—por Luis Fernández-Zavala, Ph.D. (*)—
“Pero el acto más maduro y arriesgado
de Rivera Martínez es haber construido
una Jauja utópica, que en muchos sentidos
desafía la gravedad histórica y se reclama,
sin decirlo jamás, como territorio cabal
de la fantasía”.
Guillermo Niño de Guzmán,
Márgenes Nº15, 1996.
País de Jauja (Peisa, 1997) ha tenido ya cuatro
ediciones desde su primera edición en 1993, fue finalista en el concurso
literario Rómulo Gallegos de 1995 y ha sido considerada por algunos críticos como
la mejor novela peruana de la década de los 90. Edgardo Rivera Martínez, autor
jaujino, tiene una producción literaria inmensa con 33 libros publicados entre
1963 al 2012. Se ha desempeñado como profesor de Literatura en la Universidad
Mayor de San Marcos y ha sido miembro de la Academia Peruana de la Lengua.
Nuestra
primera reacción a esta novela de 548 páginas ha sido encontrar una abundancia
de detalles que inmiscuye al lector rápidamente en el paisaje andino, sus mitos y folklore. La novedad es que
esto se hace a través de la voz de un muchacho de dieciséis años, de clase
media, narrado en segunda persona y citando su diario personal. A esto habría
que añadirle las constantes referencias y paralelos que el protagonista hace
sobre sus lecturas de los clásicos griegos, (Homero, Eurípides) y la realidad
jaujina que él vive.
Tú evocaste la imagen de Elena Oyanguren,
y la plácida expresión de su rostro, tan diferente de la Elena Homérica.
Abelardo me dijo que había leído
Medea, pieza de Eurípides, y que le habían impresionado mucho los pasajes
finales. Y me leyó el desenlace, en que Medea se aparece en su carro mágico jalado
por dragones, que no eran otra cosa que serpientes aladas y terribles. Me dijo,
después: <<Dos amarus, en los aires de la Grecia mítica, ¿te imaginas?>>
Te acordaste de la Ilíada, y en
especial de un epíteto de Agamenón, y se te ocurrió una variante, que sin
querer susurraste: Metríades, pastor de muertos…
El
paralelismo referencial entre la cultura clásica y la andina va apareciendo conforme
entran en acción los habitantes pueblerinos de Jauja. Por ejemplo, un peluquero
que se ufana de su manejo del latín, unas tías viejas y solteronas a las que
Claudio verá como protagonistas de una típica tragedia griega de amor, incesto
y muerte. Cuando los personajes jaujinos
no tienen una cualidad referida a un personaje de la Iíada, bastará mencionar
el nombre griego para establecer la
conexión. Es obvio que el autor es poseedor de un basto conocimiento de la
literatura clásica y no se cansa de exponerla a través de la voz de Claudio.
La trama se
desarrolla en Jauja durante un verano de 1945, cuando Claudio sale de
vacaciones del colegio y termina cuando está ya matriculado y listo para iniciar
el año escolar. Durante este tiempo, el adolescente descubre secretos de su familia, se enamora dulzonamente de
su cholita, hija de un trabajador minero, se ve impactado por la belleza citadina
de Elena Oyanguren (ojos verdes y tez blanca) que pasa sus días en Jauja recuperándose
de tuberculosis, tiene su primera relación sexual con una viuda del pueblo y por
último, logra tocar una pieza clásica y otra andina en el órgano antiguo de la
iglesia de Jauja durante una misa
cantada por un barítono turco (otro paciente recuperándose de tuberculosis).
Claudio no
es un joven común y corriente, ni Jauja (la isla feliz) es una ciudad serrana más en la época del gamonalismo y la
oligarquía terrateniente; el joven hace mataperradas inocentonas, y la ciudad
no es perfecta: hay un policía abusivo y pedante, un cura fanático, unas viejas
chismosas, existen desigualdades sociales pero “atenuadas”, y en general, el lector tiene la sensación que Claudio y
Jauja son casi perfectos, “donde conviven
gentes muy diversas y se llevan bien a pesar de todo”. Pareciera que el
autor nos quisiera decir que los juajinos
son especiales porque integran sincréticamente lo mejor de la cultura andina y
clásica occidental. Las tradiciones, mezcla de panteísmo andino y catolicismo,
sus habitantes simples en su quehacer cotidiano, pero siempre con algo de
intelectual y mesiánico, la aceptación al mismo nivel de la música culta
occidental (Mozart, Bach) y los huaynos, los mitos griegos y los mitos andinos,
estarían creando una “patria diferente”,
el país de Jauja.
Si el
lector busca un protagonismo de la provincia serrana, aquí podría encontrar una
ficción apropiada, manejada como un postal turística donde lo feo es bonito y
el desarrollo del adolescente se presenta sin tensiones malévolas. Es decir,
Jauja no es Macondo y ser adolescente en este paraíso perdido es hablar como adulto respetuoso
perteneciendo a una familia feliz.
(*) autor
de El
guerrero de la espuma y otras tantas despedidas, Pukiyari 2014. Disponible en Amazon.com, Barnes & Noble,
Peruebooks y Allá en Santa Fe, New Mexico.
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