, tachado. /Algo que había perdido
todas sus alianzas”. Adalber concibe la subversión poética sin didactismo y no
cae en la cómoda enumeración de culpables: la realidad tiene sus propios
ladrillos que caen cada cierto tiempo en algunas frentes.
Valencia, abril de 2015.
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