-por José
Ygnacio Ochoa-
El libro titulado Ropaje (2012) de
Ediciones Presagios, México es una creación ejecutada, elaborada o re-creada
por Alberto Hernández y Alberto H. Cobo. Sí, así como suena. Alberto Hernández
tiene la responsabilidad de escribir los poemas y Alberto H. Cobo tiene la
responsabilidad de toda la fotografía. El Alberto de muchos años recorridos, el
que descompone e inventa mundos posibles e imposibles, el de Stravagnaza, el de Poética del desatino, Puertas
de Galinas, El Sollozo absurdo, Crónicas del olvido y pare usted de
contar, el Alberto que, sin temor a equivocarnos escribe aunque no escriba,
escribe cuando sueña porque el sueño es ensueño y es escritura para él. Es el
poeta de la palabra y el otro Alberto el de la pupila aguda, el poeta de las imágenes,
el Alberto que sugiere, el Alberto con el cliquear en el párpado. Estos dos Alberto, estos dos seres se
unen para darle corpus a una mirada con ángulos, no sé si isósceles o equiláteros,
quizás escalenos pues no existen lados ni ángulos iguales aunque sí existe una
unidad en el libro. No sé si cóncavos o convexos según la mirada, desde dentro
o desde afuera. En lo que sí coincidimos es que son imágenes que se traducen en Piel, título del primer poema del
libro y con subtítulo ejercicio para
retornar a una mujer:
Nos hace en
la medida del deseo
Crece con
nosotros,
Nos
descubre:
Somos piel
en el tacto del juicio,
En la pérdida
de la memoria.
Si hablo de
la tuya,
designo con
el miedo los poros que te siembran.
La palabra piel en singular aparece en 25
oportunidades en todo el libro y solo en una ocasión en plural. La palabra piel
en singular porque es la mujer quien descubre al poeta y al fotógrafo, los une
pues es una suerte de totalidad que arropa a dos ilusos reincidentes en su afán
de contemplación. Podríamos especular en este instante es una suerte de liberación
del poeta y del fotógrafo por la imagen que representa la mujer. Ella, la mujer
está contenida en las quince fotos en blanco y negro de Alberto H. Cobo, quince
poses, quince imágenes que recorren los recovecos, rincones y siluetas de una
mujer húmeda, seca, de pie, acostada, de espaldas, arrodillada con sus pezones ávidos,
sus poros vivos, ella abierta en su plena contradicción. No existen víctimas,
ni injurias, ni blasfemias, es la verdad de una existencia contenida en 59
poemas, 12 en la primera y 47 en la segunda parte. Palabras como: vulva,
nalgas, ombligo, lengua, piernas, vientre, pezones, boca, labios, muslos,
talones, dedos entraman una diálogo infinito.
Bebo de tu boca
el silencio en que no cabes.
Muerdo la
insistencia de tu sudor,
La cuerda
floja de cada movimiento que ejecutas:
Soy el que
tú buscas y a cada rato encuentras…
Alberto Hernández.foto:Alberto H.Cobo |
La reiteración de la palabra desnuda/desnudo/desnudos/desnudarte/desnúdame es utilizada por el poeta en once ocasiones en todo el libro a ello debemos sumarle las 15 fotos-imágenes que ilustran el poemario, aclaramos no es un simple inventario de cómo se usa una palabra y sus variantes en todo caso lo que se aspira es resaltar la condición o atmósfera del libro, a dónde nos conduce el poeta-fotógrafo, hacia dónde nos ubica con el manejo de la palabra y su co-existencia. La palabra en este caso es el elemento unificador entre lo evocado, lo presente y el devenir materializado con la mujer desnuda ante la oscuridad, la claridad o ante la nada. Es la voz del poeta quien significa una idea o una realidad.
El sentido erótico está dado por las imágenes de
cada fotografía y por la sencillez de la palabra. La voz del poeta Alberto Hernández
se deja llevar por el pezón izquierdo
o el pezón derecho o por la vulva silenciosa o cada trozo de cuerpo de tu carne qué más da y si no es así dímelo
Alberto por favor, pero dímelo ya. En Los poemas de amor te descubres:
Los poemas
de amor deberían andar desnudos.
Los poemas
de amor deberían morderse entre ellos.
Un poema de
amor es un cuerpo herido
Un trozo de
emergencia.
Un poema de
amor disloca la alegría
Y es el preámbulo
de todos los tropiezos.
Los poemas
de amor se descalzan y corren tras la locura.
A veces la
cursilería los abruma
La mayoría
de las veces la cursilería los abruma y los destroza.
No hay como
un cuerpo desnudo
Para
hacerle frente a un poema de amor.
Tzvetan Todorov plantea que “la significación es una
especie se sentido fundamental de la palabra…se dice de la palabra considerada
en sí misma, como signo, el sentido se dice de la palabra considerada en cuanto
a su efecto en el espíritu, entendida como debe serlo…” Alberto Hernández
devela la significación-sentido de la palabra en consonancia con el poema. El
texto no es texto. El texto va más allá luego de ser leído y se traduce con la
significación-sentido que el lector re-descubre. El poema inicialmente escrito se
trasluce en otra voz, la voz del lector. En esa precisa instancia recobra vida
autónoma el poema, en tanto el lector lo asume. Ropaje no se comprende, Ropaje
se abre y se descubre al lector. Imágenes y poemas están para que el lector los
indague, los haga suyos y dejan de ser de los Albertos.
Insistimos, la voz del poeta traduce una realidad que
bien puede ser la realidad de otros en este caso de otros posibles lectores que
asuman esta travesía de leer Ropaje. Ropaje es una sintaxis con el sello húmedo
Alberto Hernández. Es un poema de comienzo a fin para ser leído en voz alta o
en silencio como lo elija el lector. Es un poema que encanta, envuelve y
arropa. Alberto Hernández es la fiel y exacta representación del poema. Quien
lo conoce sabe que es así. Él respira la palabra. Él convierte todo lo que
toca, ve y siente en poesía.
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